Suicidas, enfermos, huérfanos, distintos. El sufrimiento de los seres comunes, el trabajo más reciente de Guillermo Saccomanno, transita las diversas habitaciones del dolor, sin golpes bajos y con la potencia de una narrativa precisa que invita a escuchar la oscuridad.
Por Marina Cavalletti. Fotos Dante Fernández
El escritor oscila entre la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la Costa Atlántica. Cuando su nomadismo lo trae a la Capital, vive en un monoambiente del centro porteño sobre la Avenida Córdoba. En su puerta, el inicio de Moby Dick, “Call me Ismahel”, es la bienvenida. Tiene una biblioteca depurada donde predominan la poesía y los ensayos filosóficos. Los restos del día se cuelan entre los libros con una luz vaporosa. Prepara café, lo sirve en una taza ancha y se presta al diálogo.
Iniciás el libro con el brevísimo cuento “78”…
Este cuento lo escribí para Página/12 en algún aniversario del Mundial. Lo incorporé porque me pareció que era como una señal para leer el resto del libro. Las historias aparentemente son todas independientes de los 70, pero en todos de alguna manera hay alguna referencia a la sombra de la dictadura. Todorov dice que un país que ha tenido campos de concentración tiene el corazón comido por gusanos. Mi impresión es que todavía seguimos atravesados por esa realidad, lo queramos o no. Las consecuencias funestas de un golpe de Estado como el del ’76, de terrorismo de Estado, dejan marcas, dejan huellas en lo cotidiano de todo el mundo. Entonces te encontrás con que eso afecta a las relaciones humanas, laborales, interpersonales y atraviesa la sociedad. No es mi propósito escribir un libro sobre la dictadura, de ninguna manera. Cuando me siento escribir, pienso en hacer un cuento que pase hoy, aquí y ahora, en mi cercanía. Pero esta es la realidad que vivimos. Todavía no sabemos en democracia qué va a pasar con los militares que son acusados de haber operado en la represión, no sabemos todavía qué pasó con Julio López, que fue un desaparecido en democracia. Entonces aunque esto no sea evidente en un primer plano, en la superficie, pasa por debajo. No en todos los cuentos se nota esto, pero creo que en parte puede ser leída alguna referencia y que ’78 funciona un poco como acápite de los demás cuentos.
En “El insomnio más largo del mundo”, sí existe una relación directa…
Hay una tensión por los padres. El insomnio proviene de esa zona de infancia que los marcó.
“Todorov dice que un país que ha tenido campos de concentración tiene el corazón comido por gusanos. Mi impresión es que todavía seguimos atravesados por esa realidad, lo queramos o no”.
En este sentido, transitaste los ’70… ¿Eso marcó tu literatura?
Sin duda. Yo creo que toda la literatura tiene que ver con la política. Entonces la literatura no se puede desprender de la realidad. Lo quieras o no, como decía Lenin, más vale que vos te metas con la política y no que la política se meta con vos, más vale que estés alerta. De ninguna manera quiero que mis cuentos funcionen como bajada de línea, pero hay una realidad y está ahí, la literatura no se puede hacer la desentendida.
Decías antes que te gustaba escribir sobre lo que pasa hoy. ¿Cómo ves el contexto latinoamericano, con sectores que cuestionan la situación en Bolivia, por ejemplo?
Hay distintos tipos de golpe. El golpe contra Dilma ha sido un golpe. Tenés golpes más clásicos, como el que conocimos en los ’70, como el de Bolivia. Los que se niegan a calificar de golpe al de Bolivia, ya se sabe cuál es su pertenencia ideológica: es la derecha. Son los distraídos de siempre. Están los que no quieren ver, los que ven y niegan, los negadores y los distraídos. Los distraídos, son distraídos intencionales deliberados.
¿Y qué pasa con Chile?
No me animo a conjeturar y analizar la situación de Chile. Creo que es otra situación. Durante años Chile tuvo una Constitución que fue la aprobada por Pinochet y pactada con los partidos políticos. Es una sociedad que en un momento fue planteada como modelo y de pronto, en algún momento, la desigualdad saltó a la luz. Y eso provoca la insurgencia popular.
En el libro hay un tópico muy presente, que es el de la familia…
La familia está destruida y corroída. Se supone que es una de las células madres de este sistema y es la más afectada por el capitalismo. Eso tiene que ver con el doble mensaje, con el doble discurso. Se habla tanto de las familias, pero están destruidas: el padre perdió el trabajo, la madre sale a laburar, los chicos están perdidos. Lo que ha pasado en los últimos años en Argentina es tremendo.
Este conjunto de cuentos es algo desesperanzador…
Tengo 71 años, hijos, nietos y me preocupa mucho porque creo que nuestra sociedad, y también las de los países centrales, van caminando lentamente hacia el abismo. Recientemente, un grupo de científicos denunciaba que el planeta está en serio riesgo, tampoco sabemos cuántas guerras hay en este momento en el mundo. El mundo está en llamas.
¿Escribís para obtener sosiego en medio de la desesperanza?
Creo que la idea de sosiego es un poco cándida, inocente. No sé si hay sosiego. Además creo que la literatura, si un sentido tiene, primero es incomodar al que escribe y después incomodar al lector.
“Los que se niegan a calificar de golpe al de Bolivia, ya se sabe cuál es su pertenencia ideológica: es la derecha. Están los negadores y los distraídos de siempre, que son distraídos intencionales”.
¿Entonces para qué se escribe?
No lo sé, pero creo que uno nunca debe dejar de plantearse la cuestión del sentido. Para mí la realidad es un disparador. Historias que uno ve y sabe que tienen que ser contadas. La historia te pide que vos lo cuentes por algún motivo. Creo que hay otra cosa también, que tiene que ver con el mal. Nosotros negamos el mal y lo tenemos en nosotros. Dostoievski se preguntaba si el infierno es uno o son los otros.
Como en Doctor Jekyll y Míster Hyde…
Claro. Y, al momento de escribir, uno toma a los dos. No podés trabajar con uno solo. Podés adoptar el punto de vista de uno o de otro, pero estás trabajando con eso todo el tiempo. A mí lo que más me interesa es trabajar con la ambigüedad, que no es lo mismo que la confusión. Hay algo que es el dolor, el mal, que está ahí presente todo el tiempo. Entonces a mí lo que me interesa es que este libro se lea como autobiográfico, pero no como autobiografía mía sino de los lectores. Lo que está pasando es que gente muy diversa me comenta que le pegan diferentes cuentos en particular, porque es un catálogo de miserias humanas. No siempre uno es consciente de los materiales que está manejando, o de las obsesiones que uno va desarrollando en la escritura. Uno se da cuenta después. Siento que tomé conciencia de este libro una vez que me encontré con el objeto libro, que comencé a mirarlo. Ya no lo puedo ni mirar. Qué negrura, cuántas sombras. Terminé el libro como si me hubieran dado una paliza.
Hablando de terminar, los finales de estos cuentos no son conclusivos…
Los cuentos terminan como terminan. No sé si a mí me gustan los finales conclusivos o no. El punto final de un cuento es un asunto moral, ético. Porque te da una visión del mundo. Cuando vos estás hablando decidís marcar un silencio o seguir. Y de acuerdo a cómo terminas, le das una orientación, un sentido a la frase, o lo cortas.
¿Cómo te vinculás con la poesía?
Soy colaborador de Página/12 casi desde el principio. Para mí es un orgullo estar en ese diario, en el que escribieron Gelman, Soriano, Dal Masetto, David Viñas, Tato Pavlovsky y otras grandes plumas. Me parece que en los últimos años he escrito más sobre poesía que sobre narrativa. Me interesan cada vez más la poesía y la filosofía. Me cuesta cada vez más leer ficción, encontrar una ficción que me enganche. Ese es un tema mío, no sé si le pasa a todos los escritores. Me parece que en la poesía, de pronto, un destello, una frase, una imagen puede provocarte algo parecido a una revelación. Por algo Rimbaud es uno de los poetas más citados en la literatura contemporánea, con dos o tres libritos nomás revolucionó también la percepción.
¿Y qué pasa con la filosofía?
Creo que cada vez más hay lectores que buscan respuestas, pero la función de la filosofía no es dar respuestas sino generar interrogantes. Uno acude en busca de respuestas y se va encontrando con nuevos interrogantes, que es lo más apasionante. Lo mismo pasa con la poesía.
Antes decías que la humanidad va camino al abismo, ¿considerás que estamos ante el fin de los grandes relatos?
No, yo creo que si eso fuera así, la tesis de Fukuyama se fue al carajo, como se está yendo al carajo el capitalismo, etapa superior de las finanzas del choreo indiscriminado. Esto es como Moby Dick: es una tragedia, un drama, una profecía. Moby Dick es un libro épico. Y todo lo que atraviesa el joven Ismael, que ha vivido para contarlo. Entonces si uno está acá, tiene que contarlo.
“Las mujeres, afortunadamente, también para los hombres, han ocupado un protagonismo y han entrado a marcar situaciones que nosotros no marcamos”.
¿Creés que el peronismo podría funcionar como un gran relato en nuestro país?
El peronismo es el gran relato, el relato de los relatos. Y esto no tiene que ver solamente con las figuras míticas de Perón y Evita. Tiene que ver también con que por algo el peronismo es el movimiento que dio la mayor cantidad de víctimas en la historia de este país, en los últimos años, desde el ’55 hasta acá. La mayor cantidad de víctimas de la violencia política son del peronismo. Pasó por bombardeos, por fusilamientos. Cuando se lo contás a los pibes, les cuesta todavía entenderlo, no se sabe aún la cantidad de muertos del bombardeo. Uno de los pocos que dio una cifra aproximada fue el Almirante Rojas, que calcula 300 y pico. Si vos pensás en el 40% que se supone que sacó el macrismo, son votos antiperonistas. Básicamente si hay algo que ha robustecido el macrismo es esta cuestión que llaman la grieta. Yo prefiero hablar de lucha de clases. Tiene que ver con la bronca de cierta clase media al peronismo, que se piensa rubia. Es una de las grandes tensiones que estamos atravesando en este momento. Siempre estuvo cristalizada, lo que pasa es que ahora ha adquirido un grado de visibilidad muy fuerte.
La misma tensión viene desde unitarios y federales, desde civilización y barbarie…
Si uno se pone a pensar, David Viñas inicia su gran ensayo Literatura argentina y realidad política planteando que la literatura argentina comienza alrededor de una metáfora mayor que es la violación, alude a El Matadero de Echeverría. Debe haber otros libros similares al de Echeverría, pero creo que ahí hay una marca que también determina la lectura de la historia literaria argentina, el asunto es cómo te referenciás con eso.
Desde otro punto de vista y hablando de referenciarse, ¿creés que a partir de las luchas del feminismo emerge una literatura también feminista o se redefine el canon literario?
No creo en la literatura femenina. Está la literatura, después podemos analizar qué hay dentro. Eso no quiere decir que yo esté en contra del feminismo, simplemente me parece que podemos pensar en que hay mujeres que escriben como hay hombres que escriben. Primero uno lee literatura, después vemos. No creo mucho en eso de la literatura feminista, no creo mucho en eso de quedarse con decir “yo me hice un aborto y eso me hace narradora”, “yo soy trans y escribo una novela”, que eso te convierta en escritor. Una cosa es publicar y otra es escribir.
¿Cuál es la diferencia?
Escribir es entrar en conflicto con el lenguaje. Somos lenguaje. Trabajemos con él, exploremos el lenguaje. Los límites están corridos en todos los géneros, de ahí a pensar que hay una literatura trans, me parece que es reducirlo. A veces pareciera que uno tiene que aclarar las cosas todo el tiempo. En esta casa yo di taller durante muchos años y de acá salieron siete escritoras del carajo, Ángela Pradelli, Claudia Piñeiro, Débora Mundani. Todas pasaron por acá, siguen apareciendo sus libros y todas me agradecen. Las que más publicaron fueron las mujeres durante los años más difíciles de la Argentina. Durante la crisis de los ’90 cuando todo se pudría, lo hacían. Los tipos abandonaban el taller o no llegaban a producir textos. Las minas seguían laburando contra viento y marea, y tenían una vida, hijos, trabajo, se separaban, se enfermaban. Acá esto fue un hervidero. El comprometerte con una causa, por más justa que sea, no te vuelve escritor o buen escritor. La literatura es otra cosa, es un trabajo con los demonios, con el mal, el meterse en esas zonas de penumbra del ser humano. Y no te podés meter con buenas intenciones. Las buenas intenciones, como decía André Gide, hacen mala literatura. Sabemos que las mujeres fueron relegadas durante mucho tiempo. Junto a Borges y Bioy estaba Silvina Ocampo y no le daban bola. Virginia Woolf plantea esto en su literatura claramente, además tiene un texto maravilloso que se llama Un cuarto propio. Ya quedó atrás Simone de Beauvoir. La problemática hoy es otra. Las mujeres, afortunadamente, también para los hombres, han ocupado un protagonismo y han entrado a marcar situaciones que nosotros no marcamos. Tal vez yo sea un machista en recuperación, pero de ahí a ser antifeminista estoy muy lejos. Las grandes movilizaciones de los últimos tiempos en la Argentina fueron encaradas por mujeres. La cuestión del aborto ha partido a la mitad de la sociedad Argentina. Afortunadamente, porque lo que entra a cuestionarse ahí es la función de la Iglesia amparada por el Estado. Además del disciplinamiento de los cuerpos, que sigue funcionando. El modelo de belleza es que la gordita no consigue trabajo. “Buena presencia se necesita”. El modelo es Luli Salazar, el modelo es Pampita. Son modelos enfermos. No ellas como modelo. El modelo de belleza que te propone el sistema está enfermo.
Guillermo Saccomanno
El sufrimiento de los seres comunes
Planeta