Vértices

Vicente Battista: “Ya no nos hacemos preguntas metafísicas, ni del pasado ni del futuro, y eso es peligroso”

El reconocido escritor publicó recientemente El simulacro de los espejos (Hugo Benjamín), una novela que aborda la noción del control social, la vigilancia y la normalización de la falta de empatía. Tecnología, industria editorial, mentiras verdaderas y el recuerdo envolvente de quien ha sabido hacer confluir el misterio, la creatividad y las convicciones a flor de piel.


Por Marvel Aguilera. Fotos: Eloy Rodríguez Tale.

Debord decía que en un mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso. Una suerte de representación de lo real que termina siendo naturalizado. En las imágenes, en las percepciones, en los razonamientos, en la capacidad de informarnos, e incluso en la emocionalidad. ¿Qué es real cuando hemos perdido la noción de ella? ¿Qué identidad nos queda cuando los espejos reflejan lo que deseamos que refleje? Redes sociales, inteligencia artificial, robótica, fake news. Cada ápice de autenticidad es reemplazada por apariencias mediadas que nos reducen a la mínima expresión, a engranajes autómatas que voluntariamente buscan pertenecer a un espectáculo de simulación. Uno no es propio, sino que tiene dueños: figuras que, a diferencia de otros tiempos, ya no son invisibles, sino que están todo el tiempo en los titulares y son adorados como héroes de un progreso que, a ciencia cierta, bordea entre el colapso y el antihumanismo.

En El simulacro de los espejos, Vicente Battista avanza construyendo una atmósfera de incertidumbre y enigma que, por medio de recovecos psicológicos, abre un interrogante sobre las libertades de la condición humana. Una novela donde lo que no se dice marca la pauta de la trama. Octavio, el protagonista, es el nuevo Elegido de una extraña comunidad. A medida que pasan los días, el juego de rumores, intrigas y ansias de poder crecen en medio de un hastío que brota en el interior del protagonista. Battista, avezado autor de obras que ya son referencia de la prosa, como Sucesos Argentinos, El libro de todos los engaños y Gutiérrez a secas, escribe desde una puesta sumamente magnética, laberíntica y generadora, siempre, de un punto de fuga de la realidad.

Hijo de un carpintero socialista, austero, que renegaba del consumo y el endeudamiento, Vicente se crio con los discursos de Alfredo Palacios de fondo, en una casa chorizo de Barracas. Yendo a ver a Boca y simpatizando en su adolescencia con la Federación Comunista. Pese a ser un oficio generacional, Vicente, lejos de agarrar un martillo, encontró en la literatura una conexión directa. Había nacido para eso, y no la abandonaría por el resto de su vida. En el cuarto de trabajo de su departamento, Vicente repasa como un flash los ecos de un camino que sigue resonando en cada palabra, desde la revista El escarabajo de oro a su primera novela El libro de todos los engaños; un texto cuyas formas y lógicas de misterio lo trasladan a sus años en Barcelona escribiendo como ghost writer. Rituales, engaños, obliteraciones de lo real, sociedades secretas. Mucho de eso aparece a lo largo de su obra, en textos como Gutiérrez a secas, Ojos que no ven y su reciente obra El simulacro de los espejos. Política, control social, esferas inaccesibles y un lector atrapado en la encrucijada de un autor que sabe como nadie jugar con el misterio. Casi como si escritura siempre quisiera decir algo más de lo que dice, un halo reprimido de verdades que, al día de hoy, parecen más irreales que la propia ficción.

Revista ruda


En un momento vos hacés el guion de una película de Miguel Bejó, La familia unida esperando la llegada de Hallewyn. Un largometraje que hoy es de culto, pero muy sombrío, oscuro y absurdo. ¿Cómo nace eso?

Miguel, que estaba viviendo en Francia hace muchos años, y Román (que vive acá cerca de casa) me vienen a buscar y dicen que querían filmar una película con vampiros. Estábamos todos en la onda vampiro, que sé yo. Y bueno, yo me ocupo de hacer el guion. Entonces, buscamos la novela de Hallewyn, la obra de Michel de Ghelderode, que es una obra en serio, el vampiro que nosotros copiamos todo es el vampiro Hallewyn, que seduce con su canto mágico a las doncellas, las posee y después las mata, las vampiriza.

En la obra de Michel de Ghelderode, el señor feudal le dice a su hija que se entregue. Se sacrifica para poder clavarle la estaca en el pecho y terminar con el vampiro. Y esto hace la chica, se va a la catrera con Halloween, le clavan la estaca y todos celebran, y escuchan que la hija empieza a repetir las palabras de Hallewyn: se estaba vampirizando y ella va a seguir, y hay que sacrificarla. Entonces en base a eso hicimos el engendro, que fue muy divertido.

La película costó algo así como 4 millones y medio de pesos de aquella época, no es nada.

También una película de los 70, pero que quiere mostrarse como si fuera de los 30.

Claro. Pero además, lo divertido era que cuando se empieza a hacer la película, todos los actores estaban trabajando en teatro, entonces se filmaba tipo después de las nueve, diez de la noche en una casa abandonada que ya no está, que estaba en la calle Bartolomé Mitre. Ahora hay un supermercado. Era una casa abandonada que la conseguimos, de buscar nomás. Vivía el portero, que digamos el propietario había dejado, y su mujer, al cuidado de la casa. La casa tenía una piecita para ellos.

Entonces, nosotros lo convencimos al portero de filmar ahí. Pasaron cosas divertidísimas. Por ejemplo, la noche que filmamos, sacamos el cadáver de la mujer -que era Evita- que lo sacan después que se lo comen. En ese momento la mujer del portero no sabía nada, y sería como la una de la mañana, sale y ve toda esta caravana. Se volvió loca.

Había que explicarle. Estábamos en el final del episodio, y el portero no le había dicho nada. Me acuerdo que terminamos el film e íbamos a comer a Pippo a eso a las cuatro o cinco de la mañana. Fue muy divertida la filmación. Lo que más nos gustó, o a mí, fue el montaje. Pasolini decía que el cine era el montaje.

Porque el montaje lo hacíamos en la estación que estaba ahí en la Avenida Libertador. Íbamos haciendo secuencia por secuencia. Eso es lo que me gustaba, Miguel y yo lo hacíamos eso. La película se terminó y en el interin, Miguel y Román se van a Europa con la película, a los festivales.

Gana en Locarno un premio, porque había no sé qué capo de aquel cine norteamericano de aquella época, dice, “esta es la única película que se puede premiar porque rompe con todos los cánones.”

En un momento, el mayordomo se baja los pantalones y caga en medio del living. Le digo a Miguel, “nos estamos pasando”. Me dijo, “No, déjate de joder.” Después, una cosa divertida de Edgardo Cozarinsky, director de cine también que murió hace poco. Cozarinsky hacía de abuelo en la película. Y en un momento se tiene que ir a Francia, por no sé qué cosa. “Yo abandono”, dice. “No, déjate de joder”. “Abandono”. Entonces, como no teníamos un mango, y en la película había un ropero, él dice algo así como “harto ya de estar harto”, se mete en el ropero y se oye el sonido de un avión que sale. Eso era todo lo que teníamos, y lo sacamos.

La idea era detener la película y que el padre, que viene a ser Hallewyn, tiene que decirle a los espectadores “mire, comunicado número 54”. Estábamos parodiando los comunicados de Lanusse que decía lo que iba a pasar, y pasaba todo lo contrario, la gente se revelaba. Entonces, nosotros poníamos al padre de la familia, en decadencia, además, parafraseando prácticamente los comunicados.

Después, cuando la película gana el Gran Premio de Manheinn, ahí es donde Miguel dice “venite a Barcelona”.

Claro, eso lo leí, pero después allá no hicieron más nada.

Nosotros en aquella época vivíamos en la calle Pueyrredón, un departamento de tres ambientes. El portero me avisa que había venido un tipo a preguntar por mí. Entonces le digo “mirá, nos están fichando” Y en el interín se da lo de Miguel. Nos fuimos para Barcelona. Y cuando llegamos, ahí mismo nos fuimos de festival en festival. Fueron un mes y medio que pasábamos comiendo con Kurosawa.

De pronto pasábamos hambre en una pensión de mala muerte en París y dos días después estábamos en un Cinco Estrellas por el festival. Era un poco todo así. En un momento dado llegamos a Múnich. Me acuerdo de que había una tormenta de nieve tremenda, y yo le dije a Miguel “Gloria está muy cansada”. Él decía, “seguimos a Roma”. Le digo “no, yo corto acá, no puedo seguir”. Me acuerdo todavía que estábamos en una casa en la montaña, en Múnich, y por la televisión estaba Balbín y Cámpora, porque claro estaban las elecciones. Entonces estábamos en una montaña de Múnich viendo a los argentinos.

Lo cierto es que salimos de vuelta a Barcelona. Ahí nos separamos de Miguel. Tomamos un ómnibus, la cosa más barata del mundo, para ir de Múnich hasta Barcelona. Ahí había otras formas de ganarse la vida. Por suerte Planeta me editó un libro de cuentos. Me dieron la plata por adelantado -cosa que yo no sabía que era así- y me sirvió para pagar el parto. Nos instalamos y ahí estuvimos viviendo hasta que pudimos volver.

Vicente Battista

Me pregunto si en Barcelona, donde trabajaste como ghost writer y mucho vinculado a libros sobre sectas o masoneria, es donde sacaste muchas de tus inquietudes para tus novelas a lo largo de tu recorrido como autor.

En España cuando copiás algo le dicen “lo fusilás”. Entonces el primer libro que me dieron es Sectas y Sociedades Secretas, yo firmaba como Tomas Baeza. Era un libro de la biblioteca. Me decían fijate lo que está marcado, y no lo pongas, porque es un libro que yo escribí para Bruguera. Así que agarrá otras cosas para poner. A partir de ahí lo que hacías era sentarte y escribir e ir armado con eso. Gloria traducía, así que se ganaba la vida haciendo traducciones, y así nos fuimos arreglando.

Lo primero que quería ahondar de El simulacro de los espejos es esta cuestión -que no estoy de acuerdo- de que tiene una atmósfera similar a The Truman Show. Porque en The Truman Show el tipo está secuestrado, desde bebé, y en cambio acá es un acto voluntario el entrar. De hecho, tienen un examen para ser escogidos.

El propósito es que yo, como autor, no explico nada de la novela: por qué entraron, por qué están ahí. Yo, digamos, no sé nada. Esto nace un poco con la pandemia.¿Qué significa estar encerrado? ¿Es una elección? porque te obligaban, pero elegías hacerlo, salvo que fueras de un partido liberal como Patricia Bullrich que salían de acá para allá o Larreta que decía “los chicos quieren estudiar”. Sí, quieren estudiar, pero además se pueden morir.

Pero era una elección. A partir de ahí empecé. En primera medida: un sitio cerrado. Primero se me ocurrió la casa. Pero La casa es una formidable novela de Mujica Lainez. Después dije, “bueno, el sitio”. Pero el sitio no tiene buen sonido y en cambio “el lugar” es más como fachista; el sitio es más dulce. Y a partir de ahí pongo a Octavio, que es una anomalía. Como autor me propuse, en primer lugar, dar un paso adelante de lo que hice con Gutiérrez a Secas.

“El propósito es que yo, como autor, no explico nada de la novela: por qué entraron, por qué están ahí. Yo, digamos, no sé nada. Esto nace un poco con la pandemia.¿Qué significa estar encerrado? ¿Es una elección?”

En Gutiérrez a Secas, el autor, que soy yo, contaba en tercera persona. Decía “eso no sé, habría que preguntárselo a Gutierrez”. En cambio, en esta decidí que no, el autor no tiene la menor idea de nada. Todo lo que escribe, lo escribe en base a los gestos de los personajes o lo que él supone que va a ser. Difícil propuesta, porque a la hora de escribirlo tenías que cuidar mucho no meterte. ¿Estoy diciendo lo que pensó el personaje? Yo no puedo saber lo que pensó el personaje, entonces era mucho de qué se supone: que tal vez habrá dicho esto, tal vez pensó esto, pero nunca ninguna seguridad.

La otra era el juego de orden alfabético, ¿cuántos son en el lugar? ¿Por que están? Pero nunca se sabe cuál es la razón, y yo tenía la condición que sabía cómo iba a terminar la novela. Es decir, lo estaba escribiendo como quien escribe un cuento, como empieza y cómo va a terminar. A partir de ahí decidí que, bueno, vamos a ir metiendo personajes y después estos personajes van cobrando vida o no. De pronto están pensados para ser el gran primer actor y se convierten en un actor de reparto. Y así fui inventando la historia, metiendo, y como siempre pasa, me divertí mucho, la pasé muy bien.

Cuando me preguntan por qué yo escribo, porque la paso muy bien. Puedo estar escribiendo los versos más tristes esa noche, pero me la paso muy bien.

Revista Nuevos Aires

Me llama la atención esto que decís sobre la escritura en la pandemia y cómo condicionó toda la idea de la obra. Esto pasa en la literatura, que uno lee cosas pensando que tienen que ver con alguna cuestión y por ahí no. Porque lo había pensado más por el lado de las redes sociales, esta cuestión de que nosotros elegimos ser vigilados.

Claro, pero no tengo nada. Tengo un Facebook que de tanto en tanto entro y mis hijas me dicen, “papá, hace ocho meses te felicitamos por tu cumpleaños.” Redes sociales no tengo nada, jamas ¿por qué digo jamás? Porque me conozco y si me llego a meter, voy a pasar el día boludeando.

Para mí hay cosas que están en el aire. En un momento dado, cuando la empecé a escribir, no pensé en eso. Pero mientras la iba escribiendo, se fue imponiendo cada vez más la inteligencia artificial. Entonces, en un momento digo “espérame un segundo.” Yo no lo pensé así, pero teniendo en cuenta de que estos tipos tienen que rendir, que le toman una serie de pasos, le pregunta mil cosas, los investigan, están creando algoritmos.

Casi al final de la novela, uno de los cuatro mellizos, en la tertulia que hablan de inteligencia artificial, el mayor da a entender que es posible que estén manejados por la inteligencia artificial. Y dice, “no seremos.” Hasta la novela cierra ese capítulo con el título de la famosa novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Me gusta jugar permanentemente con esa incógnita, pero yo sabía que la novela iba a terminar así. Tenía otro título. La novela se iba a llamar, hasta hacía mucho, “Las puertas de la noche”. Y empezaba de la misma manera que una novela de Gesualdo Bufalino, que es La perorata del apestado.Y yo ponía como acápite: “Aunque yo supiera entonces que prefería permanecer callado y llevar a lo largo de los años mi perorata al seguro debajo de la lengua, como un óbolo de reserva con el que pagara el barquero el día que me que me sintiera a consecuencia de otra menos remisible decisión o llamada a las puertas de la noche”. Es que está diciendo cuando venga el barquero a que me lleven la muerte, estoy en las puertas de la noche.

Así se llamó por mucho tiempo, hasta que un día, por esas casualidades maravillosas, encuentro un poema de Borges que es La Recoleta, y veo este verso, el que pongo en la entrada del capítulo, que es El simulacro de los espejos.

Digo, puta, esto encaja perfectamente con el mensaje. Yo sabía que había hay un el final. El final me lo regaló uno de los grandes autores italianos que fue Dino Buzzati. Que tiene un cuento formidable que se llama Siete plantas. Es un tipo que cuenta de cosas terribles. Están en la primera planta, después resulta que por un montón de razones le van subiendo de planta a planta. Vos te das cuenta que cuando va a llegar a la séptima, es la muerte. Y lo va contando de una manera tan tremenda. Hay un momento, me quedó para siempre eso, que es en el momento en que el tipo ve que en el sanatorio se empiezan a apagar las luces. Y es lo que yo pongo acá, es decir, cuando él está en El Lugar, en esa sala que nunca doy las dimensiones.

Unos me decían, “bueno, es un geriátrico”.Yo no doy la edad de los tipos tampoco, vos suponés que es un geriatrico porque están encerrados ahí, pero yo no explico nada. Ellos ponen una mano ahí y se abre el bar, y con la otra mano tocan ahí y se abre una biblioteca, porque así son las cosas.

Cuando entran al bar, lo que se ve es el famoso cuadro del norteamericano Edward Hooper, El Noctámbulo. El bar es ese, es el que yo describo. Él dice que es un bar que lo había visto en alguna película o en algún lado. No, es el cuadro de Hooper. Y pongo los personajes. Ahora bien, si no conocés a Hooper, bueno, lo siento mucho, pero yo te di el elemento

Y cuando al final después de que lo echan por la gran encamada, describo un abrazo casi identico al que Egon Schille pintaba en 1917. Por supuesto, eran las fotos eróticas de este austriaco que estaban prohibidas, hasta el punto de ser acusado de corrupción de menores por los cuadros que pintaba. Era una cosa tremenda. Si sos curioso… Yo estoy dando la información. Lo otro es literatura.

Vos lo llevaste para el lado de la inteligencia artificial, pero yo también lo pienso desde la necesidad de llenar un vació ante la ausencia de lo sagrado, y veo como al menos hay una idea ahí de llenar ese vacío con normas.

Fíjate que en el lugar, en la sala, y la luz viene por una claraboya arriba de todo. Es imposible. ¿Qué me recordó? Cuando yo fui y entré por primera vez al Panteón, me caí de culo. ¿Por qué me caí de culo? Porque estaba viendo que estaba todo iluminado. ¿Y la luz dónde está? La luz está arriba, que eran genios estos tipos, iluminaron todo el Panteón con la luz del sol. Esa luz es la que yo imagino en la sala. Ahora bien, cuando Octavio entra a la habitación, viste que están los símbolos de los religiones más importantes, la de cristianismo, pero también están ahí los otros.

Lo que pasa es que como se supone que en ese lugar no hay sentimientos, no hay amistad, no hay cariño, no hay amor, son especies de seres humanos que aceptaron ese modo de convivir. Y viste que nadie se ríe; discuten, que sé yo, pero no hay risa. Viven mecánicamente, pero no cuestionan ese vivir, sino que están felices de estar así.

Sí, pero más allá de la novela. Todo eso que que vos estás diciendo, no sé si lo decís directamente la trama o en realidad es lo que estamos viviendo día a día. En términos no solo del automatismo, sino esta necesidad de entrar a ciertos dogmas que sean los que te den un lugar de pertenencia. Lo vemos también en la política, con espacios cada vez más sectarios ¿no?

Eso es lo que lo que a mí me angustia cada vez más. Es decir, lo veo en mi nieto. ¿Me entendés? Y ahora, por suerte, el profesor de literatura del mayor, que está en tercer año, le dio a leer El guardián entre el centeno. Maravilloso. Un libro fundamental.Tomá, lee y a ver si te das cuenta, porque lo que consiguió Salinger es meterse en la mente de un chico y y escribir a través de ese chico. Es casi imposible eso. Entonces, cuando vos lees El guardián entre el centeno, no podés no enamorarte de ese personaje, no seguirlo. Es increíble. Hoy en día es muy difícil que los chicos, los jóvenes, estén más interesados en agarrar un libro que en agarrar la maquinita. No solo los jóvenes, ya prácticamente no se lee, la gente lee muy poco. ¿Pero eso es inocente? No, eso ya está planteado así. Una estrategia de control social, por supuesto.

Es decir, mientras vos menos conocimientos tengas… Google, sí, me sirve para saber quién era Hooper, bueno, pero también es interesante que veas el cuadro de Hooper, enterarte quién es. No solo la información y seguir como la enciclopedia.

“Hoy en día es muy difícil que los chicos, los jóvenes, estén más interesados en agarrar un libro que en agarrar la maquinita. No solo los jóvenes, ya prácticamente no se lee, la gente lee muy poco. ¿Pero eso es inocente? No, eso ya está planteado así. Una estrategia de control social, por supuesto”.

Pero eso ya hace bastante que desapareció y lo ves en los chicos. El otro día fui en subte y empiezo a mirar. Y estaban todos con el celular. De pronto veo una mujer con un libro y te juro que, para que no haya mal entendido, me callé la boca. Pero estaba realmente para felicitarla. “Usted es la única que está leyendo”. Todos están jugando jueguitos pelotudos, tiki tiki tiki. Déjate de joder. A eso es lo que nos está llevando esto. Ya no se plantean preguntas metafísicas.

Yo me acuerdo que uno se planteaba cosas, más allá de mi obsesión con la muerte -que la tuve en el mismo momento que nací- pero hay un montón de cosas: ese pasado del que no viví, ese futuro que no voy a vivir, todas esas cosas que te van condicionando. Pareciera ser que no, que ahora lo que interesa es comer una buena hamburguesa. Y eso es peligroso.

No quiero ponerme de referente, pero eso lo ves en en esta novela (El simulacro de los espejos), porque los personajes son personajes que viven esa situación sin mostrar desacuerdo o dolor por ese modo de vivir. Es más, cuando hay un par de ellos que quiere romper esa norma, lo sacan, los matan, los sacan de circulación.

Lo que pasa es que también todo esto que hablamos de la pérdida del pensamiento crítico y de sacralizar las cuestiones de la tecnología: el Dios Google, todo eso; es un peligro respecto de lo que está pasando. Es decir, si alguien no tiene el ejercicio del pensamiento crítico, entra a ver hoy una noticia y parece que hubo barrabravas en vez de jubilados en la marcha.

Pero no solamente, se ha llegado a tal extremo. Yo la veo a esta borracha -Bullrich- decir que el proyectil (contra Pablo Grillo) salió bien y picó. Es imposible que pique, y además dice que golpeó contra esa valla de fierro. Y no solamente golpeó, que hay que ver porque por ahí saltó un poco el fierro. Claro, saltó el fierro, le clavó el ojo y le partió la cabeza. Dejate de joder. Esa mujer está loca, está contando mentira tras mentira. Pero hay un montón de gente que lo dice.

Yo he discutido con otro montón de gente que sigue diciendo “me vas a decir que a Nisman no lo mataron”. No. Por lógica, escuchame, ¿cómo? Sí estaba en un cuarto de baño pequeño, ¿cómo salieron? ¿Cómo no hay ninguna huella? “Bueno pero para mí lo mataron”. Está bien, si vos querés creer que a Nisman lo mataron, a Nisman lo mataron. Listo. Es decir, hace muchos años decidí no discutir la fe. Yo no me puedo poner a discutir con otro ser humano sobre la existencia o no de Dios. ¿Por qué? Porque él tiene fe y listo, bendigo tu fe. Yo te puedo demostrar que no, pero no lo vas a saber porque para vos lo mataron y lo mataron. Y eso se encuadra en todo.

Cuando hace muchos años Ronald Reagan era nombrado presidente de los Estados Unidos de Norte América. Yo dije, “Qué barbaridad, a lo que hemos llegado”. Este actual presidente de cuarta de la primera potencia, qué horror. Hoy Ronald Reagan al lado de Trump es algo así como Trotsky o Marx.

Y entonces, eso indica la decadencia. Ahora, te encontrás con que, si vemos la historia, el Imperio Romano, el Imperio Otomano; los imperios caen, sí. Pero acá lo que está cayendo es la tierra, el planeta Tierra, ya no es el Imperio Chino, el Japonés, el Romano o el Norteamericano. Está la tierra destruyéndose. Y parece ser que la gente no quiere ver eso.

Te llevo a un poco la cultura. Vos sos un autor ya reconocido, que tiene su trayectoria y ha vivido otras formas de vincularse con la industria cultural. ¿Cómo vivís esta lógica de nuevas generaciones en las que muchas editoriales priorizan el uso de las redes sociales o los seguidores de un autor más allá del contenido de su obra?

Escuchame, yo soy un autor poco considerado para muchas editoriales porque no tengo redes. No tengo. Además tengo la mala costumbre de ser hombre. Y esto no es un discurso antifeminista, ahora, cuando hacés el recuento de los libros que se editan en la Argentina, hay ocho mujeres y dos hombres de cada 10 libros. ¿Por qué? Porque las mujeres venden más. Por eso, nada más que por eso.


Yo juego mucho con citas en estos días. En última instancia, no estoy haciendo otra cosa que imitar a Borges, malamente. Borges se la pasó haciendo toda su vida eso, buscando autores que no existieron. Él decía, “mirá, vengo de un país que no tiene historia, tenemos 150 años de historia, no puedo competir con los los griegos o los italianos”. Entonces, ¿qué es lo que hace? Ponele que a un autor le dicen, “mirá, este libro puede ser un bestseller, ahora sí, necesito que cuando hables digas esto y esto”, o poner a Hooper, pero no decís Hooper, lo describís. Si hay alguien que no tiene puta idea de quién es Hooper, dice, “bueno, es una descripción de un bar.” Punto. Yo creo que con el correr de los años, si este libro –El simulacro de los espejos– viviera alrededor de 100 años, no van a tener puta idea de quién es Hooper, porque con este ritmo de vida de acá 50 años, le empezás a preguntar a la gente quién es Hooper y te dice, “No sé, una marca de bebida sin alcohol”. Cualquier cosa te puede decir. Entonces, de los libros, las novelas, en este momento importa que el autor sea mujer y necesariamente que esté en las redes, y tenga muchos seguidores.

“Soy un autor poco considerado para muchas editoriales porque no tengo redes. No tengo. Además tengo la mala costumbre de ser hombre”.

También pasa mucho en el periodismo, con entrevistas a gente de la cultura en donde ya no se piensa o discute su obra, sino que hay una necesidad de que el otro opine de cualquier tema.

Sí, pero yo lo digo “no tengo la menor idea. No me preguntes”. De hecho acabo de hablar sobre lo de inteligencia artificial y todavía no entiendo bien cómo es eso. Es algo que me conmueve.

Es más, tengo tengo dos o tres ideas de cuento con un posible título en base a Piazzolla, sobre lo que vendrá.Yo te puedo hablar de lo poco que leí, de lo poco que me ha interesado. Me interesa el cine, sí, te voy a hablar del cine. Me interesa la música, este tipo música sí, pero este otro tipo de música, no tengo puta idea.

Así que a partir de ahí terminar con esa idea que imperó cuando empezaron con el enciclopedismo, ¿no? Vamos a saber todo de todo. No, a mí no me interesa saber todo.

Yo soy más proclive a Sherlock Holmes, que le interesaba muy poco que la tierra sea redonda o plana, estaba en otras discusiones. Yo subo un avión y no me pregunto por eso. Sí, está en el aire, y alguna vez se puede caer, que sé yo, pero no me pregunto eso. Entonces, uno se hace cuatro o cinco preguntas, que son las excepcionales para cada cual.

Respeto profundamente al tipo que es fanático de Velez Sarfields y entonces conoce la alineación de Velez desde su fundación a la fecha, cuántos partidos ganó o cuántos partidos perdió. Bueno, maravilloso si eso te gusta. Yo no tengo idea dónde está lo la cancha de Vélez directamente. ¿Te das cuenta? Eso no te disminuye a vos. Pero yo respeto tu conocimiento y si a mí me sirve, te puedo preguntar, pero nada más.

¿Qué es lo que más te atemoriza o te sorprende del paso del tiempo?

Que se me va a acabar. Directamente. Yo sé que en el fondo tengo una apuesta conmigo mismo. Antes de terminar terminar el siglo XX y empezar el XXI, yo decía, “Ah, no sé si llegaré”, “por ahí al 2001, 2002”. Y después claro, estamos en el 2025.

Los chicos, Mati y Tomi, tiene ya 15 y 13. Yo le decía a Carla, la madre, “che, me apena que yo no tengo un recuerdo muy preciso de mi abuelo”. Parece que murió cuando era muy chico. Y tengo un recuerdo vago de mi abuela por parte madre, pero muy vagamente.

Entonces, claro, los tengo tanto acá tanto tiempo a mis nietos, y quizas me olviden por ser tan chicos, pero ahora que ya tienen 15 y 13, si me olvidan son de terror jaja. Ahora bien, sigo y sigo, pero una vez se va a acabar. Más ahora cuando estás en primera línea. Ahora se murió Gasalla que tenía mi edad. Noe Jitrik tenía 90 y pico. Y se mantenía brillante, inteligente. Se murió de golpe, pero se murió de tener muchos años, punto. Y yo puedo tener muchos años y sé que me voy a morir. Y ahí viene la segunda pregunta que no pude contestarme nunca. ¿Y después qué? Que así termina esta novela –El simulacro de los espejos– ¿y después qué? Y después no sé. Yo hago una trampita, porque antes era ateo, y ahora soy agnóstico. Porque anda a saber si es cierto… No quiero que se lo tome a mal.



Vicente Battista
El Simulacro de los Espejos
Hugo Benjamin
2025

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