El Pregonero

Operadores esenciales


Por Marvel Aguilera

La trama de espionaje que ve envuelto al ultramacrista Luis Majul y, anteriormente, al “investigador” Daniel Santoro, no es más que una parte del extenso derrotero de impunidad y negociados que ha venido involucrando a los grandes popes del periodismo con el poder económico. En ese sentido, la mesa judicial del macrismo no fue una práctica aislada para corromper la imagen de Cristina (sería simple pensar así) sino una política instrumental para el sostenimiento de su proyecto minoritario, excluyente y racista. Partiendo de la necesidad de que los criminales del micrófono vayan presos, lo que falta en el escenario mediático pareciera ser una discusión real sobre el tipo de periodismo que debe preponderar en tiempos tan importantes para la disputa cultural.

Lo que hoy cubre a la mayoría de los medios deja a buena parte de la sociedad expuesta ante un agite y un contragite constante en relación a la cuarentena. Situaciones como la de Vicentín, bajo esa lógica comunicacional, terminan haciendo que el capital hable por muchos de los espectadores y que defiendan a una empresa fugadora que estafó a decenas de pequeñas PyMES bajo la consigna de “libertad contra autoritarismo”. El problema, en términos políticos, se da cuando las clases populares no logran delimitar las acciones de un gobierno elegido por una mayoría, abriéndole el juego a las élites conservadoras, sedientas por hacer retroceder los derechos conquistados y evitar la justicia social por la que tanto luchamos en las calles.

El lawfare que puso preso a buena parte del peronismo replica lo que antes había sido impuesto por la fuerza, mediante sangrientas dictaduras, y que ahora lo es a través de políticas neoliberales que impulsan a las masas populares para aceptar, e incluso votar, por falsos líderes que solo buscan representar a una minoría privilegiada, a una docena de familias que controlan el mercado, coercionan el sistema político y replican la cultura de la explotación. Una masacre por otras vías. Los medios, en ese sentido, son las armas principales para la colonización de la subjetividad. No solo están a su alcance: SON de ellos. Su poder de fuego e influencia sobre la opinión pública sigue siendo fuerte. Basta un alerta de Jonatan Viale (espada de la CNN norteamericana) o una catarata de divagaciones del dinosaurio Jorge Lanata acerca del rumbo antidemocrático y la amenaza “camporista” -tras la acción gubernamental en Vicentín- para que las frustraciones sociales latentes, producto de gobiernos saqueadores, pase a ser volcada sobre la cuarentena y desestabilice las medidas (mejores o peores) que el gobierno de Alberto Fernández intenta tomar para paliar una crisis inédita en el mundo y distribuir algo de riqueza.

Los medios neciamente llamados “compañeros” persisten en la idea de la grieta. Entran como caballos en la rosca ideológica. Se desgarran las vestiduras contra el neoliberalismo. Construyen información a partir de la posición del enemigo. Usan sus programas diarios para combatirlo en vez de generar una comunicación propia, una que tenga en cuenta las dificultades y necesidades de las grandes masas. Se ponen el traje de la “realidad” y la “verdad última”, tal como hacía Lanata durante el gobierno de Cristina, y deschavan el relato “M”. Se ubican a la defensiva, en vez de construir una hegemonía comunicacional popular e inclusiva de los pueblos. Replican un esquema perverso que deja afuera a ese vasto sector (no politizado) con ansias de ser informado sobre la realidad económica y social del país. El aumento cada vez más creciente del rating de comunicadores reaccionarios de la talla de Baby Etchecopar y Eduardo Feinmann también debe analizarse allí. En esa empatía y utilidad del odio que tan bien sabe manejar la derecha. Y que tanto supo usar por medio de las redes sociales. Algunos no lo entienden. Tal vez sea hora de optar por variantes. Cambiar el paradigma e informarnos con aquellos que realmente hablan desde adentro del campo popular y no con las empresas que se acomodan al nicho de mercado utilitario.

El ex presidente Rafael Correa le dijo una vez a Julian Assange (preso en Norteamérica tras la traición de Lenin Moreno) que el enemigo más poderoso que tuvo fueron los medios de comunicación. La herramienta más poderosa con que cuentan los oligarcas para volver al poder una y otra vez. Lo que parecía lejano ni bien ganó Alberto Fernandez, hoy parece observarse por una rendija con incertidumbre ante la creciente imagen de Rodríguez Larreta. Porque lo que está detrás de esa mass media es lo que Heidegger llamaba “mundo como imagen del sujeto”. Y el sujeto dominante en esta época, donde los Bolsonaro, Salvini, Johnson y Trump se alzan como líderes globales, son las grandes multinacionales que intentan imponer su imagen del mundo, exclusiva y desigual, como imagen de las masas. Seamos claros. La globalización no se hizo para impulsar la democracia sino para un sometimiento cultural sostenido, y sin fronteras. Fuera de cualquier límite. Es sobre esa imagen hegemónica contra la que hay que disputar. Porque todo poder genera un contrapoder. Pero para romper esa totalización primero es necesario verla. Salir de sus juegos de manipulación, hacerlos manifiestos como lo que son: aves de rapiña sin ninguna otro ideal que el de la conquista.

La pauperización cultural que produjo el macrismo empujó en los últimos años a las clases trabajadoras a un escenario de tierra arrasada. De vacío social. En donde el miedo y la inseguridad de los más humildes se convirtieron en posiciones de corte autoritario, represivas; con ansias de destrucción política y un constante ninguneo de las articulaciones democráticas que supieron unir en otro momento a los pueblos. Lo que se precisa, en este contexto, es volver a validar las significaciones peronistas en la historia. Construir una política que dé cuenta de esas subjetividades y pueda involucrarlas en un proceso de producción intelectual y comunicacional, uno que genere una nueva dimensión sobre el rol de la opinión pública y los sentidos. Cuando eso suceda, quizás en algunos años, podamos volver a ver, sin tapujos, al periodismo como un oficio esencial.


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