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Una sombra voraz | La vida como narración en disputa

La nueva obra de Mariano Pensotti (Grupo Marea) con Patricio Aramburu y Diego Velázquez propone un espejo inquietante: allí donde la ficción devora la vida y el doble revela la fragilidad de lo que llamamos realidad. En ese margen existencial, un alpinista y un actor recorrerán la dicotomía identitaria de narrar una verdad cada vez más cercana al artificio.


Por Marvel Aguilera.

En la novela Respiración Artificial de Ricardo Piglia, el protagonista busca reconstruir la historia de un ancestro familiar: un político liberal del siglo XIX anclado en las huestes del ostracismo y la traición. El investigador, Emilio Renzi, toma ese trabajo apoyándose en cartas, manuscritos y archivos históricos a través de los cuales intenta reconstruir una identidad difusa. Una que, poco a poco, parece multiplicarse en voces disonantes y hasta contradictorias. Es que no parece haber una sola mirada sobre él, mucho menos una línea de verdad que cruce transversalmente los hechos. En líneas generales, todo parece estar en tensión, incluso el propio contexto histórico que supo rodear al personaje indagado. Renzi, a la larga, entiende algo: nada puede llevar a la verdad, porque la propia verdad está en disputa, incluso para configurar la identidad de nosotros mismos. ¿Cómo se sostiene una identidad cuando lo que nos rodea parece ponerlo en tela de juicio? ¿Somos acaso víctimas de una ficcionalización de nuestras propias verdades? ¿La verdad está en los hechos o la verdad está en el reconocimiento y la acción que tengamos sobre ellos?

Una sombra voraz, la nueva obra de Mariano Pensotti -Grupo Marea-, nos plantea una suerte de disputa de planos entre la experiencia y la ficcionalización. Un desdoblamiento sinérgico de dos personajes que buscan ser consecuentes, desde su sentido de verdad, con una misma historia. Una concatenación narrativa que, lejos de estar cerrada, encontrará resquicios, hiatos, fugas y resignificaciones que pondrán en perspectiva el grado de certeza que tenemos a la hora de reconstruir nuestro pasado, y también del punto cero de la realidad en el que vivimos este presente.

“En una suerte de tensión por el punto de vista, Pensotti nos introduce en un campo narrativo desdoblado, que va y viene como una pelota de tenis sobre la red, y que pone arriba de la mesa las semejanzas en las diferencias”


Julián Vidal es un reconocido alpinista que está a punto de retirarse. Cansado y agobiado por el paso del tiempo, está dispuesto a cerrar una etapa, una que abrió – quizás tardíamente – a raíz del legado de su padre: otro experimentado alpinista que desapareció escalando el monte Annapurna, en el Himalaya, cuando Julián era apenas un niño. Casi como un susurro permanente, obsesivo, por encontrar excusas que lo pongan en el mismo lugar de los hechos – un libro de Petrarca, una vieja entrevista gráfica a su padre – la historia lo empuja a tomar una última iniciativa: escalar ese inmaculado monte por el que su padre entregó la vida.

Paralelamente, Manuel Rojas, un actor venido a menos, enfermo, descreído de su vocación y de cómo la industria mercantiliza hasta el hartazgo su creatividad, es llamado para una oportunidad única: reencauzar su carrera interpretando en una película la vida de Julián Vidal. En especial, su escalada al monte Annapurna. Entusiasmado, Manuel hará la imposible por mimetizarse con esa identidad. Renunciar a su papel en una serie clase B, abandonar su tratamiento, reconfigurar el vínculo con su hija. En esa experiencia encarnada de alpinismo y de Julián: esa percepción de su dolor, de su esperanza y del anhelo en su propio cuerpo; desdibujará paulatinamente su propia memoria, sus propios recuerdos.

En una suerte de tensión por el punto de vista, Pensotti nos introduce en un campo narrativo desdoblado, que va y viene como una pelota de tenis sobre la red, y que pone arriba de la mesa las semejanzas en las diferencias: la crisis existencial de dos hombres que ven cómo se cierra una parte de sus vidas, que bordean la muerte desde amenazas dispares, que enfrentan un pasado fragmentado que arroja más interrogantes que respuestas, más silencios que declamaciones.

La memoria, más que un espejo fiel a los hechos, se difumina de acuerdo a la perspectiva: a la luz, al choque de reflejos, al ánimo del espectador; se construye no en la superación de los fragmentos, de los recortes de vidrio, sino sobre ellos mismos, en sus resquebrajamientos.

La idealización de los padres recorre la mente de los personajes, casi como un mandato mudo pero permisivo. Uno que marca sus pasos, sus decisiones y que, en el fondo, es el reflejo de un síntoma ególatra de estos tiempos. Uno que elige sobregirar las ideas, los recuerdos, las historias y los pensamientos para adecuarlos a un esquema de realidad propio. Uno confortable. Uno que evite poner en crisis los cimientos de la educación sentimental.

“La idealización de los padres recorre la mente de los personajes, casi como un mandato mudo pero permisivo. Uno que marca sus pasos, sus decisiones y que, en el fondo, es el reflejo de un síntoma ególatra de estos tiempos”

Patricio Aramburu (Julián) y Diego Velázquez (Manuel) tienen la agudeza actoral de asentar el desarrollo de los personajes en las primeras líneas del texto. Allí, entre el soliloquio y el diario confesional, es donde vemos el contraste entre la duda como transformación y la certeza como necedad legitimada. En un guion que juega con diálogos casi concatenados, semi coreográficos, cada narrativa despliega una suerte de sensibilidad descarnada. Un sube y baja emocional que establece una sutil alegoría de una escalada empinada, repleta de obstáculos, donde la cima, más allá de ser una meta anhelada, funciona como refugio ante un llano repleto de incertidumbres y decepciones preferibles de acallar en la trascendencia de una epopeya, ya sea deportiva o artística.

El avance de la trama nos adentra en una película cuyas expectativas fracasan, tanto para Manuel como para Julián. No hay éxito, taquilla ni verdad. ¿Lo que fracasa es la ficción o la percepción de la verdad acerca de ella? El dolor narrado del encuentro de Julián Vidal con el cuerpo de su padre, a pesar del descreimiento social, aparece como un gesto de verdad en sí, una forma de sostener la identidad desde la enunciación, desde la dimensión existencial de su propia narrativa. La verdad, en ese sentido, no está solo en el acontecimiento, sino en la capacidad de enunciar un relato frente a la dinámica capitalista del olvido.

Esta nueva obra de Pensotti, autor de la celebrada Los años, nos permite una multiplicidad de lecturas acerca de la identidad y de cómo puede estar marcada, en mayor o menor medida, no solo por los mandatos y crianzas o educaciones y experiencias, sino también por la construcción en los ojos de los demás. Un otro que resignifica, que interpela, que incomoda los recuerdos e historias para hacernos indagar, casi como un detective privado, en las huellas de nuestro propio recorrido.

Si bien Una sombra voraz moldea lo que está más allá de lo tangible, en el trasfondo de una sociedad abatida por el consumo efectista, las fake news, la crisis climática y la creciente falta de conciencia frente al deterioro de las democracias, encuentra lo más esencialmente humano en el replanteo existencial, lógico, de sus protagonistas; en un alpinista que ha tenido que subir a un monte para ver desde allí la fragilidad de sus cimientos sensibles, y en un actor que finalmente se ha encontrado a sí mismo, sin tapujos, a través de los recuerdos prestados por un otro. Julián y Manuel se retroalimentan de sus percepciones para comprender su propia experiencia, como si el otro pudiera dar en la fibra exacta de esa difusa sensibilidad.

Esta pieza trabajada a partir de una meticulosa puesta en escena, con artefactos útiles y simbólicos que dan cuenta de la superposición narrativa, nos abre la puerta para pensar la dimensión colectiva de las memorias, tanto las individuales como las sociales. Esas memorias tan necesarias frente a la desconexión y la imposición de los discursos únicos, los mismos que nos alientan a obedecer y actuar como un axioma de fortaleza frente a la “debilidad” de quienes eligen pensarse y reconstruir sobre un pasado que, lejos de estar muerto, nos sigue legando aprendizajes.

Ficha Técnico Artística

Texto y dirección: Mariano Pensotti     
Elenco: Diego Velázquez, Patricio Aramburu                                                             
Escenografía y vestuario: Mariana Tirantte                                           
Música: Diego Vainer
Luces: David Seldes
Colaboración artística y Producción: Florencia Wasser
Dramaturgista: Aljoscha Begrich
Prensa: Marisol Cambre
Fotos: Sebastián Arpesella
Colaboración en Producción: Zoilo Garcés
Reposición de iluminación: Facundo David
Asistencia de escenografía y vestuario: Lara Stilstein
Asistencia de dirección: Juan Francisco Reato    

Funciones: Sábado 20:00 y Domingos 18:00 hs.
Dumont 4040Santos Dumont 4040, CABA.

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