
El Sociólogo y escritor nos abre las puertas de una mirada analítica necesaria en tiempos de individualismo, resignación y fake news. Del lado humano de las Ciencias Sociales al odio oligarca del goce humilde, de la falta de representación popular a la lógica del consumo transversal.
Por Marvel Aguilera y Pablo Pagés. Fotos: Ruda.
A los once años, Lucas Rozenmacher ya repartía un poemario escrito a mano, tímido y desafiante, como si la infancia le hubiera quedado chica, incipiente, como un brote verde ensimismado. Si bien no había compromisos a tan temprana edad, llevaba en los hombros una herencia que remarcaba su aura: la de ser hijo de Germán Rozenmacher, el escritor, periodista y dramaturgo que había puesto en palabras las zozobras sociales y la violencia política de un país que se debatía entre el ostracismo y la sangre derramada. La literatura, formaba parte casi intrínseca de una manera de ver el mundo, de narrar lo que acontece, como un eco inevitable; la política y la militancia, más cercanas a su madre, se aquietaba como un ruido de fondo, uno que lo empujaba a las calles, incluso cuando el silencio colmara la cotidianidad.
En una crianza donde se entrecruzaban obras e investigaciones, en medio de un borde fino entre la dictadura y la democracia, de un futuro que se soñaba distinto, primaveral, aunque los finales fueran parecidos. La muerte temprana de su padre, Germán, y de su hermano mayor en Mar del Plata lo obligó a crecer entre mujeres, con la mirada atenta de una madre y una abuela que tejían la vida como podían, en medio de mudanzas forzadas, ensayos teatrales y barrios tan dispares como Las Cañitas y el Güemes en Avellaneda. Entre esas paredes, aprendió que el arte no era un esteticismo pretencioso, no al menos en su hogar, sino un modo de intervenir en la realidad. Asimismo, la política, en su lógica transformadora, ya hacía pie en una mirada de resistencia frente a los fantasmas del terrorismo de Estado, que rebrotaban ante cada resquebrajamiento democrático.
En una adolescencia rebelada contra el peronismo familiar, como quien prueba si existe la posibilidad de una mirada fresca ante el rancio estandarte de la figura de Ítalo Luder y un peronismo desperonizado. Las plazas llenas de 1987, los ecos de Semana Santa y los libros de Althusser y Foucault lo fueron devolviendo, sin prisa pero sin pausa, a ese cauce original: el cruce obstinado entre lo social y lo artístico. Lucas Rozenmacher, parece moverse en varios registros superpuestos: el escritor que refuerza el legado de lo artístico como motor de identidad y compromiso, pero también el que encuentra en las ciencias sociales una forma de dar un contenido analítico a una realidad argentina plagada de eclecticismos, ciclos históricos en loop, y violencias que, al día de hoy, siguen mutando en derivas culturales y de sentido común.
En su departamento de Almagro, Lucas ceba un mate mientras la luz tenue de la tarde filtra los últimos rayos de sol por su balcón. Entre miradas sobre literatura actual y el escándalo todavía latente de la estafa cripto que involucra al presidente, el diálogo va y viene alrededor de una cuestión que se combina, casi unívoca, que abarca la posibilidad de pensar nuevas formas colectivas de cohesión frente a la deshumanización que los discursos y las plataformas inteligentes vienen potenciando en nuestra vida cotidiana. La sociología aparece no solo como una disciplina de interpretación o interpelación, sino como un filtro, un posible intento por rescatar los restos sensibles de una población abatida, cada vez más, por la resignación, la desidia y el narcisismo.

¿Cómo vivías vos esa época postdictadura, en años de formación como adulto, donde se cruzaban en vos la influencia cultural por un lado y los esbozos más humanísticos vinculados a lo político?
Yo a los once años ya había armado un poemario que repartía. Que era muy naif, pero a partir de ahí empecé a tener un tipo de perspectiva por lo artístico. En el medio, ocurre la Semana Santa del 87, que fue una organización de pibes y pibas que creían en la transformación del país, genuinamente. Y los hicieron mierda. Ese día dormí en la Plaza de Mayo. Hubo algo que me movió. No quería que vuelva la dictadura. Después pasó La Tablada, el menemismo. Y empezaron a llegar otros estímulos para pensar lo político: el Grupo de los Ocho, etcétera. Pero yo seguía formando parte de espacios que no eran peronistas. Yo al peronismo lo dejé a los 15 y volví a los 30 y pico con Néstor. Estuve stand-by hasta ese momento.
Elegiste Sociología que no sé si es que era una carrera que estaba de moda en las Ciencias Sociales en ese tiempo, pero que confluía mucho con la militancia.
En realidad empecé en Economía, hice un año y pico. Me di cuenta que no me gustaba, y hubo dos autores que me hicieron repensar todo, uno fue Althusser y el otro Foucault. Y había leido Ideología y los aparatos del Estado… no es que hubiera profundizado en otra cosa. Pero desde ahí yo quise entender la sociedad, las prácticas sociales, de cómo se construía la idea de familia, de política. Me dije “no quiero hacer más económicas”. Quería ser Marx, pero no me bancaba las derivadas jaja. Ahí di vuelta entre Sociología, Letras y Comunicación. Agarré Sociología y eso me cambió el modo de entender y disfrutar una lectura, de disfrutar estar pensando en algo. Hasta ese momento, era todo más intuitivo. La Sociología me dio herramientas para sentirme feliz, hasta cuando estoy deprimido pensando cosas.
¿Qué tipos de discusiones se daban al interior de los pasillos de facultad en ese tiempo?
Por un lado, pensar si la Sociología tenía que ser una ciencia comprometida con la transformación de la sociedad o estar vinculada al mercado. Había discusiones entre el ensayismo y el cientificismo más puro. Había discusiones sobre el lugar de los pensadores nacionales y latinoamericanos, que estaban corridos de la escena en muchos casos. También el plan de estudio, que hasta hoy en día sigue discutiéndose. Básicamente, si uno podía transformar el mundo o aportar una mirada, participando activamente, de una manera militante desde la Sociología.
También había otra cosa muy fuerte que Lucas Rubinich describió muy bien en su libro sobre el clima cultural, que todas esas discusiones se daban siendo penetradas por la mirada más liberal que estaba rondando el mundo eficientista de los años noventa. En el cual cada uno tenía que hacer sus papers, hacer su carrera y entrar a instituciones que le garantizaran avanzar con eso individualmente. Me acuerdo de que cuando Lucas escribió ese texto, publicado alrededor del 2000, él dijo que estamos perdiendo una batalla cultural real no solo de enunciación, sino una batalla que nos penetra a todos: el gen liberal. Donde hoy en día podemos tener un tipo como Milei, pero asimismo estar trabajando veinte años en el Estado o como contratado en planta transitoria y aceptar que es parte de las reglas del juego. Esa aceptación casi irreflexiva. Me parece que pensando en los noventa, lo que atravesaba era eso.

“Hoy en día podemos tener un tipo como Milei, pero asimismo estar trabajando veinte años en el Estado o como contratado en planta transitoria y aceptar que es parte de las reglas del juego. Esa aceptación casi irreflexiva”
Y todos los despidos que van ocurriendo en el Estado y en algunas empresas que tenían contratos precarios, de extrema vulnerabilidad.
Bueno, viene de esos 90, donde para seguir sosteniéndonos seguimos diciendo, “vamos con esto y bueno, vemos qué pasa.” Pero creo que algo que se discutía ahí y que no se explicitaba, era esto. Mientras discutíamos ser parte del mercado o no ser parte del mercado como carrera o discutíamos los grandes temas o pensábamos los pensadores nacionales o qué mujeres dentro del pensamiento sociológico estaban por fuera (que es lo que también se está discutiendo hoy), en el medio nos iba atravesando silenciosamente esa cuestión neoliberal, que nos pregnó, y que me parece que es un gran desafío ver cómo hacemos para desmarcarla en algún momento.
En su momento lo hablamos con Miguel Ángel Forte, y él nos decía cómo el liberalismo empezó a entrar dentro del sentido común. Pero voy más allá de eso, pienso que también parte de la democracia, la democracia postdictadura, también se forjó sobre instituciones que la dictadura había precarizado y eso nunca se reestructuró, como el Poder Judicial. Y todo ese estado originario, ese statu quo, es como que nunca se terminó de reestructurar en otro tipo de sentido, que no sea el liberal.
Sí. Partimos del menenismo porque era más fácil, pero viene si querés de Onganía para acá, con esa teoría de los tres tiempos. Nunca terminamos de derrumbar ese tiempo económico y ese tiempo social. Los tiempos siguieron -digamos- desarrollándose. Lo desarrolló Alfonsín, lo desarrolló Menem, y después un tanto Duhalde. Néstor como Cristina remendaron algo, pero me parece que la estructura profunda de eso no la pudieron modificar.
Debe ser muy difícil, me imagino, pero a cuarenta años yo creo que algo más se podría haber hecho. El mayor problema es volver a trabajar sobre la reconstrucción de un tejido social que está hecho pelota, como en el 2001, que estaba hecho pelota. Y va a ser de vuelta complicado.

(Pagés) Yo tuve la la posibilidad de estar en Francia un tiempo, cuando estaba [Nicolás] Sarkozy. Y lo que veía era que en un Estado con características presidenciales de “derecha”, los chabones tenían un “superestado”, donde si te quedabas sin laburo, tenías para pagar el alquiler durante dos años. O sea, porque allá Keynes le dio de comer a todo el mundo. Acá se quejan mucho de él, pero allá ayudó un montón y ellos quieren apoyar esa cuestión, el apoyo del Estado, porque significa que ese dinero va a dar vuelta dentro del mercado interno. Hablo de Sarkozy. Después vinieron otras políticas más suaves, la pelotudez de Macrón, pero en un mundo donde sabemos que Francia siempre se para del lado de la OTAN, pero hacia adentro es un superestado, y es lo que acá nadie termina de aclarar y nos comemos el verso.
En los 90 cuando venían con esa cosa del eficientismo: la meritocracia, las consultoras. Bueno, Rodríguez Larreta con Vidal haciendo la fundación SOFIA. Venían con todo ese esa idea de un Estado chico y que ya vienen haciendo pelota, se llevaron esa idea de un Estado que pueda garantizar las condiciones de vida a la gente. Por esto que decís vos también, poder venir a saquear los recursos naturales sin ningún tipo de de limitación. El RIGI y todo eso es también habilitar para que los tipos vengan y se lleven. Y lo loco es que es otro tipo de violencia, no es una violencia militar impuesta.
Generan terrorismo de Estado, porque están jugando con el miedo de la gente a quedarse en pelotas. Aparte en una Argentina que está destruida. Yo lo que veo por ahí es que el tejido social lo fueron deshaciendo de a poco desde Macri hasta esta parte.
Sí, y una cosa que ocurrió con Macri (hoy esto también ocurre), es el odio al goce del pobre. El ataque a Tecnópolis, el ataque a los planes, guardarse el morfi en un galpón, hacer mierda las cunitas, es la exacerbación del odio a que el pobre pueda tener algún derecho, algún derecho a a ser feliz, derecho a gozar.
De hecho, digamos, cada vez que hay alguna actividad cultural dicen, “hay chicos muriéndose de hambre.” Y siempre eligen el Chaco. En el Chaco, dicen. La idea es que el pobre lo único que tiene que hacer es comer para poder producir, para que el rico pueda seguir acumulando. No tiene derecho a ser feliz, no tiene derecho a a gozar, a tener tiempo libre, a pasarla bien.
Hay una una cosa que pasó en el gobierno de Macri, que en un momento hicieron el Tecnópolis Federal, llevaban Tecnópolis a Jujuy y trajeron unos pibitos de La Puna, y los trajeron en un camión frigorífico. O sea, los pibes casi se mueren. Estaban todos tapados en las fotos con frasadas, y encima en ese momento Lombardi decía, “sí, acá los chicos de Tilcara que vinieron a ver el Tecnópolis, porque traemos Tecnópolis a todas las provincias”. Pero era un maltrato poder llegar a ver una muestra. Los trajeron como ganado. Una cosa horrible.

“La idea es que el pobre lo único que tiene que hacer es comer para poder producir, para que el rico pueda seguir acumulando. No tiene derecho a ser feliz, no tiene derecho a a gozar, a tener tiempo libre, a pasarla bien”
Apunto con esto, porque pienso en tu viejo y en “Cabecita Negra”, un punto de encuentro con “El Niño Proletario”. Y “Cabecita Negra” es una expresión absolutamente antiperonista, ahí lo que están criticando es la posibilidad o el proyecto de la industrialización de Perón y la llegada de todo el flujo de gente que viene a tratar de laburar desde las provincias. El Cabecita Negra es el negro que quiere progresar.
Es eso, que no tiene derecho a progresar, no tiene derecho a tomarse el whisky que le pasa por la nariz. Como cuando el cana se empieza a tomar un whisky, le sirve como diciendo, “¿Te doy whisky?”, y se lo da con un desprecio…
Y de los 40 para acá está cada vez más, pero lo veo en el temor que tenía Echeverría cuando en El Matadero está el pibe ese que va viendo a los matarifes, va viendo a las negras, y va imaginándose. O sea, no es que se están divirtiendo, que la están pasando bien, son bestias que nos van a matar. Ese temor que tienen ellos, que sale de lo literario y pasa la práctica política, la práctica estatal, la práctica discursiva de una manera más bestial, más bruta.
Entiendo todo ese mecanismo, entiendo cómo los poderes tienen representantes que generan todo eso, pero mi pregunta -más ya desde el campo sociológico- es cómo se generó la transición para que las mismas clases populares que antes sufrían todas esas políticas a través de determinados gobiernos, quizá impuestas desde la fuerza, terminan apoyando hoy esas ideas. Cómo alguien que vive en el conurbano dice “el Estado es un ladrón” y “hay que acabar con todos los subsidios”. Alguien que por ahí tiene una casa venida menos y labura en negro. ¿Cómo llegó ese tipo de un sector que antes podía haber apoyado un gobierno peronista a apoyar hoy a un gobierno que es para una minoría?
Sí, un gobierno antipopular. Esa misma pregunta se la hizo Eva Perón cuando inaugura La Ciudad de los Niños. Ella más que pregunta, dice, “bueno, el gran desafío es construir un hombre nuevo.” Ella habla del hombre nuevo. Y ese hombre nuevo eran los niños, que iban a vivir, iban a disfrutar y a gozar de esa Ciudad de los Niños. E iban a ser quienes le iban a transmitir a sus padres, que quizas se habían olvidado que venían de sectores populares y habían transformado una serie de derechos, cristalizados como propios, que no se los había regalado a nadie, sino que eran parte de una lucha y que había que seguir con esa misma lucha.
Seguimos con ese problema. Me parece que en los movimientos populares lo tuvo en su momento Chávez, también lo tuvo en su momento Correa en Ecuador. Esas transformaciones de las clases de los sectores populares al acceso a una vida un poco más holgada con derechos, produce algún tipo de borramiento con la propia historia.
En lo sociológico podés ver como alguien accede a algo y y empieza a producir cierres sociales para los demás, por supervivencia. Lucas Rubinich en su materia, tenía un texto que se llamaba El Cierre Social y contaba un texto de un norteamericano que se llama [Frank] Parkin, que cómo los obreros en un pueblo del suroeste de Estados Unidos, los cuellos colorados, que son trabajadores blancos, producían modalidades de cierre con sus propios compañeros de trabajo, con negros, latinos, hindúes.
Ahí hay un gran desafío, pero me parece que más que la sociología, quien tiene que responder cómo modificamos este sistema de distribución de la riqueza, este sistema de distribución de las prácticas culturales en esa distribución de la riqueza, es el propio capitalismo. Me parece que una persona viviendo en condiciones precarias, cuando fue la elección decía “A mí el Estado no me da nada”, no identificaba la contención de cobertura del boleto para que no fuera lo que está pasando ahora, que de hecho hoy volvió a aumentar.
Claro, decía “no me hacen los cordones cunetas”, bueno, pero desde que vino Milei casi no hay planificación de obras. No sé si eso es identificado por las personas como la responsabilidad de haber acompañado un proyecto de alguien que dijo claramente que iba a hacer pelota todo eso. Para mí, más que explicar desde la sociología, hay que cambiar políticamente las prácticas culturales y materiales de las relaciones de poder, porque mientras que no cambies eso…
Si te vas más para atrás, [Ezequiel] Martínez Estrada estaba desesperado en Radiografía de la Pampa porque veía que los hijos de los inmigrantes empezaban a pedir derechos para ellos. Dice, “¿y a estos qué les pasa? Que vienen a pedir derechos, los hijos de los de los tanos, los gallegos, los polacos.” Estaba como loco, ¿no? Me parece que ahí hay un tema con cómo las sociedades transitan esas modificaciones.

Lo que decías de La Ciudad de los Niños y la puesta por la juventud, yo vi que es esa misma puesta también fue de Cristina y fue un golpe en la mandíbula cuando se dio cuenta en los sufragios que una gran cantidad de esa juventud, que ya había crecido y que el kirchnerismo había apostado todas las fichas a una mayor inclusión social, que esto que lo otro, a través de la educación, no apoyaba la gestión. Se vio como que los medios de comunicación podían con todos esos años de construcción. Fue una estocada final a eso, ¿no?
Claro, sí, Cristina hizo un montón por esos jóvenes, pero me parece que ahí el problema es el propio sistema, el sistema de consumo. El sistema que si en algún momento no se cambia, es un problema para pensar otro modo de resolución de lo social. En la propia década pasada hay como un montón de cuestiones vinculadas al consumo.
El gran desafío es oradar también esas necesidades de que no todo tiene que ser consumible, de la relación entre el goce y el disfrute, que son dos cosas disintas. Es un gran problema que está teniendo la sociología, de hecho la sociología hoy en día tiene una tasa de ingresos muy baja en las carreras. Y me parece que tiene que ver también con con que nos está costando interpretar, pensar o comunicar qué es lo que estamos pensando.

“El gran desafío es oradar también esas necesidades de que no todo tiene que ser consumible, de la relación entre el goce y el disfrute, que son dos cosas disintas”
Pienso que se trata también por un lugar donde la sociología siempre se colocó y fue poco sincera con respecto a sus orígenes. O sea, pensar en un montón de sociólogos, como Durkheim, y no darse cuenta que por ahí en las ciencias humanas hubo un padre que en Manchester, que con la ayuda de Engels, se clavó en un bar estudiando cómo funcionaba el fenómeno incipiente que era el capitalismo y dijo, “acá existe una plusvalía que funciona de tal en medio.” Se forman los nuevos dueños de los medios de producción, que ahora se llama de esta forma: burguesía, y lo predijo en El Capital. Y sí esto se proyecta hacia el futuro, esto va a ser un desastre financiero. Me parece que la sociología a veces tiene un dejo de soberbia en tratar de interpretar los fenómenos sociales con diferentes ópticas, porque se alejan, y hasta el mismo Foucault lo reconocía: “yo no soy filósofo, soy antropólogo de mi propia tribu”. Esa definición me encanta. Y me parece que a ese antropólogo de su propia tribu tiene que volver la sociología.
Sí, yo creo que sí. El otro día con dos amigos, Tomás Calero y Rodrigo Hobert, sociólogos también, estábamos hablando sobre el espíritu de época de discusión, volviendo a tu pregunta (Marvel). De que cada vez que uno se peleaba con otro, armaba una revista y construía líneas de pensamiento: a veces estaban buenas, a veces se daban para luchar, pero las hacías con toda la pasión del mundo.
Y una de las características que tenía la Sociología es que todavía en ese momento, más allá de que en los 90 cada uno se iba especializando en algo, nadie tenía problemas de hablar, de pensar la totalidad de lo que involucraba en ese momento a uno y a su grupo. Hoy en día la sociología se piensa cada vez más segmentada, ¿no? Está muy segmentada, pero segmentada no en el sentido que vos decías (Pablo), de pensar una sociología situada en tu propio espacio. No, es una sociología en la cual uno se vuelve a una sociología de nicho. Es un problema para poder explicar, entender antes de explicar.
El fenómeno de Milei todavía hoy en día cuesta mucho explicarlo, más allá de estas cosas que decías vos, cuesta terminar de entender hasta dónde va este fenómeno. Y además, la democracia y el mundo de esta democracia liberal terminó de hacer crisis. Porque está en crisis total, porque el capitalismo se dio cuenta que no le sirve la democracia y porque los sectores populares ya están diciendo: a lo mejor no como ni me curo. Entonces, me parece que ahí hay algo que tampoco la sociología está terminando de explicar.
Tampoco lo voy a explicar yo ahora, pero hay muchos que dicen, hay un problema con la democracia hoy en día, cómo está dada, mientras que sigamos aceptando este tipo de distribución. Los ricos nos van a seguir haciendo percha y además ya se dieron cuenta que manejando las redes sociales, les funciona mucho mejor que hacer campañas electorales.

“La democracia y el mundo de esta democracia liberal terminó de hacer crisis. Porque está en crisis total, porque el capitalismo se dio cuenta que no le sirve la democracia y porque los sectores populares ya están diciendo: a lo mejor no como ni me curo”
¿Y esa digitalización de la vida crees que en parte es responsable del distanciamiento de ciertas prácticas colectivistas, donde hoy los vínculos y la cuestión más distanciada empujan a que cada uno sea una empresa o cada uno genere su propio horizonte?
Yo creo que sí, pero si vos lo pensás, en el 2001 también estaba esa idea de cada uno emprenda, había como la figura del emprendedor en ese momento. Me parece que hay algunos elementos. [Slavoj] Zizek cuando empezó la pandemia dijo, “bueno, es el fin del capitalismo”. El capitalismo se iba a desmoronar y después no pasó eso, sino que se profundizó la idea del capitalismo de plataformas y esto que decías vos, de una sociedad en la cual los vínculos estaban mediatizados por la tecnología digital.
Sí, hubo una hiperbolización orwelliana más que nada y no terminó siendo lo de Zizek.
Esto también lo hablábamos con estos dos amigos, con Tomás y Rodrigo, la idea de pensar el cuando en el 2000 empezó la pandemia, uno pensaba que podrían haberse explotado los negocios de cercanía. Digamos, toda la cuestión de cercanía: la pizzería, la verdulería, el quiosco, el almacén, la ropa.
Y lo que terminó pasando, por el terror del contacto con el otro y un poco porque estas tecnologías de mediatización lo que hicieron fue permitir no tener contacto con otros, fue esa hiperbólizacion orwelliana en la cual si querés un querés yerba, le escribís a alguna de las aplicaciones y te la trae. Querés una Coca-Cola, te lo traen; un vino, te lo traen.
Sí, se corta el diálogo y hay como una cuestión de lo efímero. Yo me quedaba pensando lo que dijo él (Marvel) con respecto al tema del fracaso en algunas cuestiones de las ciencias sociales. Distingo las ciencias sociales y corro al psicoanálisis. ¿No notás que por ahí durante los 90 o parte de lo que pasó despúes fue que todas las miradas críticas, al menos acá en Argentina, fueron en el marco de lo que se llamaría una producción crítica sociológica que tenía más que ver con una puesta en escena narcisista y no una crítica real que promueva algo más colectivo?
Lo que cita Lucas Rubinich iba en ese sentido, decir, “che, lo que hay es una cuestión más de forma o una cuestión de moral, que de práctica colectiva”. Otro que también hacía esa crítica era [Horacio] González. Uno era Rubinch, el otro González y Alcira Argumedo, que planteaban el problema de pensar la construcción desde lo humano se había perdido. Lo que se perdió en los 90 para acá fue la dimensión de lo humano.
En lo humano está lo colectivo y está la tensión y están los problemas y cómo construir a partir de tensiones. Pero no sé si fue puramente narcisismo, algo de eso, seguramente. Me parece que tuvo más que nada que ver con ese espíritu superficial que tenía, y el avance meritocrático de los noventa, más aún que el propio narcisismo. Yo creo que nos atravesó la banalidad, nos atravesó la trivialidad, y probablemente el narcisismo.
Aprovecho tu cruce sociológico y artístico para pensar toda esta problemática, pero dentro del contexto y el marco de la cultura, cómo estos cambios dentro del sentido común y la moral fueron impactando la cultura. La cultura pasó de una mirada si se quiere de utopía o de ciertos fines y cierta crítica estructural a una industria del entretenimiento. ¿Cómo viste que se dio esa transición en el campo cultural?
Lo que ocurrió fue que desde lo político, encarnado en Alfonsín, cuando dijo vayan a sus casas, besen a sus hijos, mírenme por televisión cómo yo lo resuelvo, cómo nosotros, “la política”, resuelve los problemas de la gente, ¿no? Ahí es la entrada -digamos- del menemismo, de los 90, de Tinelli, de las cámaras ocultas, de los culos, de los chistes, de la mofa al otro, del bullying permitido. De llevar a alguien a un programa y empezar a verduguiarlo hasta que termine como loco. Un elemento que puede dar cuenta es eso.
Me parece que tuvo que ver con cómo el pueblo se desencantó también de pensar. En los 80 uno pensaba que podía transformar el mundo de la política. O sea, en la primera adolescencia, uno pensaba que el mundo se podía transformar. Sigo pensándolo, pero ahí tenías como una acción militante. Y esto de Semana Santa del 87, lo que hablábamos antes de Tablada, más el indulto, más la Obediencia Debida, más el Punto Final, es como que dio cada vez más espacio a esa espectacularización del mundo. Y bueno, veo lo que pasa por la tele, que me lo cuenten, y yo sigo haciendo mi vida, y consumo.
Yo creo que de los 90 para acá nos vino atravesando culturalmente eso. Y hubo un montón de cosas que dialogaron con eso y, de otra manera, uno piensa en ese mismo momento la aparición de los grupos de escrache a través de HIJOS ¿no? En el mismo momento que se espectaculariza el mundo y se vuelven banal, HIJOS se encuentra un modo de señalar cuando falta la justicia, junto con ETCÉTERA y con el GAC, y señalan artísticamente y generan otro modo de tomar la calle.
Hay un modo de tomar la calle que también se gana en el 90, que siguió hasta hoy, que en el 2001 se notó mucho, que fue un ejercicio que vino del 95, 96, 97. Me parece que convive con varios mundos culturales a la vez hoy en día, y que son tensiones que no terminan de imponerse, no hay ningún mundo que se termine de imponer.
Sí, la relación con las redes sociales y con la generación de producciones para las redes sociales es como que atravesó y nos atraviesa. Uno hace cualquier producción: hace un texto, un libro y lo publica en Twitter o en Instagram o lo que tenga.
Esto que hablás, de la importancia que tuvo la intervención en el espacio público, como eso tuvo el summum ahí en el 2001, ¿cómo se puede pensar eso cuando hoy lo público está absolutamente desprestigiado y no hay una lógica de movilización ante la indignación o ante un caso de corrupción como ahora pasa con la estafa Libra?
Pero yo creo que ahí de vuelta es como que están conviviendo distintos modos de operar sobre el espacio público, sobre la discusión pública. Sí bien no vivimos en un país que esté constantemente movilizado, lo del primero de febrero pasado (Marcha Universitaria) es un indicador que en tres días se organizó una marcha y fue multitudinaria en todo el país. Sí, hay un problema, que más que la cuestión de ganar la calle, es que estamos viviendo como también se vivió en los 90: una derrota de los propios políticos. Los que dicen, “bueno, qué sé yo, yo no voté tal cosa, no la acompaño, pero tengo que ir para dar quorum”. Toda una cosa de una derrota aceptada o de una naturalización de que las cosas son así.
No me acuerdo si fue para el “megacanje” o para qué cosa, que armaron un “mierdazo” en el Congreso los de ETCÉTERA. Pusieron inodoros y tiraban soretes al Congreso y simulaciones así. Son situaciones que después van empujando a pensar colectivamente, y mientras tanto las cosas se van organizando.
Yo creo que las reacciones del año pasado de las universidades, las reacciones de los transfeminismos, las reacciones de los clubes de fútbol contra el SAD, son micro reacciones que en algún momento van a volver a tejerse colectivamente, como pasó en el 2001. En el 2001 se cruzaron personajes que eran impensados que se fueran a cruzar: los ahorristas con las asambleas populares o con los trabajadores desocupados, que pasaron a llamarse piqueteros. Todo eso confluyó y terminó construyendo una acción colectiva común. Bueno, me parece que no está ocurriendo, pero podría llegar a ocurrir.
Lo que sí me parece es que hay algunos indicios que te dicen, “no es que está todo muerto”. La Navidad que se organizó frente al Congreso, que se viene organizando desde siempre -no es que fue este año- que organizó Grabois con su espacio político, fue un fenómeno. Uno donde un montón de gente que no estaba vinculada a ningún espacio político se sumó a participar en ese fenómeno. Eso habla de que hay modos de empezar a pensar lo colectivo, que por ahora está medio desvinculado de las conducciones políticas, ¿no? Pero que puede llegar a generar nuevas conducciones políticas o que esas conducciones políticas tengan que empezar a pensarse como parte de estos colectivos.