El Pregonero

Milei presidente: El colapso de la representación política


Por Marvel Aguilera.

La victoria arrasadora de Javier Milei en el balotaje es lógica. Cuando el pueblo se expresa, no se equivoca. Con esto no nos referimos solo a la bronca o un sentimiento apolítico. Tampoco a una ola libertaria que haya copado las sensibilidades del pueblo trabajador. Nos referimos a la incapacidad alarmante del gobierno de Alberto Fernández por brindar soluciones concretas a las emergencias de los sectores bajos y medios de este país. La campaña de Sergio Massa, presidente tácito en el último año, solo estiró una agonía palpable en el microclima social. No se gobernó para nadie. La idea que circula en el sentido común es la de un gobierno repleto de funcionarios burócratas dedicado a armar rondas de amigos, sostener su imagen en redes sociales, e incapaz de arriesgar un plan urgente de medidas económicas que pusiera en jaque al poder concentrado frente a una pobreza alarmante y un sector laburante que sobrevive en las huestes de la informalidad.

El peronismo ha dañado su representación política, y debe recuperarla en lo inmediato. Los embanderamientos alrededor del progresismo y la “moderación”albertista llevaron al movimiento social y político más importante de nuestra historia a diluirse en un esbozo de nostalgias y meras “lealtades” a dirigentes. Lealtades que saltan la conexión directa con los trabajadores. Porque la única lealtad de los dirigentes peronistas debe ser al pueblo. Pensar lo contrario, es atentar contra el peronismo mismo. Hace dos años, tras la pésima elección de medio término del entonces Frente de Todos, muchos amagaron renunciar, pero la realidad es que ninguno se fue. Antepusieron su mezquindad personal por sobre el bienestar de la clase trabajadora.

Javier Milei fue inteligente en lograr posicionarse en ese polo de confrontación con el funcionalismo en piloto automático de la política actual. Con la casta. Es decir, una política sosa, para redes, para cargos, para medios “compañeros”, para el propio círculo de funcionarios. El triunfo electoral del anarco-capitalista evidencia que su discurso caló hondo en todas las capas sociales. Hastío y bolsillos vacíos. Clases bajas cansadas de la inacción, de tener que estar con la soga al cuello día tras día; y clases medias incapaces de poder planear a mediano plazo, de invertir en su futuro.

“El triunfo electoral del anarco-capitalista evidencia que su discurso caló hondo en todas las capas sociales. Hastío y bolsillos vacíos. Clases bajas cansadas de la inacción, de tener que estar con la soga al cuello día tras día; y clases medias incapaces de poder planear a mediano plazo, de invertir en su futuro”.


Un gobierno debe hacerse cargo. Lo que deja la experiencia fatal de Alberto Fernández, con la responsabilidad en su elección de Cristina Fernández, es una muestra cabal de la falta de ejercicio del poder. Peleas internas. Nula conexión con las bases. Obscenos privilegios. Varios ministerios que en cuatro años no construyeron una sola política pública para mejorar las condiciones del pueblo trabajador. Medios que escribieron el diario de Yrigoyen. Pero, por sobre todas las cosas, un gobierno sin voluntad política para transformar la realidad argentina. Un peronismo no revolucionario es un oxímoron, es otra cosa. Por eso pierde, irremediablemente.

Lo que viene puede que sea doloroso, pero hay que afrontarlo con dignidad. Levantar la cabeza y dejar de putear en Twitter. Las lógicas del aguante y la resistencia que pregonan los mismos que nos llevaron a esta decadencia y abismo, son producto de una sobre-ideologización que es necesario alejar del peronismo. Es importante que en estos cuatro años las verdaderas bases de militancia, en los barrios, en las organizaciones populares, en los clubes, en los centros de estudiantes, puedan empezar a conformar una nueva cara de militancia frente a las dinámicas individualistas que hoy copan la realidad social.

El peronismo puede ser oposición, pero principalmente debe ser una opción de poder que brinda esperanzas de emancipación al pueblo argentino. Un partido con afán de cambiar las condiciones sociales y económicas de su gente. Que no busca ajustarse a posiciones de izquierda o derecha, sino atravesar toda grieta para contener a las masas populares en una síntesis política de apertura y no de endogamia iluminista.

Crédito: Matias Delacroix – AP

Esta victoria liberal que – según declaró el presidente electo – busca retrotraernos al siglo XIX nos pone de cara a un desnudo atroz de la política y la cultura. El pueblo es y será siempre soberano. Hoy ha elegido optar por el camino de la “alt right” debido a la falta de respuestas en la política tradicional. Porque lo que ha logrado capitalizar Milei es un discurso de ilusión frente a la desesperanza que sembró estos años la clase política. Una Argentina que aspire a dejar de ser el patio trasero de las potencias. Obviamente, es ingenuo creer que ese rumbo (que según expresó tardará 35 años) no será a costa de un ajuste descomunal al pueblo trabajador y la pérdida de soberanía en materia de recursos, generando una brecha aún más grande entre los sectores populares y los más acomodados de nuestra patria.

No hay otra alternativa. El movimiento nacional y popular tiene que volver a construirse de abajo hacia arriba. Es la única forma de volver a recomponer un proyecto de país que sufre actualmente de una fragmentación. ¿Cuál es el nivel de participación que tendremos? ¿Cuáles son los cuadros que promoveremos tras debates al interior de nuestros territorios? ¿Cuáles son las propuestas de mediano y largo plazo que ponemos en juego para enmarcar a las mayorías?

Cómo, qué, para qué, y contra quiénes, son las principales premisas que habrá que pensar en estos cuatro años. La Argentina necesita una democracia representativa y transformadora que sepa interpretar las demandas populares y abra el juego a nuevas formas del hacer político. Solo de esa forma podremos afrontar un panorama que, a medida que pase el tiempo, mostrará sus consecuencias desoladoras.

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