Música

Divina Encarnación: “La realidad es una enfermedad incurable ¿Es necesario seguirla replicando?”

Con motivo de la producción de su último disco, Death fucks me every night, durante el primer año de encierro por la pandemia, conversamos con Gonzalo Diessler a.k.a. Divina Encarnación sobre el panorama cultural de Berlín, ciudad donde reside, y sus nuevos proyectos.


Por Alan Ojeda.

Si hay una ciudad que suena en boca de los artistas, sobre todo de los que se encuentran en la vanguardia de la producción audiovisual y la música electrónica, es Berlín. Luego de la caída del muro, la capital alemana se transformó, poco a poco, en el centro de la cultura europea: los clubes más importantes del continente (y quizá del mundo), movidas artísticas en cada rincón, y una población joven en continua expansión que es responsable de que todo se mantenga en movimiento. Pero llegó la pandemia y todo cambió. Los clubes cerraron, se transformaron en museos (Berghain) o en centros de testeo (Kit Kat). Los lugares que solían ser habitados por freaks, practicantes de BDSM y ravers se llenaron de carpas de salud, barbijos y largas colas de espera de personas que tenían la seguridad de que en esta oportunidad nadie los iba a rechazar. Si bien algunos sectores de la población buscaron formas de evadir el control y el aislamiento, haciendo raves en las afueras o en la frontera con República Checa, la efervescencia cotidiana debió trasladarse al terreno virtual de las plataformas de streaming. Frío, un cielo que es gris gran parte del año y calles vacías. El paraíso devino distopía en un abrir y cerrar de ojos.

Como muchos, Divina Encarnación viajó al viejo continente en búsqueda de varias cosas: tranquilidad, estabilidad y la posibilidad de desarrollar su carrera musical. Argentina no parecía prometer mucho. Después de cuatro años de macrismo, los circuitos culturales se habían achicado, a la crisis económica nacional se sumó la persecución del Gobierno de la Ciudad que hacía años venía cerrando espacios y persiguiendo nuevas movidas. Frente a lo crítico del panorama local y las promesas de una ciudad que parece explotar de arte y estar siempre abierta a lo nuevo, la decisión no parecía muy difícil. Sin embargo, había que arrancar de cero: vida nueva, trabajo nuevo, vínculos nuevos. Para alcanzar la promesa era necesario abandonar la comodidad del hogar y el refugio de lo conocido. El proyecto artístico estaba. Eso se lo llevaba con él. Iba a ser necesario repensar algunas cosas y adaptar el idioma. Cinco discos editados hasta el momento eran base suficiente. Solo se necesitaba más tiempo, dinero y tranquilidad.

Una vez instalado en Berlín, las cosas sucedieron rápido. Trabajo, hogar, primer show en vivo, la promesa de ir a tocar a otro lugar y, finalmente, el golpe inesperado de un virus que se expandió por todo el mundo y puso a hibernar todas las cosas que la ciudad prometía. Entre la desesperanza, la desesperación y el hastío, surgieron dos proyectos: el disco Death fucks me every night (2020) y Anal Princess, un personaje ficcional que alterna entre el stand-up y la literatura. ¿Y ahora qué?

Revista ruda

Al día de la fecha tenés editados 6 discos. El primero Klavier (2012) y el último Death fucks me every night (2020), editado durante la pandemia. Se puede ver un cambio en el sonido bastante evidente que pasa de un estilo más lírico e instrumental en los primeros álbumes a una presencia fuerte de las bases electrónica en los últimos ¿A qué se debe ese cambio? ¿Responde a una búsqueda particular?

Creo que cualquier artista se transforma a través de su propia obra a lo largo del tiempo. Mis gustos van desde Arca hasta Los Redondos, pasando por Einstürzende Neubauten, Mozart y Sandro. Así que, en ese espectro, puedo salir con cualquier cosa. Obviamente, hay un criterio estético que aúna todo lo que hago, y hace que Divina Encarnación suene a Divina Encarnación. Creo que “drama”, “penumbra”, “barroco”, “kitsch”, son palabras que orientan un poco mi búsqueda.

El caso de Klavier es un disco muy sencillo donde estoy cantando al piano, prácticamente grabado en vivo y con mucha inocencia en la voz. Entre ese disco y lo último, hubo momentos más enfocados en el canto lírico, en lo teatral, en la épica sinfónica y luego en el pop. Pero Death fvkcks me every night es como la muerte de todo ese lirismo. Nueva ciudad, continente, idioma, nuevos equipos, etc. Quise hacer algo bastante distinto a lo anterior, ya que yo me sentía distinto. Me obligué a salir, a ver cosas nuevas, a tratar de entender la movida de acá y de alguna manera llevé esos elementos al disco. Hay como un cliché de cómo Berlín influencia a las personas y me entregué a eso. El disco está más enfocado en las texturas que en la interacción dramática de los acordes. Es más como un mood persistente. Son esas noches de invierno donde te oscurece a las 15.40 y sale el sol a las 8 de la mañana. Eso me destruyó la psiquis. Frío y noche. Pasear por las ruinas del muro y después tomar un mate en casa escuchando Tambó Tambó para no morir.

Y el disco en sí es como un viaje de desarraigo. Las canciones están entrelazadas. El disco es una unidad. Y es corto. La idea es la de morir, pero no ir a ningún lado. Quedarse atrapado, ya sea desde un fantasma en el mundo terrenal o una larva dentro de un cadáver. El disco es como una parálisis antes de dar un gran salto. La idea de la muerte mojándote la oreja todos los días, es la de que está jugando con vos, pero nunca te lleva a ningún lado. Es una promesa que nunca se cumple. Una redención que nunca llega. Amo una frase de Florence and the Machine, hermosamente cantada, que dice: “No dawn, no day, I’m always in this twilight” Así siento el disco.

¿Cómo fue la experiencia de editar tu último disco en pandemia y a miles de kilómetros de tu hogar?

Desterrarte de tu cotidianeidad, tus amigxs, tus pizzerías y tu idioma, sí o sí, pone quien sos en perspectiva. Estás casi en la duda de fundar un proyecto nuevo o transformar por completo el anterior. El “yo” muchas veces se construye con la imagen tuya que te devuelve el mundo. Y cuando vas a un lugar nuevo donde no conocés a nadie y nadie te conoce, esa imagen desaparece. Es un bastidor en blanco. Y está bueno jugar con eso. Imagino que es tentador para cualquier artista. La pandemia fue (es) un horror y no hay mucho que agregar. Destruyó el arte escénico. Básicamente, todo es esencial menos un artista. No obstante, en tiempos de pandemia, se consumió arte a morir. Nada. Los artistas somos descartables. Una llamada un sábado a las 4 am, donde te prometen el mundo para culiar y al día siguiente “si te he visto no me acuerdo”. Es un rubro horriblemente precarizado. Estamos acostumbrados a que el arte es algo que brota del éter. Que no hay laburo atrás de eso. Nada. A los 20 veía un abogado y pensaba que era un pelotudo. Ahora lo veo y digo: “¡Que bien la hiciste, pa!”.

¿El viaje produjo un cambio o una necesidad de una nueva experimentación sonora? ¿Pensaste alguna clase de adaptación para el público de allá?

El idioma es un gran desafío. Al ser solista, mi voz es un elemento muy importante en mi performance y, estando acá, me es imposible hacer todo en español. Me refiero no soy una banda donde hay una pared de sonido y tiro palabras sueltas atrás de eso. Muchas veces mis canciones, y más en vivo, son como fragmentos de musical, de ópera pop, y necesito que el público capte mínimamente de lo que hablo. Entonces, algunos temas van en inglés. Eso es toda una transformación. Y fuerte. Laburar muchísimo la fonética, etc. No quiero sonar en inglés como cuando Bon Jovi cantaba en español. Si bien yo vivo escuchando música en inglés, no es un lenguaje que me parezca interesante para escribir mi obra. El inglés es muy sintético y en el rock va genial. Pero yo no hago rock. A mí me gusta la interacción “vocal- consonante- vocal” del español o el italiano, ya que permite proyectar mejor la voz. Por eso gran parte de la ópera se canta en italiano. Es el idioma del Bel Canto. Como adaptación de sonido, siento que acá hay poco interés en “la canción”, son más climas o texturas lo que seduce. Puede ser ruido incluso. No olvidemos que estamos en la capital mundial del techno. Hay mucho de sintético, industrial, glitch. Acá está todo el mundo equipado. Es fácil comprar equipos y sonar piola. Eso es una gran diferencia con Argentina. A veces vas a ver a alguien que ni sabes quién es, y está tapado de equipos, moviendo perillas y flipás. En Argentina, solo un “consagrado” puede tener semejante equipamiento.

“Los artistas somos descartables. Una llamada un sábado a las 4 am, donde te prometen el mundo para culiar y al día siguiente “si te he visto no me acuerdo”. Es un rubro horriblemente precarizado. Estamos acostumbrados a que el arte es algo que brota del éter. Que no hay laburo atrás de eso. Nada. A los 20 veía un abogado y pensaba que era un pelotudo. Ahora lo veo y digo: ¡Que bien la hiciste, pa!”


Sé que en muchos casos el adjetivo “inclasificable” al referirse a un artista y su producción, implica una comodidad por parte de quien escribe una reseña o hace una entrevista. Sin embargo, debés ser consciente de que la mezcla de canto lírico con canciones góticas en muchos casos cargadas de referencias a la cultura popular o “clase B” no parece tener referencias contemporáneas muy claras. ¿Cómo surgió la definición de ese estilo? ¿Cuáles son los artistas con los que te sentís afín estéticamente? 

Se fue dando como una extraña consecuencia de mis influencias, no solo musicales. En el escenario me siento más un performer. Un actor. Alguien que viene a traer relatos de su inframundo y se va. Es algo como chamánico. Entro en personaje. Me evoca a mi infancia, a esa fascinación por los nuevos mundos y las criaturas mitológicas. Un juglar del horror. Mi show es súper intenso, pero no tengo una energía de “rompan todo”. Yo tengo fe en cierta belleza estética, aunque en mi mundo esa belleza sea un cadáver degradándose, la expansión de las formas biológicas devorándolo todo, la tristeza, tomar merca del culo de un ángel.

Me gusta mucho el cine también. Por eso hice tantos videos. Todos con cero presupuesto y ningún apoyo, salvo amigxs que confiaban en mi deseo y se aventuraban. Pero es muy híbrido lo que hago. He tocado entre punks y goths toda mi vida. Y siempre fui como “raro” incluso en la subcultura. No hay mucho lugar para un tipo con un teclado, cantando ópera acerca de sus últimas horas mientras está postrado en la cama de un hospital o el deseo sexual que puede despertar un cadáver. Sin embargo, yo no quiero asustar o causar repulsión, yo quiero conmover con esa poesía poco ortodoxa. Soy un apasionado de Lovecraft, del cine de horror. Sin ir más lejos, tengo una canción llamada “Holocausto Caníbal”, que a primera escucha es como un valsecito lleno de colores, pero habla de ser desmembrado vivo.

Es raro lo de las influencias. Quiero decir, siento mi obra mucho más cercana a la de Scott Walker, aunque en mi obra hay mucha más influencia de The Cure que de Scott Walker. A veces uno descubre artistas que han buscado por lugares similares a uno y no necesariamente son una influencia. Me pasó cuando descubrí a Arca y por momentos sentir que hablaba un lenguaje similar. Otras bandas que amo, como Depeche Mode, son incomparables, porque son un tanque del establishment y yo soy un tipo cantando una opereta para 40 trogloditas en un sótano. Por eso me cuesta asociar el producto terminado con actos masivos o populares.

En el breve tiempo que pudiste experimentarlo antes de la pandemia ¿Cómo es el clima musical y artístico de Berlín?

El impacto es muy grande. Hay artistas de todo el mundo. Tanto de pasada como viviendo en la ciudad. No sé. Berlín está lleno de artistas o gente que dice que es artista. Todo el mundo tiene un proyecto. Mucho techno. Mucha fiesta. Mucha pastilla. Hay hasta punks vieja escuela. Claramente de las grandes capitales de Europa, Berlín es la que concentra la contracultura. Hay resabios estéticos de la URSS, libertad, naturaleza, un poco de caos y estado de bienestar europeo. Acá no te sentís un extranjero. Entonces, la gente llega y al poco tiempo ya comparte un estudio con alguien. Es lo más común. Onda “multiespacios”, no “una sala de ensayo” para rock. Entonces hay mucho arte interdisciplinario. Hay una vibra de que cualquier cosa vale o de que podés hacer lo que quieras. Obviamente, de ahí a vivir de eso es otro tema. Pero hay muchas propuestas. Por otro lado, hay un equilibrio “decente” entre lo que se cobra y lo que salen las cosas. Hay mucha gente que sobrevive con un trabajo de medio tiempo. Hay boliches que abren un viernes y cierran el lunes. Literal. Podés estar 72 hs adentro del club. Hay como una atmósfera de sentir que todo está permitido. Y hay un odio generalizado a la policía. ¿Quién no amaría un lugar así?

¿Qué creés que incentiva a muchos artistas a viajar allá como otra versión del “sueño americano”? ¿Qué creés que implica la idea de “ser artista” allá?

Esta ciudad se vende como un lugar donde “podés ser quien quieras” hasta el punto de la parodia. Pero aunque sea una profecía autocumplida, algo de eso pasa. Ya que todo el mundo viene acá como para probarse en “las grandes ligas”. Digo, no es Nueva York, pero es una plataforma para acceder a Europa. La cantidad de latinxs que hay es impresionante. Gente de otras nacionalidades también. Gente que tal vez en Bs. As. sacaba fotos tímidamente, acá se vuelve fotógrafa. Ese tipo de cosas observo. Es como mutar a Super Saiyajin. La evolución de los pokemones. Hay un aura en el ambiente. Y ya no sabés si es natural o lo genera la misma gente que viene por el aura. Pero sucede y eso es lo que importa. Obviamente a los viejos berliners esto les parece una invasión de hipsters. No hablo de nazis, sino de gente que vivía en este pequeño oasis hace 20 o 30 años y ve cómo se transforma en un Disneylandia artsy/queer. Y bueno. Yo soy parte de esa invasión. Te doy un ejemplo: en Bs. As. no me invitaban ni a La Pampa a tocar, y acá en mi tercer show me invitaron a Inglaterra con todo pago. Como digo en otro momento de la entrevista: no necesitás ser nadie para que te paguen un pasaje y te lleven a otra ciudad. Si le gustaste a alguien que organiza movidas, ya está.

¿Encontrás alguna coincidencia en el clima artístico de Buenos Aires y el de Berlín?

A nivel material, hay una diferencia de mercado enorme. Hay un público más abierto a ver cosas nuevas. Capaz ves una banda o un DJ al que no conoce nadie, pero así y todo estuvo girando por Holanda, Estonia, Dinamarca. Es un circuito mucho mayor. No tenés que estar “consagrado” para pegar una pequeña gira internacional. Hay otro presupuesto y eso forma otro tipo de público. Antes de la pandemia era un delirio la lista de artistas que tocaban. Bandas que bajan a Bs. As. una vez cada 20 años, acá viven tocando. Aparte, la cultura rock/pop siempre se ha irradiado desde USA – Inglaterra – resto de Europa, así como una colonización cultural. Entonces, cuando vas al norte, tenés a los tipos ahí. Quiero decir, capaz que un man que en Bs. As. fue cartel de la Creamfields o algún festi de esos, acá simplemente es el DJ de un boliche importante. Bs. As. es mucho más chico y localista. En una época el rock chabón era todo, en otra el indie, ahora el trap. Y ahí se acabó. Obviamente no hablo del under al cual pertenezco, sino a lo que se le da pelota. Hablo de la agenda de los periodistas, o las revistas, o en su momento la radio Mega o los sellos. No hay lugar para nada más. Y todos se quieren prender de ahí. Es entendible. Hay lugar para tres. Pero bueno. A mí nunca me fue esa. Para mí el arte es una búsqueda, un choque, una alquimia. Nunca busqué popularidad o aprobación. Nunca quise entretener a cualquier precio. Es un camino super frustrante, pero al menos, al mirar atrás, en mi caso, siento que dejé una obra ínfima pero honesta.

“Es muy híbrido lo que hago. He tocado entre punks y goths toda mi vida. Y siempre fui como “raro” incluso en la subcultura. No hay mucho lugar para un tipo con un teclado, cantando ópera acerca de sus últimas horas mientras está postrado en la cama de un hospital o el deseo sexual que puede despertar un cadáver. Sin embargo, yo no quiero asustar o causar repulsión, yo quiero conmover con esa poesía poco ortodoxa”.


Desde el 2020 estuviste experimentando también con otra faceta que mezcla la performance y lo literario con las pequeñas crónicas/textos que publicabas en las redes sociales y los videos de Instagram bajo el pseudónimo de Anal Princess. ¿De dónde surgió la necesidad de experimentar con estas otras áreas? ¿Cómo es el proceso de escritura?

Yo pisé un escenario por primera vez en 1999. Hice bocha de cosas. Tengo muchos intereses. No obstante, creo que en la escritura me parezco más a mi yo real que en todos mis otros proyectos. Quiero decir, acá llevo directamente mis frustraciones con el mundo de carne y hueso, hablo de youtubers, de lo que acontece en mi cola, del desamparo de existir y saberse un mono autoconsciente. Mi yo escritor es bastante paranoide, alienado, místico. Un poco de Bill Burroughs, literatura budista, un par de libros de zoología, catálogos de enfermedades, gnosticismo cristiano. La literatura no es lo mío. A mí me van brotando las ideas como un rapto esquizoide. Como si sintiera todos mis mundos posibles a la vez. Paso de ser espíritu crístico, a triste proletario sin futuro, a eslabón molecular en el cáncer de la existencia, a chupar un poco de meo en un baño y a morir conmovido contemplando un fresco renacentista. Yo me nutro más de un desequilibrio emocional que padezco, de mis frustraciones, de mis nervios, de la locura cotidiana, de todo el arte que consumí, más que de la literatura en sí misma. A mí me gusta transmitir mi propia exaltación. Es como un grito que enmudece en el cuerpo y solo adquiere su dimensión una vez que se lo contagiás a los demás.

Al ver la totalidad de los textos publicados, se puede ver que hay una gran coherencia estilística, como si hubiera ya una “máquina literaria Anal Princess” con una fórmula determinada. ¿Tenés algún entrenamiento previo en la escritura? ¿Cuál es tu relación con la literatura en general?

De las pocas cosas que leo, están William Blake, Borges y Lovecraft. Siento que son artistas que estaban realmente arrebatados por algo. Y a nivel contemporáneo, la poesía de Rita González Hesaynes. Porque a mí me cuesta leer cosas muy realistas. La realidad es una enfermedad incurable. ¿Es necesario seguirla replicando? No encuentro el trance artístico ahí. Es como ver cemento en la calle y, luego, consumir más cemento. Ni hablar de esta “poesía de Instagram”. Me quedo con los horóscopos del Pibe Bazooka. Es que en todas las artes dicta mucho más el mercado que el ejercicio liberador en sí. Ahora a cualquier mambo que tengas con tu identidad sexual se lo muestra necesariamente como “interesante”. El escrito puede ser malísimo, pero aparentemente interpela a la juventud. Lo mismo con toda esta “romantización” del conurbano bonaerense. Aparentemente tiene algún tipo de filo, per se. Después viene un chaqueño y se te caga de risa. Para él son todos porteños. Veo el meme en mi cabeza. A mí siempre me interpeló gente muerta. Yo busco un goce estético en el arte, no en la bajada de línea. Debe ser porque tengo más de 40 y a la vida misma ya la siento como un ruido de fondo, algo molesto a medianoche que me da paja levantarme y apagar.

Anal Princess es una suerte de stand up, más a lo cómico, basado en mis propios escritos. Es un personaje que encarna todo este rapto esquizoide que te vengo contando, pero con cierto humor. Al principio tuvo una repercusión que me sorprendió bastante. “Hacete youtuber”, me decían una y otra vez. Me vi a mí mismo como a otro pelotudo de esos que hablan por YouTube. Me dio mucha vergüenza y dejé de hacerlo. La evolución carece de ética y estética. Vos tirás cosas a las redes: mostrás el culo, meas, haces chistes, hablás de política. Luego, algo de eso prende en un determinado público. Luego, aquello que prende es a lo que más alimentas y dejás morir lo demás. Y así opera la vida desde sus inicios hace miles de millones de años. En esa lógica hitleriana mima a sus cachorros más adaptados. Es un horror. No existe el mérito en la existencia. Es un azar horripilante. No sé vivir.


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