
En Leonor, Pablo Andrés Rial convierte el intercambio de cartas en un territorio poético donde lo íntimo se vuelve común, y el peso de las palabras sustituye a la levedad del papel de avión. Un libro fantasmagórico, entre lo onírico y lo humano, editado por Caleta Olivia.
Por Leandro Soto.
Qué sentido tiene la poesía, dentro de las muchas posibilidades del género, si no es por lo menos la de despertar la curiosidad en quien lee. Por ejemplo, por cierta intimidad ajena pero que a la vez integre un sentimiento humanamente común, como el amor, el dolor, la seducción, la necesidad de creer. Imaginemos ahora la posibilidad de ser parte de un intercambio de cartas y notas, que si bien ya pudo haber sido trabajado en la poesía, el ensayo o la no ficción – como fue el caso de las cartas de Van Gogh a su hermano Theo- no pretende ser el primero, sino que funciona como un acervo poético en el que Pablo Andrés Rial busca y encuentra.
Leonor es su reciente libro editado por Caleta Olivia. Este poemario es un intercambio epistolar – podríamos decir por momentos fantasmagórico y cercano al mundo onírico- entre Leonor, que le pone título al libro, y su “querido” Benicio. Al leerlo, los versos nos llevan a hurgar en una intimidad silenciosa, cercana a la interpretación libre de los personajes, liviana como las cartas escritas en papel de avión. Un tipo de papel usado en tiempos pasados para que el sobre de correspondencia no pese demasiado y el costo no sea excesivo. Sin embargo, en este, su nuevo libro, Pablo está libre de balanzas y por eso no ahorra en el peso de las palabras y la construcción de los versos.

“Al leerlo, los versos nos llevan a hurgar en una intimidad silenciosa, cercana a la interpretación libre de los personajes, liviana como las cartas escritas en papel de avión. Un tipo de papel usado en tiempos pasados para que el sobre de correspondencia no pese demasiado y el costo no sea excesivo”
El autor nos propone una división en cinco apartados con poemas conducidos por el intercambio entre los dos personajes. Muchos de esos poemas tienen un interesante corte de los versos: “Tiempo atrás/ quise enseñarle sobre el idioma de las aves”; “Nada nos pertenece/ absolutamente nada/ Tampoco esta oscuridad”. Este libro también puede ser leído como un poema de largo aliento que, en su permanente ida y vuelta -como un péndulo que busca hipnotizarnos para llevarnos a habitar otro espacio y tiempo- también construye un particular formato de interpretación y escritura. Una búsqueda exploratoria de formas y soportes que motiva a Pablo, en esta obra y otras que la precedieron, en su exploración del género. En correr sus límites.
“Hurgar hasta lo incapaz/ es dirigir aquella búsqueda a las respuestas/ que llevarán a otras preguntas” nos dice el autor en otro de sus poemas. En la tensión de esa búsqueda por preguntas y respuestas se encuentra la vitalidad de este poemario. Esta es una época en la que contemplar, preguntarse y buscar respuestas (con el tiempo que ello requiere) no suele ser un bien preciado. Exponer las contradicciones propias y el mundo interno es más bien incómodo para ciertas personas y la incomodidad parece evitarse. Pablo asume, con sus riesgos, ese desafío que a la vez también puede estar atado, según lo interprete libremente el lector o lectora, a la memoria de una forma de intercambio casi extinta como la carta, analógica, en un presente inminentemente digital.

“Exponer las contradicciones propias y el mundo interno es más bien incómodo para ciertas personas y la incomodidad parece evitarse. Pablo asume, con sus riesgos, ese desafío que a la vez también puede estar atado, según lo interprete libremente el lector o lectora, a la memoria de una forma de intercambio casi extinta como la carta, analógica, en un presente inminentemente digital”
Con un uso modesto y certero de las palabras y, otras, con una búsqueda casi premonitoria, que puede incluso recordar la dramaturgia de Artaud, Leonor no se lee rápido: obliga a detenerse, a habitar los pliegues de la repetición, del deseo y el duelo. Cada uno de los poemas funcionan como estaciones de un viaje en espiral, donde no hay resolución sino la insistencia de la pregunta: ¿qué queda en pie cuando todo se despinta, cuando la memoria ya no alcanza, cuando lo único real es la voz que se impregna en un poema?

Pablo Andrés Rial
Leonor
Caleta Olivia
2025