Poéticas

Sabrina Barrego: “La naturaleza y la poesía son hogares posibles en este desierto de depredación del capital”

La poeta y escritora radicada en Mendoza desglosa en su último libro, Paisajes con vacas, las raíces de su ancestralidad y la dimensión humana que transita en los territorios habitados.


Por Laura Bravo. Fotos: Marina Tejón.

Pero me fui,
fiel a mi tradición de no dejar detrás
más que tierra arrasada.

Paisajes con vacas, último poemario de Sabrina Barrego, remite a la migración y a la indagación en los orígenes. Para muchas familias migrantes, la cría de ganado implicaba posibilidad, estabilidad y arraigo. En los poemas de Barrego, la vaca detenta un halo mítico, es una forma de permanecer en el mundo: “Tu abuela muere. / Luego reencarna en una vaca / que pasta frente a las vías del ferrocarril”.

Sin dudas, la poeta explora las experiencias familiares a través de la lente de la escritura poética. Publicado en 2024 por mágicas naranjas, el libro se centra en la experiencia de quienes llegaron a nuestras tierras desde la región del Volga. Con agudeza y detalle, la autora enhebra y zurce escenas de supervivencia y situaciones afectivas experimentadas por sus ancestros.

A lo largo de su trabajo, Barrego conforma un escenario lírico donde el campo argentino se convierte en un nuevo hogar, aunque nunca desaparece el recuerdo de aquellas otras tierras. La vaca, o la abuela nutricia, presente en el título y a lo largo del poemario, introduce el eje de la cotidianidad silenciosa, de la obstinación de lo sacro, del rumiar insistente de la vida.

Uno de los tantos aciertos del poemario es su capacidad para captar la dimensión humana del proceso migratorio, los recuerdos, la incertidumbre y el dolor que acontecen en el pasaje de uno a otro territorio. En este sentido, Barrego no polariza la migración, sino que la muestra teñida de sus luces y sombras, surcada por el desarraigo, la subsistencia y la dinámica de los cuerpos en los nuevos espacios: “yo les lavaba los pañales y las sábanas / a las señoras del pueblo de Colonia Barón”.

La poesía migrante de Paisajes con vacas encuentra un eco en el new western al explorar las experiencias de desplazamiento y transformación. Ambos géneros comparten una narrativa que desafía las nociones tradicionales de territorio y comunidad; y además, utilizan el lenguaje y la imagen para reconfigurar paisajes físicos y emocionales que exceden el registro documental y exigen ser descriptos con hondura y sensibilidad.

En el universo de Barrego, la vaca señala una temporalidad persistente, no se trata de una metáfora impuesta desde afuera, el animal introduce su propia cadencia como bien podría hacerlo un compás de fondo. En esa quietud que observa y sabe, en ese cuerpo detenido bajo el cielo, se inscriben la maternidad, la memoria antigua, los saberes expresos y tácitos de las generaciones anteriores.

Hablamos con la autora acerca de este libro y otras cuestiones vinculadas a su producción artística.

Revista ruda


Leo una de tus formas de nombrarte o de nombrar tus haceres, leo noiser, escucho tus poemas en Spotify. Siempre, desde la condición de oyentes de lecturas, nos parece espontáneo y natural asociar música con poesía pero cómo se te ocurrió llevarlo a la práctica y cómo transcurrió ese proceso.

La forma de nombrar, para mí, tiene que ver con darle lugar a los otros haceres que también son parte de lo que una va pudiendo construir como una obra, en ese sentido me considero una poeta que también hace otras cosas. El asunto de la música y la poesía no es algo nuevo. Cuando intento pensar acerca de la poesía inmediatamente aparece Safo; esta imagen de ella con su lira y en ella la música y la poesía unidas para siempre desde hace siglos (antes de Safo y después). En ese sentido es que no logro separar a la poesía de la música, dos lenguajes que sabemos que se tocan todo el tiempo, agregaría al ruido. En mi caso siempre existió, por un lado la intuición de aquello que decía Zelarayán; que la poesía está en el oído, y por otro, cierta tradición de poetas y poetas músicos o cantautores a quienes admiro bastante como puede ser el caso de Violeta Parra, el poeta y letrista Manuel Castilla, o compositores como Ryūichi Sakamoto, Raúl Barboza o el Cuchi Leguizamón. Pero desde hace varios años ya, supongo que mucho tiene que ver con las primeras experiencias con el noise y el ruidismo en la adolescencia tardía. Y luego, el encuentro con mi amigo y maestro Gabriel Cerini: sus talleres de experimentación sonora y cierto ecosistema de personas con las que allí compartimos en un hacer y aprender comunitario (como la suma de proyectos que nacieron después); que me muevo por un camino de hacer consciente eso que sucede de manera “natural” como vos decís. Ensayo, no sé bien si lo logro, cierto estado de atención; de permanecer permeable a los sonidos de las cosas y de las palabras, sin jerarquizar entre melodía y ruido, porque en un punto todo suena, todo es material. Por otra parte, me sorprende para bien, encontrarme algo desapegada del sentido de lo que se dice, y preguntarme por los límites de lo que puede ser dicho, dándole lugar a lo sonoro, a la experimentación, a la respiración y el ritmo del poema, a esa forma. Estoy muy agradecida con este tipo de experiencias que han modificado mucho mi escritura y mi lectura y me han enseñado que la gracia no está en ser escuchada sino en oír.

“Ensayo, no sé bien si lo logro, cierto estado de atención; de permanecer permeable a los sonidos de las cosas y de las palabras, sin jerarquizar entre melodía y ruido, porque en un punto todo suena, todo es material”.

Tus proyectos están vinculados a la naturaleza, pienso en Paisaje con Vacas pero también en “Herbario”, en “Botánicas textuales” y en tu profesión. ¿De dónde surge ese vínculo?

Desde lo puramente biográfico, como solía decir el cineasta ruso Aleksandr Medvedkin, provengo de una genealogía de campesinos, esto desde Europa hasta la pampa y el litoral, luego el Sur de Mendoza. He sido criada en esos términos y en colonias rurales. En ese paisaje natural con ese horizonte plano, pero también en esos pueblos que están desapareciendo bajo la lógica de las ciudades, se configuran mi voz y mi corazón, mi manera de estar entre las cosas.

Pero esa manera transciende lo individual y cualquier tipo de impostación y me liga con un sentido de lo colectivo; no sólo desde lo cultural (con esto me refiero al mundo material y al universo de lo ya escrito) sino también por la contingencia de desarrollar nuestras vidas en territorios “sacrificables” para la mega minería, la agro industria, entre otras. Supongo que en esa sintonía me sumo a un diálogo de aquellos que relacionan arte, cultura y naturaleza desde una mirada estética pero que también es política. La insistencia en el gesto de nombrar y en el mejor de los casos proteger en épocas de regresión ambiental. La naturaleza y la poesía, creo yo, (aunque aquí quizá habría que hacer todo un apartado sobre la naturaleza del poema) son hogares posibles, casas, oasis en este desierto de depredación del capital en el que vivimos.

Sabrina Barrego

En el prólogo de Paisajes con vacas hablás de tus ancestros obligados a dejar Rusia y Ucrania. ¿Cómo atraviesan, esas diásporas, tu identidad?

En El amante, Marguerite Duras escribe una frase muy citada que siendo una “joven lectora” me resultó definitiva y reveladora: la historia de mi vida no existe. Creo que me pasa algo similar con la idea de “identidad”. Sí pienso que la escritura ha sido y es para mí una forma de hojear desde algún lugar, aunque recreado, mi árbol genealógico cuyas páginas, como escribí en otro libro, se han dañado y busco reconstruir. Quiero decir que la escritura es para mí una forma de la memoria más allá de la identidad. Y esa memoria es una trama comunitaria que tiene que ver, entre otras cosas, con la pertenencia a un pueblo en diáspora. Un pueblo que atravesó el océano para llegar hasta otra estepa en un Estado colonial con sus propios movimientos migratorios y desigualdades, donde luego se sucedieron una serie de dictaduras. La idea de diáspora en mi memoria familiar es una suerte de repetición, un movimiento permanente (yo misma me he mudado incierta cantidad de veces). Pero también una condición que me conmina a escribir. Un gesto de restauración que me mantiene en un diálogo sostenido con mis muertos, mis tradiciones y el desencuentro en las versiones del relato; sus agujeros y sus ruinas. Una canción, como aquellas nanas de la infancia que como los arboles crían hojas para soltarlas. Y un mito, lo que a la hora de escribir es algo.

Hay una conexión poderosa de las vacas con el mundo doméstico, con las provisiones. Mi mamá migró desde los cañaverales de Tucumán hacia Buenos Aires y la vaca brindaba ciertas seguridades que no daba ni siquiera la cosecha. ¿Qué provisiones reales y simbólicas brinda la vaca en tu poemario?

Te comentaba la cuestión de la crianza en zonas rurales, las vacas allí tienen un rol fundamental en la vida de una comunidad. Yo misma he convivido bastante con ellas, entre otros animales, también por mi formación agropecuaria. A su vez, tengo conocimiento desde muy niña de miles de historias que incluyen vacas y la serie tiene que ver mucho con esa provisión que mencionás. Sucede que a lo largo del tiempo ese animal tan generoso materialmente se ha convertido en una fuente inabarcable de metáforas para diferentes pueblos y también en la historia de la literatura y eso nutre mucho a este libro. Por ejemplo en el título, tomado de un verso del peruano Eduardo Chirinos, las vacas son un elemento que une la estepa rusa y ucraniana, con la pampa húmeda y luego seca que son los espacios vitales e imaginarios de estos poemas; las horas transcurridas en el auto de papá mirando las puras vacas. En esa sintonía pienso en los diálogos sobre vacas y la tragedia nuclear con mi amiga Natalia Litvinova y la runa dagaz que me leyó en pandemia Marisa Negri y que guarda en ella el mito nórdico de la vaca primigenia, también conocida como La Gran Vaca Cósmica que dio origen a los dioses y la humanidad.  Hay una historia bastante literal en uno de los poemas; mi abuela Rosa solía decir que reencarnaría en una vaca que pastase frente al ferrocarril. Cuando finalmente falleció, yo he dejado de ingerir carne por muchos años (aclaro que coincidentemente en esa época comencé con los carneos en la escuela, tema aparte la faena de un animal).

En el libro Contra toda esperanza, la ucraniana Nadezhda Mandelshtam consideraba que la tenencia de una vaca era una manera de ligarse con un mundo por fuera del estalinismo, una forma de pasar desapercibidos previo a la detención y muerte de su marido y la base de la supervivencia. Esa imagen fue muy pregnante para mí mientras escribía. Como también la escena conocida de la “vaca sin cencerro” en la película La flor de mi secreto de Almodóvar que, a mi modo de ver, no sólo busca mostrar a la mujer “sola” de marido, sino al desarraigo con el origen, la tierra de una (que también es una madre) en la contemporaneidad. Como también con esas formas de vida con la tierra para todos. Hay una potencia maravillosa en eso de rumiar, rumiarlo todo con cuatro estómagos que tienen las vacas, supongo que algo así sucede con las metáforas inagotables.

“La idea de diáspora en mi memoria familiar es una suerte de repetición, un movimiento permanente. Pero también una condición que me conmina a escribir. Un gesto de restauración que me mantiene en un diálogo sostenido con mis muertos, mis tradiciones y el desencuentro en las versiones del relato; sus agujeros y sus ruinas”.

¿Cómo tomaste las pequeñas/grandes decisiones de tu último libro? Pienso en el uso de “Encendás una vela”, por ejemplo, en la elección de una expresión oral que le sienta tan bien al poema.

Creo que cada libro persigue una escritura y tiene un cúmulo de lecturas en sus espaldas. Con el diario del lunes puedo hablar de algunos procedimientos que quizá en el momento de la escritura no hayan sido tan conscientes. Esto es también un aprendizaje para mí en cada serie. Creo que hay algo de la oralidad que me acompaña bastante en sintonía con esta escucha que intento practicar. Por ejemplo hay un poema que se llama: “Gracias de mil maneras”, que es una frase que mencionó un paisano en el micro que conecta la Capital de Mendoza con General Alvear, y que en ese momento tuvo muchísimo sentido para mí, para ese poema específico que estaba siendo escrito en ese viaje. Creo que es siempre la poesía la que convoca y luego una hace lo que puede (y reescribe y reescribe). Yo tengo mucha fe en eso que sucede en ese plano de la contemplación, en ese mirar todo como en la presencia de un Dios, como decía Denise Levertov. Oír, estar atentos, dejarse hablar, encontrar una veta en la montaña decía Leónidas Escudero, una punta de flecha Bustriazo Ortiz.

¿Qué estás escribiendo ahora o qué otras aventuras artísticas estás protagonizando?

En este momento estoy con un proyecto de edición de un libro que tiene unos cuantos años y creo (espero) haya encontrado su forma y su lugar recién ahora. Y también cerrando una serie bastante larga que vengo trabajando el último tiempo y que ya es hora de liberar también. Hay poemas nuevos y proyectos sonoros y de talleres por ahí. Veremos que sucede con la poesía en esta época de miseria.



Sabrina Barrego
Paisajes con vacas
Mágicas naranjas
2024

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