Por Marvel Aguilera.
“El arte de nuestros enemigos es desmoralizar, entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen. Por eso venimos a combatir por el país alegremente. Nada grande se puede hacer con la tristeza”
Arturo Jauretche
Los avances de nuevas relaciones carnales del gobierno con las potencias globalizadoras parece empujarnos hacia el abismo de la soberanía. La base naval norteamericana instalada por Laura Richardson (jefa del Comando Sur) en Ushuaia es un escalón más del panorama de crisis nacional e identitaria que nos toca atravesar como pueblo argentino. La patria parece hoy el resto olvidado de un gobierno que elige alinearse a una política económica implantada desde afuera. Bajo una lógica que retoma ese poder de “excepción” de la última dictadura como un ordenador social, político e ideológico que no solo refuerza la hegemonía del sector más concentrado del mercado, es decir la oligarquía, sino que trastoca el vínculo social con el Estado y la necesidad de sus políticas públicas.
En medio de una encrucijada de poder global entre China y Estados Unidos, la Argentina ha perdido su histórica neutralidad embanderada con la “tercera posición” del General Perón. La posible incorporación de la Argentina a la OTAN es el plato fuerte de una colonización voluntaria. Una sin guerra de por medio, como es el caso de Zelensky con Ucrania, pero sí con víctimas fatales. Sin embargo, es ingenuo creer que la pérdida de autonomía responde unívocamente a la línea ideológica de Javier Milei y no a una degradación paulatina de las políticas de Estado, como bien fue la cesión por parte del Alberto Fernández del control de la mal llamada “Hidrovía”del Paraná en el 2021, limitando la función nacional a meras tareas de señalización, dragado y el cobro de un peaje.
La autorización a la República Oriental del Uruguay para dragar el Canal Punta Indio, la venta de tierras vírgenes en la Patagonia al magnate chileno Ibáñez Bulnes, las flotas de pesca ilegal en las Islas Malvinas, y la creación del astillero Harland & Wolff en tierra malvinera; cada resolución o inacción retrata una lógica de cesión soberana en pos de un cipayismo sin pruritos. Uno que como lema del gobierno aduce que la mejor forma de defender nuestra patria, es bajo la órbita militar de los gobiernos de Estados Unidos e Israel.
La patria parece hoy el resto olvidado de un gobierno que elige alinearse a una política económica implantada desde afuera. Bajo una lógica que retoma el poder de “excepción” de la última dictadura como un ordenador social, político e ideológico que no solo refuerza la hegemonía oligárquica, sino que trastoca el vínculo social con el Estado y la necesidad de sus políticas públicas.
El circo de abrazos con magnates extranjeros de Javier Milei es solo la cáscara de una derrota mayor, aquella que merma en la conciencia social de un pueblo que empieza a perder su identidad nacional, arrastrada por una dinámica mercadotécnica donde juventudes dedican su tiempo a timbear en plataformas de apuestas, en que investigadores científicos vuelven a tener que salir del país por el desfinanciamiento atroz de la ciencia y la cultura, y donde la clase empresaria ve el terreno llano para maximizar su rentabilidad en el sistema financiero antes que pensar en invertir productivamente para el pueblo trabajador.
Buena parte de este paso ignominioso de traición a la patria que envalentonan desde el núcleo duro libertario tiene su raid en el distanciamiento del peronismo respecto a las identidades nacionales y populares. Es que, lejos de representar lo nacional y lo popular, los últimos años han mostrado superestructuras enquistadas en los lugares de administración pública que ensancharon la brecha entre los trabajadores y la política. Las bases, desconcertadas, no saben a qué proyecto atenerse y anhelan, casi como un ruego, la rosca burocrática que puedan impulsar los legisladores en el Congreso para desregular el DNU y la nueva “Ley Bases” enviada por el gobierno. Ya no hay esperanza de revolución, sino de salvataje.
Lo que transitamos es una crisis profunda de la razón misma, de las nociones que supimos entender en torno al progreso, a la moral y el desarrollo humano colectivo. Obnubilado en la fanfarria liberal, hoy el pueblo trabajador es empujado hacia un estado de irracionalidad en donde todas las instituciones y representaciones políticas padecen los efectos del descreimiento y la frustración acumulada.
La patria, en ese sentido, termina siendo asimilada a esa misma entelequia sistémica, incapaz de romper su abstracción y otorgar una defensa real de los problemas que lesionan diariamente a los argentinos. Milei pretende una Argentina de tránsito, una que ni eche raíces ni genere ascenso social en los diferentes sectores de nuestra población. Una Argentina que sirva para financiar, con sus recursos, al eje de la OTAN (en la guerra con Rusia) que viene avanzando en su toma estratégica de una Europa sumida en la absoluta derrota geopolítica; una OTAN que ve en la Argentina “anarcocapitalista” un puente para volver a reactivar una lógica de Plan Cóndor en toda la región.
El desguace de Télam, de la TV Pública, del Anses, del Conicet y de nuestras universidades públicas, entre otras, es el desguace de la patria misma. Del sentido de pertenencia a este lugar en el mundo, de la conexión con nuestras sensibilidades, con las memorias. Ese refugio que contiene en la emergencia y nos hace sentir en casa.
Estos tiempos nos exigen una mirada revolucionaria, una que recupere en el peronismo un movimiento que vuelva a cuestionar los límites financieros, culturales y políticos que el mercado nos ha impuesto desde hace tiempo y que aceptamos casi sin chistar. Porque para recuperar la patria primero hay que recuperar la pulsión popular: con los de abajo, con los laburantes, con quienes todavía se ilusionan con vivir en una patria libre, justa y soberana.
*Foto de portada: El País.