
Una mirada hacia el interior de huellas de odio que convergen en los cuerpos expuestos a la injusticia. La escritura como pulso vital de rebeldía. La falta como signo de una identidad colectiva. Algunas reflexiones y lecturas sobre el libro El niño resentido, el libro autobiográfico del poeta y cineasta César González.
Por Ianina Fornaro.
*Foto Portada: Gentileza Sandra Cartasso.
Un niño cae en la cloaca y es rescatado. Un nuevo nacimiento, un regalo, una donación. Alguien dice “entre la mierda, no”. Una vecina y la madre van a su rescate. Metáfora que vale para cualquier vida.
Pero este libro no puede recorrerse sin lo que acontece; tiros, robos, cocaína, el cuerpo en función de rescatarse de una injusticia. Tener algo a condición de ser robado. ¿De qué otra forma denunciar, expresar la desigualdad?
Tiempo después, y siguiendo el desarrollo de los acontecimientos, el protagonista va a encontrarse con la literatura, con la lectura y la escritura. Escribe algo propio, algo más que un desecho.

“Este libro no puede recorrerse sin lo que acontece; tiros, robos, cocaína, el cuerpo en función de rescatarse de una injusticia. Tener algo a condición de ser robado. ¿De qué otra forma denunciar, expresar la desigualdad?”
“Un sábado mi abuela me eligió para acompañarla a limpiar la casa de su patrón, sobre la avenida Libertador (…) Todo era bello, apolíneo, armonioso”, dice ese niño de la Villa Carlos Gardel.
Una vez en el tren, de regreso, queda sumido en una profunda tristeza, “descender del paraíso de hades, ascender desde el silencio y la comodidad al griterío y el hacinamiento”. El odio creció en su interior ante todo ser humano que tenga una casa, una familia y un auto:
“¿y yo cuándo tendré algo?”
De ese primer rescate, podría decirse que se desprende una marca “se puede estar de otra manera que no deshecho”.
Después siguen los robos, las armas, la cocaína persistente y la consecuente exposición del cuerpo a la muerte y un reiterado: “me quiero morir”.
Pero así como cuando cae en el agujero la primera vez y es llevado al Hospital Posadas, le continuaron otras; un tiro en la pierna de parte de la policía, otro tiro que se le escapa a un compañero en el “Hueco”, lugar donde se juntaban, y en otro momento la policía arremete nuevamente a los tiros contra su cuerpo en uno de los rallys, el último antes de caer preso.
El “salvador” Posadas va a decir. Ese hospital público que lo salvó una, dos, tres, cuatro veces y que le permitió continuar con vida. Una vida que merece ser contada y que logró poner en palabras mediante la escritura, una escritura que nos llega a través de su último libro para darnos un bosquejo, para hacernos conocer y mostrarnos que hay detrás de alguien que nace y vive en medio del hacinamiento, con circunstancias “paupérrimas” a su decir, casi sin agua, sin una ducha caliente, con hambre. Y de esta forma un modo de vengar la desigualdad.
Hay una película dirigida por César González: Reloj, soledad. Una trama que repite una y otra vez la rutina y la monotonía de una chica yendo a trabajar. Hace la limpieza en una fábrica junto con otra compañera de la villa, ella roba pero, por confusión, se la cobran a la compañera. La madre le dice que diga la verdad, pero lo interesante es lo que ella responde “si digo que fui yo, vamos a ser dos sin trabajo”. Una frase que revela ¿comunidad? ¿Un modo de equilibrar que no sean más en el mundo de los que no tienen? Como si fuera, por lo menos, uno menos en el desasosiego. Un modo de equilibrar un poco la balanza.
En el libro, cuenta también lo que compartía con el padre: el fútbol y su fanatismo por Racing. Trae el recuerdo de haber estado ahí cuando Maradona asumió como Director Técnico. También la injusticia cometida en el mundial de EE.UU., cuando se complotaron para sacarlo con un falso antidoping. “El luto se había adueñado de todo”, dice César en su libro, “recuerdo su llanto el mío y el de todos los vecinos”. La injusticia sobre “El Diez” recaía en el de todos los habitantes de los barrios vulnerables al que pertenecía, sobre esa identidad de los vulnerables.
Tiempo después, ya preso, aparece la literatura y la escritura. Y uno de sus libros de poesía que escribe en ese tiempo La venganza del cordero atado bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis: “Es más peligroso un pibe que piensa que un pibe que roba”.
Y una cita del poema “Educación”:
“No lo elegí, pero agradezco nacer; todos colaboran, todos ayudan, todos agregan un granito de arena, todos se solidarizan y todos hacen fuerza, todos absolutamente todos trabajan, para que este caos sea cada vez más evidente!”
“Los detalles, los sentimientos, hasta nuestras microscópicas células están al servicio de la injusticia”
“¿Y si nos decidiéramos a dejar todo al revés?”
Agrego a estas citas: Pero es que la vida pulsa, en algún lugar, para todos.
Hace poco me relataba una ex becaria del Garrahan que al hospital llegan bebés que vienen de países limítrofes declarados desahuciados y que los padres recorren kilómetros con los niños en brazos. Buscan la salvación, la última respuesta en el bendito hospital público de nuestro país; bendito de formación, de voluntad, de inversión en algunos tiempos en que el Estado se hacía presente. Presente en garantizar el acceso universal a la salud pública, gratuita y de calidad. Equidad no garantizada en la actual presidencia de Milei.
Por último, pienso en los rallys que define en El niño resentido como ese ir de auto en auto, robando sin parar, intentando fallidamente equiparar al menos por un tiempo la desigualdad concomitante.
Para terminar cito otro poema de su libro La venganza del cordero atado:
Lobos!
A lo social se lo atormenta con destellos de poesía!
Lobos!
Cuídense de esos pantanos que los encandiló, yo seguiré implorando e invocando a la Diosa Arte que fabrique ese puente que los enamore de vuelta. (Denle!!! Que grandes debates generó su aventura).

César González
El niño resentido
Reservoir Books
2023