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López | La memoria frente al nihilismo deshumanizante

Entre el testimonio y la ausencia, López. El hombre que desapareció dos veces, de Jorge Leandro Colás, reconstruye la figura del testigo desaparecido en democracia sin recurrir al misterio, sino a la memoria viva de quienes lo conocieron. Un retrato coral que desnuda las grietas de las instituciones argentinas y las sombras que aún custodian el silencio.


Por Marvel Aguilera.

Hay un concepto de Walter Benjamin que siempre se mantiene abierto. Ese que dice que la historia no progresa linealmente, sino que repite, una y otra vez, sus mismas tensiones. Como una tragedia que no puede borrarse, pero no por incapacidad de accionar sobre ella, sino porque transmuta. Cambia. Se regenera dejando miedos, quietudes, obediencias. Rasgos de una cultura herida por largos lapsos de violencia.

En la Argentina, los Juicios de Lesa Humanidad fueron un eje central de la recuperación democrática, la afrenta contra un modo de vida colmado por la violencia y el coloniaje a través de una condena ejemplar. Más de dos décadas después, la desaparición de Jorge Julio López, testigo clave en el juicio contra el represor Miguel Etchecolatz, mano derecha de Ramón Camps en la Policía Bonaerense, y uno de los más cruentos torturadores y sádicos del llamado “proceso”, pareció reflejar un desgaje de ese supuesto cierre. Una especie de infierno residual que no solo venía a silenciar la historia, sino que daba cuenta de nuestra convivencia actual con él.

Allí, expectante, como una persistencia del terror alimentada por nuestra fragilidad democrática y por la usual inacción política. Una deriva que exclama a viva voz que el horror nunca será un hecho cerrado, sino un campo de disputa permanente. Y no solo contra sus perpetradores, sino contra quienes favorecen las estructuras para blanquear su permanencia, ya naturalizada, en nuestra vida cotidiana.

“La polifonía de voces se conglomera en pos de generar interrogantes sobre la persistencia de fuerzas impunes al interior de la democracia, pero también en señalar las complicidades ocultas que posibilitaron el ‘embarre’ de la cancha en la segunda desaparición de López”


En López. El hombre que desapareció dos veces, de Jorge Leandro Colás, el relato de los sucesos que datan la desaparición del albañil de Los Hornos no se encarama sobre sospechas o teorías rebuscadas, sino que recorre los hechos a través de las palabras de quienes lo acompañaron en los últimos momentos de su declaración: desde su hijo Rubén, las abogadas Guadalupe Godoy y Myriam Bregman, hasta el fiscal Carlos Rozanski, entre otros. La polifonía de voces se conglomera en pos de generar interrogantes sobre la persistencia de fuerzas impunes al interior de la democracia, pero también en señalar las complicidades ocultas que posibilitaron el “embarre” de la cancha en la segunda desaparición de López.

El material de archivo sobre Jorge Julio López nos permite adentrarnos en la personalidad de un hombre sencillo, introvertido. Por momentos, solitario. Sin embargo, con un gran sentido de compromiso social con la verdad, tal como lo demuestran los escritos recuperados por su hijo Rubén, donde el albañil expresa una memoria pormenorizada del horror: su detención, las torturas a sus compañeros, las amenazas y tonos de los represores tanto en el Pozo de Arana como en las comisarias donde estuvo detenido durante la dictadura. Todo siempre de forma minuciosa, con agudos garabatos, como si los recuerdos se le escurrieran con los años y quisiera registrar con urgencia el día a día de su propio tormento.

Quizás una de las escenas centrales del documental se da en el registro del juicio en que López recuerda a sus compañeros y compañeras torturadas, entre ellos Patricia Dell’orto, Norberto Rodas y Ambrosio de Marco. Ahí se explicita la simbolización de un quiebre social sin vuelta atrás. Uno que acabó con el horizonte de esperanza de una juventud comprometida con valores colectivos, sociales y humanos en pos de erigir un nihilismo deshumanizante, adicto al control y a la despolitización. Marcas de agua de nuestra época actual.

Si bien el documental de Colás abre posibilidades acerca de pistas en el entorno de Miguel Etchecolatz, tanto como partícipes de la desaparición de Julio López, como también su vinculación a una extensa red de contactos y cruzamiento de llamadas sospechosas; este no deja caer el peso de la reflexión en ello. Es que la exposición evidente de los resabios dictatoriales en las instituciones públicas y la ponderación de un sector importante de la sociedad al discurso negacionista -como evidencian las últimas elecciones presidenciales- enfocan, inevitablemente, el pensamiento sobre la matriz cultural y económica que flota alrededor de cada filtración y falla en su búsqueda. Fallas deliberadas en su hallazgo y el evidente lavado de manos de buena parte del sistema político.

Tal como vimos en Los médicos de Nietzsche, Jorge Leandro Colás tiene la virtud de dejar hablar a través de sus imágenes, como si prendiera el lente para rodar lo que se dice sin hablar: en los movimientos de su hijo Rubén en la carpintería, en los papeles escritos de López que emiten cierto magnetismo, como asimismo en ese viaje que sigue el último circuito en que se vio con vida a Julio López.

“Es que la exposición evidente de los resabios dictatoriales en las instituciones públicas y la ponderación de un sector importante de la sociedad al discurso negacionista -como evidencian las últimas elecciones presidenciales- enfocan, inevitablemente, el pensamiento sobre la matriz cultural y económica que flota alrededor de cada filtración y falla en su búsqueda”

López. El hombre que desapareció dos veces es más que el registro de los últimos días de un desaparecido, es un llamado de alerta. Un recordatorio del coraje de quien eligió honrar la memoria frente a la amenaza fantasma del poder. De esa sombra fluctuante que aprovecha el devenir cíclico de una Argentina desigual y cada vez menos cohesionada.

La policía. La Justicia. El sistema político. Los medios de comunicación. Muchos de esos pilares sociales son puestos en evidencia en cada avance de la investigación, como si en lo profundo y lo más esencial de los hechos se hallara en algo aún más grande que la venganza de un represor. Algo que escapa al propio desenvolvimiento de la democracia, cuyos dispositivos de impunidad son hoy la principal amenaza de un pueblo anestesiado que, sin la memoria activa, está condenado a desdibujar su propia identidad.

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