
En el mes de la Memoria y de la Mujer, esta nota explora el lugar de las mujeres como cuidadoras del pasado y la memoria colectiva, haciendo foco en las Madres de Plaza de Mayo, la historia reciente argentina y su conexión con el presente.
Por Sol de los Andes. Portada: Télam
M de memoria, m de madre, m de mujer, m de marzo.
Todas estas palabras suenan con el mismo ritmo, el mismo sabor en sus letras. Evocan una imagen, la imagen de unas mujeres con pañuelos blancos en una plaza (plaza cuyo nombre, convenientemente, también empieza con m). Pero además traen consigo el eco de algo más grande, más antiguo, más místico inclusive. En el mes de la Memoria y de la Mujer, esta nota explora el lugar de las mujeres como cuidadoras del pasado y la memoria colectiva, haciendo foco en las Madres de Plaza de Mayo, la historia reciente argentina y su conexión con el presente.
M de Memoria
Las mujeres como guardianas de la Memoria y de conocimientos ancestrales es algo que vemos constantemente en la ficción. En el mundo de Dune, las mujeres tienen un lugar esencial en el cuidado de la historia, las tradiciones y la religión. Guardianas de un conocimiento al cual los hombres no pueden acceder. En otros libros de ficción y fantasía, las mujeres ocupan lugares similares: en el mundo de Archivo de las Tormentas de Brandon Sanderson, las mujeres son académicas, protectoras del conocimiento y las únicas que saben leer y escribir, y por ende también las que escriben la historia. En la saga de fantasía La Rueda del Tiempo, son solo las mujeres las que pueden manejar el Poder Único sin sucumbir a la locura.
Este lugar de las figuras femeninas no sale de la nada. A lo largo de la historia, en distintos lugares del mundo y de diferentes maneras, las mujeres han tenido el rol de mantener la vida doméstica, la familia y el hogar, pero también la memoria familiar y comunitaria, y el conocimiento de ciertas prácticas de sanación, rituales y religiosas. Estos roles culturalmente asignados se han manifestado en los arquetipos que todos conocemos: las brujas, las santas, las vírgenes, las villanas, las madres. Los vemos constantemente en la tele, en los libros, pero también, aunque quizá sin darnos cuenta, en la vida real. Nos parece lejano, porque la forma de entender el rol de la mujer y el individuo en la vida moderna y occidental es muy diferente. Los roles están siempre plagados de conflicto, donde constantemente se intenta oponer a los arquetipos entre sí: las brujas contra las santas, las vírgenes contra las villanas, y en el mundo occidental, las madres y amas de casa contra las mujeres profesionales.
Dejamos esos arquetipos perfectos para la ficción o para la historia. Pero en algunos lugares del mundo, con conflicto y todo, las mujeres siguen llevando adelante estos roles.

“Algunas de ellas sin educación política, en su mayoría amas de casa, tomaron un espacio que no les era propio en esa época: la calle. La tomaron a su manera, con sus tacos, sus vestidos, sus anteojos, marcas de una época y también de una identidad. Armaron el camino de la resistencia a medida que lo transitaban. Crearon estrategias desde la experiencia y la inexperiencia”
M de Madre
La Memoria es parte fundamental de lo que nos hace humanos, individual y colectivamente. La memoria de un pueblo, de una comunidad, de un país, construye identidad. La memoria construye presente, y también futuro. Y resguardarla se vuelve entonces una labor fundamental. ¿Pero quién resguarda la memoria en tiempos modernos, en tiempos de fracturación, de individualismo? Si en nuestras sociedades occidentales no hay brujas, no hay sacerdotisas, no hay ancianas sabias, ¿dónde se guarda nuestra memoria?
El 30 de abril de 1977, trece mujeres se reunieron en Plaza de Mayo, exigiendo que el presidente de facto Jorge Rafael Videla las recibiera. Querían saber el paradero de sus hijos desaparecidos. La policía intentó sacarlas de la plaza, apelando al estado de sitio que prohibía las reuniones de más de tres personas quietas en el espacio público. “Circulen, circulen” les ordenaron. Y las mujeres circularon, agarradas del brazo, de a pares, alrededor de la Pirámide de Mayo. En la plaza más importante del país, donde se gestó la Revolución y la Independencia, nacía más de cien años después Madres de Plaza de Mayo.
¿Por qué fueron ellas, las madres, las que se plantaron a la dictadura? Hay más de una respuesta. En el relato que las propias Madres elaboran sobre su historia, la razón aparece casi de manera natural. No hay nada peor para una madre que le arrebaten a sus hijos. Y así ellas tomaron el dolor, la desesperación, la angustia, y la convirtieron en una lucha colectiva. Cada madre se volvió la Madre de miles, las Madres del pueblo, las Madres de la Memoria.
En la Muestra Permanente Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora en la Ex ESMA, las Madres cuentan su historia, desde su mirada y su experiencia. Y la parte que más llama la atención a los visitantes es la recreación exacta de una cocina típica de los 70: la heladera Siam, el diario en la mesa, la radio que relata un partido de fútbol, el tapizado floreado de las sillas. Del otro lado de esta recreación hay una puerta. Al abrirla, se ve Plaza de Mayo.

“Ellas tomaron el dolor, la desesperación, la angustia, y la convirtieron en una lucha colectiva. Cada madre se volvió la Madre de miles, las Madres del pueblo, las Madres de la Memoria”
Las Madres fueron un grupo heterogéneo de mujeres, pero tenían dos cosas en común: su condición de mujer y a sus hijos desaparecidos. Algunas de ellas sin educación política, en su mayoría amas de casa, tomaron un espacio que no les era propio en esa época: la calle. La tomaron a su manera, con sus tacos, sus vestidos, sus anteojos, marcas de una época y también de una identidad. Armaron el camino de la resistencia a medida que lo transitaban. Crearon estrategias desde la experiencia y la inexperiencia. La comunidad se fue gestando a medida que más madres y familiares se acercaron. Aunque fueron las protagonistas indiscutidas de la resistencia, siempre estuvieron acompañadas. Por sus otros hijos e hijas, por sus familiares y también por sus maridos. Maridos que no podían arriesgarse en la calle, sabiendo que la dictadura los reprimiría mucho más fuerte por ser hombres. Maridos que también, en la época de los 70, jugaban al rol clásico de la figura masculina: proveedor que debía asistir al trabajo para poder seguir sustentando a la familia. Mientras tanto, sus mujeres, las Madres, salían a la calle.

M de Mujer
Las Madres tomaron su condición de mujer como una herramienta para abrirse paso en un mundo patriarcal y violento, aprovechándose de un discurso que la propia dictadura había instalado. Para el gobierno militar, la familia patriarcal y tradicional ocupaba un lugar fundamental en la “reconstrucción” que se propusieron hacer del país. Cómo desarrolla Judit Filc (1997) las Fuerzas Armadas sostenían la necesidad de devolver el orden y el bienestar al país, lo cual solo era posible a través de la restauración de ciertos valores asociados a la “esencia del ser nacional”:
“Estos valores estaban encarnados en la tríada “Dios, Patria, Hogar”, términos que remiten al integrismo católico predominante en las Fuerzas Armadas de entonces. Para recuperar esos valores era necesario proteger a la Nación, la familia y el individuo de la penetración subversiva” (Filc, 1997;35).
Esta “penetración subversiva” se quitaba mediante operaciones para sacar a los “tejidos infectados” a través de la aplicación del terrorismo de Estado: la desaparición y el asesinato de personas sospechosas. Así, la familia se convirtió en un elemento fundamental en el discurso de la dictadura. La consolidación de la unidad familiar era el primer paso para la consolidación de la unidad nacional, volviéndose la Nación una “gran familia Argentina”. Mientras que el discurso de la familia patriarcal avasallaba la vida de los ciudadanos, miles de familias eran destruidas por consecuencia del terrorismo de Estado.

“La familia se convirtió en un elemento fundamental en el discurso de la dictadura. La consolidación de la unidad familiar era el primer paso para la consolidación de la unidad nacional, volviéndose la Nación una ‘gran familia Argentina’”
La retórica del gobierno militar implicó también una reconfiguración de los límites de lo público y lo privado. Como explica la antropóloga Virginia Vecchioli (2005), en los Estados-Nación modernos formas tradicionales de organización como el parentesco quedaron relegadas al ámbito de lo privado, casi en oposición a la vida pública y la vida política. Pero el discurso del gobierno militar posicionó al Estado como “guardián de la Nación” (Filc, 1997), a la vez que hacía de la familia (es decir, la esfera de lo privado) el único espacio seguro para la reconstrucción del país. Así, con la Nación como una gran familia y el Estado como “padre protector”, los límites entre lo privado y lo público se volvieron borrosos. La familia como célula de la nación puso en los padres la exigencia de proteger la familia-célula de la penetración, ya que la contaminación de la célula significaba un riesgo para la Nación entera. No hay diferencia, entonces, entre lo que pasa adentro y afuera de la familia, entre el ámbito de lo público y de lo privado. Si la familia es fundamental en la protección de la Nación, y si cuidar del hogar es cuidar del país entero, poco debía sorprender que las madres de los desaparecidos salieran a buscarlos. Cuidar a la familia es cuidar a la patria. Y al final, para las Madres, la Plaza se convirtió en una extensión del hogar. Su familia se convirtió en espacio político, sus hijos e hijos en víctimas del Terrorismo de Estado, su lucha en una lucha colectiva.
Como suele pasar, esta mirada tradicional sobre la familia y los roles de género que la dictadura fomentaba tenía una doble moral. Mientras en el discurso exaltaba a la familia como lugar fundamental de cuidado, en la clandestinidad secuestraban y torturaban a personas y familias enteras. Y las mujeres, tan protegidas por la visión católica, sufrieron en los Centros Clandestinos de Detención violencias y torturas más atroces y relacionadas a su condición de mujer. Los relatos de violaciones, las torturas a mujeres embarazadas, partos clandestinos, la apropiación de bebés, son todos martirios que las mujeres detenidas sufrieron en la clandestinidad. Y que, casi cincuenta años después, están siendo juzgados como delitos agravados en los juicios de lesa humanidad.
M de Marzo
Todas estas M resuenan de manera similar. Madre, mujer, memoria. Una triada que en Argentina está naturalizada. Y de pura casualidad poética el Mes de la Memoria y el Mes de la Mujer son el mismo: Marzo. El pañuelo verde, símbolo de la lucha de la Interrupción Voluntaria del Embarazo, es hijo del pañuelo blanco de las Madres y Abuelas. Para los movimientos feministas del país y del mundo, las Madres y Abuelas han sido un ejemplo a seguir. Aún hoy, las mujeres tienen un porcentaje más alto de participación en los Organismos de Derechos Humanos. Y aún hoy, las mujeres sufrimos violencias solo por nuestra condición de género, dentro y fuera de la militancia por la memoria y los derechos humanos. Hace aproximadamente un año, una militante de la agrupación H.I.J.O.S fue abusada brutalmente en su propia casa por dos hombres. El ataque no fue casual: forzaron la entrada a su domicilio cuando ella no estaba, la esperaron para torturarla, amenazarla y abusarla, y luego se fueron robando documentación de la organización. Y firmaron en la pared “VLLC”: Viva la libertad carajo.
El pasado y el presente están siempre conectados. Las violencias de ayer y de hoy nos atraviesan, de forma indirecta pero también, y hoy más que nunca, de forma directa. Por eso resguardar la Memoria se convierte en una acción política. Porque Memoria es construcción de futuro. Y casualmente, los que suelen exigir que se “deje ir al pasado”, son los primeros en traerlo de vuelta y negar las violaciones ocurridas durante los 70 en nuestro país. En tiempos de violencia, de fracturación, de negacionismo, pensar en quienes resguardan nuestra Memoria se vuelve crucial.
M de mujer, M de madre, M de memoria, M de marzo. Palabras que resuenan igual, que nos llevan a un mismo lugar. Palabras que tienen el mismo mensaje: Nunca más. Las Madres resguardan la Memoria, pero como sucede en la vida y en la familia, la Memoria también se hereda, se transmite, se pasa a la siguiente generación. Mientras acompañamos a las Madres y Abuelas un nuevo año, debemos honrar la Memoria, y recordar que es también nuestra obligación construir presente y proyectar futuro.
