Vértices

Lucas Rubinich: “Para el neoliberalismo, las instituciones son un obstáculo que restringe la libertad económica”

Sociólogo, investigador y ex director de la carrera de Sociología en la UBA. Hombre vinculado a las letras y al saber como un conocimiento vital. Hijo de un boxeador, de infancia campestre y una juventud revolucionaria. En su ensayo Contra el homo resignatus plasma su visión de la sociedad contemporánea y de la crisis política actual. Un recorrido por las experiencias de quien, en su identidad, da cuenta de los vaivenes de la patria.


Por Marvel Aguilera y Pablo Pagés. Fotos: Ruda.

Rubinich baja de una antigua bicicleta, tiene lentes oscuros y un pañuelo que aflora sobre el cuello. Cae la tarde y el calor se trasluce en pequeñas dosis de humedad que recorren El Destino del Abasto, en las gotas que se deslizan por las botellas frías y en las rodillas desnudas que se vislumbran debajo de las mesas. Las palabras en Lucas se abren naturales a un ritual conversatorio. Profesor, sociólogo, ex director académico, pero principalmente un artista de la narración, en Rubinich los espasmos artísticos atraviesan su andar eidético, y se cruzan con raíces campestres, faunas pugilísticas y una cruzada revolucionaria que marcaría el andar de su compromiso con el saber.

Allá en el pueblo de Arrecifes, al norte de la provincia de Buenos Aires, se asentaron las raíces en medio de una chacra fallida, los aires yugoslavos genealógicos y una familia heterodoxa que aspiraba con el ascenso social. Hijo de un campeón de boxeo que se escapó como linyera para juntar maíz y terminó en Córdoba levantando un cinturón en 1940, Lucas creció entre el ir y venir de los pasillos del Luna Park, ahí donde se gestaban los combates que tenían en vilo al mundo, con Bonavena, con Monzón; pero también con un padre distinto al estereotipo. Uno que se animaba a pensar y ser empático con los venidos a menos, con aquellos que habían sabido alcanzar la gloria y pedían un gesto de reconocimiento en medio del desamparo. “Mi viejo siempre me decía que los muchachos eran macanudos, y que por ahí cuando los abrazaba le sacaban la billetera, pero había que entenderlos por la situación que estaban pasando. Eran pobres muchachos que no tenían otra opción. Mi viejo no era culto pero tenía una reflexión muy fuerte. Esa sensibilidad y la explicación de lo social para mí era muy importante”.

Con un padre que pasó de vivir en la estancia del campeón Miguel Ángel Firpo a trasladarse a un conventillo con la hija de un consignatario de hacienda, Rubinich se crió en medio de un disloque entre el buen vivir y una actitud de moderación respecto de la vida signada en el costo-beneficio. En esos mundos disímiles, comienzan a reverberar los espíritus revolucionarios aún en un pueblo conservador bonaerense. El Diario del Che circulaba entre jóvenes y adultos, entre profesores de colegio, y su padre (que era celador además de deportista) tenía una admiración romántico-política por figuras como el Mariscal Tito. A su vez, con otro padre, su abuelo, capaz de profesar reconocimientos tan dispares como a la Virgen María y al joven anarquista Simón Radowitzky.

“Mi viejo me explicó que él creía que el abuelo había estado en el hotel de inmigrantes en la época de la represión, cuando Ramón Falcón reprime la manifestación del 1 de mayo, donde mata mucha gente. Y Radowitzsky comete el acto reivindicatorio de ponerle la bomba a Ramón Falcón. Mi papá me comentaba que cuando él preguntó a mi abuelo quién era, le dijo ‘es un rusito con pelotas’”, relata.

La extraña palabra que implicaba “sociología” para la época apareció de pronto, por medio de un profesor de historia amigo de su padre. Había algo en ella que a él ya lo atraía, un sentido de pertenencia que avizoraba en ese estudio de los vínculos entre las personas. En ese tire y afloje entre el conservadurismo de pueblo y los aires de rebelión que circulaban en el clima de época, llegó a sus manos el libro Cardenal en Cuba del homónimo poeta revolucionario. Un cura con ideas de transformación que empezaban a conectarlo con las corrientes del bien colectivo. Salido del pueblo y en gateras alrededor de los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Rubinich se topó de lleno con el mundo asambleario de aquellos años. Compañeros revolucionarios del ERP que venían de intervenir la quinta de un ex decano de la dictadura, profesores que enarbolaban a un tal Lévi-Strauss, colegas estudiantes que manifestaban su rechazo aduciendo ahistoricismo.

“Mi viejo siempre me decía que los muchachos eran macanudos, y que por ahí cuando los abrazaba le sacaban la billetera, pero había que entenderlos por la situación que estaban pasando. Eran pobres muchachos que no tenían otra opción. Mi viejo no era culto pero tenía una reflexión muy fuerte. Esa sensibilidad y la explicación de lo social para mí era muy importante”.

“Termina la clase y me voy con un muchacho que estudiaba conmigo y era militante obrero, y me animé a decirle ‘no entendí un carajo’. Miraba todo como un partido de tenis. ¿Qué ocurrió? Mi amigo Ramón me tuvo dos horas y media en un bar de Independencia y Urquiza, y me explicó quién era Lévi-Strauss, qué críticas se le hacían y me dio a leer. ‘La semana que viene nos juntamos de vuelta’, me dijo. Leí a Strauss, al marxismo, a la ideología alemana. En base a ese proceso, me familiaricé con ese mundo. Porque aun siendo militantes jóvenes, tenían una capacidad argumentativa y tipos de lectura que yo no tenía”.

Una cátedra de Sociología donde el conocimiento vital, la militancia y la juventud plasmaban la impronta de un mundo en disputa, de la mano de profesores como Ricardo Sidicaro, Ernesto Villanueva y Jorge Jenkins. Un conocimiento no fetichista, sino basado en la puesta del saber al servicio de la vida misma, de la acción social, de la transformación de la realidad concreta. Significaciones todas que lo llevaron a sumarse a la Juventud Universitaria Peronista en Montoneros, en un contexto complejo, en que los límites entre la discusión eidética y la toma de posición por la fuerza se estrechaban.

“Entré en un momento complicado porque me tengo que operar de un pie, entonces me alejo un poco. Y cuando quiero conectarme de vuelta, hablo con mi responsable política y es todo más crítico aún. A ella la secuestraron junto a su marido, que había sido presidente del centro de estudiantes nuestro. Un compañero suyo del trabajo me dijo ¿pero qué, no sabés nada? Colgué rápido y me fui a mi pueblo. Me quedé allá. No sabía qué había pasado pero sí que era algo feo. Hablé con los muchachos de mi pueblo, que eran bohemios y tocaban la guitarra, e hice lo que pude. Me puse de novio con una chica de allá, quedó embarazada y tuvimos un nene. Luego nos volvimos a Buenos Aires. Y acá yo estaba en bolas, muy solo”.

Revista ruda


¿El golpe cómo te encontró?

Estaba todavía allá en mi pueblo, y cuando vuelvo con el nene y mi compañera no tengo a ningún compañero con el que relacionarme. Me encuentro con unos flacos que tienen un taller literario, un erudito popular que tenía un taller en Ramos Mejía. Nos juntamos ahí, leímos el Ulises de Joyce todo un año, también a Borges. Fue bárbaro. Tres años fueron.

¿Ese fue tu refugio?

Sí, era el refugio. Después cuando empieza a flexibilizarse la dictadura, me meto de vuelta en Sociología. Era un horror. Las autoridades eran tipos patéticos que no tenían una gran capacidad de daño. Gente del peronismo de derecha, degradados, un poco fascistas, pero que no enseñaban un carajo. Mi mujer se va a estudiar Sociologia en El Salvador, porque los que no eran organizaciones guerrilleras pero no podían estudiar en la UBA, estaban allá. Ahí mi mujer se hizo amiga de la hija de un economista. Yo estaba escribiendo una cosa sobre el Martín Fierro para una tesis de grado. Pensaba que les iba a gustar porque eran nacionalistas e hice una tesis sobre el público durante su aparición. La hija del economista me dijo que el papá conocía a Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, gente que entendía del tema. “Mostrales lo que estás haciendo”. Y ahí me encontré con el “negro”. Yo les tengo un afecto extraordinario, porque me agarraron en pelotas. Tenía un pibe recién nacido, y Beatriz me ofreció dar unos cursos que daba. Yo le dije, “mirá que no tengo un peso”. Me comentó que repartía la revista Punto de vista por los subtes. “Desde ahora la repartís vos”. Ella me valorizó mucho y me hizo publicar en Punto de vista. No tenía la más mínima idea de cómo armar un artículo. Y la tesis era una cosa grandota, con muchos datos. No sabía cómo hacerla. Ella era solidaria, me corregía, me decía cómo empezar.

Un día me dijo “mirá, están pidiendo a gente de investigación y yo tengo contactos”. Ya era la época de la apertura democrática. Me dijo que iba a tratar de hacerme entrar. En el lugar había una socióloga, María del Carmen Feijoo, y una vieja rusa norteamericana, Sara, esposa del economista Albert Hirschman, que estaba haciendo un programa de educación popular. Era amiga de Paulo Freire y había inventado un programa que se llamaba Gente y cuentos. Sarlo me dijo, “vos tenés que trabajar con Sara [Hirschman]”. Bueno, fui. Iba a los barrios y leía literatura de autores latinoamericanos a personas que no sabían leer ni escribir. La hipótesis de Sara era que había cultura, relato oral, relato de los medios, relación con la poesía. La experiencia fue maravillosa. Y yo era canchero para eso, no era un universitario cerrado. Había tipos que me decían “ahh, esto que dice García Márquez es parecido a lo que se habla en mi pueblo”. Y contaban leyendas que después las desgrabábamos, y eran buenas narraciones.

Esa experiencia me permitió entender la compeljidad del mundo social. Y la única que bancó eso fue Sarlo, porque muchos otros decían “mirá si voy a leerle Juan Rulfo a tipos que no saben leer”. Ella bancó y me hizo estar ahí. Ese Centro formaba becarios. Ahí estuve con Alan Touraine, que se juntaba con becarios y profesores, y miraba nuestros trabajos, nos charlaba. Con un montón de personajes. Era una referencia, porque la universidad no había abierto aún las puertas. Guillermo O’Donell estaba en ese Centro. Había otro abajo que se llamaba Cicea donde estaban Sarlo, Leandro Gutiérrez, el Doctor Romero, Jorge Schwartz, incluso Felipe Solá jaja. Fue una experiencia formativa muy fuerte.

Ahí me encontré con uno de mis profesores del ’73, Ricardo Sidicaro. Había sido mi secretario académico, y le conté un hecho con la JUP. Resulta que un día estábamos pegando carteles por la muerte de Perón, pasa un patrullero y nos dice “van a ir todos en cana”. Uno va corriendo a la Facultad y lo busca a Sidicaro, que era bastante pibe. Y Sidicaro les dice “agente yo soy el profesor y secretario académico, y estos muchachos son alumnos míos, ¿qué es lo que pasa?”. El cana decía “¡Están pegando carteles en todos lados!”. Y Sidicaro le dice, “bueno… pero se murió el general Perón, entienda” jaja. “Yo los llevo y acá no pasa nada”. Era la muerte de Perón, y el tipo este era un policía común jaja. Se lo hice recordar, y Sidicaro fue muy contenedor conmigo. E inmediatamente me dijo que iba a abrir una cátedra de Sociología. “Vos vas a venir como adjunto mío”, me dijo. Empecé a dar clases con él y era todo un proceso de formación. Él es un gran sociólogo, de los mejores de la Argentina. Hasta el ’89 estuve en ese Centro de Investigación, donde discutía todo el mundo. Y la experiencia docente con Sidicaro también tenía una relación vital con el conocimiento. “Tus clases tienen que ser para tratar de entender lo que está pasando”, me decía.

Venías de una experiencia muy ligada a la militancia en los años setenta y parte de los ochenta, pero ¿cómo fue abordar la práctica sociológica en los años noventa? ¿Qué dinámicas cambiaron?

Era complicado porque yo me había armado un grupo de jóvenes a fines de los noventa. Tipos que hoy son prestigiosos, mi becario era Javier Auyero, que hoy escribe libros muy buenos desde Estados Unidos. Eran todos estudiantes y yo los tenía como becarios. Un día les dije “vamos a armar una revista académica”. Yo fundo con ellos una revista que fue Punto de investigación, que duró veinte años. Y la verdad, fue muy prestigiosa a nivel internacional. ¿Qué tenía ese momento? Tenía desconfianza de los discursos macro que se habían vuelto abstractos. Un cuestionamiento a la sociedad, pero en abstracto. Que parecían complicados porque teníamos que entender algo, a una sociedad, que no entendíamos. Porque se habían caído muchas cosas, mitos. Entonces, había que revalorizar. Y empecé a revalorizar una socio-antropología. Es decir, mirar qué pasa en la vida cotidiana. Por eso todos los flacos que estuvieron conmigo prácticamente hicieron un doctorado en Antropología. Pablo Semán hizo su doctorado en Brasil, Nicolas Viotti también. Auyero hizo Sociología en la New School The Social Research, que es una universidad de los emigrados en Nueva York, donde tuvo como profesor a un norteamericano que fue muy europeo, de nombre Charles Tilly. Porque nosotros no queríamos hacer un análisis institucionalista de las discusiones políticas, nos importaba tres carajos; queríamos estudiar procesos sociales, pero estudiarlos como un aleph borgeano, desde la vida cotidiana. En una charla de dos personas, cómo relacionar eso con lo macro, que no era fácil. Empezamos a hacerlo y la revista se transformó en un espacio que reivindicaba la etnografía, pero los editoriales, todos, los escribí yo. Y tenían una preocupación político académica. Todos. Y para ser sincero, en los últimos momentos, fuimos presa de un proceso de burocratización del mundo académico. Pero no tenían la culpa las personas, fue un proceso internacional de aggiornamiento a lo técnico que hizo que las personas estén tan preocupadas en obtener credenciales que se olvidaran un poco de pensar.

Escribir paper tras paper

Claro, no podés escribir tanto. Vos te convertís en un experto en transformar lo tuyo en algo que pueda salir en una revista inglesa o en una francesa, para una u otra le ponés determinado pirulito. En mi libro cito al científico argentino Rolando García, porque él que era toda una autoridad científica dice lo mismo: “se perdió la cultura general en los académicos”. Rolando fue director de la célebre Facultad de Ciencias Sociales durante la “Noche de los Bastones Largos”, fue al que le pegaron el bastonazo. Y en el ’73 arribó a la izquierda peronista. A los 87 años, como tenía tanto prestigio, al diario La Nación le dijo “los que manejan hoy la ciencia no son las Naciones Unidas ni la UNESCO, es el Banco Mundial”. Yo veía que eso estaba pasando y hablé con mis compañeros de la revista, porque es un proceso donde corrés el riesgo de constreñirte demasiado. Entonces yo decía, somos una revista académica, prestigiosa y estamos indexados, por eso todo el mundo quiere publicar o hacerle un favor a otro, es un quilombo. Entonces, cerramos al revista. La cerramos con una editorial mía diciendo cuál era el problema. Y abrí otra, que no tiene nada que ver con lo que había hecho antes jaja. La revista se llama Siete ensayos -como homenaje a Mariátegui-, revista latinoamericana de sociología, cultura y política. Está en la red, y decididamente recuperé el pensar la totalidad. Volví a lo cotidiano en un momento, pero pensando la totalidad. Tenemos cuatro o cinco números recién, pero es la última parte del recorrido. Y el libro Contra el homo resignatus es resultado de eso.

Uno tiene una responsabilidad pública, por acceder a la universidad en una nación argentina que permitía que un porcentaje de gente que viene de abajo accediera a conocimiento, y encima hacés sociología, tenés una responsabilidad de construir conocimiento complejizador del mundo, y no seguir las líneas que hay que seguir para hacer la carrera académica. Entonces esa es la puesta de esta revista. No seguimos las líneas, ni siquiera sabemos si nos vamos a indexar, porque si bien hacemos lo que hay que hacer en términos formales, tenemos una sección de discusión y debates. Eso es lo imprescindible en un momento de gran oscuridad. Es el fin de una época, independientemente de las buenas voluntades. Mi actitud con políticos es decir “no quiero pararme arriba de un banquito y señalar con el dedo”. Yo puse un epígrafe en latín que dice “de qué te reís, si la historia que estamos hablando también se refiere a vos”.

En tu libro Contra el homo resignatus vos hablás de la crisis de las instituciones. Y es interesante porque mucho se discute acerca de los partidos politicos y su fragmentacion, pero poco de las instituciones. ¿Creés que estamos en una etapa donde ya no es posible sostener a las instituciones tal como las hemos conocido?

En un fin de época todo está en crisis. Y es un fin de época donde la fuerza predominante es la que está vitalizando esa mirada. Que no solo ve la crisis, sino que la fomenta, porque lo que dice es que son instituciones del viejo orden, entonces se deben destruir. No solo las instituciones entran en crisis porque no se pueden procesar las demandas de la nueva época, sino que además la fuerza activa de esta época es la que, a la vez, genera un desprestigio de ellas. Porque su mirada es que los partidos políticos son una porqueria y las instituciones contenedoras de lo público también. Hay un discurso destructor y una práctica defensiva que no alcanza a reconstituirse. Es un momento complejo.

Es una crisis de representación que excede el plano local además. ¿Cuáles crees que son esos resortes que tocan los partidos extremistas para avanzar tanto a nivel global?

Tanto la teoría social como las izquierdas lo que dicen es que la acción social está condicionada. Vos sos lo que sos porque hay una estructura que te armó de tal manera. No sos un fracasado porque sí, sino porque las instituciones de la sociedad en la que vivís no te habilitaron para que desarrolles tu potencialidad. ¿Qué dice la mirada contemporánea del neoliberalismo amparada en un teórico, que fue militante, como [Friedrich] Von Hayek de la Escuela de Viena? No se preocupan por la determinación de la acción, sino que piensan en el triunfador. En la lucha por la obtención de la ganancia. Es el elemento fundamental de la vitalidad social para esa perspectiva, tiene que haber libertad económica. Cuando se habla de libertad, se habla de la económica.

¿Cómo ejemplificamos esto en términos de actos históricos? Von Hayek viene al Chile de Pinochet y dice “esto es una verdadera democracia, no la de los comunistas anteriores, porque ésta es la que posibilita la libre circulación de los bienes económicos”. Entonces, no es el viejo liberalismo que tenía vertientes muy fuertes en lo que decía Tocqueville, “el ciudadano se realiza si se realiza la ciudad”. La generación del ’80 hace la Ley 1420 en la Argentina, que es revolucionaria para la época. Es la que trae, inspirada por Sarmiento, a las maestras norteamericanas para formar maestras. Es la que en cada capital de provincia abre una escuela normal que parece un palacio de Versalles. Y no es trivial lo de la arquitectura. En cada capital de provincia o ciudad importante había una Escuela Normal donde se formaban los que iban a educar al soberano, porque la república liberal para vivir necesitaba del soberano, y ese soberano era una ciudadano ilustrado.

En la Argentina había una movilidad social ascedente desde muy temprano. De repente el muerto de hambre que vino en el buque, se compró una chacra. Laburando como un desgraciado, pero se la compró. El otro se hizo comerciante exitoso. Había un proceso de movilidad social ascedente que fue reforzado por el primer peronismo de una manera extraordinaria. Pero también tenés el espíritu del migrante, el aventurero. Son las dos cosas. No es que uno es una ideología. Uno es un complejo de elementos que tienen que ver con cuestiones de época. Vos tenés todo el reconocimiento de lo público, la escuela, el peronismo, como así también la idea de que lo forjaste solo. Esa idea de que te hiciste solo también pesa mucho. Por eso cuando se caen las instituciones, se deteriora la educación y la salud pública, y vos que sos uno de los que quedó adentro decís “bueno, yo me la hice a mí mismo”. Y tu proceso de diferenciación de los que quedaron afuera, es la estigmatización. En una sociedad integrada vos tenés diferencias, pero nadie queda afuera del todo. Mi abuelo fracasó en la chacra pero siguió trabajando, se compró una casa, dio educación a sus hijos, tuvo una jubilación.

Lo que viene en los noventa es que el fracasado queda fuera del mapa. Sumado a eso, la distribución de droga barata se transforma en una economía alternativa que les proporciona a los pobres que hace dos o tres generaciones no tienen trabajo formal, una salida. Una salida que es el “sálvese quien pueda”. Y el que quedó adentro también cree que se salvó porque pudo y si los demás no, fue porque son unos cabezas de termo. El discurso neoliberal es el de ganadores o perdedores. No importa cómo, porque las instituciones no son respestadas. Para esta mirada son un obstáculo que restringe la libertad económica. Por qué vas a respetar un Banco Central, o el Ministerio de Desarrollo Social, si solo lo hacés para evitar el estallido social y que te prendan fuego las calles. No hay que hacer mucho esfuerzo para ridiculizar instituciones degradadas. Ellos las degradan y tienen ese discurso. Los sectores integrados, los exitosos, muchos hijos de obreros hoy ejecutivos; ese muchacho de cincuenta años, hijo de un metalúrgico que cobraba bien, mira con desprecio a todos los que están fuera del mapa. Esa es la base de la cultura social de ganadores y perdedores. Hay que salvarse como se pueda, aun violentando reglas de la democracia porque, como decía Von Hayek, tampoco es tan importante la democracia si restringe la libertad económica. Cuando las instituciones están degradadas, vos ves lo que los tipos te dicen que tenés ver. Ese es el éxito.

“Vos tenés todo el reconocimiento de lo público, la escuela, el peronismo, como así también la idea de que lo forjaste solo. Esa idea de que te hiciste solo también pesa mucho. Por eso cuando se caen las instituciones, se deteriora la educación y la salud pública, y vos que sos uno de los que quedó adentro decís “bueno, yo me la hice a mí mismo”. Y tu proceso de diferenciación de los que quedaron afuera, es la estigmatización. En una sociedad integrada vos tenés diferencias, pero nadie queda afuera del todo”.

¿Y eso en términos geopolíticos cómo se dio?

A nivel internacional hay una cosa importante para marcar. Von Hayek creó un tanque de pensamiento con solitarios que hablaban de la libertad económica. Él los reune en el Monte Peregrino y ve que el triunfo de la Segunda Guerra es el triunfo del estatismo. Entonces escribe un artículo que se llama “Los intelectuales y el socialismo”. Y dice “¿por qué perdemos? Porque el tipo que tiene un comercio, el médico, el maestro, todos piensan que tienen que estar integrados. Bueno, nosotros tenemos que hacer eso mismo, crear sentidos comunes que tengan que ver con la idea del Estado como obstáculo”. Crea ese tanque de pensamiento y cuando gana [Margaret] Thatcher eso se convierte en un espacio de poder. Ahí se asocia con Milton Friedman y crean una especie de Internacional de pensamiento que se extiende a nivel global con [Ronald] Reagan y Thatcher. Allí había una argentino, que cuando ganan Néstor, Lula, Evo y demás, dice “no se hagan problema, en los sesenta teníamos un solo profesor con nuestras ideas, hoy estamos llenos de profesores. En todas las universidades hay mayoría de profesores con nuestras ideas”.

Si la cuestión es la destrucción del viejo orden, te aliás con tipos que en términos liberales son un oxímoron, como el chico [Agustín] Laje, que reivindica la dictadura, es homofóbico, cree que las feministas son degeneradas, y es católico. Pero ellos comparten con Milei una fundación que es financiada por esa internacional neoliberal. ¿Por qué la comparten? Porque la idea del “anticomunismo” funciona. Los neoliberales ven comunistas en cualquier lado, y el otro es un revindicador de la dictadura que lucha contra el comunismo. ¿Cómo se conjuga Juan José Sebreli, un histórico pensador, y en algún momento honorable escritor gay de Filo, con el deterioro miserable de un sector de la clase política homofóbica? ¿Qué es lo que pasó? Hay un proceso de deterioro y degradación, y eso los junta. Ellos están degradados, pero también ven la degradacion de los otros: la corrupción de la política, la falta de un discurso trascendente. Y así construyen un discurso de la barbarie. Ese discurso, en una situación de quiebre de las instituciones republicano democrático liberales, construye una situación de anomia. La cual no es solo ausencia de normas, es donde prima como proceso social la ley del más fuerte.

¿Cuáles son las nuevas formas de representación que están en juego para el peronismo como para superar su historia de idas y venidas?

¿Cuál es el problema de los últimos años? Hay una falta de deliberación, y cuando no hay deliberación hay una agonía. Hubo un proceso de modernización que dejó marcas culturales muy fuertes, la incorporación de grandes sectores de la población que estaban destruidos. Los cuadros del Ministerio de Trabajo [de Perón], muchos venían del mundo conservador y producen el aggiornamiento de una república con las leyes laborales que se estaban dando en la segunda posguerra. Por otro lado, tenés los procesos que se afianzan, que tienen que ver con lo estructural, lo cultural. Lo que significa para esos grandes sectores de la población haber accedido a cosas que parecían absolutamente lejanas. Son procesos que, de distinta manera, se dan en distintas partes del mundo occidental en ese momento histórico, pero acá se dan con una cuestión de rechazo fuerte -que debe ser entendida también- con lo que fue la lucha antifascista y la sensibilidad que había generado en el mundo intelectual.

Uno tiene que entender por qué fue tan fuerte en términos culturales ese antiperonismo. Vos ves retrospectivamente que fue un proceso de modernización donde se impartieron jubilaciones, salarios dignos, condiciones de vida buenas para los trabajadores, el voto femenino; y que tenían que ver con un proceso internacional que se estaba dando. Pero la vida social es así, no es un análisis de un tablero que se mira ex pos, es lo que vos sentís. Y por más que fueran intelectuales, son hechos sociales.

Hice una performance el otro día con una artista donde representé a un viejo anarco que después del ’55 se pone a reflexionar por qué ninguno de sus compañeros dice algo sobre el bombardeo del 16 de julio. Por qué un profesor tan respetado por la academia como José Luis Romero y su joven discípulo Tulio Halperin Donghi no dicen nada de un hecho tan atroz: aviones militares bombardeando población civil en un mediodía laborable. Es una aberración que se silencia porque hay una legitimidad de antiperonismo que es de locos. Cuando ellos hablan de violencia, hablan de la quema de iglesias que ocurrió a la tarde, y que al lado de los bombardeos no fue nada. Pero uno tiene que entender cómo se producen esas cosas y por qué son tan fuertes.

La cancelación del peronismo le da una vitalidad extraordinaria, y lo lleva más allá del peronismo. Así son los procesos sociales. Y si la experiencia de lucha del peronismo y la radicalización generan un hecho extraordinariamente significativo como fue la muerte de Aramburu, que tuvo una gran repercusión y simpatia popular. Ese hecho fue un momento de resignificación del peronismo. El hecho maldito, como decía Cooke, se concretiza en una mirada más radicalizada. Una sección del peronismo adquiere esa forma. Ahora bien, la derrota del proceso de radicalización del peronismo trasciende al peronismo. Es una derrota de las fuerzas populares de la Argentina, no es una derrota de las organizaciones armadas. ¿Cómo se sale de esa derrota? En el ’83, y la verdad que muy dignamente. Se produce el Juicio a las Juntas que es un hecho único a nivel internacional, pero es cierto que es una democracia que se funda sobre esa derrota.

¿Cuál es la utopía alfonsinista? Con la democracia se come, se educa, se cura. Una perspectiva de sociedad inclusiva, que encima no se pudo realizar. Y lo que quedó después fue la idea de una sociedad integrada, en el mejor de los casos una democracia nórdica. Y la idea de cambio más fuerte aparece como censurada. Las experiencias de cambio -no solamente las guerrillas- aparecen demonizadas. Y no por los discursos de la derecha, sino por aquellos que habían sido de izquierda y que indefectiblemente, por frustraciones, por el dolor, la censuran. El libro Montoneros: La soberbia armada de Pablo Giusanni es un libro de una arbitrariedad exasperante, sin embargo, es el núcleo de un sentido común que se extiende por el mundo progresista. Hay una sensibilidad autoritaria que se entiende, y cómo no la vas a entender después de todo lo que pasó. Por eso es una democracia de la derrota. El peronismo que reinventa Menem es un peronismo que lo destruye, y lo mismo se puede decir del radicalismo de De la Rúa. ¿Fin de la historia? Los dos partidos quedaron destruidos a partir de eso, y surgieron emparchadores. Algunos exitosos y más simpáticos, pero emparchadores. Tenés un mundo fragmentado, donde la simbología ya no sirve, y sos un emparchador.

¿Dónde podemos encontrar lógicas alternativas de organización a esta dinámica del más fuerte? Teniendo en cuenta que muchos de los espacios populares que otrora podían pensarse como alternativos o comunitarios, también empiezan a ser atravesados por el sálvese quien pueda.

El futuro siempre es incierto. Siempre. Ahora mucho más. Y las predicciones siempre son erróneas. ¿Cuáles son los elementos que permiten la reconstitución de los valores? Argentina tiene un alto grado de organización popular aún en la decadencia. No importa que estén fragmentados. Hay una gran cantidad de movimientos sociales, y no solo los conocidos. Por eso de alguna manera están allí, tienen organización. ¿Están desconcertados? Lo están. Como dice algún referente territorial: “no hay línea política”. Entonces se encierran en sí mismos, contienen, hacen lo que pueden, usan los recursos para contener. Sin embargo, eso es organización. Los sindicatos son una burocracia y en algunos casos se han convertido en cuasi monarquía, pero sin embargo existe la institución “sindicato” en la Argentina. Una institución que si bien ha perdido mucho tras el desempleo de los noventa, está. Hay en fábricas, con maestros, con oficios; muchos se convierten por la burocracia en algo estático, pero existen. ¿Por qué es importante esto? Es que hay una falta de discurso trascendente desde la mirada opositora al discurso dominante. Y es muy difícil hacer política solo con la defensa.

No hay horizonte transformador.

Exáctamente. Entonces la pregunta es ¿qué tenés que hacer? Resistir está bien. Ahora bien, en términos políticos es una cuestión débil. Porque no es que resistís la ocupación del enemigo, levantás tu bandera, y se genera un lazo social extraordinario. Estás resistiendo la debacle de ciertas formas y creencias que tenías en otro momento histórico. Esa resistencia no tiene una capacidad productiva ante la falta de horizonte. Sin embargo, la posibilidad de que surjan horizontes de transformación, existiendo experiencias importantes en la Argentina, no puede ser descartada. Las tradiciones están allí, si se resignifican. ¿Cómo? A veces no se puede saber, trasciende la voluntad de los individuos. Se producen situaciones de crisis, y en resistencia tenés un piso y una tradición deteriorada que permite ser resignificada si vos estás en un lugar para actuar y trasformarte a vos mismo. Ese es el discurso de relativo optimismo, porque son así los procesos sociales.

En la revista entrevistamos a un filósofo calabrés que murió recientemente, Nuccio Ordine. Escribió un libro que se llamaba La utilidad de lo inútil. Él estaba enojado con que las humanísticas habían dejado de ser parte de las escuelas secundarias de Europa. Él, que tenía una relación muy vital con el conocimiento, siendo un tipo prestigioso, salía a dar clases a los secundarios para ver cómo, con el recurso humanístico, se podía entender el mundo. Por qué con El Quijote se podía entender el mundo, por qué con La Divina Comedia se podía entender el mundo. Veía lo que efectivamente pasa, un proceso de reacción embromada que pone a las humanísticas en un papel de inutilidad que lleva a la barbarización. En ese proceso estamos. Pero también hay gente como este loco que sale a dar clases a los secundarios, que quiere revertir esa situación. Eso quiere decir que existe la posibilidad de dar pelea. Hoy hay un poder de extraordinaria hegemonía. ¿Se puede caer mañana? Puede ser, pero hoy es un momento de extraordinario predominio en lo cultural.

Me da la sensación de que el poder de la construcción tiene un grado de complejidad mayor a la destrucción, y es muy difícil revertirlo a veces en gobiernos tan efímeros. ¿Crees que la pandemia fue un factor en este proceso de individualización tan rotunda en nuestros cuerpos?

Lo relativizo a eso. El proceso de destrucción de la Argentina empieza en los años setenta. Y tiene momentos de vitalización, donde se cae, pero como proceso general comienza en el ’75. Puede ser lo de la pandemia, pero también hubo hipótesis que no dieron resultado. Frente a la situación de crisis extraordinaria de la pandemia, los Estados tuvieron que actuar muy dedicidamente. No importan las críticas. Actuaron acá, en Estados Unidos, en Italia, en España. Unos más, otros menos. Fueron los recursos de las instituciones del “viejo orden” las que salieron a abordar el problema. Es cierto que el clima predominante cultural es fuerte. Acá las primeras semanas aplaudían a los médicos y ya después los puteaban. El proceso de las redes sociales y plataformas es irremediable, uno tiene que pensarlo y encontrar la manera. La técnica no es mala ni buena. Tiene que ver cómo se la piensa. Si la demonizás y no hacés nada, la técnica se transforma en algo peligroso, favorece la individuación. En vez de creer que es terrible podés decir “cómo combinamos esta experiencia de cursos virtuales, que permiten a más personas acceder, en algo serio”. Y para eso hay que pensar. No es solo prender y poner una grabación. Hay que encontrar formas y preguntas para que después resuelva lo técnico. Yo no demonizo la técnica, puede ser productiva, pero uno tiene que abordar el problema. Y cuando hay decadencia, no se aborda. Eso merece un gran debate que no se está dando.

Traigo a colación dos nombres en ese sentido, Batjin y Mauricio Kartún. Batjin pensaba esto de que el conocimiento de las personas se da a través del conocimiento del movimiento, del encuentro, de la voz. Y Kartún, en su último libro de ficción, Salo Solo, mantiene que nada es mejor y más terapéutico que salir al encuentro con las personas.

Estoy de acuerdo. Yo pongo en la introducción de mi libro (Contra el homo resignatus) que los tres espacios fundamentales que me ayudan a revitalizar mi relación con la cultura son tres revistas. Y el lugar preferencial es el bar de la esquina, con los muchachos. Está el aula y todo lo demás, pero donde se mezclan las sensibilidades políticas, lo cultural, es el bar de la esquina.



Lucas Rubinich
Contra el homo resignatus
Editorial Siglo XXI
2022

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