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Hernán Brienza: “Sería interesante la convocatoria a una autocrítica de la clase dominante en la Argentina”

El politólogo, periodista e historiador analiza los principales cimientos ideológicos del proyecto de Javier Milei, la encrucijada de representación que atraviesa el peronismo, y las causales sociales, morales y emocionales que hoy confluyen en una dinámica de individualismo y descolectivización.


Por Marvel Aguilera y Pablo Pages. Fotos y Videos: Eloy Rodríguez Tale.

Con un despertar político temprano ya a sus once años, cuando los aires democráticos volvían a florecer en una Argentina repleta de heridas, Hernán Brienza fue forjando una construcción militante cruzada por las tradiciones familiares, las unidades básicas y el mito del 17 de Octubre heredado del anecdotario genealógico. Hijo de una madre peronista, ligada al sindicalismo, y un padre liberal nacional, representado por figuras heroicas del corte de Lisandro de la Torre y Leandro N. Alem, Hernán fue alimentándose de los saberes del campo nacional en esa cultura censurada que comenzaba a resurgir en los cines, teatros y espacios comunitarios. Allí donde se forjaba una ebullición de conocimiento y aprendizaje, en obras como “Giordano Bruno” y “La muerte accidental de un anarquista” y películas como La república perdida y Los Hijos de Fierro.

Con el trasfondo de la discusión eleccionaria entre Alfonsin y Luder, el recuerdo de una militancia incipiente afloraba en una básica cercana a su hogar. “Hay testigos de que a los 13 años milité en una unidad básica de Tercera Posición, con Arnaldo Goenaga. Lo nombro porque es el principal testigo, porque 40 años después me lo encontré y me dijo ‘te acordás que vos militabas conmigo’. La verdad es que militaba como se podía, pintando carteles. Después pasé a la militancia estudiantil en el colegio Mariano Moreno, donde perdimos el Centro de Estudiantes por 30 votos en el año ’88. Después milité para Cafiero, y luego de la interna, para Menem, pero desde un lugar muy periférico y barrial”.

Proveniente de una clase media laburante, Brienza se formó bajo el seno de una familia autodidacta, en una época donde las bibliotecas oficiaban de faro y contención, una época en la cual Hernán recuerda los únicos libros en la casa de su abuela, La Biblia y La razón de mi vida. Ya en los pasillos universitarios, en los primeros pasos del menemismo, la discusión alrededor de la globalización y el neoliberalismo ocupaba la centralidad. El peronismo, ausente y subsumido a la mirada menemista, era corrido por la hegemonía de Franja Morada, y una matriz política que reproducía una linealidad de pensamiento. “El peronismo era casi palabra prohibida, se parecía mucho a decir ‘menemismo’. Recuerdo la hegemonía del progresismo bienpensante de los años noventa, que es diferente a lo que ocurrió diez o quince años después. Cuando fui a la facultad, en los pasillos, vos decías ‘peronismo’ y podías sumar chicos o chicas. En los noventa lo decías y te escupían. Ese cambio social fue muy importante en el cambio de siglo”.

En ese contexto progresista que abarcaba buena parte del ambiente periodístico frente al discurso neoliberal de los años noventa y principios del 2000, Brienza ejerció el periodismo en medios como Perfil, TXT, Tres Puntos y La Prensa. Autor de libros de investigación como Maldito tu eres: el caso Von Wernich, y obras que profundizan en las grandes figuras y pensadores de la historia argentina como Silvio Frondizi, John William Cooke, Alfredo Palacios, Dorrego y Urquiza, entre otros, Brienza recolecta muchas de esas ideas que han forjado la identidad nacional y la noción de una patria soberana e independiente, que bien supo plasmar en La Argentina Imaginada.

Periodista, politólogo, historiador, docente, Brienza, tras su paso por el Instituto Nacional de Capacitación Política (INCAP) durante la pasada gestión, hoy, en el marco de un derrotero nacional anarcocapitalista, reflexiona acerca de la pérdida de representación del peronismo, la lógica individualista que permea el sentido común, las nuevas formas de comunicación política hegemonizadas por la ultraderecha y la responsabilidad social respecto de una decisión electoral que pone en jaque muchos de los derechos conquistados tras años de lucha popular.

Revista ruda


¿Crees que estamos viviendo tiempos que son una coronación de ciertos males que fueron gestándose en los años noventa y posteriormente con Mauricio Macri? ¿Cómo analizás el último trayecto peronista, con la resignificación de ciertas políticas por parte del kirchnerismo y el paso de Alberto Fernández, cuyo tramo hoy parece dirimirse en discusiones internas del PJ que lesionan el movimiento y parecen fortalecer a la ultraderecha?

Hay varias cosas. Primero, en cuanto a la autocrítica, al peronismo se le exige autocrítica todo el tiempo. Y los demás no la hacen nunca. El macrismo nunca hizo una autocrítica de la barbaridad que hizo. Al interior del peronismo se dice “Cristina tiene que hacer autocritica”. Bueno, ¿Y Moreno no tiene que hacer autocrítica que sacó el uno por ciento? Digo Moreno por decir alguno. ¿Randazzo no tiene que hacerla? ¿El que sacó el 45 por ciento solo tiene que hacerla? Quizás si hubieran aportado ese granito de arena ganábamos. Si Randazzo, Schiaretti y Moreno hubieran apoyado a Massa quizás se ganaba. ¿La autocrítica la tiene que hacer el que consigue la mayoría de los votos?

Con esto no me niego a la autocrítica y a repensar el peronismo. El peronismo tiene una crisis muy profunda, que no sabe qué hacer. No sabe qué proponerle a la sociedad. No sabe cómo reorganizarse, cómo repensar el liderazgo de Cristina. No sabe cómo pensar la etapa kirchnerista de reinterpretación del peronismo. No sabe si tiene que salir o no. No sabe si tiene que discontinuar con el kirchnerismo o seguir. No lo sabe. Hablo del peronismo como entidad macro. Pero no utilicemos la autocrítica como herramienta de ataque contra los compañeros de uno u otro lado. Si Cristina va a hacer una autocrítica, hagamos una autocrítica nacional. Es muy interesante esta cuestión de los setenta, donde Villarruel utilizó el caso de Roberto Viola y su hija, porque si vos buscás en internet a Gorriarán Merlo en los noventa hablando con Mariano Grondona, al tipo se le quiebra la voz cuando habla del caso de la hija de Viola y dice “nosotros dejamos los operativos militares justamente por la brutalidad de ese error que cometimos”, se arrepiente y hace un mea culpa público. ¿Vos viste algún militar públicamente arrepintiéndose de la apropiación de los hijos de los desaparecidos? ¿Por qué la autocrítica siempre la tienen que hacer los sectores no hegemónicos en este país?

Sería interesante la convoctaria a una autocrítica de la clase dominante en la Argentina que mató miles y miles de personas, que generó crisis económicas constantes por una voracidad de ganancia que no se consigue en ninguna otra economía del mundo. ¿Dónde se consigue que un empresario gane un 35% en dólares? ¿La autocrítica la tiene que hacer el peronismo porque perdió una elección? ¿El pueblo no va a hacer una autocrítica? Es fácil pedirle una autocrítica a los que perdieron. Lo que es difícil es una autocrítica de los hipócritas que apoyaron la dictadura militar y en el ’82 no sabían lo que pasaba, que votaron a Menem y después se quisieron matar, que votaron a De la Rúa y después fueron a cacerolear, y nunca se hicieron cargo de los votos que hicieron.

“El peronismo tiene una crisis muy profunda, que no sabe qué hacer. No sabe qué proponerle a la sociedad. No sabe cómo reorganizarse. No sabe cómo repensar el liderazgo de Cristina. No sabe cómo pensar la etapa kirchnerista de reinterpretación del peronismo. No sabe si tiene que salir o no. No sabe si tiene que discontinuar con el kirchnerismo o seguir”.

¿Qué pasó en la sociedad y qué límites se corrieron para que un sector mayoritario termine eligiendo una opción muy cercana a lo antidemocrático?

En la Argentina, el 40 por ciento de la población vota al liberalismo conservador, no hay dudas de eso. Es un voto histórico. A veces está atravesado por un liberalismo progresista, a veces no. A veces hay un maridaje con el peronismo y a veces ese liberalismo se divide y vota a Menem o a López Murphy. En las elecciones del 2003 ganó Menem y la otra fórmula más votada fue la de López Murphy, y entre los dos llegaban a un 40 por ciento. Por lo tanto, no hay que asustarse de ese sector de la sociedad que es duramente neoliberal y está formateado por la Argentina hegemónica. Es cierto que el sector social que define una elección es un voto táctico o estratégico, que no significa que no es ideológico, y te puede votar a Alfonsin, Menem, De la Rúa, Néstor, Cristina; va inclinando la balanza de forma contradictoria pero lo hace. Es un sector que inclina esa balanza, pero no se hace cargo. Y me parece que ese sector visualizó que el gobierno de Cristina en 2015 debía ser mejorado, y apostó por un macrismo que prometía kirchnerismo “blanco”, sin corrupción, sin autoritarismo, y se dio cuenta que el macrismo lo había traicionado. Porque prometía cambiar todo lo que estaba mal y dejar lo que estaba bien, y cambió lo que estaba bien y dejó lo que estaba mal.

Ese voto estratégico claramente fue Alberto Fernández en 2019. Ese gobierno del peronismo, kirchnerismo o socialdemocracia (como uno quiera calificarlo, porque a fin de cuentas el peronismo y el kirchnerismo estaban ahí), hizo un mal gobierno. O hizo un gobierno que no pudo resolver los grandes problemas que planteaba la situación en ese momento, ya sea por la pandemia, la guerra o la sequía. Lo cierto es que lejos de mejorar las condiciones materiales de los argentinos, las empeoró. Lejos de mejorar las condiciones macroeconómicas, las empeoró. Uno podría decir a que diferencia de la administración Milei, con Alberto el aparato productivo seguía funcionando. Pero la mayoría visualizó que el peronismo también había traicionado sus expectativas de cambio. Se quiso mejorar el kirchnerismo, y no se logró. Luego se quiso volver al kirchnerismo y no fue eficiente, entonces se votó a Milei. Con una inflación que licuaba el salario. Lo que pasa es que el costo de votar a Milei es un costo altísimo. Yo entiendo el voto, pero no deja de enojarme, porque con todo lo terrible que pudo haber sido Alberto (si es que lo fue), el candidato del peronismo, que era Massa, era mucho menos peor que Bullrich y Milei.

Se habla mucho del enojo y el hartazgo como los factores determinantes de la elección de Milei, pero no se menciona tanto los aspectos sociales que él supo interpelar. ¿Cuáles crees que fueron según tu mirada?

Él prometió futuro, y las elecciones se ganan con promesas, no se ganan con reproches a lo que te di. Es tu función como funcionario salvarme la vida. La mirada de la sociedad es “quiero más”. No ganás diciendo “te di esto o aquello” sino “te voy a dar”. Milei supo por un lado interpetar el hartazgo de la gente y por el otro les prometió la posibilidad de que ganaran en dólares. Eso cuadró mucho sobre cierto imaginario individualista de las clases medias, y también de las clases populares en general. Hay de todo. De hecho, hay mucho peronismo en la clase media, más del que se visualiza. La militancia kirchnerista es casi toda de clase media. El peronismo ha hecho ingresar mucha gente a la clase media que tiene esa raigambre aún en el peronismo. Con lo cual, no sorprende ese fenómeno. Lo cierto es que el propio kirchnerismo tuvo un discurso lesivo de las clases medias, de las cuales forman parte muchos de sus cuadros. Hay algo en la promesa de Milei a la sociedad que también cuadra con la vieja promesa de entrar al primer mundo de Menem y que genera expectativas en muchísmos sectores sociales. Que él no tenga ningún respaldo político o económico para muchos puede ser un defecto y para muchos otros una virtud. Porque, finalmente, uno puede decir “es un llanero solitario igual que yo arriba de una bicicleta de Rappi, es uno de los nuestros que llegó a presidente”. “No es miembro de la casta o de la casta económica, es uno como yo”. La identificación de las mayorías con ese liderazgo, siempre es muy efectiva para la política.

Vos que trabajaste mucho como periodista en esa corriente progresista que se enfrentó en los noventa al menemismo, ¿crees que hoy se vive una continuación de esa lógica?

Creo que hubo transformaciones. Hay periodismo oficialista y periodismo opositor, pero el “club periodístico”, que yo le llamo a ese círculo hegemónico de periodistas medios que tienen la voz cantante de “la profesión”, es un progresismo de corte más antiperonista. Un progresismo radical, incluso ligado a posiciones de izquierda, también de derecha, pero que no deja de ser progresista en el sentido de las formas y maneras. Ese club de periodismo ha pasado distintas etapas. En la etapa del menemismo, como se habían acoplado sectores del peronismo no menemista, progresismo de izquierda, progresismo de derecha que condenaba la corrupción, y el radicalismo que visualizaba al menemismo como lo peor del peronismo; ahí hubo una lógica muy acotada donde “progresistas éramos todos”, incluso los de derecha. Hasta Mariano Grondona podía darse el lujo de hacer autocríta y hacer un progresismo de derecha.

El kirchnerismo quebró esa lógica, y la variable fueron las formas más ligadas al peronismo. Ahí, en ese club, hubo un fuerte desprendimiento de periodistas que apoyaban al kirchnerismo, que no lograron construir una hegemonía al interior del club periodístico, pero que hicieron una disputa muy fuerte. El macrismo es el regreso del club periodístico en toda su riqueza orquestal. El macrismo fue apoyado por el club periodístico, pero con el desprendimiento de los que apoyaban al kirchnerismo. Y parte de ese progresismo antiperonista de izquierda quedó subsumido en un progresismo de derecha que apoyó al macrismo y que participó en esa experiencia. Gente que tenía su origen en el Partido Comunista, el socialismo, el peronismo de izquierda, quedaron engrampados en la defensa de un gobierno neoliberal, pero con argumentaciones y modos de un progresismo de centro-izquierda. El problema con Milei es que hubo ciertos desprendimientos en ese club de periodistas que habían apoyado al macrismo pero ya no se adherían a Milei. Ahí hubo una nueva ruptura, y tenemos lo que se llamó “Corea del Centro”, que ahora está vestida de rojo, pero solo por Milei. No es que pasaron al combate neoliberal, sino que fueron arrojados a la oposición. Y es lo que caracteriza mucho a Milei, que no sabe hacer amigos. Tiene una dificultad muy sería, rompe todo lo que podría apoyarlo.

“Hay algo en la promesa de Milei a la sociedad que también cuadra con la vieja promesa de entrar al primer mundo de Menem y que genera expectativas en muchísmos sectores sociales. Que él no tenga ningún respaldo político o económico para muchos puede ser un defecto y para muchos otros una virtud”.

En un momento durante esos años noventa, se hablaba mucho de esto que decía Toni Negri que la política se hacía en la televisión, y en la actualidad pareciera que las redes son un elemento sustancial. ¿Cuánto crees que hay de eso en el triunfo de Milei? ¿La militancia quedó subsumida a lo digital?

Para mí es solo una herramienta. La realidad es que de timbre a timbre ya no alcanza. Y posiblemente tampoco alcance sólo la política de redes. Hay 9 millones de argentinos que están en las redes y hay 30 que no. Más allá de eso, no estar en las redes es un error, pero creer que las elecciones se ganan en las redes también es un error. Tiene que ver construcciones simbólicas y políticas. Es cierto que el primero que llega a la herramienta, generalmente saca ventaja. Así como el macrismo llegó a las redes antes que el kirchnerismo, Milei llegó primero a la inteligencia artificial, al tiktok. Se montó sobre la victoria del macrismo y trabajó muy fuerte desde ahí. ¿Define la campaña el tiktok? ¿Si Milei no hubiera ido a los medios tradicionales, hubiera ganado la elección? No, por lo tanto es una estrategia general, pero no se puede abandonar ninguno de los campos para hacer política, al menos hoy.

En relación al descontento que supo captar Milei y de las promesas erigidas: Uno veía la carpeta de promesas de su plataforma y muchas eran un desastre en términos de políticas. ¿No crees que lo que se gestó estaba alimentado por el incentivo al odio que generaban los medios en pos de generar ese descontento, más que por saber captar ciertas señales en la sociedad?

Todos votamos por cuestiones afectivas. Nadie lee las plataformas de los partidos y llega a la conclusión de que la propuesta del partido “x” es más racional, equilibrada y factible que los otros partidos. Nadie vota así. Votás por algunas argumentaciones, algunas racionalidades, y mucha afectividad e intuición. Y el hartazgo está dentro de esas afectividades. Estás harto de un político o no, bueno, lo expresás.

¿Quién es el que crees que tiene que crecer en términos de maduración, el pueblo que ha elegido en este último tiempo o el sistema político que lo representa?

El electorado es lo que es. El pueblo es lo que es, y lo que elige el pueblo hay que respetarlo. La frase “los pueblos nunca se equivocan”, no es una frase descriptiva, es una frase prescriptiva. Es decir, aunque se equivoque, aunque yo lo crea, no se equivocó al votar. Hay que respetar esa voluntad general. Sí tratar de comprenderla, aunque no la compartas. Y exigirle al pueblo una mayor conciencia y mayor madurez… ¿Desde qué lugar va a ser? Sí hay que decirle “háganse cargo”.

Justamente Perón decía en la Conducción Política que lo que había que organizar era un pueblo con conciencia, y no una masa. La cuestión es cómo hacer para que esos sectores con conciencia, una vez alcanzado otro escalafón social de clase, sigan queriendo militar por esas ideas y no atenten contra ese movimiento que les dio el ascenso social.

Construir una masa crítica real con conciencia y organización, es difícil que ocurra. Lo que es difícil es generar esa construcción con concienca popular. Y no sé si la sociedad está preparada para ese tipo de organizaciones colectivas.

¿Crees que la pandemia encajó en esa idea individualista que atentó contra la dinámica colectiva?

Sí, la pandemia si no fue provocada -cosa que no creo-, sí favoreció la sensación de que yo como individuo solo puedo, aislado puedo, no necesito de nadie, puedo vivir sin lazos sociales. Al mismo tiempo, la cuarentena estalló porque la gente necesitaba tocarse y olerse con otras personas, con lo cual la propia pandemia tuvo resultados contradictorios. Pero la aislación de los individuos generó una transformación hacia el interior de la sociedad que no visualizamos. No visualizamos todavía el trauma del encierro. La lógica de “viva la libertad carajo” pegó hondo en el encierro, en esa lógica de que estuvimos todos encarcelados. La mediación de la política que antes estaba en los medios tradicionales, en los bares, en el trabajo, pasó a estar en los medios de las redes, y eso generó también una descolectivización de la toma de conciencia.

Escribiste muchos libros vinculados los grandes caudillos que tuvo nuestra historia. Uno observa en Milei ciertos rasgos que denotan caudillismo, en lo que respecta a su autoritarismo, a la forma imperante de generar agenda. ¿Ves una chance de que pueda consolidarse como un caudillo de derecha, cosa que Macri no logró en su momento?

Milei puede tener una gran ventaja, que es que tenga que irse antes, y no por el hartazgo de la gente, sino por ciertas condiciones personales o palaciegas. Y creo que el “no me dejaron hacer lo que quería hacer, y por eso fracasamos” es una fortaleza que puede capitalizar años después. Por lo tanto, no hay que abortar el proceso de hartazgo de la sociedad con Milei, hay que dejar que la sociedad se harte. Lo que pasa es que la condena política, económica, y social de que Milei continúe, hace que eso sea muy costoso. Pero imaginate si Milei cae mañana, y vos tenés cuatro gobiernos y no hacés un buen gobierno, Milei vuelve empoderadísimo: “a mí no me dejaron hacer lo que quería hacer, ahora quiero la suma del poder público”.

“La lógica de “viva la libertad carajo” pegó hondo en el encierro, en esa lógica de que estuvimos todos encarcelados. La mediación de la política que antes estaba en los medios tradicionales, en los bares, en el trabajo, pasó a estar en los medios de las redes, y eso generó también una descolectivización de la toma de consciencia”.

Se habla mucho de la desintegración de los partidos políticos, pero poco de las instituciones. ¿Cuál es el debate que nos debemos en torno a las instituciones que nos representan, muchas de ellas en crisis, y que el gobierno en base a ese deterioro argumenta su erradicación?

Hay que rediscutir el sistema político, en términos de partidos y representación. La ley de las PASO debilitó a los partidos políticos. Lejos de fortalecerlos, los debilitaron, porque finalmente trabajás para que una ciudadanía que no participa de los partidos políticos, defina tu candidato. También hay que pensar en la idea de aplicar un semi parlamentarismo que permita resolver crisis institucionales más equilibradas. Y creo que también hay que repensar al Estado y sus formas de resolución de las necesidades de la gente. Y eso Milei en algún punto lo visualizó bien. ¿Por qué hay que transformar al Estado? Porque en el Estado hay cosas que no funcionan. Eso es algo que no pudimos decir. No podemos decir que la educación pública no está funcionando bien, porque defendemos la educación pública. Pero si la defendemos tenemos que mejorarla. No podemos decir que la salud pública no funciona bien, porque tenemos que defenderla, pero entonces mejóremosla.

La Argentina tiene un sistema de salud esquizofrénico, donde vos pagás la salud estatal con tus impuestos, la salud de obra social con tu salario, y si tenés prepagas la pagás. Con lo cual, estás alimentando a tres sistemas de salud diferentes, donde uno funciona para una minoría, otro para una mayoría como puede, y otro para un remanente que no puede ir a la obra social ni a la prepaga, que mixtura la salud pública con las obras sociales. Y en la educación, la mayoría de los funcionarios mandamos a nuestros hijos a la escuela privada. Con lo cual no cuestionamos la escuela pública, no la transformamos ni mandamos a nuestros hijos. Eso hace que ese doble estándar sea complejo de resolver.

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