Vértices

Gastón Massenzio: “La música tiene que ser una forma de buscar despertar conciencia y resistir”

El músico y compositor, acaba de publicar Ucaln, un disco que piensa la sonoridad como un modo de habitar y volver a poblar lo que nos conecta: los lugares, los vínculos y el tiempo que compartimos. Un derrotero por los senderos que lo llevaron del indie a la introspección musical. Mantras, equilibrio zen y una resistencia colectiva contra la lógica algorítmica que desdibuja lo sagrado.


Por Marvel Aguilera. Fotos: Dante Fernández.

Cerrar los ojos, aunque todo esté a oscuras. Esa sensación de rozar la nada misma parece ser el punto de partida del encuentro con Ucaln, el nuevo disco de Gastón Massenzio. En el Teatro Ciego, el espacio en donde el músico eligió darlo a conocer al público, las sombras desaparecen, en todo sentido, para desvelar una desnudez plena. Nadie tiene nada que esconder. Ni con filtros ni con maquillaje. Ni con muecas ni con posturas erguidas. Todo está servido a la imaginación de un sonido que envuelve las paredes con instrumentos que van tocando fibras adormecidas. Lo surreal y lo nostálgico se cruzan y por momentos son una sola energía. Cada canción de Gastón descansa en imágenes, invisibles pero tangibles, que bordean la oscuridad hasta dar con un lugar cercano, uno que siempre quisimos habitar hasta la eternidad.

Dicen que a veces la música empieza mucho antes de ser tocada. Con Gastón comenzó en una casa de La Paternal, donde una guitarra con pocas cuerdas reposaba apoyada contra un ropero y, más arriba, una trompeta reluciente —custodiada por una abuela que la lustraba como si fuera de porcelana— que parecía contener una genealogía sonora. Él había nacido en Tolosa, en La Plata, pero su infancia quedó partida en dos: los primeros recuerdos entre los abuelos paternos y las calles tranquilas del barrio platense; el resto, esa vida austera y luminosa en Artigas y César Díaz, donde su madre, partera y cantante, trabajaba sin descanso para criarlo junto a su hermano.

En ese departamento porteño, antes de que aparecieran las computadoras y los teléfonos que concentran todo, la música era un rito. Gastón aprendió a escuchar así: tirado en una cama, mirando el techo, dejando que los cassettes de Queen, Elton John o los Carpenters marcaran el pulso de las noches. Era el tiempo de las cintas A y B que obligaba a esperar, del disco que se oía de principio a fin como si fuera un viaje irrepetible. Cada escucha era distinta. Allí, intentando imitar a Freddie Mercury, descifrando letras con el único pulso de su razón, probando los sonidos resguardados de la trompeta de su abuelo, la música, poco a poco, dejó de ser una proximidad para pasar a ser un destino posible.

La vida avanza “como un jenga dentro de la cabeza”, comenta Gastón. En su memoria quedan la escuela pública, la voz de su madre, los instrumentos silenciosos esperando en una habitación, y aquel descubrimiento íntimo: que una canción podía ser un hogar completo. No es casual que esta noción de habitar en la propia música haya sido uno de los ejes centrales de Ucaln, su último disco instrumental, inspirado en el pueblo de su abuela, pero también por una corriente que Massenzio, en clave zen, parece dispuesto a confrontar con herramientas más nobles que el algoritmo y la inteligencia artificial: la idea del encuentro con el otro. Una idea que, paradójicamente, hoy parece ser un gesto de desobediencia.

En su departamento de Coghlan, Gastón prepara un mate que hace poco le regalaron por su nuevo disco. Entre un derredor de instrumentos, libros de filosofía y budismo, y un sol tardío que se filtra sobre la ventana, una frase de Javier Galarza, un excelso poeta y amigo de Gastón, fallecido hace algunos años, surge en medio del diálogo: “No es lo mismo estar en la tierra que habitar la tierra”. Esa noción parece volver repetidamente, como los mantras que el propio músico dice haber seguido durante la composición del álbum. Es que no se trata de tierras, humedales o caminos enlodazados a la vera de alguna ruta, sino de una sensación que crece interiormente, ¿estamos desconectados con la realidad? ¿Es acaso nuestra hiperconexión un simulacro de domesticación emocional? Hablar con Massenzio, al menos bajo esa premisa, parece llevarnos a un lugar mucho más intimista que el de la industria cultural o los festivales de música, sino uno curiosamente metafísico: donde el lenguaje y las ideas surcan los meros parámetros de un intercambio para aunarse en un lapso espiritual, pequeño, como si nos encontráramos una y otra vez en lugares que nunca transitamos juntos, pero que ambos sabemos como llegar.

Revista ruda


La primera vez que leí tu nombre o escuché algunos temas tuyos fue cuando estaba empezando a estudiar periodismo en TEA y me interesaba la música. Al ser del oeste, quería ver qué está pasando allá y ahí conocía a varias bandas independientes que entrevisté. Había un sello que nucleaba muchas, Fuego Amigo, ahí fue donde escuché algo tuyo. Pero, ¿cómo llegaste a esas canciones, cuál fue el recorrido hasta eso?

Sí, Fuego Amigo fue el primero que me editó. Tuve una etapa en mi infancia y en la adolescencia, donde empecé a estudiar, a conectarme con los instrumentos. Primero, a tocar el teclado. Tenía un órgano y tomaba clases, y empecé muy entusiasmado, pero mi profesor a los pocos meses de empezar se enfermó y falleció, y quedé muy afectado. Estuve varios años sin tocar el teclado y el piano, había quedado muy angustiado, y ahí empecé a tocar la guitarra y descubrirla a través de bandas que me gustaban mucho, como Nirvana.

A sacar las canciones, a aprender acordes. Y cuando me quise acordar, sin pensar en qué quería el día de mañana, estaba ahí con un primer año de secundario ya con una banda ensayando, y fue lo que me acompañó siempre. Toda mi secundaria era tener una banda, tener otra, siempre como guitarrista, después con el teclado o piano, pero todavía no componía mis canciones o no me animaba a componer mis canciones. O si componía algo, me daba vergüenza mostrarlo. Entonces, me llevó un tiempo hacerme cargo de que quería hacer mi música.

Me acuerdo de empezar a estudiar ya de más grande con algunos profesores y ver distintos lenguajes, pero pasó un tiempo hasta que uno de los profes que tuve me dijo, “che, todo bien con que estés estudiando acordes, escalas, modos, pero si vos querés hacer tus canciones, hacete cargo.” Como que un poco me despabiló. Al principio quedé medio shockeado, y después me di cuenta que tenía razón. Yo estaba ahí viendo qué hacer con una técnica, con un profesor, con otro, y demás. Era muy autodidacta, me costaba mucho ir al conservatorio, entonces era medio anárquico en el fondo y buscaba guías, pero lo que quería en el fondo era hacer mi música y me costaba darme cuenta de eso.

¿Ya era una época en que uno podía producirse su disco?

Sí, era una época en la que podía podías grabarte en tu casa. Yo tenía que terminar de vencer algo dentro de mí y darme cuenta de que quería eso. Entonces, dejé de ser el guitarrista de una banda o el tecladista, que es algo que me encanta y lo sigo haciendo, pero también iba a hacerme cargo de que quería generar mi propia obra. Tendría 20 y pico, me acuerdo. Y bueno, ahí empecé a componer mi música, a hacer mis discos, mis canciones. Sí, de esa manera fue que surgió.

¿Y cómo salías a tocar siendo solo vos y tu música?

Bueno, fui conociendo gente. Tenía mis canciones y empecé a darme cuenta de que estaría bueno grabarlas. Me pasaron con una persona que tenía un estudio de grabación y me junté con él. Yo estaba tocando por ese entonces con Fernando Kabusacki en unos ciclos a los que él me invitaba para la música de películas mudas.

Venía estudiando con Fernando desde hacía varios años. Estaba en un proceso de aprendizaje de la técnica esta de “guitarcraft”. Y bueno, él me invitaba muy seguido a tocar ahí. Lo conocí por Lucas Herbin, que es un gran baterista. Compartíamos todo esto de musicalizar las pelis y cuando yo tenía las canciones grabándose, Kabusacki se sumó conmigo a tocar. Toqué mucho tiempo con él en esa época y con Lucas Herbin en la batería. Me acuerdo que Hernán De Micheli era el dueño de ese estudio de grabación y fue quien me grabó el disco, y se sumó en el bajo. Entonces, de golpe, tenía la banda armada, ¡una bandaza!

Entonces, le mandé las cosas al sello Fuego Amigo discos cuando estaba grabándolas y les encantaron, y ahí me lo editaron. En esa época además salían en CD. Tenían una feria de discos, y muchas fechas. Tenía fechas donde tocaba solo con la guitarra, algo más chico; fechas con Kabusacki; y después una banda completa para algunas fechas más grandes. Tocábamos mucho. Eso fue mi comienzo como solista, allá por el 2011, con Fuego Amigo Discos.

¿Qué era lo que más te inquietaba respecto de lo musical?

Componía mucha música que iba por un lugar más del folk, más norteamericano, una cosa del indie. Estaba muy este enganchado con eso y me acuerdo que toda la primera época componía en inglés las letras. Para mí, que estaba empezando a hacer mi música, que venía hacía poco tiempo haciendo canciones y letras, era una buena manera de poder decir lo que quería sin sentirme tan expuesto.

Bueno, ahí te asociaban con Eliott Smith.

Claro, era muy de Nick Drake (soy muy fan), y en esa época toda esa música me tenía tomado, directamente tomado. Me parece que lo de Elliott Smith es algo único, porque es un manejo de la sensibilidad a un nivel superlativo, una estética con un sutil manejo de las armonías, unas letras; una persona con unas influencias increíbles. Y me parece que el mundo que yo descubro en él fue profundo, como también me pasó con Nick Drake, pero con Elliott Smith realmente no podía creer lo que estaba escuchando.

Y mientras más pasaban los años, tenía la vara muy alta para todo lo demás que escuchaba. Me parecía increíble su estilo de tocar la guitarra: ese fingerpicking extraño que tenía, esa cosa folk, esa cosa de Beatles, de Harrison. Hizo una cosa muy de los 90 también que a mí me gustaba de antes. Yo escuchaba, pero escuchaba grunge, escuchaba Nirvana, pero eso me pareció algo tan profundo y tan revelador que, de hecho, siento que aprendí mucho a tocar la guitarra por lo que escuchaba de él, y aprendí mucho de armonía recorriendo su música, una complejidad única.

Yo había hecho un disco tributo de él, tendría 20 años. Lo primero que empecé a grabar fue un tributo a Eliott Smith, porque estaba tocando tanto las canciones que no sabía qué hacer con ellas, y bueno, “vamos a exorcizar un poco esto grabándolas”. Ese fue mi primer disco. Después empecé a hacer mi propia música, fue como un exorcismo inaugural. Las letras siempre hablaban de la vida, de la muerte, del amor, del desamor, de la felicidad, de la soledad. Siempre esos lugares. Y hay algo que siempre me acompañó y me acompaña, pero que tenía que ver con lo onírico. El mundo de los sueños atravesando la realidad. Es una cosa que me sigue pasando. Me doy cuenta que hay algo muy rico en el mundo de los sueños que siempre me interpela en mi vida y que, en algún aspecto, de una u otra manera, me atraviesa en la música.

Es como que voy a buscar algo del mundo de los sueños que me traigo para cuando estoy despierto o viceversa, que hay algo de este mundo que después me lo llevo ahí, y vuelve. Y cuando estoy trabajando en composiciones o música, me pasa que empiezo a soñar muchísimo, y empiezo a soñar con fragmentos de cosas que todavía no compuse o las compongo dormido y me despierto y lo grabo.

“Me doy cuenta que hay algo muy rico en el mundo de los sueños que siempre me interpela en mi vida y que en algún aspecto, de una u otra manera, me atraviesa en la música”

¿Soñando vos escuchás música que después lográs grabar?

Sí, escucho muchísimo cuando sueño. Me vienen melodías, me vienen letras, me vienen canciones. Se corre ese límite entre estar despierto y estar dormido. Es un proceso de mucha inspiración y me pasa cada vez más. Entonces, cuando estoy en algún proceso compositivo, me doy cuenta de que algún tipo de portal se abre: yo me voy a dormir quizás con algo que estoy creando en mi cabeza, y más allá de que me duerma y sueñe o tenga otras cosas que hacer, se me resuelven cosas o preguntas y respuestas.

Cuando compuse este último disco, yo llegaba a mi casa y me ponía a grabar en una parte del estudio, que tengo acá las maquetas, y no quería usar la computadora. Agarraba la guitarra y me ponía a armar una base, que por ahí hacía con la guitarra en alguna afinación abierta. Iba corriendo las afinaciones y encontraba alguna que me gustaba y empezaba a hacer un mantra, como una cosa medio en loop, algo circular. Hasta que encontraba que estaba pasando algo bueno con eso, algo que quería repetir. Ese era como el filtro natural. Cuando algún juego melódico, armónico, algo que esté haciendo se queda conmigo, es como que pasó una prueba y ya tiene otra importancia.

Entonces, cuando lograba dar con algo que me parecía importante, lo venía a grabar acá y después empezaba a buscar una melodía que ya estaba presente quizás o la buscaba después. Y cuando tenía algo cercano a una maqueta, me hacía una bajada y me lo pasaba al teléfono y salía a caminar. Iba escuchando esto por acá, de noche, volvía, iba, venía. Hacía eso casi rutinariamente. Después, me acostaba a dormir en la noche, cansado, porque había caminado mucho a veces, y soñaba con esta música, y por ahí terminaba de resolverse algo. Me aparecía una melodía o me despertaba y me venía acá y lo grababa a mitad de la madrugada, no sé, con el metalofono o la grababa con el ronroco, y le volvía a agregar una capa. Y al otro día, volvía a hacer lo mismo. Entonces, siempre incluía esto de soñar, pensar, encontrar algo en sueños o alguna idea que me aparecía ahí.

Sobre este último disco, UCALN, leí obviamente la descripción respecto del pueblo de tu abuela, pero ¿a partir de qué momento quisiste componer música pensando en esa historia, pensando en eso que tiene que ver con tu familia y también con tus raíces?

Sí, ese concepto me aparece en la segunda mitad del proceso compositivo del disco y es lo que terminó de impulsar y de motorizar que todo cobre forma. Es entender no solo el concepto, sino al servicio de qué quería poner la música o hacia dónde encausar todo ese trabajo que estaba haciendo.

Yo empiezo a hacer esta música sin saber ni siquiera si iba a hacer un disco, si tenía una finalidad, ¿viste? Como esto que hablábamos, de pensar en función de un disfrute muy grande para una búsqueda interior muy grande, algo que tenía que ver con una nueva etapa en mi vida. Yo había me había bajado de todas las fechas que tenía como solista y estaba muy cansado de salir a tocar mis canciones. Supongo que todo lo que me estaba pasando y lo que estaba pasando a nivel país, lo político, me dejó tan paralizado que no le veía el sentido. Y en ese proceso empecé esa búsqueda interior, de cambiar un poco el eje y hacer esta música. Pero todavía no tenía un concepto ni sabía hacia dónde iba.

De golpe, me puse a hablar con mi abuela y buscar si había algo referente a su pueblo, que es este pueblo de Hucal donde ella nació. Yo sabía la historia, sabía que en el pueblo había dejado de pasar el ferrocarril hacía muchos años y eso había provocado que el pueblo mermara en la cantidad de habitantes y quedara deshabitado. Había una asociación civil que estaba haciendo que la gente fuera a visitar el pueblo y a mí me empezó a resonar mucho mi historia, la búsqueda de mi conexión con las raíces, y un día me puse a pensar en qué pasaría si la música que estoy haciendo pudiera funcionar como un dispositivo para repoblar, si tuviera esa propiedad la música o ese poder. Y eso me cayó como una epifanía.

Porque venía pensando al servicio de qué pongo la música que estoy haciendo, qué me gustaría que generara en otras personas o qué me gustaría que tuviera. Cómo poder llevarlo a un lugar más altruista, más espiritual. También pensaba mucho en el sentido original que tenía la música en las comunidades, ¿no? Para tender puentes, para sembrar, cosechar, para establecer diálogos, para curar. Muchas culturas piensan que la música tiene poderes curativos, determinadas músicas, determinadas afinaciones, incluso, determinadas tonalidades. O sea, el poder que tiene la música o que la gente le da a la música o el sentido que tiene la música para muchas culturas y que tuvo durante muchísimos años, tiene un montón de otras cosas mucho más profundas que a veces lo que nos propone el sistema o el mercado.

¿Y el hecho de que no tuviera voz, que no tuviera letra, eso tiene que ver con esto que hablabas de determinadas melodías y sonidos, que el peso estuviera ahí más en lo que uno pudiera decir?

Sí, porque me parece que la música en sí, la melodía, la armonía, las texturas, la rítmica, dice todo, y no es necesario agregarle letra. De hecho, me gusta una de las cosas que me sucede, por lo general, cuando recibo mensajes por el disco, es que me dicen que les hizo muy bien o que los acompañó mientras viajaban en tren o mientras daban una clase de yoga o cuando salían a caminar o que lo escucharon en un viaje. Y lo que me dicen es que les hace acordar a cosas de su vida o de su historia. Hay algo a veces nostálgico del recuerdo.

Pienso que todas esas cosas que le generaron a personas que me mandan mensajes y me cuentan sobre el disco, para mí no habrían pasado si hubiese una letra. En este tipo de música, para mí la letra la termina de poner el oyente. Es como si fuera un partícipe activo. Me gusta pensar que eso te conecta con vos y con el otro. Eso me fui dando cuenta después y sobre todo porque recibo mensajes diciéndome que les gusta, que les hace muy bien el disco, que terminó de cobrar sentido con esta vuelta.

La primera vez que escuché UCALN -cuando lo escuchás con las imágenes que vos le pones en YouTube- hay una cosa que te remite a la pampa húmeda, a esos lugares que uno imaginariamente construye sobre sobre la Argentina y su tradición cultural. Pero después, con la experiencia del teatro ciego y con muchas cosas que estás diciendo, encuentra una cuestión en lo sagrado y en cierta armonía. Y no solamente lo que hablábamos de volver a habitar y de volver a generar comunidad, sino también, bueno, ¿qué tipo de comunidad? ¿Esta misma comunidad que estamos viviendo de gente que solo está mirando su celular y su propia individualidad u otro tipo de comunidad que vuelva a recuperar una cuestión de la mancomunión?

De todo eso me fue cayendo la ficha, de que había como un doble fondo de sentidos al respecto de lo que yo quería hacer; de la inspiración, al servicio de qué lo ponía, y dónde estaba mi deseo también.

Creo que es su súper acertado eso, porque si hay algo que sucede es que parte de la sociedad está adormecida. Todo esto de mirarse el ombligo, estar desconectados estando conectados, ¿verdad? Estar con dispositivos o mirándose a sí mismo o con esta competencia del sistema, este individualismo atroz tan del sistema. Ni que hablar del paradigma libertario ultraviolento. Y me gusta pensar que, bueno, es parte de un adormecimiento, y como todo aquello que está adormecido, también tiene la propiedad de despertarse.

Porque hay que apostar a que se puede despertar, generar conciencia desde muchos lugares. Me gusta pensar que la música es un lugar más para aportar, ¿no?, desde el lugar que en el que uno cree que puede hacer algo que valga la pena. Yo me acuerdo que el año pasado me bajé de las redes sociales: me desinstalé twitter, por ejemplo, que a mí me gustaba mucho, pero que tenía una adicción importante. Me di cuenta de que todo lo que podía ofrecer ahí, además de quemarme la cabeza, eran chicanas o ironías. Hacer un chistazo que se viralice, como me pasaba mucho, y digo: “todo bien con esto, pero para qué”.

Creo que también uno piensa lo zen como una cuestión casi de no lucha, y yo creo que al contrario. porque incluso vos estás arriesgando, porque venías de discos anteriores que tenían una apuesta mucho más comercial si se quiere y este es mucho más intimista, en un momento donde todos piden espectacularidad, entonces, digo, también es una resistencia tuya.

Quiero creer que mi búsqueda también, en el fondo, es una resistencia. Porque no sé si tengo exactamente las palabras para saber hacia dónde voy, pero sí que es una resistencia y es una actitud política, y tiene que ver con la manera con la que yo me conecto conmigo mismo. Es la manera en la que después voy a poder conectar con los otros.

Entonces, es lo mejor que puedo hacer con el arte, con mi música. Que surja de un proceso de búsqueda y que tenga un sentido, y que ese sentido conecte con el del otro. Nada más lejos del individualismo o de querer no resistir ante esta época. El arte, la música, tiene que ser una forma de buscar despertar conciencia y de resistir.

“Quiero creer que es mi búsqueda también en el fondo, es una resistencia. Porque no sé si tengo exactamente las palabras para saber hacia dónde voy, pero sí que es una resistencia y es una actitud política, y tiene que ver con la manera con la que yo me conecto conmigo mismo. Es la manera en la que después voy a poder conectar con los otros”

Y también esto del posicionamiento político no tiene necesariamente que ser desde lo explícito, de lo panfletario, porque es una mirada que termina siendo retroalimentada por el mercado. Sino que va por otro tipo de vía, ¿no?

Parece que sí. Si uno quiere conectar con el otro, por ahí lo panfletario nos va a hablar solamente a los que opinamos y sabemos que estamos parados en determinado lugar. Es como esto de los tweets, no va a saltar nunca el cerco. Me parece que hay que buscar apelar a igualdades más profundas o reconectarnos desde otro lugar, incluso para despertar conciencia en aquellos que están adormecidos y que están parados en un lugar de que -me gusta creer- que también se puede correr. Que también seguramente te acerca a personas que por ahí no piensan lo mismo que vos en un sentido político, pero que han transitado experiencias en común y visiones en común, y es una forma de generar algo colectivo de nuevo.

Entonces, uno cree que está ejerciendo su libertad y la verdad es que no trasciende el mensaje, no hay algo que interpele, porque estás en un nicho atrapado pensando que estás llegándole a todo el mundo, encorsetado. Eso pasa, como un encorsetamiento, ¿viste? Y me parece que la clave es esa, buscar conectar a otro nivel con gente que quizás puede no pensar igual que uno en determinados temas. Sobre todo porque va a haber que reconstruir todo esto después. Y vamos a tener que reconstruirlo todos. Los que no fuimos partícipes de este proceso político y la gente que por diferentes motivos se equivocó y le puso un voto a esto que está pasando. Pero bueno, ¿qué hacemos después? No podemos quedarnos en el “viste yo te dije” o “aprendan a votar la próxima”.

Pienso también en estas devoluciones. Tiene que ver con que esas melodías, lo que vos tratas de decir sonoramente, también logra filtrar en personas que por ahí están avasalladas de sobre información, de polarización, de un montón de cosas que le están pasando, y a través de la música logran volver a conectarse con algo muy íntimo: un recuerdo de la infancia, algún juego que hacían con sus amigos, con sus padres, la casa que tenían de la abuela. Son como recuerdos que uno pone en un cajón y se olvida, porque la realidad no te permite.

Fuimos siendo llevados de la mano a una alienación que, disfrazada de la vertiginosidad del día, encierra muchísima irrealidad. Es una alienación que nos hace vivir en una fantasía, una fantasía negativa. En una distopía que además es ficticia.

Porque también parte de la alienación tiene que ver con creer que tenemos que jugar. Podés hacer un trabajo que no te gusta mucho pensando que con eso le das de comer a tu familia o podés hacer ese mismo trabajo pensando que vas a transformarte en Elon Musk, y que tenés que pasar por encima a toda la gente que está al lado para conseguirlo. Bueno, así vive gran parte de la sociedad: queriendo ser única, exclusiva, ser esa persona especial y enojada porque no la reconocen. Es como una sortija que no vas a agarrar nunca, y todos estamos buscando la misma sortija.

Hablando un poco del lenguaje y de las palabras, pensando en Holderlin y en Javier Galarza, hoy los músicos utilizan la palabra “pegarse” como algo sinónimo del éxito, de viralización. Y pensaba un poco a raíz de toda esta filosofía que menciono, que en todo caso la autenticidad la veo más cerca del desapego que en el pegarse.

Sí, correrse de ese camino. El desapego, el despojo, es clave. Se te cae un velo y dejás de jugar ese juego o te deja de parecer importante jugarlo. Ahí sobreviene una sensación de paz muy grande.

Ahora me dirás la elección del Teatro Ciego, pero pensaba que el disco, en ese ámbito, transmite eso de ir por la ruta y encontrar un camino surcado de tierra y meterte, desviarte y terminar en un pueblo que quizás no conocés. Melodías que te dejan llevar por lo que realmente sentís y te hacen ser lo que sos y no lo que constantemente este mundo de las redes te piden que seas. Eso es difícil, porque es un camino de ripio esa autenticidad.

Hay mucho vértigo en alejarse, ¿no?, de ese camino. La palabra “ucaln” es una palabra mapuche que significa “alejado del camino principal”. Y ese concepto me acompañó un montón, porque parece que si todos nos alejamos de ese camino, el camino que queda se hace el propio.

Todos los caminos alejados de lo principal son el camino propio de cada uno. Me parece que es la manera de salir de la matrix un poco. Decía “vértigo”, pero también a veces uno se ve cercado ante la necesidad de despertarse de ese mal sueño. Y en un momento te ves entre la espada y la pared, y decís, “no puedo jugar determinados juegos. No quiero ser parte de determinadas cosas.”

Puede ser liberador, pero además te encontrás muy rápidamente con un montón de otra gente que está en la misma búsqueda. Siempre es un camino propio que después dialoga con el de los otros. Me acuerdo que Javier Galarza había dicho o citado, que “la tempestad fertiliza”. Y me quedé pensando que son todos estos tiempos tan difíciles los que hacen que aparezcan cosas nuevas muy fértiles: cambios de época, nuevas etapas. Quizás las cosas incluso que creíamos que se habían ido, paradigmas como que el otro importa, o lo colectivo, que todo este tiempo se han encargado de decirnos que no valían, hacen que en el rebote se revaliden aún más. Es como un péndulo, pero un péndulo que vuelve con mucha más furia.

Me da la impresión de que muchos -me incluyo- nos hemos quedado con que hay cosas son parte de otra época, que los tiempos cambian y la música también. Pero quizás solo estaba latente y por X motivo no encontraba la forma de canalizarse. Y vos ves que hay algún recital de rock, y está lleno. Cuando vos pensabas que “ahora la gente escucha otra cosa”. Cuando hay algo distinto, que invita a más ritual social y menos spotify, se llena. También desde otro ámbito, cuando se dice que “la gente ya no sale a la calle”, está la demostración de la marcha por las universidades.

El rock encarnó en su momento, o encarna, la manera en la que nosotros creíamos que podíamos cambiar al mundo, ahí está el tema. Que a través de la música se podía cambiar el mundo. Cosas como el Live Aid fueron uno de los últimos grandes hitos. Acá en Argentina lo vivimos mucho, con fenómenos como Los Redondos. Sentir que la música es mucho más que música, es una “misa”, y es lo que nos va a permitir cambiar la realidad. Y eso está vivo, quizás ahora tenga otras formas, pero está vivo. Y de una u otra manera va a volver a ese espíritu, dispuesto a cambiar la realidad.

Y con respecto a lo político, quienes estamos de este lado del pueblo, sabemos muy bien cómo funciona eso. Incluso no nos podemos olvidar de que acá hubo 30.000 desaparecidos en un plan sistemático de hacer desaparecer al peronismo, de hacer desaparecer a todo aquel que pensara que podía haber un mundo mejor. Y con el genocidio que cometieron, creyeron que iban a borrarnos de la faz de la tierra, y no pudieron.

Y vivimos un proceso político como el kirchnerismo que puso de manifiesto que todo ese espíritu que habían intentado hacer desaparecer, estaba más vivo que nunca. Y de una u otra manera o con distintas formas similares o parecidas, va a estar más vivo que nunca. Es lo que encarna el verdadero espíritu de nuestro pueblo, con sus diferencias, con sus facetas, con sectores populares que por ahí no se encolumnan exactamente ahí sino en lugares más de izquierda, menos o más alineados con el peronismo, pero que son parte de la construcción de lo que soñamos como un mundo justo, equitativo. Me parece que ese espíritu, esa llama, está viva. La han intentado proscribir, hacer desaparecer, la han masacrado y una y otra vez, pero vuelve. Y espero que cada regreso sea siempre un aprendizaje que nos permita no volver a caer.

Sí, incluso va un poco más allá del propio peronismo, hay un gran plan sistemático de destruir la identidad nacional. Esa identidad nacional seguramente tiene que ver con muchos valores del peronismo del 45 hasta acá, pero también con valores del radicalismo de Irigoyen y de otros sectores sociales y populares.

Creo que intentan hacernos perder nuestra identidad nacional, nuestro sentir nacional y eso lo que va a generar un resurgir de nuestra identidad nacional y de todo lo hermoso que tiene este país. Ahora estamos en el fondo de la oscuridad, pero eso va a tener una reacción y está teniéndola. Y más tarde o más temprano, se va a volver a imponer todo lo bueno que tenemos. Espero que ese sea el estandarte con el que nos paremos.

“Creo que intentan hacernos perder nuestra identidad nacional, nuestro sentir nacional y eso lo que va a generar un resurgir de nuestra identidad nacional y de todo lo hermoso que tiene este país”

Vuelvo a la música, porque lo que veo es que hay un montón de músicos como vos -hablamos hace poco con Alfonso Barbieri- que tiene mucha obra y aún así no encuentra los espacios o canales para la difusión (radios, streams, televisión) que no sean sus redes o algún medio alternativo. Y se suponía que en la democratización de la comunicación iba a haber espacio para todos y ves a veces ves lo contrario. ¿Cómo puede ser que gente tan talentosa en el país creativa tenga que rebuscarse para poder generar su propio espacio de difusión?

Sí, me cuesta mucho pensar en por qué. Estamos dentro de la lógica de un sistema y estamos metidos adentro de un domo que tiene estas reglas. Entonces, ¿quién fue el que dijo que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo? Podemos imaginar un colapso o que caiga un asteroide o que venga un virus mortal, pero no podemos imaginar un mundo con otra lógica por fuera de esta.

Entonces, es muy difícil para la cultura, para la gente que tiene muchas cosas para decir, sobre todo si esas cosas que tiene para decir pueden llegar a ser peligrosas para este sistema y pueden visibilizarse. Me parece que estamos dentro de la lógica de un sistema económico y un sistema filosófico donde hacer una carrera, tener una carrera, o “pegarla” como decías vos, son todas cosas que no deberían ser importantes y que nos ponen a todos con la ruedita del hámster a correr. Entonces, hay lugar para unos pocos en esa pirámide. No deja de ser una estafa piramidal, pero es una pirámide también.

Me parece que si hay algo que nos puede llegar a cambiar, es que todo lo que construyamos, lo construyamos desde abajo, entre todos. Es la herramienta que tenemos, conectar con nosotros mismos y con el que tenemos al lado: con tu familia, con tu manzana y tu barrio, con lo que sucede en tu comunidad. Eso se esparce así como el micelio de las plantas. Es una lógica vegetal.

Es muy difícil intentar proyectarse por fuera de lo virtual algorítmico y encorsetado. Es estar en una irrealidad, es la falsa sensación de democratización, la ilusión de la horizontalidad y de la libre expresión. ¿Es libre expresión si yo digo lo que siento, pero nadie lo escucha? Es como la paradoja del árbol que cae en el bosque. Yo tengo la libertad de poder expresarme y decir cualquier cosa. Ahora, nadie me va a ver, lo van a ver mis nueve amigos. A menos que digas algo que amenace al sistema. Ahí sí te van a caer los trolls libertarios y el Estado mismo disfrazado de un usuario de twitter y te va a perseguir, te va a amenazar, te va a sacar tus datos, y te va a proponer escraches.

Cualquier cosa que asome un poco la cabeza y que pueda poner en jaque a este paradigma político o a esta lógica del mercado… bueno, eso va a ser decapitado o va a ser perseguido. Y después vamos a jugar una falso juego de ficción. Entonces, la única manera es -para mí- el cómo me vinculo conmigo mismo. Cómo me vinculo con mi familia, cómo trato a mi hijo, a mi pareja. Cómo trato a mis amigos. Y después, si deseo realmente lo mejor y que le vaya bien a la gente que tengo al lado. Y así, se expande. Es la única manera de generar un impacto y que eso se contagie desde abajo y vaya hacia arriba.

“Es muy difícil intentar proyectarse por fuera de lo virtual algorítmico y encorsetado. Es estar en una irrealidad, es la falsa sensación de democratización, la ilusión de la horizontalidad y de la libre expresión. ¿Es libre expresión si yo digo lo que siento, pero nadie lo escucha?”

Respecto del Teatro Ciego, siento que vivimos en un mundo sobre estimulado visualmente y a mí me gusta pensar que hay distintos niveles de profundidad de escucha que tiene este disco, y que tiene la música, pero en particular este disco. Esta música que compuse puede llegar a tener diferentes niveles de profundidad de escucha y mientras más profundos son, más podes dialogar con eso que te sucede. En oscuridad y con tantos parlantes, sentado al lado de mucha gente que también está completamente a ciegas, se podía generar algo medio mágico, que de hecho pasó, porque fueron tres presentaciones del disco, y las tres estuvieron re bien. Me llamó la atención que viniera tanta gente a escuchar un disco instrumental, acústico y a ciegas. Fue una invitación a tener una escucha muy profunda y una invitación a ser partícipes activos de lo que estaba pasando.

Pienso que también, más allá del disco, o también de escuchar el disco, lo que sucede es algo que habitualmente falta en las personas adultas, y últimamente también en los jóvenes, que es la falta de imaginación, y cómo ese espacio con música te vuelve a conectar con eso. Es decir, la imaginación en este último tiempo está como muy restringida, todo es explícito. Una especie de pornografía de todo, ¿no?

El erotismo y el deseo quedó en el tiempo. Y ahí la imaginación no tiene forma de canalizarse, No tiene forma de desarrollar algo propio, como vos decís, porque está presentado pornográfico y eso tiene un objetivo, que es que tu cabeza libere constantemente endorfinas o dopamina, que estés estimulado, y que cualquier cosa te corra a esa superficialidad de estímulos básicos chiquititos, pero en mucha cantidad.

Hace que vos vivas atrapado ahí y te espere la angustia, el vacío, porque no podés generar algo propio vos. Y me parece que también tiene que ver con este adormecimiento de la época, que en el fondo es sumamente angustiante, porque todos tenemos la capacidad de imaginar y de destruir y crear cosas. Pero si estamos medio atrapados en tanto estímulo nos creemos que la vida es así, que el mundo es esta cosa en 2D. Y la verdad es que una forma de resistir a esta época es desenchufarse de la matrix lo más que se pueda.

A veces hay que conectarse, pero poder ver que hay un mundo que no lo estamos viendo. Uno viaja de punto A hacia un punto B en el tren y va mirando lo que el teléfono cree que a vos te gustaría mirar. Y vos levantás la cabeza y no ves si afuera hay alguien tirado pidiendo ayuda o si hay un edificio de llamas o si hay un árbol lleno de pájaros. Quizás te ha pasado de mirar un teléfono al lado y ver que lo que el otro ve es un mundo completamente distinto al tuyo.

“Me parece que también tiene que ver con este adormecimiento de la época, pero que también es en el fondo sumamente angustiante, porque todos tenemos la capacidad de imaginar y de destruir y crear cosas. Pero si estamos medio atrapados en tanto estímulo nos creemos que la vida es así, que el mundo es esta cosa en 2D. Y la verdad es que una forma de resistir a esta época es desenchufarse de la matrix lo más que se pueda”

Lo pensaba también cuando pasa algo en la calle o hay un quilombo, como que siempre siempre hay un video. Yo digo, siempre hay un video porque siempre hay alguien que está con el celular, es como que incluso lo primero que atina es sacar el celular antes de ir a ver qué está pasando, es casi como sacar un arma.

Sí, es un arma. Es exáctamente eso. Y también hay algo de filmarse constantemente en todas las situaciones laborales, ni hablar de la música y de los recitales. Pienso que no es lo mismo, ¿no? No se puede transmitir por más que vos los filmes con el iPhone 16 Plus Max. Te perdiste lo que está pasando. Porque si estás mirando la pantalla, estás viendo la pantalla filmando.

El tema es si hay gente que está buscando desconectarse de eso. Me parece que está bueno pensar que se puede promover otra cosa, porque cuando vos sacás la pantalla de tus ojos y empezás a ver al otro, la ilusión se va, volvés al mundo real. Y esa es la manera en la que podés conectarte en serio con el otro, dejando de poner la cabeza ahí. Ahora, también te dan la posibilidad de que charles con una IA. Que nos de consejos o nos trate re bien, nos diga cosas lindas, nos analice, nos saque información. Hoy podés darle instrucciones a una aplicación para que cree música y que haga un montón de cosas. Entonces, en términos utilitarios uno piensa ¿de qué sirve tocar, si total vos le das una instrucción a un sistema y lo hace? Bueno, la experiencia es personal.

Cuando compuse este disco agarraba el ronco y salía por el pasillo, daba la vuelta tocando y me vibraba el instrumento en el pecho y me sentaba a encontrar un lugar con acústica, y la experiencia es personal. Pero volvemos a lo mismo, es el sistema, es el mercado. Quien toca un instrumento sabe lo que es tocar, que te vibre en el pecho o cantar. Bueno, hay que apostar por estar dispuesto a poder vivir experiencias que estén tan buenas que después puedan resonar en el otro.

Me da la impresión de que uno que entra en el Ucaln y se come la gambeta de un disco con ribetes folclóricos que hace alusión a eso que se está perdiendo por la sobreabundancia de la música globalizada. Pero me doy cuenta de que el pueblo y lo de tu abuela en realidad es una forma de decir otra cosa, un símbolo de la sociedad. Es decir, esa despoblación somos nosotros mismos en pos de la tecnología, en pos de la deshumanización. Y el volver a poblar es volver a habitar.

Creo que va en ese sentido. Volver a conectarnos, acá o en Coquimbo, en cualquier lado, ¿no? No tiene que ver con estar en la Pampa Húmeda, sino como está uno consigo mismo y en relación a su entorno y el otro. “El otro es uno”, decía Yupanqui. “El otro soy yo con otro cuero”. Eso encierra un montón de filosofía atrás. Lo ha dicho, digamos, el budismo, el cristianismo, el peronismo, todos hablan de lo mismo.

Acabas de cerrar conceptualmente quizás el quid de la cuestión. Lo que está en el pueblo es mi conexión con mis raíces. Es una historia de mi vida y es una gran metáfora. Un pueblo ferroviario que las políticas destruyeron y transformaron en un lugar deshabitado. No me gusta decir “abandonado” porque no lo está ahora, porque está poblándose y poniéndose en valor.

Entonces es un pueblo que se deshabitó por las políticas crueles del mercado, y hay una posibilidad de que ese lugar y las regiones adormecidas dentro de nosotros mismos puedan ser despertadas. Pensar en una llama en piloto, y que uno tiene que poder, de una u otra manera, de trabajar para que eso se reavive, para que el otro también vea dentro de sí mismo el potencial que tiene. Y creo que mi desarrollo a través de la música, mi búsqueda, mi proceso, mi composición, lo que quiero poner en música, tiene que ver con esto. Todo lo que nosotros como individuos y como sociedad podemos tener adormecido también es plausible de ser reavivado, de ser despertado y reconectado.


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