
El músico y artista plástico se desmarca de lo previsible en un recorrido donde arte, música e indumentaria se cruzan como gesto de insumisión. Si Dios Clonase Pan, su último disco, rechaza etiquetas y acomodos culturales. Un manifiesto contra la pasividad social y la violencia encubierta, nacido desde la crudeza de lo íntimo y la urgencia de lo colectivo.
Por Marvel Aguilera y Eloy Rodríguez Tale.
Munro. Veredas arboladas. Es increíble cómo, a solo 20 km de la capital, los sonidos son tan distintos: las calles más espaciadas, la visión más abierta mientras los pasos avanzan. Alfonso nos recibe en su casa con una calma que, lejos de empujarlo a la letanía, agudiza sus pensamientos. En un extremo de la sala hay una pequeña colección de muñecos vintage. Él se queda contando no solo quiénes son las figuras sino el momento y el lugar en dónde los adquirió. Hay algo de melómano en Alfonso, pero también de hospitalario, de quien convida a conocer historias, sensaciones, fragmentos de sus memorias. Mientras prepara el mate, lo que resuena una y otra vez en la charla, entre alusiones a la vigencia geopolítica de China y los “cameos” de Donald Trump en Mi pobre angelito, es el algoritmo. No únicamente desde su rol en la música, tampoco en la tecnología, sino en la conducta humana: como símbolo de una domesticación controlada, de algo invisible pero totalizante. “¿Quién de esta generación tiene paciencia? La experiencia de agarrar un libro o ver una película”, dispara.
No es casual que su último disco (el número doce de su repertorio) Si Dios Clonase Pan, vuelva en loop a esa problemática que parece inundar hoy en día a las industrias culturales. Tendencias como axiomas. Hits fabricados como “McCombos”. Plataformas que fijan agenda útil a sus intereses. Alfonso, con esa expresión inclasificable -musical, artística, estética- se mueve en ese terreno incómodo de las verdades calladas, de las opiniones murmuradas como susurros, de las expresiones camufladas con cintura. Un terreno que ha traído fricciones a colación en su recorrido -como prefiere definir su trayectoria- pero que se apoya en una sensibilidad social muy marcada: esas teclas de lo solidario y lo colectivo que hoy se pierden en cruzadas de egos y subidones aspiracionales efectistas.
Decir que Alfonso es artista de familia no es desacertado, pero sería una simplificación. Hay algo de su infancia marcada por un deseo primigenio. La creación como forma lúdica de estar, de hacer a su identidad en desarrollo. Dibujos en serie. Los cruces culturales en las provincias. El patrimonio nacional defendido por sus padres. Exposiciones de arte en su adolescencia. “Yo empecé a tocar en el piano de mi abuela. Ella tocaba y un día decidió dejar, y el piano vino a casa. Ese fue el primer pipipipi y funcionó. Pero yo no quería ser concertista, y era bueno. Después me olvidé. Obviamente, todo eso está acá (mi cabeza) ¿no? Pero esta cosa del virtuosismo… Tengo cierto rechazo con algunas cosas, con la gente que cierra los ojos y toca. Hay una pose ahí que no me va, ni en el tango ni en el clásico, solamente Martha Argerich lo puede hacer y le sale bien”.
A pesar del reconocimiento con su banda Los Cocineros, Alfonso decidió emprender un nuevo camino en solitario (pero siempre acompañado), uno plagado de bifurcaciones. Los géneros musicales se enraizaron en un plan mayor, que ponía la creación fuera de artificios previsibles y nichos redituables. Sin ánimo de etiquetas, Alfonso ha sabido combinar sus pasiones: el arte, la música, la indumentaria; en pos de una honestidad brutal para con su forma de entender los lazos humanos y la injusticia de una sociedad que avanza desde la inercia, empujada por un poder cada vez más abstraído de la cotidianidad. El poder, el control, la pasividad social, la violencia, emergen como señales de fuego en Si Dios Clonase Pan. Un disco de hartazgo pero también de ruptura. De quiebre a la somnolencia que recorre los charts, las plataformas y también los medios culturales acomodaticios a la norma. Con un ímpetu transgresor, Barbieri, sentado en el sillón de su sala, se deja fluir por un diálogo que va y viene entre los refugios todavía esperanzadores de la creación más auténtica, artesanal, vívida; y los tentáculos de un control sistémico que emergen -como flashes- en las referencias musicales del presente, en el negocio del arte y en la zozobra social frente a un mundo cada vez más incierto y desbocado.

¿Cuándo apareció esa noción de lo artístico desde lo contestatario? ¿Cuándo empezaste darte cuenta de que había algo más que decir, un doble sentido?
Cuando me empecé a meter en quilombos. En el 94 hice una serie que se llamaba “Oíd Mortales”. Yo ya vivía en Córdoba con mis viejos, porque estaban haciendo el relevamiento. Tenía 18, y consigo exponer en el Cabildo de Córdoba. Hago los afiches, los cataloguitos, cuelgo toda la muestra, y el catálogo tenía un dibujo. Estamos hablando de los 90, pleno mundo terrible del Sida.
Había un dibujo que era un corazón hecho con preservativos, de una parejita enfrentada. Estaba la versión heterosexual, la lésbica, la gay. Los tipos ven el dibujo que era el heterosexual y dicen, “no, pero ese cuadro no, acá en el Cabildo vienen niños a ver las muestras.” Y le digo, “pero es una campaña personal de lucha contra el Sida, de concientización. Es un corazón, muy inocente”. “No, descolgalo”.
Bueno, hablé con un periodista, Demian Orosz de La Voz del Interior. Le digo “che, me hacen descolgar un cuadro”. Me dice, “no, eso es censura previa.” Y saca una nota en La Voz del Interior que se llamaba “El cabildo: no hablemos que el cabildo no quiere que se hable”. Zarpado, y el dibujo así de grande. Se generó un revuelo, al punto que me llamó el secretario de Cultura y me dijo, “te quiero pedir disculpas, voy a sacar una carta pidiéndote perdón en La Voz del Interior.” Y le digo, “No, no -yo temblaba-, no quiero que me saques ninguna carta, yo quiero exponer mi obra, y de acá a que termine tu gestión exponer donde quiera, porque esto es cualquiera”. “Bueno, okay, que sea así sea y veamos cómo hacemos”. Logré poner de vuelta el cuadro y en un par de lugares más.
Pero ahí se empezó a gestar un poco esta cosa -y sobre todo en Córdoba- superreaccionaria, gorila y demás. Y muy clerical además. Que después en el 2007 termina en el escándalo más grande.
Hace poco subiste a las redes el recuerdo ese. Pienso que terminás en “líos”, pero en realidad es porque tu obra es disruptiva. Sin embargo, termina en una lógica de discusión que debería ser bien vista, pero cae en la polarización de los extremos.
Creo que cualquier expresión artística es una provocación. ¿Por qué? Porque al que lo ve le sucede algo o no le sucede algo. Todo es una provocación a los sentidos. Después está la provocación intencional. De que uno esté armando quilombo. ¿Qué sería armar quilombo? ¿Quién es el que mide, con qué vara se mide eso? Mi intención era presentar un libro que resumía mis dibujos del 90 al 2001. Una antología, de la que colgué 20 originales.
Que insisto, venía del primer lío que tuve. Pero bueno, yo siempre tuve como esa cosa. Hay una anécdota de cuando yo estaba en jardín de infantes. A los 5 años no creo que haya tenido intenciones de provocar a la maestra. Es verdad, nunca se sabe, pero claro. Yo viajaba con mi viejo y nos metíamos en conventos de clausura, cementerios, iglesias, casas particulares, y veíamos todo eso. Yo dibujaba y dibujaba: vírgenes sangrando, cristos, cementerios. Y una vuelta dibujé un cementerio con las tumbitas y les puse los nombres de mis compañeritos. Se armó un despelote, la maestra la llamó a mi vieja.
Con lo cual, en mi inconsciente también es de lo que me rodeé, lo que expreso como cualquier persona que hace arte.
Me llama la atención todas esas reacciones que tuviste en ahí en Córdoba, porque son muy parecidas a muchas que se ven hoy respecto del extremismo, de lo que debería ser “la moral”. Una lógica muy conservadora, bordeando el fascismo.
Sí, y la ligo bastante con esas cosas. Y esto tiene que ver con la industria, en todo caso el cómo se vende el arte: la música, los cuadros, los libros. Y que yo no me dejo amedrentar. Me dicen, “che, pero bajá un poco, así vendés más.” O “así entrás en un ranking”, “así te pasa tal o te hacen una nota en tal programa”. No me importa. Si ese fuera mi objetivo, me mato. A mí se me acaba la poesía si empiezo con la lógica del mercado.
En términos de un mercado cruel y horrible y censurador. Obviamente que me encanta vivir de lo que hago. Ahora, creo que se ha vuelto más cruel, que es por lo que hablábamos, que el crucifijo fue reemplazado por el algoritmo.
Entonces, lograron una manipulación de gente que ni siquiera tiene fe, que la fe está buenísima. La fe es bárbara, genial. Todos tenemos fe. De hecho, me parece el lado más lindo del mundo religioso. Yo soy ateo y me considero una persona de fe. Pero me parece que esos que rompieron los 22 originales hace 18 años, siempre estuvieron agazapados esperando el lugar para asumir un poder aún mayor.

Pero me parece que esa creencia está falta de espiritualidad, como una creencia express, ¿no? De tendencia, de momento, y ahí lo sagrado ya no existe. Hay gente que tiene ideas políticas muy radicales, pero después no la ves en oración o en algún tipo de espiritualidad que pueda llegar a abogar. Es simplemente como un reforzamiento de sus ideas.
Es que el rito para mí se volvió un lugar obligadamente público, que son las redes. Generar rito, generar ritual, “ritual de lo habitual” dirían los Jane’s Addiction. Es a través de la mirada de los otros y no desde uno, en ese lugar aislado sin necesidad de la mirada del otro. Todo es público.
Yo, cada vez que es un aniversario de la muerte de mi mamá, publico una foto diciendo, “oh, madre.” Y después digo, “qué pelotudo, dios mío.” Hay obviamente ahí una exorcización de algo, de dolor. Porque hay mucha gente que comenta, “qué buena mina que era”, “qué capa”. Evidentemente, insisto, inventaron un sistema perfecto para que hagamos catarsis, y que el rito sagrado de uno con uno mismo o con otros, pero en una forma no pública, sino privada y más profunda, deje de estar.
La aprobación de los otros son los likes, las escuchas. La gente te sigue si tenés un montón de seguidores, si no, no te siguen. Los productores te invitan a festivales si tenés un montón de escuchas y seguidores, si no, no te invitan, no existís. Es la forma perfecta de sacarle punta al nazismo. El algoritmo es eso, es una esvástica con curvas.
En Si Dios Clonase Pan hay mucho de esto que estás diciendo. También hay mucho de de una sociedad sedada con con la lógica del consumo, del marketing, de las redes, como bien vos decís. De estar atentos siempre a querer hacer pública su su propia introspección. Y ahi ya pierde lógica de introspección, porque es como una cosa muy del narcisismo y del ego generalizado.Pero también hay algo en vos de un llamado a la acción, un alerta a despertar, ¿no?
En algunos discos hay una lógica de “bueno, está bien, esto se tiene que romper”, pero es necesario también pensar en qué viene después. En lo que decíamos de la política: está bien, se va este, pero ¿en qué quedamos? Porque puede venir otro y otro sucesivamente. Es necesario también que la gente despierte en otro sentido.
Me parece que tiene que ver con lo que veníamos hablando del mundo de lo inmediato, que busca soluciones inmediatas para la semana o para el día o para determinado momento, que no sea agobiante. Y tener que pensar cómo salir de una tremenda crisis, ni hablar en el mundo… Pero vayamos a esta Argentina, de una representación como la que estamos viviendo. Me parece que requiere un poquito de buscar el ritual, que significa buscar la representación. Buscar esto que a mí no me gusta tanto, pero que es muy útil, cuando hay un líder vertical que ordena. Me parece que las velocidades no nos ganan ahí.

“La aprobación de los otros son los likes, las escuchas. La gente te sigue si tenés un montón de seguidores, si no, no te siguen. Los productores te invitan a festivales si tenés un montón de escuchas y seguidores, si no, no te invitan, no existís. Es la forma perfecta de sacarle punta al nazismo”
La actualidad política es tic tac tic tac, y es agobiante. Por eso la gente no quiere ir a votar, porque no hay un momento donde se piense un poco más lo que sucede, pero un poquito más, ¿entendés? O la reacción al insulto, a las formas. Que obviamente genera un rechazo total, por lo menos en una parte de la sociedad, pero me sorprende la cantidad de gente que está a favor de eso. Sobre todo lo que se dice, no la mala palabra, yo soy un puteador absoluto, no tengo un problema con eso.
Sí me incomoda el nivel de paralelismos con determinados líderes de la historia del siglo XX, hablando de que tenemos gusanos en la cabeza, parásitos, ratas. No sé si leyeron alguna vez la historieta Mouse. Una maravilla. Hay una cuestión de querer ganarle a algo que sí entendieron estos tipos, que es totalmente superficial, de cómo manejar el algoritmo y hacer política a través de eso, y del impacto de las cosas que se dicen. Y en realidad es lo mismo de siempre, pero con las armas de hoy, y ahí sí creo que no estamos entendiendo la mecánica del juego.
Hay mucha gente inteligente como para que nos ganen con un tiktok, ¿entendés? A mí me deprime mucho eso, me tira muy para atrás que además se quieran parecer a ese mecanismo. O sea, hay que invadir las redes con x… Yo no sé si pasa por ahí. A mí me encantaría que los miércoles, los que podamos, si es que no estamos trabajando, explotemos la plaza. Pero es muy difícil. Estamos todos con 250.000 laburos porque no alcanza.
Pienso en décadas pasadas que se formaban muchos grupos de músicos, que se juntaban. Hoy es todo el tiempo individualidad ¿Viste? Gente que está tratando de pegarla en las redes, pero no hay una cosa de “bueno, juntémonos a ver qué pasa, a ver qué sale”. Lo digo también en el periodismo, en hacer “su medio” con “su nombre”, y en muchos ámbitos. La gente ya no se junta, y al no juntarse, no está ese cara a cara en donde pueda salir algo en común. Entonces, se termina reforzando la cuestión del sálvese quien pueda, incluso por muchos que dicen estar en contra de eso.
Sí. Además, como ejemplo muy de esta época, el invitado a tu disco ahora lo llaman “feat”. Que es muy loco, porque desde que laburo con El Club del Disco hace 10 años -ya que son realmente gente amorosa y que se juega por cosas cuando está difícil- siempre les digo, “¿che, no se puede poner “invitado”, por qué hay que poner “feat”? A mí me gusta más “invitado” o el “con”. Uno piensa en Alfonso Nacional de las Artes donde aparece Víctor Hugo recitando a Marosa Di Giorgio. Yo no lo pienso como una estrategia de marketing. A mí, primero, me parece divertidísimo como acción. Y segundo, que es uno de los muchos invitados que hay que tienen una lectura global de la obra. No es un single, ¿entendés? Con Víctor Hugo me gusta su voz. Yo tenía 10 años cuando relató el gol famoso. Me emocioné. Ese día yo lo vi en Jujuy. Y después, por supuesto, afinidades políticas y de pensamiento. No es solo una colaboración.
Ahora es “colaboración”, porque no tiene que ver con las cosas artísticas sino cuando un streamer invita a otro y hacen como un streaming en conjunto. Y de ahí van a derivar la palabra.
Bueno, eso es lo que veo, ¿no? Que está pensado para que venda más determinada cosa y después ves el resultado y la verdad que, salvo excepciones, no quiero generalizar, el mainstream me parece bastante raro.
Hace unos días era como una noticia en medios mainstream que Miranda, que es como una banda tradicional, había llegado al número uno sacándole puesto a los traperos. Pero pienso, ¿se puede estar al margen de eso, de los algoritmos, de los sponsoreos, de los festivales manejados por las mismas plataformas? Vos me podrías decir, “Sí, acá yo soy un ejemplo de eso.” Pero bueno, vos tenés otro bagaje, tuviste a tus viejos artistas, con otro tipo de formación.
Tengo otras armas para sobrevivir. El mundo de las artes plásticas, el mundo del diseño de indumentaria con Sofía, vender los kimonos que hacemos. Se abre ahí toda una puerta maravillosa. Son muchos años de grabar discos con Los Cocineros, todos los primeros 2000 fue vivir de eso. Y era otra cosa. Pegábamos afiches, repartíamos volantes, qué sé yo. A mí no me gusta la palabra “carrera”, ¿viste? A mí me gusta “recorrido”, y celebro haber pasado por esos recorridos. Cagarse de frío pegando afiches, y que venga otra banda que te pegaba los afiches arriba de los tuyos, y después pasabas de vuelta y le pegabas arriba, porque tocabas la misma noche. Y ni hablar de la cana, porque no podías, entonces te buscaban.
Pienso en ese recorrido: pegarse unos buenos palos, que no vaya gente o que vayan poquitos y después vayan un poquito más y después un montón, y después vuelva a no ir nadie. Esa construcción, cerebral y emocional, me parece crucial para la creación y para ampliar el vocabulario. Porque lo inmediato solo te deja un par de palabras, y esas palabras suelen ser bastante vacías de significantes y de experiencias. Me parece que estamos un poco sumergidos en eso ahora. Lo inmediato que funciona. Viene un señor con Sony Music, te pone en Spotify, listo.

“Pegarse unos buenos palos, que no vaya gente o que vayan poquitos y después vayan un poquito más y después un montón, y después vuelva a no ir nadie. Esa construcción, cerebral y emocional, me parece crucial para la creación y para ampliar el vocabulario”
Tenés más escuchas que, no sé, “Rasguña las piedras”. Es extraño. No estoy calificando ese producto. Eso es otro tema. A mí me puede gustar, o no gustar, y no importa. Estoy hablando del sistema, de cómo funciona. Que me parece que ha perdido un montón de ritualidad. El ritual ahora es ir al Movistar Arena y ver todo a través del celular y subirlo a las redes y decir, “estoy acá presenciando esto a través del celular.” Es un delirio total.
¿Y qué se vivía en esos ritos que vos supiste pasar?
Marginalidad, cofradía, camaradería, riesgo. No estás pendiente de la guita. Es terrible cuando estás pendiente de la guita. O sea, está bien ganar plata, está bárbaro, pero no puede ser lo primero.
Conozco gente grande que iba antes a muchos recitales, y tenía una cosa de decir: “fui a ver Spinetta Jade y me cambió la vida”. Y hoy no veo eso. Es como decías, vas al Movistar Arena, pero hay una cosa más de demostrar que fuiste que lo que te generó en sí el show, la música y el acontecimiento.
Es que me parece que hay una cosa de espectacularidad o de entretenimiento que le ha ganado la idea del ritual, al ritual de ver algo que te genere una situación de tener que cerrar los ojos, que no puedas creer que estás experimentando eso, escuchando eso. O viendo a una persona que te conmueve sin un montón de marcas adelante. Quedan pocos de esos, sí. Alguien que entendió muy bien la espectacularidad con respecto a la modernidad y la poesía, pero sin perder ese ritual y la mística, es Adrián Dárgelos y los Baba(sónicos).
Mantienen esa cosa medio distante con los medios. Son políticos, pero son tan sutiles que recién ahora se dan cuenta los periodistas o alguna gente de que Miami -el disco- estaba hablando de la situación del país. Digo, a mí me parece maravilloso, inteligente, lúcido, que gente de la industria, que gana un montón de plata y vienen hace muchos años, entendiera cómo podían ser parte del mercado aggiornándose de determinada forma. No cambiaron sus estilos musicales. En todo caso, dejaron de ser lo que eran en los 90. Bueno, pasaron un montón de años.
Ahí Bowie duró dos años con “Stardust”, y a la media hora ya era “Aladdin Sane”, y después fue el “Duque Blanco”, y después vino la etapa berlinesa, y después, no sé, Scary Monsters cuando estaba con una obra de teatro, haciendo El hombre elefante. Después vino un disco mega recontravendido como Let’s Dance, por el que dicen “Bowie se vendió.” Y es una barbaridad de disco, de lo bueno que es. Esos cambios son procesos. Es subir, bajar, ver, ser estratega, transformarse.
Qué análisis hacés de esta vuelta por volver a ciertas lógicas del rock nacional, como el hecho de juntar bandas de antes, por ejemplo Los piojos. Me preguntó, ¿Es por una necesidad ante la ausencia de representación popular en la música o son meras oportunidades de mercado en la industria?
Me parece que las dos cosas conviven. Son oportunidades de mercado, evidentemente, porque llenan estadios. Y por otro lado, hay una necesidad también… vuelvo a la palabra “ritual”, de los rituales donde nos sentíamos que estábamos siendo parte de una cosa colectiva, de algo que nos llevaba más allá, nos inspiraba a hacer cosas.
Ojo, no digo que los pibes que llenan estadios ahora no inspiren a otros. Pero mi pregunta es, ¿qué es lo que están inspirando? Ser cancheros, tener autos, hablar de tetas y culo, tener plata, tener una carrera meteórica y deprimirse a los cinco minutos. ¿Entendés? No tengo dudas que Los piojos están inspirados por Los redondos, y hay toda una construcción ahí, por lo que dicen y hablan. Yo no he sido muy piojero, no los he consumido mucho, pero sí a Los redondos.Y vaya si eso no era generar cultura y rituales e influencia y tener una postura ante el mundo, ¿no?
Lamento que sea tan de nicho esa idea, y que haya ganado más el tener que repetir los 30 años de determinado disco porque es el más vendido de la historia. Celebro, está bien, pero me gusta más la otra idea. Sobre todo cuando a veces se ve más Chanel que canciones. Y además cuando me hablan mal de la izquierda y que fracasó… qué fácil. Es muy fácil desde ahí. No considero que (Fito) sea o se haya transformado en un “ser de derecha”, pero me parece que ante tanto micrófono, hay que tener tanta responsabilidad, como los que no tenemos tanto micrófono.

“Ojo, no digo que los pibes que llenan estadios ahora no inspiren a otros. Pero mi pregunta es, ¿qué es lo que están inspirando? Ser cancheros, tener autos, hablar de tetas y culo, tener plata, tener una carrera meteórica y deprimirse a los cinco minutos”
Porque evidentemente es una influencia. Entonces, si vos estás criticando determinada cosa, me parece que hay que ser elevado. No contribuye nada en este momento decir que la izquierda fracasó. Porque no es cierto además. Mirá China boludo. O sea, ¿de qué me están hablando? El respeto está. Son gente muy importante para un montón de otra gente, y que viene de hace mucho tiempo representado justamente lo de seguir adelante reinventándose. Entonces, me choco un poco, y que no haya una reacción. Además, hay una cosa cubrir, “no hablemos, protejamoslo”. ¿Que son vacas sagradas? No, nadie es vaca sagrada, y puede tener un comentario dentro de una gran entrevista muy desafortunado, muy pobre, muy sacado del lugar de la gente.
Lo que uno ve es que, al menos ahora, más allá de las bandas que tuviste, tenés una lógica de trovador y de juglar. Hay una cosa medio de pregonero en tus discos.
Me imagino que es una cuestión formativa. Hay un dibujo que hice en el año 86, que es de una serie. No sé por qué me obsesioné con la bomba atómica. Y la bomba atómica la dibujé como el pelo de una mujer del siglo XIX, con un perfil y abajo volando japoneses hechos mierda. Evidentemente, siempre estuvo allí dando vueltas, ¿viste? Cosas que veía, me generaba algo y las tenía que poner. Tenía que hablar de eso. De hecho, los discos… Tontos enanos amarillos matando osos, es un acróstico. Y después está Tus elegantes oídos dicen influenciar océanos: “Te odio” sería.
Es una trilogía, en el medio está Feromona, que no salió editado en físico. Y son discos superpolíticos, pero a la vez cantados con una mezcla de canciones de amor. Hice una especie de juego de composición con gente amiga, y con algunos que no son amigos pero que tenía afinidad, “yo hago la música y vos ponele letra”.
Tenés un componente muy lúdico vos.
Es que si hago siempre el mismo caminito, me aburro un montón. Entonces, creo que por eso también me divierte ir, por lo menos, por dos: las artes plásticas y la música, muy fijas. Después, bueno, hay variantes. Está también un poco de la fotografía, un poco del diseño gráfico, un poco del diseño de indumentaria, un poco de teatro, un poco de cine. Me aburriría mucho encontrar una fórmula que funcione. Me pasó con Cocineros, me harté de Cocineros.
Teníamos un montón de trabajo. Vamos y tocamos en “La fiesta del choclo” y después una fiesta de 15 y de ahí nos íbamos en una traffic y nos contrataba un millonario en un country. En un momento dije, “uy, no me gusta esto.” Porque no estábamos tocando los temas que grabamos en discos, que eran psicodélicos y locos. Porque nos permitíamos meter cosas que bailaban las señoras grandes con los señores grandes, que se divertían. Los primeros discos hacemos versiones mezcladas con citas a The Clash: una milonga con un poquito de Clash, todo tocado con acordeón, cajón peruano. Estoy hablando del 2001. Después vino eso, la psicodelia “¿Por qué no hacemos más eso?” “Estamos llenando lugares con 2000 personas, hagamos más de eso”. Y claro, había que ganar mucha plata.

¿Te sentís un poco solo a nivel creativo? Es decir, tenés tu compañera, tu familia, tus amigos, pero lo digo en un sentido existencial, porque vos pones tanta alma dentro de todas tus cosas y estás en un mundo tan efectista e inmediato, donde la gente compra comida chatarra, culturalmente hablando.
Un poco sí. Pero no por sentir “oh, soy especial y único.” Eso no me interesa. No me considero eso. Ni siquiera me gusta la palabra “artista”. Eso eso lo tiene que decir la gente. Si me consumen y me consideran un artista, que lo digan ellos. Jactarse con “yo soy artista”, ¿viste? O “soy diferente”, fuck you, no me interesa ese universo ni un poco, pero ni un poco.
Sí me siento solo en el riesgo de seguir haciendo cosas y diciendo cosas, y no quedarse en el molde ni en la fácil ni en bajarse del caballo o de la mula o del camello, bueno, depende qué camello le toque a cada uno jaja. Es una época muy rara porque, por otro lado, para vender lo que uno hace, los canales que critico son los canales que tengo que usar obligadamente, porque sino no me consume nadie. Entonces es muy raro vivir en esa presión social, de mercado. Y la verdad que tampoco es ni masivo ni lleno de lugares. De hecho, me genera un montón de angustia el hecho de tocar en vivo. Porque es un esfuerzo enorme de dinero, de tiempo, dinero que no tengo, de hacer publicidad a través de las redes, y que esto tiene sentido para que vayan después.
El último disco que presenté fue Alfonso Nacional de las Artes, que fue muy bien, pero le di manija, le di e hice dos funciones. Y la otra es que los lugares, en esta situación desastrosa de la economía y demás, están pidiendo guita anticipada para tocar. Y yo no tengo esa plata. No tengo 300.000 pesos para tocar en un lugar. Entonces, me estoy cuestionando también si volver a un formato más chico, como fue el famoso post-cromañón, donde todos nos achicamos y y tocamos medio acústicos, en lugares más underground, desconocidos.
Recuerdo de haber encontrado en una cerveceria de Bariloche, muy chiquita, en medio de los kilometros, a Palo Pandolfo, tocando para unas pocas personas. Sin embargo, pienso, que ese tipo de lugares, eran su lugar en el mundo.
Admiro eso, ni hablar. Palo fue un amigo, a quien extraño mucho, y creo que hace mucha falta en este contexto. Admiro Gente como Palo, como mi amigo Pablo Dacal, gente que agarra su instrumento y va por todos lados. Yo soy más del piano, ¿viste? Y me gusta más tocar con piano acústico. No tengo un piano trasladable y el único piano que tengo, que me lo regalaron, no anda bien y no sé si tengo ganas de sonar con eso. Y después… porque me da un poco de vergüenza también, soy medio vergonzoso a hacer un show solo. Las veces que lo hice, que fueron muchas, sufrí un poco. Me pongo en pedo.
Hace unos años me hicieron una nota en la revista New York y al final de la nota, off the record, me pregunta “¿y cómo te preparas antes de salir? ¿Tomás unos whiskys? Yo digo, “creo que no hay vez que haya salido sobrio”. “Pero no le pongas”¿Cómo se tituló la nota?: “No creo que haya salido nunca sobrio a tocar”. Igual me río, porque es así, siempre hay un estimulante. Mi idea es salir a tocar a lugares que estén buenos, tratar de hacer una especie de investigación en provincia, en capital, en otros barrios donde se pueda tocar con piano, ¿viste? Donde haya otro tipo de clima.
Estoy un poco hinchado las pelotas de ver siempre lo mismo, o sea auditivamente incluso. Y no estoy hablando de trap, estoy hablando de ciertas modernidades. El mundo cantautoril también. Yo estaba metido en esa o me habían metido. Se hizo un libro de los cantautores del Río de la Plata, cancionistas del Río de la Plata, pero yo también sentía cierta distancia, porque a mí me gusta lo de la banda, lo de las eléctricas. Me gustan los Specials, Madness. Me gusta Faith No More.
También me gusta vibrar no solemne. No quiero ser despectivo con esa postura, de poder recitar una canción y qué sé yo, y hacerlo con con mucha altura, pero creo que cansa también. No pueden haber 250.000 Silvio Rodríguez, ¿entendés? O sea, rompan todo, boludo, hagamos mierda todo. Qué es lo que para mí siempre tuvo Palo, esa chispa. Reinventarse y explotar, lo veías, parecía que tenía distorsiones hasta en las cuerdas vocales. Después cantaba una cosita chiquita, después volvía a explotar con banda.
Pasa mucho en la política, hay un enamoramiento de la resistencia, ¿no? Y el paso a la acción termina como muy atrás, una cosa media pasiva de “estamos acá en nuestra trinchera”.
Es que para mí en términos políticos, y de accionar artístico, prefiero siempre equivocarme y mover el avispero e invadir la trinchera del enemigo, que quedarme a pensar si está afinada mi guitarra. No me rompan los huevos, vamos, hagamos el disco, hagamos el proyecto, hagamos la banda de sonido de esa película, de esa obra de teatro, hagamos esa exposición, enmarquemos con los marcos que haya. No tengo la plata para pagarle a un enmarcador, ¡porque sale un huevo! Solamente los chetos que van a ArteBA tienen la guita para enmarcar, o sino los hacen pegar con chinche, sus obras. Es también el mundo de las artes plásticas.
Ahora tenés un catálogo y dice más grande el nombre del curador que del artista. Que encima se lleva un porcentaje de la venta de la obra, que también se lleva la galería. ¡Es una locura boludo! ¿Cómo es? “Curador”: mirá la palabra, “cura”; yo no quiero que me cure nadie. Y además no quiero curas. En todo caso sí de los que me caen más o menos bien.

“Para mí en términos políticos, y de accionar artístico, prefiero siempre equivocarme y mover el avispero e invadir la trinchera del enemigo, que quedarme a pensar si está afinada mi guitarra. No me rompan los huevos, vamos, hagamos el disco, hagamos el proyecto, hagamos la banda de sonido de esa película, de esa obra de teatro, hagamos esa exposición, enmarquemos con los marcos que haya”
Hace años que jodo con esto y tengo gente que hace curaduría, que son un amor y son conscientes de esto y de cómo se instala el negocio y cómo se vende, ¿viste? “No, porque este curador…”. Dale, por favor. Muchos conocen tres párrafos de la biografía de Warhol nada más. Les hablás de Quino y te dicen “no, el dibujo es un arte menor” ¿Qué?
Y con este nuevo disco que vas a sacar, ¿cuál es tu idea? Hablabás recién del concepto de volver a la banda, de volver a generar algo más.
Todos mis discos solistas son con banda, salvo excepciones. En algunos temas han sido cancionísticos, más guitarreros, me refiero a una cosa más acústica. Pero siempre suena banda: siempre batería, bajo, vientos, orquesta, miles de teclados; muy influido por cosas como La hija de la lágrima, por la música clásica, por Brian Eno y y Bowie, esa etapa berlinesa. Que me atraviesan por la música Latinoamericana, por el Cuchi Leguizamón, por muchas cosas así.
Y este disco nuevo que a mí me gusta contar, pero no para hacerme el banana. Si yo tuviese miles de millones de dólares y canchereara, diría “no, porque es mi disco número trece”. Pero lo digo porque es el recorrido. Es posta mi número trece. Y además el “13”. Y se llama Nubosidad Bailable. Porque me parece que el clima hoy es una nubosidad bailable, ¿viste?
Es como una turbulencia. Cuando el avión sale, “fuaaa, mierda”, tanto en el despegue como en el aterrizaje, entre las nubes, ¿cómo puede ser que se eleve esto? No entiendo. Y bueno, después la experiencia de ir a Japón. Creo que ya me hice amigo de la aviación. Son muchas horas de vuelo, y además sirven whisky gratis. Y tenía ganas de tener la mirada de alguien con mucha experiencia, alguien que sea de la industria. Me costó mucho elegir, porque no tengo relación o, en todo caso, no tengo una buena mirada con respecto al manejo de la industria y cómo se transforman ciertas cosas, pero sí hay ciertos personajes que me parecen fundamentales.
Dentro de un grupo pequeño de esos productores y gente del sonido, surgió Aníbal Kerpel, a través de Andrés Mayo que nos conectó. Es muy loco, porque yo grabo ahí, en mi biblioteca (la señala), ¿viste? Y las “batas” las grabo ahí en lo de Conforti, y las cuerdas, los arreglos, los hace mi amigo Enrico Barbizi que es de Córdoba. Un cancionista clásico de allá que los graba con gente de Córdoba y me lo manda. Y todo eso se lo mando a Aníbal para que vaya viendo en Los Ángeles.
La devolucion fue muy fuerte. Porque primero se entusiasmó mucho. Me dice “yo te conocía o te tenía de por ahí, pero me puse a investigar”. Y a mí me dijo algo que me emocionó, lo mejor que me pueden decir: “me quiero quiero sumergir en ese viaje, quiero tener la experiencia de estar ahí”. Nunca en primera instancia se habló de dinero, ¿entendés? Él me hizo una devolución de mi disco, me dijo que estaba directamente del tomate. Me dijo, “la cantidad de obra que tenés, boludo, es impresionante y lo variado, y la postura que tenés ante todo”. Así que estoy en proceso de eso. Ese entusiasmo de una persona con tanta experiencia, de que cuando le pasas el material, te remarca las cosas buenas y todo lo que está en efervescencia primero. Y en todo caso después te dice, “che, pero acá me parece habría que correr esto”.
Siempre, insisto, laburando con mi amigo y técnico de hace 18 años, que es Eduardo Bazán, con quien hago todas las grabaciones y las ediciones y las premezclas. Hemos elaborado muchos discos, hemos producido discos. Y que Kerpel le diga “tu laburo es impecable”, siendo alguien que está en un cuartito “así” en Parque Centenario. A mí me llena el corazón de alegría, de orgullo. Es el ritual. la pertenencia con la gente, con determinadas personas, lo colectivo.
Mi amigo que graba saxofones hace no sé cuántos discos ya. Desde Viajantes, que hicimos la banda con Dacal, Onís y Juan Jacinto en el 2009 hasta ahora. Fran Huici, saxofonista de puta madre. Le grabo con la voz, y él va y lo graba, ¿viste? Toda esa cofradía. La importancia de la escucha de los amigos. Los más cercanos. Sofía escuchando en sus caminatas, que dice “mirá, tal cosa” ¡Wow! Para mí eso es valiosísimo. No tengo algoritmo que pueda superar eso, y me parece que hay que instalarlo cada vez más. Es una forma de hacer política también.
Me imagino que en los medios también pasa lo mismo. No es lo mismo preguntar una cosa que otra. No es lo mismo obviar una pregunta, que no hablemos de las cancelaciones. De por qué supuestamente las radios progresistas no pasan a los cantautores nunca, porque se metió todo en una misma bolsa. Insisto, las revoluciones son desprolijas, y está bien en un punto. Pero trajo consecuencias negativas y positivas. La historia era ganar derechos para mejor, para que los seres humanos estén mejor.
Yo me pregunto, por qué no se puede meter más nuestra música en otros lados. Todos mis compañeros tienen hits, sí, tienen hits. “No, porque esto es poco radiable”. ¡Las pelotas! Hay un montón de canciones dando vueltas por todos lados. Con las estructuras un poco más largas, con estructuras un poco más complejas, ponele. Lucio Mantel tiene unas canciones preciosas, boludo, ¿cómo puede ser que él no suene en alguna radio? En la de Tenembaum (Radio con Vos). ¿Cómo puede ser? Tenembaum nos seguía a Los Cocineros, nos iba a ver. Te estoy hablando de hace 20 años. Nos pasaba, nos invitaba. ¿Cuál es el temor?
Es un chiste, aclaro, pero cada vez que pongo La Mega parece que está sonando Guasones o La 25.
Totalmente o Divididos. Está perfecto, que suenen los Guasones, y los que sean también. El problema son los espacios, ¿cuál es el espacio que le vas a dar de verdad a lo nuevo? A lo nuevo entre comillas, a lo “otro” que se queda fuera del mercado. Tengo gente cercana que más o menos está conectada ¿viste? Y nunca veo en medios tradicionales que les hagan una nota. Que se jueguen a hacerle una nota a esta gente. ¿Convocan? Sí. ¿Qué sé yo? Yo lleno un lugar de 200 personas. Lucio Mantel también. No me parece poco. Lo haré dos veces por año, una vez por año, cada año. ¿Cuál es el problema? Ahora, viene una estrella internacional, que viene una vez cada diez años, y le hacés 850.000 notas y le das una relevancia…
Vos hablabas de hits. Creo que cada vez más los hits se fabrican. No es que realmente los temas son tan buenos. Va por otro lado hoy, si se “pegó” o no tal cosa. Entonces es como que termina siendo medio un simulacro.
Hay una fórmula previo a esto. Sabíamos que había una fórmula. Me acuerdo, con figuras como Shakira o Juanes, que ya tenían una estructura, de por qué ese acorde menor entra ahí, con determinada palabra para que funcione. Y ni siquiera estaba el mundo algorítmico. Era una cuestión de estadísticas, ¿no? De cómo funcionaban las canciones.
Eso nuevamente el algoritmo lo vino a reemplazar. Y sí, el objetivo es sobrevivir en un país con una desigualdad como la que hay. Han logrado que los pibes hagan una maquinita de repetir y repetir y repetir lo mismo, y lo mismo y lo mismo. Y me parece un poco desclasado, ¿viste? Me parece un poco raro. Salvo excepciones. Después están los modernos, los que desprecian la música popular. Porque acá no se trata de decir, “ay, voy contra lo popular.” No. Acá a mí lo que me molesta es el manejo de las industrias y los poderosos.
Los pibes hacen sus traps y juegan a eso y los enganchan. Y ellos deciden si quieren o no ser parte del juego. Yo voy más arriba. A mí lo que me molesta es el manejo de los superiores en cuanto a poder. No voy en contra de ellos. Sí me me enoja cuando veo que están haciéndoles el juego y siendo parte de una cosa muy vacía, muy poco rica. Y no me vengan con lo de “viejo meado” o con “andá a escuchar Led Zeppelin o andá a escuchar Los Chalchaleros”. Escucho 400.000 cosas y mucho más, y cosas más modernas. Mi hermana que vive en Italia, hace muchos años, vino de visita en el 2000, y me dice, “mirá esto”. Era un trap superpolítico, de cuando gobernaba Berlusconi todavía. Y era saladísimo, muy margineta. Me voló la cabeza. En contra del ritmo y más retrasado.

“Han logrado que los pibes hagan una maquinita de repetir y repetir y repetir lo mismo, y lo mismo y lo mismo. Y me parece un poco desclasado, ¿viste? Me parece un poco raro. Salvo excepciones. Después están los modernos, los que desprecian la música popular. Porque acá no se trata de decir, ‘ay, voy contra lo popular’. No. Acá a mí lo que me molesta es el manejo de las industrias y los poderosos”
Celebro que haya una industria de gente joven, no voy en contra de ellos. Eso quiero que se entienda. No es ir contra estos pibes. Insisto, a mí lo que me hincha las pelotas, como me ha hinchado en otras épocas también, es lo que antes era el famoso “mirá cómo le están poniendo guita al tema este en la radio”. Uno no tenía plata para que te hagan girar en la radio. Es la estructura superior, esa cúpula, el ojo del gran hermano.
Y además me genera un poco de temor, porque, digo, el futuro que viene es espantoso y lo que estamos viviendo es espantoso. Pero me parece que no nos queda otra que pararnos aún más, hacer más cosas, ser más productivos. No por la productividad misma, por ser máquina de hacer chorizos, sino como frente. A mí me interesa trabajar con mis sonidistas de todos estos años. No puede ser que no te dejen entrar con un sonidista propio en un lugar. Es insólito. “No, porque acá tenemos”. Bueno, pero yo quiero trabajo con mi sonidista. No es un problema. O en todo caso, si es un problema, no tengo que tocar en esos lugares.
En eso de la producción que hablaste recién, hay toda una cuestión del elemento como algo nostálgico. Como ir a una época, como algo que te construye a vos mismo, como un ritual dentro de la herencia en el hacer que está inculcado por tus viejos, y en todo eso hay una gran diversidad de actividades, disciplinas, todas relacionadas con lo artístico, que obviamente son un montón. ¿Cómo te vas encontrando con eso a través del tiempo? Si es que construís todo una vez y vas edificando de a poquito y después cuando llega el momento la desarrollás, y cómo linquea toda esa nostalgia, ese crecimiento, con una parte oscura y autodestructiva que también debe haber.
Sí, lo autodestructivo sí. Soy de un de una generación, más allá de lo que me toca como singularidad, que estuvo desde muy joven con algunas depresiones y metiéndome algunas cosas que hacen mal. Pero he sabido salir de ahí con mucho dolor y mucho esfuerzo, porque justamente me llevaban un lugar de tal desolación, que no me permitía ver el recorrido y el ritual.
Y es un luchar diario ese que tengo: depresiones, fobias, tratamientos, alguna internación. Estoy por cumplir 50 años y un poco se relaciona el ver para atrás y sentir que toda esa construcción al final del camino ha sido un enorme colchón, una frazada, ¿viste? Un lugar de cobijo para atravesar la vida que me ha tocado. Me impresiona cumplir 50 años, en el buen sentido, porque me alegra estar cerca o en todo caso más cerca -no sé cuándo será- de algo desconocido. A mí no me da miedo morir. Me intriga mucho.
Yo le hablo a mis muertos: parientes, a mis amigos. No sé si andan por ahí. Hay algo de renovar y de la vitalidad que me da recordar a mis viejos metiéndose en una iglecita, así, en medio de la Puna, para bajar de un retablo una virgencita que era una pieza excepcional de tal siglo, y después meterse en los archivos para buscar eso con entusiasmo. Ese gesto político de “vamos a salvar nuestro patrimonio porque sino se lo roban” o viene un extranjero de Europa y se lleva medio retablo dorado en la quebrada de Humahuaca o de cualquier lugar de la Argentina, y no puede ser que sea así.
Entonces, estas ideas, esta forma de construir, eso que hicimos con los cantautores o los cancionistas en el Coliseo, toda esa movida, toda esa generación que Cromañón le pegó un piñazo y tuvimos que reinventarnos, los que no estuvimos radiados pero tenemos reconocimiento, y nos dicen, “che, qué bueno lo que hacen, pero no tengo espacio para vos”. Es muy loco eso. Decís ¡mierda! No hay espacio. Cuando supuestamente la web es infinita en espacio ahora. Bueno, todo eso sigue siendo estimulante. No nos puede detener la realidad y la crueldad del algoritmo. Esa esvástica que se forjó circularmente.
