Doctor en Salud Mental Comunitaria, psicólogo e investigador, en su libro Juegos y miedos callejeros aborda el devenir de los juegos en los diferentes ámbitos socioculturales y las transformaciones que el paso del tiempo marcó en los usos del espacio público.
Por Laura Bravo.
Foto de Portada: Verónica Bellomo (Página/12)
Psicólogo, profesor universitario y doctor en Salud Mental Comunitaria, Gustavo Makrucz cuenta, además, con una vasta experiencia en el campo de la animación sociocultural. A partir de estos intereses, investiga las implicancias del juego en diversos ámbitos del devenir humano. En su libro Juegos y miedos callejeros. Transformaciones en el uso de los espacios públicos urbanos, Makrucz analiza los cambios que se producen en el barrio de su infancia a raíz de la fallida construcción de la Autopista AU3, planificada por la gestión del intendente Osvaldo Cacciatore, cancelada en 1981 cuando ya se habían producido las expropiaciones.
Así, el proyecto de la dictadura cívico militar, abre una herida que no se restringe al ejido urbano sino que se extiende a las relaciones entre vecinos, los modos de circular y los espacios destinados a los juegos callejeros, entre otras metamorfosis. En ese movimiento, no sólo de tierras y normativas catastrales, se entretejen territorios afectivos, políticas de la memoria y estrategias lúdicas y vinculares de la Buenos Aires del siglo XX.
¿Jugamos los adultos?
Los adultos jugamos a ser adultos, con distinta gracia o con ninguna. Se intenta infantilizar a los adultos que juegan, se juega de manera muy formal en ciertos espacios cerrados, en clubes, en eventos empresariales o en fiestas, también se juega en formaciones docentes, en profesorados, en algunas universidades. Jugamos en los encuentros comunitarios de juegos callejeros cuando se cortan las calles, ahí aprovechamos.
¿Jugamos de manera formal o inventamos trucos para seguir jugando?
Se inventan nuevos trucos o juegos para resistir situaciones límites, como los 33 mineros chilenos atrapados setecientos metros bajo tierra durante 69 días en el 2010, en el desierto de Atacama, jugaban al cacho, un juego popular en países de Latinoamérica, con cubiletes y dados. Se jugaban la vida laburando en condiciones precarias y sobrevivieron, entre otras cuestiones, por el juego. Una anécdota, un amigo, escritor y periodista, me contó que en una toma del diario La Razón, allá por 1986, organizaban concursos de avioncitos de papel para matar el tiempo. Los arrojaban por la ventana que daba a la avenida Gral. Hornos, desde un quinto piso, había dos categorías, medían la distancia y la permanencia en el aire con cronómetro y todo. Uno bajaba a la vereda y certificaba quién llegaba más lejos, quién ganaba. La cuestión es que al lado había una comisaría, con quienes habían arreglado una cierta convivencia en función de la toma, hasta que la cantidad de avioncitos de papel que los canas tenían que barrer fueron demasiados y tuvieron que cortarla antes de que se pudra todo por esos pasatiempos. La práctica de arrojar bollos de papel a los cestos de basura en las oficinas es conocida, hay infinidad de ejemplos. En situaciones cotidianas, ejercemos la eutrapelia, ese arte de bromitas jocosas o amistosas que sirven para llevar mejor la vida.
¿Qué son los juegos callejeros y cómo nace tu interés por el tema?
Son parte de la tradición, lo que perdura en el tiempo. En las grandes ciudades, cada vez menos, se los promueve a través de alguna entidad, como CUJUCA (Cumbre de Juegos Callejeros). En su mayoría son juegos simples pero, con mucha imaginación, se utilizan objetos que vienen de la naturaleza o se reutilizan y readaptan materiales como sucede con las pelotas de trapo. Son juegos comunitarios, favorecen la cohesión y la socialización. Respecto de mi interés, no sabría qué decirte, mi niñez y mi adolescencia estuvieron marcadas por los juegos callejeros. Si bien estudiaba en doble escolaridad, siempre me las rebuscaba para jugar todos los días hasta la noche en la calle. Los veranos eran fabulosos. Como profesional empecé a proponer juegos de todo tipo, incluso los que se clasifican como callejeros, en otros ámbitos: consultorio, aulas académicas, sindicatos.
¿Cuál es la relación entre juegos callejeros y espacio público?
En algún momento de la historia, todavía en algunos barrios populares o ciudades pequeñas, los juegos callejeros, el espacio público, y todo lo que se desprende de estar en las veredas, eran y son sinónimos. Donde se juega en la calle se convive mejor, se mezclan las procedencias y las identidades y de eso se trata, por definición, el espacio público. El espacio público es de todos los que se apropian de él y los juegos callejeros son la muestra más cabal de eso. Los juegos suprimen los enclaves y eso tiene consecuencias en la calidad de lo que ahí sucede.
¿A qué jugabas en la infancia? ¿Qué papel tuvieron esos juegos en tu historia?
Los juegos eran mi vida. Jugaba al fútbol y a muchos otros juegos que usan una pelota, a la bolita, a las figuritas, a las escondidas, al cupa cupa, a cachurra montó su burra, a los autitos fabricados con masilla y cucharita abajo, a los autos de madera con rulemanes, a arrojar venenitos con ruleros y globos, a la paleta, a la payana, a construir casas arriba de los árboles, a las cartas, al carnaval, a rellenar caños con la pólvora de los cohetes de fin de año, a remontar barriletes (mi viejo era carpintero, los hacía geniales), a armar refugios en unos matorrales que había en un campito, a investigar casas abandonadas. De adolescente, en la dictadura, iba al Club Apolo a jugar ping pong, billar y metegol.
“En algún momento de la historia, todavía en algunos barrios populares o ciudades pequeñas, los juegos callejeros, el espacio público, y todo lo que se desprende de estar en las veredas, eran y son sinónimos. Donde se juega en la calle se convive mejor, se mezclan las procedencias y las identidades y de eso se trata, por definición, el espacio público”.
Suena artesanal, ¿te gustan los videogames?
No me atraen en absoluto.
Tu libro habla de la fallida AU3, ¿qué sucedió en tu barrio a raíz de esa pretendida transformación de la ciudad?
Ocurrió lo peor, como si cayera una bomba que hizo desaparecer manzanas, familias y amigos. Suicidios, el padre de un vecino fue a cobrar el dinero de la indemnización por la inminente demolición de la casa y desapareció para siempre. Emergió una nueva frontera entre ambos lados del barrio, hasta entonces sólo estaban las vías del Mitre. La dictadura militar lo contextualizaba todo, el miedo, la desolación, la desconfianza, la desaparición de personas, el estado de sitio.
¿Qué pasó con la red vecinal tras los desalojos a consecuencia de esa hipotética autopista?
Se descuajeringó todo. Hubo un momento teñido de mucho misterio y dolor por la demolición, nadie tiene recuerdos de las máquinas actuando, fue demasiado traumático. Tampoco yo tengo recuerdos de eso. Algunos amigos que se mudaron intentaron reagrupar a las barras en algún bar pero no lo lograron.
Esa zona sigue en transformación, ¿qué opinión te merecen los desarrollos inmobiliarios de la última década que proliferan por ahí? ¿Creés que se podrá seguir jugando?
Si bien ya no vivo allá, mi familia sí. Paso seguido, me siento un extranjero cuando ando por el Barrio Parque Donado Holmberg, quizás por aquello de “la patria es la infancia”. Cuando camino por otras calles las recorro con todos los recuerdos de cuando era niño, me aparecen infinidad de juegos, lugares y años precisos. Mientras que al Barrio Parque Donado Holmberg no lo reconozco, me da impresión. Juro que nunca voy a ir a tomar algo a ninguno de los bares que abrieron o quizás algún día lo intente. Muchas veces me pregunto qué dirán los vecinos más viejos que viven enfrente de esos departamentos. Trato de pasar en auto, me cuesta caminar por ahí. Sólo veo locales atestados de consumidores, me produce cierta desazón, aunque sé que ninguna de esas personas es responsable de lo que me ocurre y, obvio, lucho para no caer en ningún resentimiento. El avance de esos desarrollos es imparable.
Tampoco parece haber voluntad política para construir una ciudad para todos, ¿no te parece?
No, en absoluto. Ojalá esté equivocado.
Respecto al miedo al que te referís en tu trabajo, ¿cuáles son sus características salientes? ¿Tienen algún paralelo con los miedos de la actualidad?
Siempre hay, hubo y habrá miedos. Se llaman miedos premodernos los que aluden a la noche, a la oscuridad, a los insectos. En el período que recorre el libro, emergen miedos vinculados a acontecimientos políticos (seguramente los hubo en cualquier régimen autoritario) y miedos ligados a la criminalidad, a lo que en este tiempo se denomina inseguridad. En la actualidad, el miedo lo impregna todo. Parece fácil matar, enojarse, pelear por tener la razón, discutir.
Esta extendida postpandemia que transitamos genera necesidad de encuentros, ¿ocurren en los espacios públicos?
Sí, los encuentros ocurren en los espacios públicos, las plazas recuperaron su mejor semblante. Me cuesta ver que los niños estén acompañados de sus padres en las plazas, antes no hacía falta. Los adolescentes y los adultos hacen cosas muy parecidas a las que hicieron siempre, juntarse, compartir una merienda, conversar, leer, tomar sol, pasear a sus mascotas, jugar. Hay asociaciones civiles ligadas a cada barrio, se organizan encuentros de todo tipo, de memoria barrial, artísticos, festejos de fechas patrias. Conozco las actividades de Amigos de la Biblioteca de la Estación Coghlan, algo de lo que sucede en el ex playón ferroviario de la estación Colegiales. En la traza de la AU3 funciona un centro cultural, el CEPAS, con actividades y eventos, es la avenida Parque Roberto Goyeneche, en las intersecciones de Tamborini y Holmberg.
“Me cuesta ver que los niños estén acompañados de sus padres en las plazas, antes no hacía falta. Los adolescentes y los adultos hacen cosas muy parecidas a las que hicieron siempre, juntarse, compartir una merienda, conversar, leer, tomar sol, pasear a sus mascotas, jugar”.
¿Cómo se llevan los juegos callejeros con los diferentes regímenes políticos?
Bueno, es difícil abarcar la extensión de esa pregunta. En su mayoría, los regímenes autoritarios desestiman el uso de los espacios públicos. En otros momentos los edictos policiales hacían estragos, por fortuna ya fueron derogados.
¿Adónde irías a jugar en este 2024?
A algún encuentro de CUJUCA o a un taller de juegos. O, tal vez, en este 2024 haría lo mismo que en mi adolescencia, iría a jugar ping pong, billar y metegol en algún bar o club de barrio.
Gustavo Makrucz
Juegos y miedos callejeros. Transformaciones en el uso de los espacios públicos urbanos
Editorial UNLa. Colección Doctorado en Salud Mental Comunitaria
2024