Literaturas

Martín Kohan: “Ese imaginario mítico del intelectual como un gurú que desde el Olimpo baja línea no me interesa”

El profesor, doctor en Letras y escritor de ensayos, cuentos y novelas, reflexiona sobre el lugar del intelectual en la sociedad, en relación con los medios de comunicación y la academia, así como el necesario lugar de la polémica para el debate de ideas.


Por Alan Ojeda. Fotos Eloy Rodríguez Tale.

Me interesa preguntarte por tu participación en los programas de televisión: ¿Cuál sería hoy la función del intelectual en el ámbito mediático? ¿Por qué los llaman a los medios de comunicación? ¿Considerás que es la misma función la del intelectual hoy que hace 20 o 30 años?

Por qué los llaman, yo no lo sé. A mí me llaman y yo respondo. Podría decir por qué respondo, no podría decir por qué nos llaman. Sí puedo razonar qué es lo que piden o ver qué es lo que esperan todos. En un punto yo diría que es razonable. No lo digo a título personal, pero sí desde distintos campos de reflexión (la literatura sería uno de ellos), donde en definitiva tampoco es que nos llaman o nos convocan para que hablemos de cuestiones de métrica. Se supone que para nosotros la literatura es un instrumento de reflexión donde se plantean una cantidad de cuestiones que tienen que ver con una especificidad, una especialización. Es lo que nos permite pensar un campo que nos interesa, que son cuestiones ideológicas y políticas, culturales, por ejemplo. Y nos dedicamos a ello. Se supone que nuestra reflexión puede y, agregaría, debe ser socialmente útil. Por lo tanto, yo diría por qué no nos llamarían, si hay una cierta cantidad de gente estudiando aspectos específicos (dije la literatura porque yo me dedico a la literatura, y porque nombraste a Viñas, a Panesi y a Sarlo, que trabajamos específicamente en el ámbito de la literatura) de la sociedad, como cientistas políticos, sociólogos, filósofos e historiadores dedicándose con cierta constancia a estudiar y a pensar un campo de problemas socialmente pertinente. ¿Por qué desde los espacios socialmente más porosos, donde se supone que se quieren pensar esas cosas, no van a convocar a las personas que lo están haciendo de manera sostenida? Sin embargo, no deja de llamar la atención que nos llamen.

Pero, ¿cuál la recepción del campo específico de la carrera de Letras? Porque incluso las carreras sociales parecen tener, para los medios o la mayoría de la población, un saber más específico que el de la literatura. El conocimiento de Letras parece habilitarnos a hablar de cualquier cosa. Por ejemplo, cuando Vargas Llosa ganó el Nobel de Literatura, se lo convocaba para opinar de cualquier cosa.

Ahí hay una palabra que hay que conjurar y es “opinar”. Si hay una prevención para mis intervenciones es la opinión o el opinionismo. Opinar puedo opinar de cualquier cosa. Sin embargo, cuando uno participa de un medio de comunicación masivo, en esa intervención hay una responsabilidad que yo creo que tiene que exceder el opinionismo. ¿Qué importa lo que yo opine? Eso no quiere decir que yo no ponga en juego mi perspectiva, mi ideología, mi posición política, pero perspectiva, ideología y posición política no es lo mismo que opiniones. Ahí es donde se supone que desde el área de especialización que sea, por caso la literatura, uno puede llegar eventualmente a tener ciertas herramientas de reflexión que no tienen que ver con la calificación de una opinión mejor, tiene que ver con la preparación de algo que venía estudiando con lo que venía pensando entonces. Sea cual sea la convocatoria, yo siempre trato de cuidar mi lugar de enunciación. Vos decías que hay un cierto tipo de lugar que ejemplificabas con Vargas Llosa cuando gana el Nobel y empieza a opinar sobre todo. No es distinto que cuando le preguntaban sobre cualquier cosa a Borges, a Maradona, a Susana Giménez o a Mirtha Legrand. En el terreno de la opinión efectivamente tiene la misma legitimidad en un caso como en otros. Ahora si lo que se espera es que a partir de una cierta aplicación a estudiar fenómenos de la literatura, es decir del lenguaje, de la política y la ideología, se le pide que aborde una determinada cuestión, eso tiene que suponer otro tipo de interpelación, y que es a lo que yo sí respondo.

“Podés hacer un artículo específico para una revista especializada y colaborar en un medio con otro grado de intervención. El problema en el ámbito universitario es que no nos leemos entre nosotros”.


Entonces, volvemos a las preguntas del comienzo: ¿Qué es estrictamente un intelectual? ¿Cuáles son las tareas? Porque el intelectual, en este caso, excede el ámbito de lo académico para intervenir de forma más directa sobre lo social.

Sobre eso tengo un libro de Edward Said que habla de las diferentes concepciones de lo que se entiende por intelectual. Hay varias, algunas más restringidas, otras más abiertas. Hay diferentes maneras de resolver y de asumir esa colocación. Sartre es una cosa, Chomsky es otra cosa, Sarlo es otra cosa, Viñas es otra cosa, Piglia es otra cosa. No hay una única formulación. Para el caso, la noción Gramsci es absolutamente amplia. A mí eso me interesa; entiendo por intelectual todo aquel que tiene alguna capacidad de conducción u orientación de conducción en cuanto a ideas. En cuanto a ideas no tienen que ver ni siquiera en absoluto con la condición de lo académico o no académico. Por lo tanto, yo no apuntaría a algo así como una definición restrictiva, como si fuese un Olimpo al que se accede bajo el criterio de admisión rigurosa. Yo haría una definición sencilla y relativamente abierta: todos aquellos que nos dedicamos, por lo que sea, porque somos docentes universitarios o no universitarios, porque escribimos, a una práctica intelectual, entendiendo por tal al estudio (leer, estudiar), analizar tanto textos como un hecho histórico y analizar fenómenos sociales o intelectuales distintos; somos intelectuales. Esa figura del intelectual también me sirve para apartarme de ciertos fetiches sociales de la figura de escritor, que son todas mistificaciones, y que me parece que son siempre regresivas. Entonces, cierto imaginario, como te digo mítico, del intelectual como una especie de gurú que desde un libro de lucidez baja línea, ilumina de arriba hacia abajo porque está como una especie de Olimpo de lucidez, no es en absoluto a lo que me interesaría responder. No siempre un académico es un intelectual, y no siempre un intelectual es un académico.

¿Y qué relación hay entre el intelectual y el polemista? Borges, para tomar un ejemplo, ocupó un espacio como polemista tanto en su producción ensayística y literaria, como en sus intervenciones públicas.

Hay diferentes formas de asumir esa condición y hay diferentes formas de ponerlas en práctica. Hay figuras o discursos que no son marcadamente dialógicos, que no se posicionan como respuesta a otra intervención, ni buscan suscitar respuestas a su propia intervención, y no dejan de ser intervenciones intelectuales. No obstante, creo yo que en principio, cuando un intelectual se dispone a poner en circulación sus textos o su palabra, llama a darle una circulación pública más amplia, más amplia que lo que sería su campo restringido; hay un gesto de disponibilidad, no digamos polémica. Algunos buscan esa polémica, la logran o la producen. Pero me parece que claramente situarse en un campo de diálogo fuerte, puede cobrar forma polémica o no, dependerá. Eso dependerá de los casos y de los asuntos que estén en juego. Pero sí me parece que la idea misma de intervención, quien asume y adopta el efecto de la intervención, está de alguna manera poniendo su palabra en un escenario que, por definición, es habitada por otras voces a las que se está respondiendo. De hecho, que podrán responder en última instancia y sin que necesariamente eso cobre la aspereza o el chispazo de la provocación polémica. Si hay una escena, implícita o explícita, de abrir una discusión -digo, porque al mismo tiempo el olimpismo como gesto es fácil de sobreactuarlo- habría que establecer en todo caso una diferencia de grados entre los que poner en circulación una palabra que se dispone al diálogo. No al diálogo en términos de acuerdo, consenso y entendimiento. El diálogo puede ser crispado y exageradísimo. Me refiero a una palabra que va a entrar en relación con otras palabras previas o posteriores. Se puede aumentar eso en el gesto del debate, de la discusión, y eventualmente de la polémica, solo que haciendo la salvedad de que la polémica muchas veces se desdibuja en gestos de provocación finalmente banales. Es fácil sobreactuar la gestualidad polémica, y es fácil caer. Y subrayo lo de caer tanto en formas banales de la provocación, como las que parecen agitar polémicas y arman un poco de borboteo, donde no hay verdadera sustancia. Me parece que es difícil que alguien se piense como un intelectual que esté interviniendo socialmente y a la vez tenga la protección de una palabra cerrada o monológica.

En los años sesenta, setenta y ochenta había espacios mucho más marcados de participación intelectual, sobre todo en las revistas. ¿Cuál es el espacio que todavía le queda para ocupar o conquistar al intelectual, en este nuevo contexto político, social y tecnológico?

Siempre hubo algún tipo de nucleamiento en algún grupo, con mayor o menor grado de homogeneidad en su integración, pero evidentemente con algo que permitía la articulación de un grupo. Muy a menudo esa constitución de grupos de intelectuales se resolvían en la publicación de una revista, y la revista era como un lugar de luz, de expresión de saber. Ese posicionamiento y dicha interpelación evidentemente se ha debilitado. De hecho creo que por esto las últimas revistas que han tenido suerte en una toma de posición y han logrado sostenerse en el tiempo como intervención intelectual, corresponden a dos de los intelectuales que ya hemos nombrado: Punto de vista de Beatriz Sarlo, y El ojo mocho de Horacio González. Habría que ver si las otras revistas que vinieron después o que hoy mismo existen están funcionando de ese modo. Yo creo que en términos generales no. Si pensamos en la definición de un posicionamiento ideológico político cultural, y el de un grupo de intelectuales donde haya una palabra reconocible, Martín Rodríguez es un intelectual que está logrando esa intervención desde la revista Panamá. Martín Rodríguez sería para mí el caso de alguien que está pudiendo definir eso. Me parece que en las revistas Polvo y Panamá sí percibo ese gesto. Hay revistas con una actitud adolescente, donde la polémica es puro gesto del chispazo provocador. Esas son totalmente insignificantes, pero Polvo y Panamá, y en algún momento la revista Planta, no. En mi caso, armar ese tipo de colectivos es algo que excede mi capacidad. Eso no lo sé hacer. Lo intenté y no me salió. Después desplazarían la interrogación a dos instancias, los marcos que ya hemos mencionado: el ámbito académico y los medios. Yo diría, por un lado que los medios están dando o abriendo posibilidades de intervención intelectual y de polémica, quizá cubriendo en parte un espacio que antes podía tocar una revista. La propia Beatriz Sarlo no ha dejado de intervenir desde Perfil. Una revista tan heterogénea como la Revista Ñ no cierra la posibilidad de ese tipo e intervenciones. Hay polémicas que transcurren ahí. En el diario Perfil yo también encuentro esa posibilidad. En cambio, el ámbito académico lo encuentro un poco debilitado. De pronto encuentro más y mejores modulaciones en las revistas que circulan hoy en día, en su mayoría electrónicas, en las circunstancias donde los medios no llaman en condiciones que podrían a priori parecer más desfavorables en algún sentido (menos espacio en la televisión y menos tiempo) que en el ámbito académico.

¿A qué se debe ese debilitamiento de la polémica o discusión en el ámbito académico?

Hay grupos cuyos integrantes parecían hacer este movimiento que en realidad ya está en la revista Contorno. Son académicos, digamos intelectuales universitarios, gente que estaba en la universidad, y al mismo tiempo ensayaban un movimiento para no quedar solo en la universidad. Ese es el movimiento que a mí me interesa, que no es un movimiento de renuncia ni de desapego, sino de generar algo a partir de la Universidad que ambiciona no estar solo en la universidad. Eso pasó con los dos Viñas, Prieto, Jitrik, Masotta y Sebreli, aunque de modo distinto. Estaban insertos en el ámbito académico, pero salían del ámbito. Lo mismo pasaba en Punto de Vista con Terán, Altamirano, Sarlo y Gorelik. Es el mismo gesto: nutrirse de la propia condición de los que trabajan en la universidad y a la vez tener un gesto de lo que no va a quedar estrictamente en la conducción académica. ¿Qué pasa en el ámbito académico ahora? Ahí es donde yo me siento más insatisfecho y al mismo tiempo en mi lugar de pertenencia, tanto por mi formación como por mis espacios de trabajo, que es la docencia, predominantemente la docencia universitaria. Yo no diría que eso pasa por falta de tiempo. No puede ser por falta de diálogo. Me parece inverosímil que alguien diga: “Esto a mí me importa muchísimo, me encantaría discutirlo, pero no tengo tiempo”. Cuando tenés entre manos una cuestión que te importa mucho, viene la ebullición de lo que va a suscitar polémica. Recordemos que cuando hablo de polémica no hablo de las versiones banales del término, hablo de una palabra que se suscita en respuesta a otra y que tiene el gesto de suscitar posibles réplicas. Entendemos por polémica la efervescencia de una palabra que se suscita o un discurso que se suscita en respuesta a otra o a otros, con el objeto de suscitar réplicas o respuestas posibles. Cuando vos tenés ese objeto en ebullición entre manos, ¿te lo vas a deglutir por falta de tiempo? No, eso no es cierto. Hay tiempo para todo. Parece que las condiciones en el ámbito académico vienen desde hace un tiempo cambiando para mal por otras razones: el predominio de una lógica que va hacia el monopolio de un criterio de rendimiento burocrático administrativo. El docente universitario cada vez menos como intelectual y más como empleado público, que como cualquier empleado público tiene que juntar puntaje para la grilla de clasificación administrativa. La revista Punto de vista no sé si suma mucho académicamente.

¿Y cómo funciona esa lógica?

Hay un ránking, donde probablemente Punto de vista no computa demasiado. Entonces podría surgir surge este dilema: ¿Qué pasa si una revista es muy significativa en términos de intervención intelectual y no te suma al legajo administrativo que nos van llenando, para que te paguen cosas como los incentivos, que es un puñado mugriento de billetes escasos que se está pagando en cuotas y con tres años de atraso? Y sin embargo te desesperas para publicar en revistas, que después son dos mil pesos a pagar en tres años en doce cuotas. Entonces me parece que esa lógica administrativa por la cual la mayoría de las revistas de altísima calificación administrativa (no intelectual, ni siquiera académica, porque académica es una palabra de respeto) burocrática, altísima en clasificación burocrática, hace que no lo lea nadie. El que escribe ahí lo sabe. Todo el que escribe ahí lo sabe. Eso, para mí, significa ni más ni menos que renunciar a la condición de intelectual, para asumirse como empleado público. Los empleados públicos siguen su carrera administrativa con los requerimientos de cualquier empleo público. Pero ya nos estamos saliendo del terreno intelectual, porque ya como intelectual no tiene nada que decir. A mí me parece muy legítimo ir a los diarios también. Yo creo que hay un segundo problema, que toca la práctica de los intelectuales universitarios y, razonablemente, las intervenciones con cierto grado de exigencia y cierto grado de especificidad no van a poder tener una interpelación social general sino una interpelación más restringida. Eso es lo propio de cualquier ámbito de especialización. Entonces alguien puede plantearse como David Viñas, Horacio González, Beatriz Sarlo o Piglia, y buscar también intervenciones en otra clase de discursos, intentando que sean no menos rigurosos. Ahora, bien, las intervenciones específicas que yo también las practico, y son más restringidas necesariamente, como lo son en cualquier ámbito de especialización. Malo sería que los debates de la geografía o de la filología clásica pudiesen publicarse en Clarín todos los días, porque tienen que tener un nivel de competencia y de especificidad mayor. Hoy aparece un problema que a mí me preocupa más y es que esos textos tampoco circulan en su ámbito. Hay que entender que no hay una dicotomía entre producción académica y otros tipos de intervenciones. Podés hacer el artículo específico para una revista especializada y colaborar en un medio con otro grado y en otro plano de intervención. Yo creo que el problema en el ámbito universitario es que no tenemos esa circulación restringida entre especialistas. No nos leemos entre nosotros. Entonces no es que tenemos que colaborar en diarios y hablar al público en general, y el que circula en ámbitos universitarios les habla solamente a los pares, porque no le habla tampoco a los pares. Por ahí estoy teniendo la nostalgia propia de la curva pero uno va envejeciendo, y empieza a pensar que antes las cosas eran mejores. No lo sé. Probablemente no. Pero sí tengo la idea de que si alguien presentaba una ponencia en un congreso, lo aplaudían, le daban el diploma y no pasaba nada, esto era una frustración. Lo que se sentía de hecho era: no despertó interés.

“En el ámbito académico veo el predominio de una lógica que va hacia un criterio de rendimiento burocrático administrativo. El docente universitario cada vez menos como intelectual y más como empleado público”.


¿Pero qué pasa en el ámbito de los congresos entonces? ¿Por qué no hay discusión?

Tengo la impresión de que se va produciendo un viraje en el que si alguien sale a intervenir, interpelar, cuestionar o debatir, un poco que está tirando a cagar. Es tomado como una afrenta personal. Lo quiso cagar, la cagó, le saltó. Entonces ese no parece ser que el horizonte para el intercambio, pasa a ser lo contrario.

¿Por esto se vivió como una novedad tu debate con Sartelli?

Fue una experiencia muy satisfactoria. Logramos que pasara. Eso para mí es muy bueno. Porque hubo días. Pase lo que pase con ese intercambio, lleve a donde lleve, y termine como termine, hay algo que ya está asegurado: no hay una única manera de entender las cosas. Incluso si cada uno está convencido de que el otro está equivocado, no importa, ya lanzó la instancia. Las dos perspectivas, los dos enfoques, entran en fricción. Lo que pasó con Sartelli me parece que es un movimiento que a mí me dejó muy feliz, porque soy marxista y porque soy profesor universitario, porque estudié en la Facultad de Filosofía y Letras y porque soy docente desde hace casi 30 años en la Facultad de Filosofía y Letras. Por lo tanto, cuando digo lo que digo del estado de cosas, lo digo con un nivel de mortificación personal muy grande, porque es mi lugar de pertenencia. Lo que pasó no tendría por qué ser algo excepcional. Si yo llevo años pensando marxismo y literatura con mis criterios, mejores o peores, no debería ser especialmente notorio que nos sentemos a discutir donde laburamos.

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