Literaturas

Alejandra Kamiya: Hacer del silencio una intimidad

La escritora argentina, autora de obras como La paciencia del agua sobre cada piedra (Eterna Cadencia) y El sol mueve las sombras de las cosas quietas (Bajo la luna), desglosa los sentidos detrás de su escritura. La intimidad, lo natural y la espera como búsquedas atravesadas por el tiempo y la consciencia de muerte.


Por Cielo Vandamme.

Alejandra Kamiya (Buenos Aires, 1966) es -entre otras cosas- escritora. Hija de padre japonés y madre argentina. Su mundo narrativo, por el momento, se despliega en forma de cuentos, aunque no descarta la posibilidad de escribir poesía alguna vez. Los títulos de sus libros ya son como pequeñas poesías, una especie de haikús. Toda su narrativa está repleta de poesía, tanto por la musicalidad que transmiten sus palabras como también por el uso de los silencios. Kamiya, si hay algo a lo que no le teme, es al silencio. Su virtud dentro de la narrativa es la búsqueda, la pregunta: por el ser, el tiempo, la muerte, la identidad.
Todo esto se da de una manera tan natural, tomando forma de lo cotidiano, que una no puede más que aceptar esta invitación a la contemplación.

Leer a Kamiya es una invitación a conectar con la naturaleza, con lo más propio de lo humano, con las cosas simples que nos rodean; es indagar nuestras propias luces y nuestras propias sombras. Una vuelta al hogar. Reconocer una identidad que no es siempre la misma, sino que se va modificando con el deseo de ser quiénes queremos ser.

Leer a Kamiya es una experiencia mística e inmersiva.

Revista ruda


En tu relato hay un registro bastante preciso del tiempo, y también se lo cuestiona. ¿Te perturba el paso del tiempo?

El paso del tiempo no. En general, cuando se habla del paso del tiempo, se habla del paso del tiempo físicamente en la gente. Me perturba no terminar de entender el concepto de tiempo, la idea de tiempo. Esta cosa que a veces es tan bello y a veces se hace tan lento, y a veces ¿dónde está?!

También están muy presentes los recuerdos, la infancia, la memoria. ¿Te valés de eso a la hora de escribir o simplemente agarrás algo pequeño que te ha sucedido para después deformarlo y transformarlo en otra cosa?

Justo cuando te estaba contestando lo del tiempo pensaba que el tiempo es lo que se enreda con la memoria, entonces me valgo de lo que sale de ese entrecruzamiento…

Como si no se lo pudiera pensar a uno por fuera del otro…

Claro. Y vos me preguntás si deformo. Yo creo que inconscientemente también deformamos. Entonces, a veces, cuando intento ser fiel, seguro que también deformo. No creo que sean tan conscientes los juegos que hacemos con la memoria, con los recuerdos.

A diferencia de la literatura contemporánea, que pareciera que tiende a lo autobiográfico, en tu narrativa hay una decisión de no centralizarlo totalmente. ¿Esto es un poco así?

En general trato de no tener centros, sino marcar como unos límites y jugar a cualquier cosa ahí adentro. Es como el centro de gravedad, el centro se fija solo después. Vos hacés tu juego y luego descubrís cuál es el centro, no lo predefinís.

No es algo premeditado, sino que se va dando en el mismo acto de ir escribiendo.

Exactamente. Por ejemplo, a veces me siento a escribir porque vi una película y termina teniendo un centro autobiográfico. Autobiográfico no, pero sí que tiene que ver conmigo. Y otras veces me siento a escribir algo que me pasó y me derivo para cualquier lado.

Podemos decir que esto no es algo buscado, si bien se da de forma natural, no es una búsqueda necesariamente.

Totalmente, no es una búsqueda. Además, qué poco interesante hablar de la vida de uno si no es para hablar de otra cosa.

Y esas otras cosas también configuran un poco el “Yo” a la hora de escribir, no nos podríamos pensar por fuera de lo que nos sucede. ¿No?

No nos podemos pensar, pero, por ejemplo, qué te podría importar a vos mi vida si no es en los lugares que tiene que ver con tu vida.

Los puntos en los que podemos confluir…

Claro. Entonces es mi vida, pero para hablar de otra cosa, de alguna cosa que tenemos en común, o alguna cosa que tenemos todos en común.

Entonces, eso es quizás un poco la escritura: cierta extimidad… Otra cara de la intimidad. Creo que al escribir hay algo de lo íntimo que deja de lo meramente propio y comienza a ser un poco del lector, esa suerte de transferencia que se da entre quien escribe y a quién le escribís.

Exactamente eso. Yendo lo más al fondo del fondo somos todos lo mismo, pero el lugar que tengo de entrada soy yo misma, puedo entrar por mí nada más. Pero la búsqueda es ir a ese lugar donde es lo mismo vos, yo, él.

En el cuento “Tan breves como un trébol”, la muerte aparece como “un animal que corre”, en una relación que se da entre madre-hijo. Mejor dicho, la desesperación de una madre frente a un hijo a punto de ser atacado por un carnero. ¿Pensás así a la muerte, como algo que está en el tiempo, y por ende en la vida, y nos acecha?

Pienso en la muerte como algo que acompaña todo el tiempo. Y acompaña es como la forma más amable de nombrar ese modo de estar, la otra opción sería como vos decís: acecha. Está siempre. A veces, acecha. A veces, acompaña. Y a veces, te muerde.

En otros cuentos, la muerte aparece como un hecho mucho más natural, por eso tomé éste cuento, donde lo que podría ser un hecho natural se convierte en algo que está al acecho, lamiéndonos los pies.

Claro, pero ¿contra quién era? Contra lo más preciado.

Tal cual, por eso no se puede dejar de lado el vínculo que se le da a la muerte en relación con los personajes.

Si ese carnero hubiera venido directo a mí, no hubiese sido tan dramático; es un carnero que viene a mí. Pero si ese carnero va hacia mi hijito, tan chiquito… Es lo más horroroso.

“Pienso en la muerte como algo que acompaña todo el tiempo. Y acompaña es como la forma más amable de nombrar ese modo de estar, la otra opción sería como vos decís: acecha. Está siempre. A veces, acecha. A veces, acompaña. Y a veces, te muerde”.

En el cuento Los nombres, leemos: “Hay muchas cosas que no tienen nombre. Eso que no tiene nombre, existe.” Entonces, pienso, la escritura no nos exorciza de los males del mundo, pero al menos puede nombrarlos. ¿Crees que hay en la escritura cierta resistencia? No de fuerzas, sino más bien de que algo perdure.

Una intención de hacer perdurar sí. Pero es casi graciosa porque se escapa y en el mejor de los casos, sos un éxito mundial o te ganas un Nobel o la forma que vos quieras que pueda aparentar haber logrado esa perdurabilidad, ¿cuánto dura? Igual sigue siendo gracioso. Es una aspiración muy humana aspirar a esas pavadas jaja.

¿Cuando escribís lo hacés por una urgencia, una necesidad de decir? ¿Hay algo de eso que se juega?

No. Urgencia suena más a algo que una vez que lo hacés, se cumple. Si tengo hambre, como. Lo hago por algo más parecido al destino. Aunque “destino” es una palabra demasiado grande. Lo hago por algo que tiene más que ver con el Ser que con algo tan pasajero como una urgencia. Es algo que si no lo hago, ¿para qué? Tengo que hacerlo. No en un sentido de obligación, sino más bien de qué hago con mi vida si no lo hago.

Hay algo de destino en esto que decís… aunque sea muy grande la palabra

¡Es muy grande la palabra! Que la use Borges jaja.

Alejandra, los títulos de tus libros me parecen súper poéticos. Entonces, la pregunta es ¿cómo te llevas con la poesía? Y si bien para mí dentro de tus relatos hay mucha poesía, hablo más bien de la poesía como género.

Eso que vos percibís como poético son mis merodeos por la poesía. Merodeos porque no me animo todavía.

¿Por qué no?

Porque para mí es como la cima de la literatura. Entonces, todavía no llego a la cima de nada. Es una de esas cosas que quieres hacer con mucho cuidado para no hacerlas mal. El día que lo haga no me gustaría hacerlo insegura o mal. Quiero entrar bien.

¿Te gustaría?

Todavía no me lo puedo imaginar. Es como que si al ser la cima y yo estoy andando en una montaña, deduzco que en algún momento voy a querer subir más. Seguramente subir es lo que uno va a anhelar siempre, en el sentido de crecer.

¿Lees poesía?

Sí. Leo poesía pero dosificado. No devoro libros de poesía

En la dosis justa…

En la dosis que me permite el ritmo de vida que tengo en cada momento.

¿Le dedicas bastante tiempo de tus días a la lectura? Creo que detrás de todo escritor hay primeramente un lector.

Sí, todo escritor es primero un lector. Y cuando escribe no está mas que respondiendo. Y a tu pregunta, sí… Leo todo lo que puedo. O mejor dicho todo lo que quiero leer. Tengo un rato y me agarro un libro. Por placer y por amor, no por imposición.

Debería ser siempre así. Lo impuesto tiende a desvanecerse.

Totalmente. Como la gente que ama otras cosas, como los deportistas que tienen un rato y salen a correr. Yo ni loca.

Leés por deporte.

¡Sí, tal cual! ¡Leo por deporte! Jaja.

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