Literaturas

Todos los niños mienten | El oscuro corazón del arquitecto

En la nueva novela de Sebastián Basualdo, la amistad de tres chicos a través de lo lúdico les abrirá la puerta del mundo adulto, donde el erotismo y la soledad tamizarán su mirada sobre el mundo que empiezan a avizorar.


Por Gonzalo Sueiro.

Qué es la infancia. Cómo la recordamos. Cuán seguros estamos de su registro. Cuánto de esos recuerdos son nuestros. La infancia es una etapa que, salvo algunas excepciones, ante la pregunta “¿cómo recuerda su infancia?”, la respuesta recurrente es feliz. Pero cuándo fue que dejamos de ser niños para pasar a ser otros. Qué originó ese cambio. Cuándo cruzamos esa delgada línea roja.

Sebastián Basualdo nos trae algunos personajes conocidos ya: Lautaro, Cora, La Yaya, personajes que acompañamos en su primera novela, Cuando te vi caer.

Hablamos de su segunda novela Todos los niños mienten. Título intrigante que desafía el refrán popular que sostiene que los borrachos y los niños dicen siempre la verdad, algo que es totalmente falso pero que muchos repetimos como mantra para no sentirnos estafados ni mentirosos.

“Cuándo fue que dejamos de ser niños para pasar a ser otros. Qué originó ese cambio. Cuándo cruzamos esa delgada línea roja”.


Juan José Saer sostiene que las novelas son fragmentos que se insertan en las narraciones anteriores, modificándolas. Pero cada uno estos fragmentos no cierra la experiencia, sino que abre nuevas incertidumbres.

En esta ocasión el universo de la historia es la infancia, para ser más específico, asistimos al fin de la infancia. Nos situamos en un tiempo determinado, el verano de 1984.

En Cuando te vi caer el tiempo se comprime. Recorremos el paso de la adolescencia a la adultez, y la infancia aparece pero como anécdota, no como territorio. Todos los recuerdos se mezclan, se alternan y como un mosaico recomponen la voz del narrador que es el propio Lautaro Nogán.

El narrador de Todos los niños mienten es más complejo. Una voz en tercera persona va desplegando a Lautaro niño, pero el personaje principal no es él, sino Roitter, el arquitecto del juego.

El edificio: tres pisos por escalera, antiguo y silencioso durante los días de semana; pero ya desde las primeras horas del sábado, los pasillos son ruidosos y vibrantes como cajitas musicales”.

Así entramos en la zona. Tres niños – Lautaro, Speedy y Roitter – que viven en el mismo edificio y se juntan en la escalera para jugar. Lautaro es el nuevo. Y a través de sus ojos conocemos a Norberto Roitter, el arquitecto del juego. El encargado del diseño de los engranajes contra el aburrimiento. Los dos niños aceptan y comparten cada propuesta, cada regla que el arquitecto propone. Ambos, secretamente, pelean por un lugar sin discutir jamás el que ocupa Roitter.

La sexualidad en la infancia es difícil de abordar sin caer en lugares comunes o autocensurarse. Durante mucho tiempo se pensaba que los niños eran asexuados, sin embargo, sabemos que eso no es así.

Todo comienza como un juego, uno más, otra de las tantas ocurrencias que suele tener Roitter”.

Los niños cuando exploran su sexualidad la desarrollan – la desplegamos – a través del juego: Al doctor, al papá y a la mamá. Son juegos de rol. Cargados de picardía pero inocentes. Cada uno asume un personaje y debe cumplir el pacto, y todo dura lo que dure el juego. Siempre hay alguien que guía, que construye el argumento y sus reglas. Y todo ocurre fuera de la visión del mundo adulto.

“Cada uno asume un personaje y debe cumplir el pacto, y todo dura lo que dure el juego. Siempre hay alguien que guía, que construye el argumento y sus reglas. Y todo ocurre fuera de la visión del mundo adulto”.

La novela transcurre en el verano de 1984. Los argentinos hemos recuperado la democracia hace apenas unos meses. Dejamos atrás ocho años de represión. El mundo adulto es visto como contradictorio. Los niños se las arreglan solos.

Un día la madre le dice que no está bien hacer eso, que puede lastimarse el pitulín. ¿Cómo puede hacerle daño algo que le da tanto placer? No le hace caso”.

En el capítulo de la primera parte, “La habitación de Dee Dee, Roitter” comienza a esbozar las primeras escenas del juego. Éste es el núcleo de la historia. La serie Hunter, el cazador funciona como un hipotexto del juego y la excusa que da el pie al desarrollo del mismo.

El juego es la construcción de otra historia que Roitter va desplegando como un folletín a sus amigos, día a día. Dejando el suspenso necesario para ser retomado al día siguiente, en el punto exacto en que se dejó. Y es Speedy el que recuerda otro juego, antes que se mudara Lautaro con su madre, en el departamento de las mellizas un día que los padres no estaban.

[…] Y jugamos al cuarto oscuro, ¿Te acordás?

– ¿Qué es el cuarto oscuro? – pregunta Lautaro

– Un juego que inventó Roitter – dice Speedy […] Está buenísimo. Tiene que ser en un cuarto cerrado y que no entre nada de luz. Después hay que encontrar a los que están escondidos. Y pueden pasar otras cosas, ¿o no, Roitter?

– No me acuerdo – Dice Roitter”

Norberto Roitter es un niño que acaba de cumplir 12 años. Es el más grande de los tres, pero también es el gurú, el que guía con su imaginación las historias que se conjuran contra el tedio de la tarde. Y éste es la construcción que el recuerdo de un Lautaro adulto, nos entrega como narrador, a través de los ojos del Lautaro niño.

El juego finaliza con la mirada adulta que interpreta el juego desde su perspectiva, advirtiendo a los niños que hacían algo prohibido. Es el fin de la inocencia. Lautaro adquiere la conciencia que han llevado el juego a un territorio que los adultos reprueban. No lo entiende, pero corre, corre para alejarse de ese niño que ya no será, que fue y quedó allí, en esa habitación, antes que “alguien interrumpa violentamente”.



Sebastián Basualdo
Todos los niños mienten
Emecé
2023

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