Literaturas

Mientras no escribo | La palabra como teorema de humanidad

Reseña y diálogo sobre el nuevo libro de la escritora y docente María Insúa, Mientras no escribo, publicado por Limbo. Un diario sobre la inquietante aventura de escribir.


Por Pablo Pagés.

Se puede decir que más por azar que alguna clase de necesidad a María la conocí en la pandemia. Con Marvel Aguilera veníamos pergeñando el cruce epistolar y María fue la primera epístola que tuve el agrado de hacer. Y digo “agrado” porque ella en su dimensión siempre mostró un nivel de sinceridad.

María nació en un campito entre verduras, pollos y patos. Escribe desde el jardín de infantes, donde cantaba, tomaba té y dormía un rato. Le gusta hacerlo desde entonces. Tiene poemas y cuentos publicados en antologías, desde el 2016 al 2022, y la novela Bicho Taladro.

Es Licenciada en Ciencias de la Educación, profesora de Lengua, Literatura y Latín, coordinadora de grupos de narrativas docentes. Docente e investigadora en la Universidad Nacional Arturo Jauretche. Publicó artículos de crítica literaria, así como del área de la enseñanza de la literatura en revistas especializadas. Actualmente coordina el seminario: “Leer con otres. Textos de ficción latinoamericana”, actividad del Programa de Estudios Latinoamericanos de la UNAJ.

Mientras no escribo, su nuevo libro, fue publicado por Limbo, un proyecto contracultural (y cooperativo) sostenido por un grupo de escritorxs con la única intención de publicar libros. Limbo le salva su apuesta y, si la apuran, dice que algunos más. “Nos proponemos ir desde el Limbo de la escritura hasta el mundo de la edición Haciendo equilibrio sobre la cuerda floja del lenguaje. La incertidumbre es nuestra certeza. Las palabras, nuestras herramientas de trabajo. La ficción, una manera de poner en juego la vida, volver a pensar el mundo. Que los libros circulen. Publicamos para convertir nuestra tarea solitaria en una fiesta colectiva”, dicen de sí mismos.

“Insúa se hace cargo de que mide la distancia entre la razón y sus deseos. Lo mide sin pedir permiso, sin hacer bandera de su erudición, sin revolcarse por el pasto, gritando un sinfín de proezas que conllevan la humildad, buscada por momentos”.


El libro, nos cuenta María, es un diario escrito en 20 semanas, por lo que se vuelve fragmentario y, en este caso, recursivo, en el sentido de un halago narrativo. Lo atraviesa el desasosiego que siente la protagonista en los días que no puede escribir ficción. Siempre esa necesidad a la que todo texto se ve sometido. No ficción porque simplemente no se necesita de ella o porque su prosa no lo necesita.

El otro día le comenté a alguien que Hebe Uhart dice que a muchas personas, que les parecen pavadas lo que escriben, ella les contesta: no es una pavada, sino no la hubieras escrito. Me gusta ese respeto que tiene Hebe por todo. A Hebe la sorprendían las cosas cotidianas, como sus gatos, como los perros de la plaza, como la gente que lleva los perros, como el encargado del edificio; como la Filosofía y Felisberto Hernández y Erskine Cadwell; los viajes al interior de las provincias. La invitaban a comer a una casa y allá iba y después escribía una crónica sobre eso. Así salieron sus crónicas de viajes. Le preguntaría: ¿Qué sentido tiene escribir algo tan tirado por la birome como esto? Y estoy segura de que se reiría”.

También cuenta acerca de sus lecturas, de lo inspirador que le resulta el jardín secreto. La narradora “protagonista” no deja de lado la intimidad de sus días y sus noches; no guarda nada para sí, es un libro generoso en cuanto a las historias pasadas y presentes. Cómo muchos diarios, logra atrapar al lxs lectorxs haciéndoles creer que todo lo que dice es verdadero; sin embargo, ¿quién sabe eso? Solo, en este caso, la autora.

En el comienzo, como dice Vallejo, “quiero escribir pero ni siquiera me sale espuma”. Somos animales que casi siempre esperamos una historia más o menos interesante que nos redima. Que se entiende por una historia cuando el margen de obtenerla se encuentra delimitado por coordenadas que apelan al susurro o tal vez el comentario anecdótico.

En uno de sus capítulos, Insúa se hace cargo de que mide la distancia entre la razón y sus deseos. Lo mide sin pedir permiso, sin hacer bandera de su erudición, sin revolcarse por el pasto gritando un sinfín de proezas que conllevan la humildad, buscada por momentos.

Como un fugaz rayo de luz, podría decirse que estas palabras de María funcionan como un teorema inevitable de su humanidad a través de todo su texto. Escribir cuando no se escribe es un risco en caída libre hacia el más profundo néctar de su sentimental pluma. Ahí vamos, arrancamos, contamos qué nos pasa, en un período tan frágil de su existencia.

“Pienso en Roland Barthes, a menudo, cuando se habla de la página en blanco. Lo busco para poder entusiasmarme con este libro y lo logro. Tal vez porque ni siquiera haya una trama demasiado clara que lo justifique, tal vez porque las ramas se van formando en el aire a medida que las palabras toman su peso y el viento las acomoda. Se desafía entre recuerdos, oscuridades y bellezas que navegan por un túnel donde el mar se escucha con la proximidad infinita del que no tiene apuro. Comienza con un tono en el cual los permisos se despliegan en cada cosa que le va ocurriendo, siempre apelando y trayendo el recuerdo de la literatura y sus contextos”.

De la insurrección al desatino, de la crueldad a la culpa, de la infamia a la belleza, de la niñez a la época gobernada por nuestros temores, de la fobia al encuentro, de la esperanza al sinsentido, de la muerte y el olvido. Todo pasa por este maravilloso libro que se gestó cuando nadie gestaba a nadie. O dicho de otra manera, ha cobrado importancia ponerse a escribir un libro en estas solitarias latitudes.



María Insúa
Mientras no escribo
Limbo
2024

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