La obra basada en el cuento Nada de todo eso de Samanta Schweblin pone en escena los dilemas de un vínculo madre e hija sumido en la extrañeza, la obsesión y los puntos de fuga de un vacío difícil de llenar.
Por Marvel Aguilera.
Freud decía que el contraste entre la vida y la muerte estaba representado por el vínculo entre Eros y Thanatos. La idea de estar arrojados a la vida para satisfacer nuestras necesidades con las escasas herramientas que se nos presentan. Una existencia que nos empuja a reducir los dolores y angustias presentes en el trayecto hasta recuperar un estado supremo de alivio y liviandad, la muerte. La vida, en ese sentido, signada por el desorden, el caos y la inestabilidad, nos empuja a comportamientos límites, casi al borde del colapso, para alcanzar, mínimamente, esa nostalgia de armonía con la que alguna vez supimos nacer.
¿Son acaso nuestras acciones más peligrosas formas de encubrir la voluntad de muerte? ¿Somos actores de un orden ficticio que oculta el ruido, el caos y el devenir constante de la condición humana? ¿Estamos atrapados en un destino fatal preparado por nosotros mismos, una y otra vez?
Ese Bow-Window no es americano, la obra dirigida por Mariana Obersztern y basada en el cuento “Nada de todo eso” de Samanta Schweblin, nos relata la rutina de una madre y su hija, quienes recorren el barrio para observar casas y realizar pequeñas modificaciones en sus entornos. Varadas en el medio del barro de un jardín, madre e hija se enfrentan a los interrogantes de su propia conducta. La incomprensión, el desamparo, la dependencia y la angustia, marcan el punto de partida de una obra cuyos objetos representan un cuadro de crisis existencial que expondrá el destino de sus protagonistas.
“Lo que trasluce es el valor de lo perdido, como síntoma de una existencia fragmentada, que se desdibuja a través de los que forjaron parte de nuestra identidad, pero ya no están”.
El relato, en voz y cuerpo de la hija (María Merlino), nos cuenta la historia de una rutina que lleva años: una tendencia obsesiva de su madre (Mirta Busnelli) por conducir alrededor de las casas, observarlas, compararlas y animarse a generar pequeños cambios en las fachadas. Con el recuerdo latente de un padre que un día decidió marcharse y dejar solo las llaves de un viejo auto, madre e hija construyen alrededor de los paseos un vínculo viciado de obsesiones, coerción y violencia pasiva.
El encuentro con la dueña de la casa (Vanesa Maja), quien abre las puertas para sostener el estado de catarsis emocional de la madre, pondrá en foco las causas detrás del espionaje, y los deseos reprimidos de la hija, sometida a un ritual monótono y abstracto del que teme salir sin atentar contra las fragilidades de una familia fragmentada y repleta de ausencias.
“Ese Bow-Window…” reconstruye una escenografía a partir de determinados objetos que terminan de configurar en la percepción del público las secuencias de un jardín embarrado y las habitaciones de una casa donde la madre decide atrincherarse. El auto, los troncos, la cama, la vieja azucarera; son objetos que remiten a una emocionalidad mayor, que conectan con los pulsos sensibles de madre e hija, con la memoria y un presente extrañado. Lo que trasluce es el valor de lo perdido, como síntoma de una existencia fragmentada, que se desdibuja a través de los que forjaron parte de nuestra identidad pero ya no están.
Con un texto que sigue bastante fielmente el cuento de Schweblin, Obersztern elige avanzar a través del juego de perspectivas, de voces mentales que se yuxtaponen con el relato, con un plano audiovisual que interactúa con los cuerpos en el escenario y música atmosférica que invita a recrear un plano onírico que se repite eternamente en la mente de las protagonistas.
Busnelli construye un personaje que habla con sus conductas, sumida entre la terquedad, la inercia de un pasado impregnado en sus acciones, y una angustia filosófica alrededor del tiempo y nuestro lugar en el mundo. Merlino recrea a una hija aletargada, indefensa de sus propios demonios, que a través de su observación completa la mirada sobre las acciones: con la memoria, con lo que no se muestra, con los dolores invisibles que siguen repercutiendo en cada paseo. Maja ofrece un contrapunto corporal, desde las tensiones, los interrogantes y la incertidumbre que la empuja, paulatinamente, a ese triángulo de zozobras.
Ese Bow-Window no es americano es una pieza que habla del límite entre las ausencias y perdidas, de las cosas que hacemos para llenar los vacíos. Porque muchas veces lo cotidiano y lo familiar termina siendo un lugar extraño en que elegimos una y otra vez representarnos.
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Adaptación: Mariana Obersztern
Actúan: Mirta Busnelli, Vanesa Maja, María Merlino
Diseño de vestuario: Betiana Temkin
Diseño de escenografía: Mariana Obersztern
Realización de escenografia: Santiago rey
Video: R. Moreno
Música original: Ulises Conti
Diseño De Iluminación: Gonzalo Córdova
Fotografía: Alejandra Lopez
Diseño gráfico: Leandro Ibarra
Asistencia de dirección: Sonia Riobo
Prensa: Carolina Alfonso
Producción artística: Romina Chepe, María Merlino
Producción ejecutiva: Romina Ciera
Dirección de Producción: Romina Chepe
Dirección: Mariana Obersztern
Dumont 4040 – Santos Dumont 4040, CABA.
Funciones: Sábados 20:00 y Domingo 18:00 hs.