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En el barro del poder | Acerca de TÁR de Todd Field

16 años después de su última película, Todd Field, director de In the bedroom (2001) y guionista de Little children (2006), vuelve con un film protagonizado por Cate Blanchett que no apela al gran público y que en tiempos de streaming y plataformas sorprende en la pantalla grande por ser una apuesta muy arriesgada.


Por Violeta Micheloni.

En inglés, “Tar” significa brea o alquitrán. En islandés “Tár” (con tilde) significa lágrima. No importa en qué idioma, resulta una palabra muy poco amigable para poner de título de una película. Decisión extraña, además, ya que no es el apellido de un personaje real, no se trata de una biopic. No cuesta intuir que será un film peculiar. Y quizás haya que aprovechar a verla ahora en el cine, sin dispositivos que se roben la atención. La comparación es caprichosa, pero ver Tár es como intentar abrir por la fuerza una de las puertas del lujoso departamento de hormigón armado en el que viven la protagonista y su esposa Sharon, una puerta sin picaporte y como un bloque de concreto.

Escribe y dirige Todd Field -que supo ser el pianista Nick Nightingale en Ojos bien cerrados-; Cate Blanchett actúa y coproduce. Juntos proponen una obra acerca del poder y la cultura de la cancelación, compleja pero atrapante, que deja al espectador entre la fascinación y la incomodidad. Con seis nominaciones al Oscar y varios premios ya cosechados en festivales internacionales, Tár bien vale el esfuerzo que demanda. 

Lydia Tár es la directora residente de la Filarmónica de Berlín, una de las orquestas más prestigiosas del globo. Vive en esa ciudad con su pareja, primer(a) violín de la filarmónica, y la pequeña hija de ambas, Petra. Tar, la mejor en lo que hace, recorre los escenarios y las aulas más reconocidos del mundo ejerciendo una tiranía sutil que todos avalan. Con el poder que la máscara del genio artístico le concede, hace y deshace impunemente con los destinos de quienes la rodean, y nada le indica que su reinado corra peligro.

Sin embargo, si alguna certeza dan las máscaras es que en algún momento se caen. Hay algo que se quiebra y el derrumbe se avecina. Como cuando la nueva y atractiva chelista de la filarmónica le responde que no, que ella no eligió dedicarse al chelo por las grandes grabaciones que son la base del reconocimiento de la directora, sino que lo hizo viendo a la chelista Jaqueline Dupré en YouTube. Lentamente, todo alrededor de Lydia comenzará a tener una tonalidad diferente.

“Con el poder que la máscara del genio artístico le concede, hace y deshace impunemente con los destinos de quienes la rodean, y nada le indica que su reinado corra peligro”.


Lydia es un personaje ficticio, pero todo a su alrededor no lo es. El tiempo es el presente cercano, un mundo post pandemia en el que los eventos culturales y los grandes conciertos recuperan su lugar y, al representar el ambiente actual de la música clásica, los detalles son hiperrealistas. A punto tal que los músicos de la orquesta en escena son quienes en realidad integran hoy la Filarmónica de Dresden. Casi como si el director dijera: esto no es una historia real, pero bien podría serlo. No es casual entonces que hayan alistado a Adam Gopnik, escritor y ensayista de The New Yorker para actuar y fingir una entrevista en vivo a la supuesta reconocida directora como primera escena.

En esa entrevista se repasa la virtuosa biografía musical de Lydia y se anticipa lo que se viene, como un puntapié inicial a la película que empieza. Un último desafío se presenta a esta directora que todo lo ha ganado: dirigir y grabar en vivo para Deutsche Grammophon la 5ta sinfonía de Mahler. La película transcurrirá a lo largo de los ensayos preparatorios para esa función. El compositor, su historia y esa sinfonía atraviesan e informan aspectos de este film. 

Primera gran película de Todd Field, escrita con Cate Blanchett en mente para el papel principal. Logró hacerla con un estudio de su lado que asumió el riesgo de producir para la gran pantalla una película dramática, incómoda, de más de dos horas y media de duración, y sobre un tema en nada atractivo para el gran público.

Se sabe, de hecho, que la película no logró recaudar por el momento ni el 50% de su costo de realización. Aunque puede ser que la temporada de premios la ayude un poco. Si bien el elenco elegido sobresale por donde se mire -Blanchett a la cabeza pero también brillan la enorme Nina Hoss y Noémie Berlant de Retrato de una mujer en llamas– la clave reside en un guion pulido al extremo y que pone la sutileza como prioridad.

En un encadenamiento de elipsis y casi como si hubiera una aversión por poner delante de la cámara aquello que es obvio, Tár alcanza su forma final en la cabeza del espectador y esa experiencia hoy en día se agradece y mucho, incluso si hay que verla más de una vez para llegar a detectar todos los detalles. Quizás lo que se puede cuestionar es el estilo surrealista y cercano al terror con el que el director elige retratar los momentos de angustia o ansiedad de la protagonista, aunque son acordes a la historia, rompen en cierta manera el tono del resto de la película.

De todas maneras y si de genios en el arte se trata, el trabajo que hace Cate Blanchett es de monstruo sagrado. Dos escenas le permiten lucir el traje de plumas y hacer historia en el cine actuado por personas. El plano secuencia dedicado a una clase en Julliard, en la que Lydia maltrata a un alumno al que intenta convencer, y la conversación en un patio de escuela en la que amenaza -casi de muerte y en perfecto alemán- a una compañera de su hija Petra. Sin palabras. La danza que cámara y actriz entablan es algo que no se ve hace mucho tiempo y que recuerda a esos primeros planos de Maria Callas en Medea de Pasolini

Parece que a Yo Yo Ma -un chelista famoso y bueno– la película le gustó mucho. Para él, el film busca responder a la pregunta: ¿de dónde surge el poder en el mundo de la música clásica? Con algo de libertad para reformular, podría decirse, ¿puede la música clásica y la cultura más prestigiosa vivir al margen de un mundo que está cambiando? Lo cierto es que nunca hubo una mujer como directora residente de la Filarmónica de Berlín; y para muchos o casi todos en ese ambiente preguntar por algo así no tiene ningún sentido, ellos están más allá.

Se siente entonces muy irreverente una de las pocas escenas en las que el director opta por el exceso. De inspiración kubrickeana, un momento de violencia extrema y descontrol se despliega en medio de un concierto de la orquesta. La violencia en un espacio como la famosa sala de la Filarmónica de Berlín, cuya sola imagen es para mucha gente sinónimo de elevación y éxtasis musical, es casi un pequeño terremoto en el mundo de la cultura. El impacto es tal que la escena se siente como el final de la película. Pero no lo es.

Lo que sigue será una especie de epílogo en el que el paisaje, el tono y el ritmo cambiarán completamente. Se nota mucho que Mahler ha dejado las instalaciones. Las máscaras se cayeron, pero no es el final para Lydia que buscará alguna forma de reinventarse, de lentamente resurgir de las cenizas. La paradoja será que su regreso tendrá que ser a través de la cultura “baja” de la que había intentado huir toda su vida y que en un mundo en transformación comienza a ocupar otro lugar. 

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