La última miniserie de la BBC nos sumerge en las variantes más terribles del futuro cercano del planeta, de la política, de la sociedad y de la cultura. Las similitudes con la realidad no son coincidencia y, francamente, asustan.
Por Violeta Micheloni.
En las últimas semanas Donald Trump se calzó su traje más flamígero y se fue a su red social favorita para iniciar la campaña electoral marcando lo que probablemente sea el tono de los meses por venir. En una seguidilla de tuits, acusó a cuatro diputadas opositoras de no ser estadounidenses y les recomendó volverse a sus países si tantos problemas tienen con el gigante del norte. Demás decir que tres de las cuatro son hijas de inmigrantes, nacidas en suelo norteamericano, y que la única que no es estadounidense de nacimiento inmigró con su familia cuando era una niña. Las “declaraciones” aparecen en el momento de mayor popularidad de Trump, según las encuestas, y con la economía dándole puras alegrías. Muy lejos de la torpeza, los últimos años nos enseñaron que las bravuconadas son lo que al empresario más y mejor le rinde con su electorado, y que las hace con premeditación y precisión. ¿Cómo es un mundo en el que el primer mandatario de una de las principales potencias puede ser abiertamente xenófobo, racista y misógino en un foro público? ¿Cómo va a ser mañana un mundo que hoy es así?
“Es un producto complejo porque está basado no en la historia reciente, sino en el presente inmediato y sus futuros posibles sin la lejanía que suele instalar la ciencia ficción más tradicional.”
La pregunta es relevante y empieza a sonar cada vez más fuerte. Years and Years, una creación de Russell T. Davies (Dr. Who) para la BBC, se anima a ensayar una respuesta en una miniserie de seis capítulos que en cuanto a género combina la ciencia ficción con la ficción política, o, en otras palabras, el mejor Black Mirror con algo de futurología política contemporánea al estilo de House of Cards. Vivienne Rook, encarnada por una afiladísima Emma Thompson, es candidata independiente al sistema partidario inglés y está construyéndose un lugar en la esfera pública a base de declaraciones escandalosas y un discurso antipolítico, nada nuevo por aquí. Con la televisión y su voraz necesidad de contenido polémico de su lado, Viv Rook desarrolla su perfil y junta poder mientras que el electorado que la mira por TV descansa en un supuesto “consumo irónico”. Entre ellos, los Lyons, una familia de clase media progre con más hermanos de los que suele verse en estos tiempos que vive en las afueras de Londres y tiene problemas pequeños. Poco a poco la realidad en transformación invade lo cotidiano familiar y arrasa con todo a su paso. Sus historias funcionan como lienzo ejemplificador de las variantes de la decadencia a las que el futuro parece acercarnos. Con excepciones de mejoras en tratamientos médicos, nada del tiempo que viene parece ser mejor: las existencias humano-virtuales, la desaparición de los puestos de trabajo conocidos en una precarización laboral sin límites, el cambio climático como realidad, producto de la desaparición de los hielos eternos de los polos, los desplazamientos en masa y la proliferación de campos de refugiados, la pérdida de garantías y derechos inalienables, y la lista podría continuar.
La serie se abre con una escena en un estudio de televisión de un programa de análisis político. Ahí, Viv Rook cumple el rol de bufón de la corte y ofrece una catarsis liviana a la teleaudiencia diciendo con displicencia que los problemas de Israel y Palestina no le importan una mierda, que lo que a ella le preocupa es que levanten la basura de su barrio. Público y televidentes sonríen ante la visible incomodidad de la conductora que le recuerda que no puede hablar así en TV abierta. Hace algunas semanas, Matteo Salvini, Ministro del Interior de italiano, sostuvo en un programa de televisión que los refugiados que llegan a las costas de su país y los que perecen en el Mediterráneo no le importan en lo más mínimo en tanto crezca la pobreza al interior de su territorio. Una parte muy importante de la población de Italia celebró sus declaraciones. Cualquier similitud con la ficción es mera coincidencia. Como si el cringe no fuera suficiente (el uso del término millenial no es casual), Boris Johnson, un correlato británico de Trump aunque más ligado a la vida política, acaba de hacerse con el cargo de Primer Ministro de su país.
“Ahora todo me da miedo” concluye James, el hermano menor de los Lyons y no podemos más que estar de acuerdo. La serie funciona a base de miedo y moral aleccionadora. Es un producto complejo porque está basado no en la historia reciente, sino en el presente inmediato y sus futuros posibles sin la lejanía que suele instalar la ciencia ficción más tradicional. La pregunta será -como en toda obra basada en lo real- por el tipo de distancia que se establece sobre ese estado de las cosas para transformarlo en relato, en ficción. Cuál es el juicio que se emite sobre la realidad a partir de esas historias. La respuesta será la de la urgencia. Hacia el final la abuela Lyons, un personaje lleno de carisma que nos salva las papas cuando las cosas se ponen demasiado oscuras, se ocupa de restituir cierto orden en ese grupo de angustiados que tiene como familia y les marca en parte el camino a seguir. Un “hacerse cargo” que parece ser la única opción en un estado de cosas insostenible. Para la audiencia latinoamericana, sin embargo, aparece un gusto amargo al constatar que algunos de los posibles desastres que le dan pesadillas a Europa son parte de nuestra historia reciente y no tanto. El final es ejemplificador, moralista, distingue muy bien el bien del mal y no deja lugar a muchas interpretaciones. Como sea, Years and Years parece ser un mal necesario y ubicuo para los tiempos que corren. Ojalá no tengamos que caer tan bajo.