Literaturas

Cuerpos para odiar | Una escritura monstruosa contra el lenguaje del poder

La escritora, poeta y activista chilena Claudia Rodríguez delinea las huellas de los cuerpos trans invisibilizados y olvidados por la memoria, en una escritura silvestre, audaz, que recrea una propia forma de estar en el mundo frente a quienes eligen el odio como pedagogía social.


Por Marvel Aguilera.

“Aunque ni siquiera lo entendamos ni lo imaginemos, el no saber leer ni escribir nos construyó como cuerpos para ser odiados”, dice Claudia Rodríguez, poeta chilena, escritora, activista y referente del movimiento trans latinoamericano. El cuerpo y el odio parecen mimetizarse cuando lo que se manifiesta no encaja. Cuando los parámetros del sistema capitalista y su dogma de lo “natural” parecen encontrar rupturas, disrupciones o, como la propia autora sintetiza, “errores”.

Hay algo que en la identidad travesti que no se erige desde la rentabilidad de los cuerpos en el mercado, que avanza desde la marginalidad, lo informal, lo inadaptado, lo que no busca complacer en el plácido guion cis que se reproduce, una y otra vez, en la lógica del consumo. ¿Es acaso la identidad travesti una reacción política emergente frente a las dinámicas individualistas que nos coercionan desde el optimismo más rampante? ¿Cómo se narra sobre un cuerpo invisibilizado, pero asimismo, flagelado por años de violencia, estigmatización y negación sistemática? ¿Es la poesía la apertura para trascender el lenguaje normativo del odio o es una mera herramienta viciada por las normalizaciones patriarcales?

“Con una prosa que despliega los límites del lunfardo y la poética de las imágenes descritas, Rodríguez nos habla de transformaciones que dan luz a la vera de las oscuridades de lo externo”.


En Cuerpos para odiar (Barrett), Claudia Rodríguez nos adentra en un mundo íntimo donde el lenguaje se impregna de lo impredecible, del rechazo a la solemnidad típica del narrador de biblioteca, de una historia de hostilidades e inquisiciones que forjaron los cimientos de las palabras.

Allá en el sur de Chile, en un paisaje agreste de sol pleno y hormigas que bifurcan los caminos, Claudia nos cuenta una historia personal que, a su vez, sintetiza una historia colectiva: la de los “guachos analfabetos”, la de los hijos caídos a un mundo que no los deseaba. Uno donde la imaginación es un arma de resistencia frente al lenguaje de los amos, de quienes tiene la potestad de humillar y “civilizar” lo extraño, lo que atemoriza, lo que genera una amenaza a sus aspiraciones de control. Claudia nos habla además de cientos de mujeres borradas de la historia, anónimas que transitaron rumbos silenciados.

“El lenguaje calló y lo destruyó todo a su paso, arrancándome de ser niña para dejarme escupía en este mundo rajado en dos, y a mí despreciable”.

Claudia Rodríguez

Con una prosa que despliega los límites del lunfardo y la poética de las imágenes descritas, Rodríguez escribe sobre las transformaciones que dan luz a la vera de las oscuridades externas: la dictadura persecutora que confina a la sociedad a una represión identitaria y las violencias de clientes que transitan la noche en busca de una “muñeca” con la que saciar su deseo oculto. El activismo y la noción de lucha florecen casi como un acto reflejo de vida: construyendo una potencia política que trastoca el deber ser a través de lo que es por emergencia silvestre. Rodríguez se ubica en la línea de “escrituras arrebatadas, feas y monstruosas, resentidas”, como una impronta de vida frente al instinto de muerte acuciante que replican los discursos en un Chile todavía sumergido en sus propias impotencias sociales.

“El activismo y la noción de lucha florecen casi como un acto reflejo de vida, construyendo una potencia política que trastoca el deber ser a través de lo que es por emergencia silvestre”.

Lo que trasluce Cuerpos para odiar es ese sentido comunitario forjado en la lucha travesti que traza una red de sensibilidades compartidas; sensibilidad frente al dolor de cuerpos ultrajados, de cuerpos en clandestinidad, de cuerpos deseosos de pasión, ocultos y desobedientes que fluctúan entre la esperanza y la muerte. En esa suerte de domesticación del mercado con los cuerpos, Claudia repasa las huellas de su cuerpo como una historiografía no oficial de una sociedad muda, la de travestis muertas a temprana edad, por inyectarse hormonas y productos de baja calidad, por la turbulencia de vivir en una noche picante, repleta de maldades, reyertas y perversiones por doquier con la única intención de sentirse parte de un sistema que las considera una falla.

Rodríguez, que ya en su prosa impregna de poética los aconteceres de una suerte de crónica fulgurante, recrea en Dramas Pobres y en el Manifiesto Horrorista (presentes en la edición de Barrett), un pequeño universo literario donde pasado, presente y futuro se yuxtaponen en un sendero de imágenes conectadas. Allí transitan la desigualdad, la soledad, el faro estético de Marilyn Monroe, y el sexo como intercambio cuasi farmacológico para una sociedad desbordada por las estimulaciones.

Por otro lado, la discriminación, la pobreza y el fascismo se muestran en su faceta imperante: germinando un resentimiento que es canalizado como forma de activismo e identidad. Porque, como narra la autora, hay un hambre que va más allá de la ingesta, que ciñe los cuerpos en su necesidad intrínseca de hablar, de poner palabras en sus líneas, en sus bordes, en las opacidades y luces de una piel que dice por una y también por todas:

“Todo el mundo dijo que nadie me podría llegar a querer, pero como una sorda, como una travesti estúpida incapaz de leer el mundo, me hice la linda. Y aquí estoy, hambrienta. Aprendí a copiar el maquillaje de la burguesía para ocultar mi hambre y mi necesidad de amor (…) Así aprendí a hacerme la linda, tragando sangre, alimentándome de la sangre de los hombres que me dejaron desangrando, solo porque quizás algo iba aprendiendo de ellos, algo que ellos dieron por descontado: que se puede ser una travesti pobre pero resentida”.



Claudia Rodríguez
Cuerpos para odiar
Barrett
2025

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