La obra de Mauricio Kartun nos sumerge en las mieles de una estrafalaria compañía teatral que busca desesperadamente conseguir el beneplácito del poder de turno en una Buenos Aires de tiempos coloniales. Una pieza sobre los vicios del teatro y su relación con los hilos de la política, en contextos donde las convicciones se rematan al mejor precio.
Por Pablo Pagés y Marvel Aguilera.
Guy Debord decía que todo el mundo es un escenario, uno en donde buena parte de nuestros deseos más profundos están basados en la imitación, en la farsa de representar lo que no somos. Pero esa espectacularización de la que hablaba el filósofo francés, es decir, esa representación del modelo hegemónico dominante que se expande en nuestros modos y formas, hoy parece llevarnos a un abismo del que posiblemente no haya retorno: la pérdida de nuestras identidades.
El mundo que en este presente nos toca recorrer es aquel donde la apariencia y lo artificial son sinónimos de progreso y estatus, de ganancia; en que la autenticidad se fabrica y las verdades parecen borrarse entre un cúmulo de mentiras asimiladas. La potencia mimética, por ende, parece diluirse en un océano de realidades ficcionalizadas.
¿Hay posibilidad de hacer un arte comprometido en una sociedad alienada de su identidad? ¿Es el narcisismo acaso el paso inevitable para convertir una reflexión estética en una imposición moral? ¿Una buena obra justifica todos los medios usados para imponerla?
En La vis cómica, la obra escrita y dirigida por Mauricio Kartun, una compañía teatral española, dirigida por un ambicioso comediante, intenta mimetizarse en una Buenos Aires colonial, en gateras de desarrollo, para instalarse en la agenda cultural de las autoridades. Sin embargo, los viles mecanismos para alcanzar sus metas transformarán al excéntrico protagonista en víctima de un poder que trasciende lo terrenal, y que es capaz de aplastar a todo aquel que se filtre en sus engranajes.
“Kartun, en esta obra que retoma los escenarios porteños, reflexiona acerca de las condiciones de posibilidad del teatro hasta raspar la olla de lo absurdo. Es que, a fin de cuentas, toda construcción artística, en su desvelo, está cimentada sobre bases de miedos, ridiculez, soberbia y sinsentido”.
Lo interesante de esta apuesta es el “verbotrágico” juego de parlanchines españoles atestados con una sobrecarga de sinónimos en su discurso, que al hablarse, tiene la intensidad de un Cervantes o el lenguaje proteico de un Shakespeare. Kartun no solo narra la historia, sino que la sumerge en el barro pesado de estás latitudes, y con esto los guiños al presente se hacen fuertes y claros, como un día sin nubes y pocos ruidos.
Y porque retumba en los oídos tapados de estos tiempos, lo hace por esas relaciones entre el poder y la cultura, que siguen en puja, peleando el puesto del huevo y la gallina.
Vuelan los acordes desafinados de las relaciones entre la política y el teatro o el teatro dentro de la política o la necesidad de tomar del teatro ciertas licencias para actuar un simulacro perfecto, donde se retuerce y se escupen las luchas intestinas del poder.
Somos algo que busca su aprobación en el otro. Y en esta obra, tan bien hablada, el protagonista -que es el malo verbotragico de la cuestión- lucha por migajas llevando su arte ante cortesanos que están más cerca de las faldas, las troterías y las alcobas que de prestar atención a su discurso florido y arrogante, destinado a subir los egos del público.
Kartun, en esta obra que retoma los escenarios porteños, reflexiona acerca de las condiciones de posibilidad del teatro hasta raspar la olla de lo absurdo. Es que, a fin de cuentas, toda construcción artística, en su desvelo, está cimentada sobre bases de miedos, ridiculez, soberbia y sinsentido. El teatro puede ser una representación social, pero es a su vez una representación de lo que el propio teatro quiere ser, pero no termina de serlo.
Cinco actos para cuatro actores (Horacio Roca, Cutuli, Luis Campos y Stella Gallazi) que, en el desbarajuste caótico de la dramaturgia que expone su derrotero, van ganando fuerza a medida que sus búsquedas dejan ver su verdadero rostro: aquello que están dispuestos a hacer para “formar parte”. Horacio Roca se pone en la piel de Angulo, el seductor y perverso director de la compañía que, a través de sus soliloquios, manipulaciones y charlatanería, expone las dotes actorales de quien sabe potenciar los tonos y climas de una obra que brilla en la propia confusión.
La vis cómica es una puesta en perspectiva de los vicios del mundo teatral y las complejidades de la representación sincera, pero asimismo, es la puesta de una encrucijada alrededor de un teatro despolitizado que va carcomiendo los espacios del circuito e impregnándose sobre los sentidos del público. Una pieza que refleja los disparates ficticios, y no tanto, que el juego político nos ofrece cíclicamente y cómo esa risa que nos aflora ante un primigenio consumo irónico puede transformarse en una mueca de terror en un abrir y cerrar de ojos.
Ficha Artístico Técnica
Elenco: Horacio Roca, Luis Campos, Cutuli y Stella Galazzi
Diseño de sonido: Eliana Liuni
Diseño de iluminación: Leandra Rodríguez (ADEA)
Diseño de escenografía y vestuario: Gabriela Aurora Fernández
Asistencia artística y de producción: Malena Bernardi / Leandra Rodríguez
Prensa y difusión: Daniel Franco
Libro y dirección: Mauricio Kartun
Centro Cultural de la Cooperación – Avenida Corrientes 1543, CABA.
Funciones: Martes 20:00 hs.