Foto: Nahuel Alfonso
En Mis animales y los que no son míos, la poeta recorre el universo animal y su más allá para dar lenguaje a los sentidos y enigmas que nos atraviesan, y para abrir las puertas a una percepción alternativa.
Por Laura Bravo.
Los bestiarios medievales fueron una modalidad de escritura didáctica orientada a transmitir valores y creencias de la cristiandad. En esa pedagogía, los animales estaban organizados en tres grupos: los domésticos, los que vivían en el bosque y las faunas imaginarias. La bondad o la peligrosidad de estos animales estaban en relación directa con la distancia y el grado de conocimiento que los separaban del hombre. Desde el Renacimiento hasta la actualidad, el género se fue despojando de toda pretensión moralista para mutar en versiones más descontracturadas, lúdicas y poéticas como la que propone Denise Fernández.
“Me encantan los bestiarios, leí el Bestiario Medieval que editó Siruela, otro de la mitología griega. Mi compañero me regaló el Bestiario Académico que recopila definiciones viejas del Diccionario de la Real Academia y algunos dibujos. La exploración la fui haciendo a la par de la escritura. También me gusta la escritura de las ciencias naturales precientíficas de Plinio el Viejo, sobre todo las de Claudio Eliano que recopiló Gredos”, dice Denise.
Entre otras asociaciones inmediatas que el poemario suscita están Las Mil y Una Noches, recopilación de relatos que da cuenta de una interacción franca entre humanos y animales como la que ocurre en el libro de Fernández: Mi caracol pregunta: “¿cuántos dedos te gustaría tener?”./ “Con los que tengo estoy bien”, digo. No se trata de una personificación funcional sino más bien de una familiaridad espontánea que entra en comunión con un lenguaje oportuno. “Me gusta leer a los viejos naturalistas porque tienen esos rasgos de literaturización en la forma de describir comportamientos animales”, aclara.
“Desde el Renacimiento hasta la actualidad, el género se fue despojando de toda pretensión moralista para mutar en versiones más descontracturadas, lúdicas y poéticas como la que propone Denise Fernández”.
La estructura inicial de Mis animales y los que no son míos está conformada por duetos: el animal que pertenece a la poeta y el que no le pertenece. Estos animales corresponden a los tres grupos mencionados, los cercanos, los periféricos y los que no existen en el mundo concreto. Hacia la mitad del libro, el ritmo especular entre lo propio y lo ajeno se interrumpe para dar paso a cruces más aleatorios.
“Creo que el puntapié fue el poema del perro donde cuento lo que mi perro soñó. Al principio, la forma fue un recauchutamiento de fragmentos de sueños que tenía anotados, plasmados en otros, en los animales. Después surgió la posibilidad de restringir lo que decía en el poema de ‘mis animales’ con los que ‘no son míos’, o de contradecirlos, o de hacerlos decir otra cosa casi retroactivamente. Ahí apareció la idea del diálogo conmigo. En principio tenía, por un lado, el fragmento de la imagen que podría ser el sueño, el amor o la muerte, el diálogo donde a veces pongo una sentencia en boca de otros o un diálogo real en el que el yo lírico sentencia algo. Más o menos esas tres piezas que, cuando las trabajé en clínica, identifiqué como tales”. Respecto a este proceso, que llevó a cabo con Daniela Camozzi, agrega: “además, noté cuando sobraba algo, a veces había mucha carga de sentencia y quedaba todo muy controlado por el yo lírico y con poca carga de acción o al revés”.
El prólogo recoge una anécdota referida por Elian J. Finbert, la estratagema de Psafón, quien logra que su loro proclame su divinidad, instaura esa condición a partir de reiteración de la voz, de la multiplicación del acto de nombrar. “Lo tomé porque para decir algunas cuestiones más abstractas es necesaria la proyección en otros. Lo que se dice, para que no suene a impostura, es más fácil cuando me lo dicen ellos, los animales. Si luego esos animales me convierten en dios es casi por voluntad de ellos, me desligo de esa responsabilidad”.
La prosa poética escrita por mujeres (y todas sus hibridaciones) cuenta con una larga tradición en América Latina, algunas de sus representantes son Ana Cristina Cesar, Diana Bellessi, Alejandra Pizarnik, Marosa Di Giorgio y, más próxima en el tiempo, Paula Ilabaca Núñez. Desde su primer libro, Denise Fernández linkea con esos otros mundos, no desde la afinidad temática, sino desde la libertad para apropiarse de una forma y reinterpretarla.
No se puede ignorar el bello trabajo de diseño de Maria Valeria Chinnici que aporta al poemario la personalidad estética bella y oportuna.
Denise Fernández
Mis animales y los que no son míos
mágicas naranjas