Literaturas

Martín Rodríguez: “Hay un reflejo de creer que todo el pueblo es pobre”

Martín Rodríguez 01 - Fabrizio Coprez

En su más reciente libro, el periodista y poeta repasa sus años como trabajador social en una poesía repleta de planteamientos sociales que reivindican las políticas públicas del gobierno pasado y ponen el foco en la disociación entre los ciudadanos y la noción de pueblo.


Por Marvel Aguilera. Fotos Fabrizio Coprez.

Pensar en el Ministerio de Desarrollo Social en estos tiempos es dirigir una mirada hacia el asistencialismo. Un concepto que se ha tornado peyorativo para buena parte de la sociedad que ve afectado el cómodo cliché de “la cultura del trabajo” forjado durante los años inmigratorios e instaurativos de la contemporaneidad. El origen primigenio del ministerio en pleno forjamiento peronista, acompañado por la imagen justiciera y distributiva de Eva Perón, hicieron mella y reverberaron en la recuperación social (pos 2001) iniciada por Néstor Kirchner y continuada por Cristina Fernández durante gran parte de la década pasada. Su decaída tras el retorno del liberalismo new age dirigido por Cambiemos lo ha transformado en un arma de cooptación de los sectores con menos recursos y una barrera invisible que ha permitido neutralizar las protestas de organizaciones sociales. En su último poemario, Ministerio de Desarrollo Social (Mansalva), Martín Rodríguez despliega el submundo del trabajador social con una prosa áspera y sedienta de planteos, que ponen en foco problemáticas hoy perdidas en la irresolución y la distancia de un gobierno que promueve la meritocracia y la desigualdad.

¿Cómo se llama el que guía las ovejas?

Trabajador social.

El inicio de Ministerio de Desarrollo Social puja. No hay tiempo para reparos. El acceso a las letras no es fortuito, es introspectivo. Rodríguez trabajó en políticas públicas para el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires entre el 2002 y 2006, durante la Jefatura de Aníbal Ibarra, para luego incursionar en el propio Ministerio hasta el 2010. “Fue mi mundo de amistades y militancia”, dice. En el proceso de cada verso lo empírico se desglosa en pos de un enfoque menos analítico y más visceral, donde el trabajador social está hecho con la “cera de las velas” por si se corta la luz, donde el lamento de las mujeres pobres se hace un eco rutinario, como una cortina musical. Cada recuerdo del barro en el trabajo social arroja una marca de lo “humano”, lejos de abstracciones, asimismo las carencias se “normalizan” como un espejo entre el trabajador y sus pares laburantes. El libro de Rodríguez abre un planteo necesario en tiempos de “grietas”, ¿cuál es el pueblo para los argentinos? ¿Somos incapaces de vernos entre los laburantes pertenecientes a las masas? ¿Nos incomoda desaferrarnos al ideario resquebrajado de la amplia clase media? Rodríguez propone una hendija de luz: “En la Argentina la separación entre el ‘electorado’ y la idea de ‘pueblo’ nace con la democracia. Nace al mismo tiempo. Nacemos a la democracia como pueblo argentino pero también en ese instante comienza el experimento secularizador. Uno podría preguntarse, ‘¿quién quiere ser pueblo?’. En el país donde se difundieron con mucho entusiasmo algunos estudios que daban cuenta de la autopercepción de una mayoría de argentinos por la clase media (un 80%). Independientemente de cómo se confecciona el dato, es un dato autoperceptivo relevante, que además nadie desmintió”.

En cada niño pobre un boxeador.

En cada niño pobre un policía.

En cada niño pobre un pentecostal.

¿Ser o no ser parte de la clase popular? Hablar del laburante hoy en día confunde. Trae aparejado el imaginario del obrero arruinado volviendo en el Sarmiento, del docente rural escribiendo con los restos de tiza encontrados en el suelo. Pueblo es La Matanza, parece. Los resabios del liberalismo se regeneran, vuelven, una y otra vez, aplastan la conciencia popular. No molerse el lomo es ser vago, no tener ganas de trabajar, querer vivir a costa del Estado, del dinero sudado en el pago de “expensivos” impuestos. El pobre, en pocas palabras, es culpable de serlo. “Hay un problema entre ‘pueblo’ y ‘pobre’. El neoliberalismo es una máquina de producir pobres, incluso una máquina de intervenir el lenguaje, entonces hay un reflejo de creer que todo el pueblo es pobre. Lo popular es lo pobre. La Argentina tuvo décadas de movilidad ascendente. El peronismo no es el PRI, no gobernó setenta años, solo dejó una semilla. Y tampoco inventó la solidaridad, seguramente la mejoró y la perfeccionó. Le dio una identidad. Entonces, la clase media es un producto histórico argentino, es un fruto de movilidades. En esa mezcla entre condiciones de ascenso y esfuerzo personal, la cruza entre Estado Benefactor y meritocracia está latente. Incluso el macrismo lo sabe. Y ese aspecto me resulta ilustre porque deberíamos tener ya a esta altura de nuestra idiosincrasia una idea de que la clase media es parte del pueblo argentino”, dice Rodríguez.

El que ama al Estado se ama a sí mismo.

El que ama al Estado ama a cada uno

de los gusanos que componen el magnánimo Estado.

En “Saludo”, Rodríguez traza una genial analogía entre los condenados sociales y los detenidos por infringir la ley, ¿son tan distintos? ¿Nos interesa esa semejanza? Los versos salpican conexiones sistémicas: “Saludo al de la cola de la farmacia que acompaña a la vecina a la inyección. Salud, condenado de la tierra!/ Al condenado con la condena en suspenso./ Al remisero, al repartidor de tarjetas de prostitutas del centro, condenado a la clandestinidad./ Sin madre, sin padre. / Suerte, amigo, en tu primer día de trabajador a prueba!” . Ningún trabajador está exento de ser precarizado, salvo el que da trabajo, salvo el dueño de la pelota. Argentina parece un país en eterno desarrollo, un comodín de la emergencia; sin embargo, la reparación social de la década kirchnerista permitió dar pie a la movilidad social, volver a poner el foco en los sectores vulnerados por las políticas digitadas por el libre mercado. Rodríguez rememora: “Fue un momento, de algún modo, ‘evangelizador’, porque ocurrieron en el inicio de la recuperación de lo que llamaban ‘el rol de Estado’. Entonces, era en el contexto de ese ímpetu evangelizador. Lo que en los años noventa había sido demonizado”. Y agrega: “Hubo una cruzada evangelizadora pero también hubo muchas contradicciones al interior del Estado. Durante un período largo hubo una fe bastante importante en el desarrollo de determinadas políticas, focalizadas, que fortalecieran aspectos del cooperativismo y el asociativismo económico. A partir de 2008 y 2009 irrumpió con fuerza la Asignación Universal por Hijo, que fue un debate interno con muchas resistencias en el kirchnerismo. Se decía que era una política liberal. Una política de derechos que rompía con otras basadas en el asociativismo y el cooperativismo. La idea de ‘inventar’ trabajo era el modo de recuperar la cultura del trabajo y de generar una recuperación social más profunda”.

Anota en su nuevo evangelio que

los animales de los pobres

no saben que son pobres y cumplen

igual su mandato:

cantar el desconsuelo.

Las páginas de Ministerio… , lejos de picotear por arriba, muestran al laburante emergente, al cartonero, al que vende pelo, al que lleva su caja de herramientas en la bicicleta, brillando, “como un montón de mineral”, para changuear. El trabajo en la penuria duele, se exprime. “Hay que mojar el cartón/ para que la humedad empate/ el peso que restan las balanzas”. En ese sentido, la economía pareciera no poder ser “popular”. Es querer empobrecer, es negar; tapar con una cortina la realidad de lo que somos, lo que nos mueve, lo que nos pone un plato de guiso caliente en la noche. Rodríguez ahonda en la cuestión: “Es una economía que el Estado no inventa (como aquel asociativismo del que hablamos de los programas sociales) y que tampoco tiene patrón. La CTEP (Confederación de Trabajadores de la Economía Popular) agrupa cartoneros, feriantes, ladrilleros, vendedores ambulantes, manteros, pescadores. No son ‘inventados’. La CTEP y ese Ministerio son hijos de lo mismo: convertir al desocupado en trabajador, aunque la CTEP representa a los que ya lo hicieron en una economía real posfordista. Y ese reflejo de organizaciones que intentan ver trabajo donde no se ve tiene un punto de contacto con el feminismo, sobre todo con el reclamo del trabajo doméstico no reconocido. Una mujer cuidando a chicos o ancianos es trabajo. Y un cartonero recogiendo papel o cartón o materiales re-utilizables también lo es”. Y cierra al respecto: “Cuando dicen ‘economía popular’ el adjetivo da para mucho. Pero ese campo de la economía social implica actividades concretas que ya existen”.

Martín Rodríguez - Ministerio de Desarrollo Social

Martín Rodríguez
Ministerio de Desarrollo Social
Mansalva

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