Literaturas

Mariana Komiseroff: “No hay manera de producir nada por fuera de lo político”

Foto Alejandro Guyot

La escritora recalca que no le interesan los personajes femeninos como víctimas y explica que esta obra fue la manera que encontró de hacer algo “con esas tragedias que parecen griegas pero son de acá, de este lado de la General Paz”.


Por Marina Cavalletti.

“Ayudame a romper todo, (…) a prender fuego todo”, escribe Mariana Komiseroff en Una nena muy blanca. Y lo logra. En cada página. En la historia de Jésica, la Ely y su madre, suena Yerba brava y se venera a San La Muerte. Secretos impensados se develan entre Villa Mitre y “el cantri”. La autora tiene “una de las voces más originales y potentes de su generación”, según palabras de Claudia Piñeiro en la tapa del libro. Un libro que no puede dejar de leerse hasta el punto final.

En el inicio de la novela, una cita de María Galindo define a la historia familiar como una bomba de tiempo. ¿Creés que la literatura debe ser concebida como un estallido en sí misma?

La cita de María Galindo, que es una activista feminista boliviana, dice: “La verdadera historia familiar es siempre una historia clandestina cargada como bomba de tiempo que amenaza con estallar al menor movimiento”. Yo no sé si la literatura en general debe ser concebida como un estallido, a mí me interesan las familias que no funcionan… Bah, no creo que haya familias que funcionen, me interesan las contradicciones. Esos lugares grises de los vínculos donde no es todo completamente bueno o completamente malo. En la literatura que leo y que me interesa, el estallido puede suceder o no; tal vez en lo que escribo o en lo que hago en general como artista no le puedo escapar a la explosión porque soy así. Aunque nunca lo había pensado en estos términos.

La trama desarrolla la intimidad de un tríptico central de mujeres que viven situaciones -sutiles o no- de abuso de poder, negacionismo, violencia intrafamiliar, abandonos y otras cuestiones. ¿Cómo desarrollaste a esos personajes principales, diversos entre sí?

No me interesan los personajes femeninos como víctimas (aunque sí sean víctimas de todo eso que decís), me interesa la capacidad de resolución, las cuestiones de clase. Yo hago foco en las estadísticas cuando tengo que discutir alguna cuestión y es necesario evidenciar números de abuso, femicidios, etc. pero en la ficción quiero que mis lectorxs piensen que eso que en el diario es un número, en la vida cotidiana son mujeres vulneradas, pibes cagándose de hambre o yendo a laburar antes de los catorce, pero en situaciones de tanta vulnerabilidad que el concepto de trabajo infantil no es aplicable. Y las mujeres de mi novela son reconocibles: fueron construidas por anécdotas propias o de amigas. La Ely tiene dieciséis años y se lleva el mundo por delante. La madre trabaja todo el día y solo le queda tiempo para reclamarle a sus hijas que las mantiene, y Jésica, la narradora, es una piba de veintipico que necesita ingresar al mercado de trabajo. Dicho así suena bastante estereotípico pero lo que traté de mostrar es lo que pudieron hacer ellas con todo lo que les hicieron y eso no siempre resulta en víctimas. No es una ecuación tan simple.

“Me embola la romantización de la pobreza. Si bien con el tiempo me amigué y reivindico de dónde vengo, creo que lo que hice toda mi vida es tratar que se me note lo menos posible.”


En ese mundo de carencias, la dominación bestial del hombre está legitimada por otras mujeres (la madre, la vecina, la esposa del cocinero). En ese punto, ¿tu novela refleja un machismo arraigado que hoy se pone en discusión, más allá del libro?

No me parece para nada que la legitimación de las mujeres a la dominación masculina tenga que ver con “el mundo de carencias”. [Juliana] Awada no tiene ninguna carencia económica y sin embargo legitima el machismo de su marido no solo en las entrevistas sino también con esa actitud dócil, de mujer mascota. Me acuerdo que hace unos años leí una entrevista en la que Macri le preguntaba como al pasar: “¿no estás embarazada, no?”. Una pregunta que parece fuera de contexto pero era una revista de chimentos. La pregunta funciona no solo para evidenciar la actividad sexual de la pareja, sino también para dejar bien claro que la reproducción es un asunto de las mujeres y que ellos poco tienen que ver. A tal punto se desentiende del tema reproductivo nuestro presidente que es capaz de preguntarle eso a su esposa como si le preguntara la hora. La primera dama por supuesto niega con risas. Si eso no es legitimación…

Esta novela la terminé de escribir en el 2015. Muchos de los debates feministas que hoy se están dando yo no los había imaginado en lo macro y lo colectivo, y el tiempo de la ficción es pos 2001, así que mis personajes pueden como mucho indignarse con situaciones injustas pero no las pueden pensar en términos feministas. En este sentido, creo que el feminismo está cambiando los discursos desde lo más profundo, que es el lenguaje, y con el lenguaje se piensa. Yo soy feminista pero mis personajes todavía no pueden pensar en términos como patriarcado, cultura de la violación, femicidio, etc. Esto aparece recién en la novela que estoy escribiendo ahora.

También aparece con claridad la antigua tensión de la lucha de clases, entre los villeros y los del “cantri”, incluso en la voz del personaje de Rodrigo que se contradice. ¿Qué te motivó a incluir esta disputa en la historia?

Bueno, la lucha de clases en lo cotidiano. Creo que el “cantri” es una excusa, el contexto que elegí para hablar de las jerarquías de clases dentro de una misma clase social. La piba logra el laburo de camarera pero no es lo mismo una camarera que el jefe de la cocina. No es lo mismo que el Rodri salga con la camarera que con la piba que atiende el gimnasio en el “cantri”. Tal vez la clase alta tenga un poder más rígido con respecto a las otras clases sociales pero hay matices, hay privilegios en todos los roles, y los lugares de jerarquías que no son tan estáticos evidencian que cuando podemos hacemos mierda al que tenemos abajo.

Foto Eugin Rodríguez

Aparece además un manejo disruptivo del idioma y la polifonía con la cumbia y el cine. ¿Con qué criterio seleccionaste el registro, esas voces verosímiles que emergen entre el caos y la claridad?

La cumbia es la música que se escucha en los barrios. A mí me gusta el silencio, no escucho música por iniciativa propia y siempre me costó mucho vivir musicalizada las 24 horas. La película es una película que me encanta y que fui a ver cuando era chica y estaba preocupadísima por cultivar un costado intelectual que yo creía ingenuamente que me salvaría de la pobreza. Yo estaba muy enojada con ser pobre. Me embola la romantización de la pobreza. Si bien con el tiempo me amigué y reivindico de dónde vengo, creo que lo que hice toda mi vida es tratar que se me note lo menos posible lo pobre. Ahora tengo una culpa tremenda que me obliga a aclarar que escribo (dirijo, performo, etc.) desde la propia experiencia de la carencia económica aunque nadie me lo pregunte. Las voces no sé. La narradora habla casi como yo, y las demás voces las fui construyendo con perlas que voy escuchando en los discursos, cosas que están naturalizadas y que las personas que enuncian no se dan ni cuenta y es hermoso. A veces escucho a alguien y saco el celular y escribo algo textual en una nota, después me olvido de dónde lo saqué pero lo uso. Yo construyo personajes con anécdotas y frases robadas, no tengo imaginación.

Este recurso también se observa en De este lado del charco: “Perdiéndonos/ en el constante llevar y traer/ pesadas cargas, ganando el sustento”. Allí también hay una crisis familiar ¿qué te lleva a ahondar en esos micromundos, a dotar de belleza a ciertas situaciones límite?

El tema Del camionero de Hermética es alusivo a mi adolescencia. Las situaciones límites son “lugares” propicios donde los personajes demuestran sus contradicciones, nunca sabemos cómo vamos a reaccionar ante las catástrofes o las tragedias. Creo que en esas reacciones residen las particularidades de los personajes y de las personas reales también.

En una entrevista dijiste que lo personal es político y que siempre dejamos una huella de nuestro discurso en lo que escribimos. ¿Cuál es la marca que deja en vos Una nena muy blanca y cuál quisieras – si es que la hay- que deje en les lectores?

Si dije que lo personal es político es porque las feministas lo vienen diciendo hace un montón, no me voy a adjudicar la autoría de tremenda frase, aunque estoy convencida de que es así. No hay manera de producir nada por fuera de lo político. Una nena muy blanca para mí es un alivio. Fue la manera que encontré de hacer algo con esas tragedias que parecen griegas pero son de acá, de este lado de la General Paz. No sé si tengo la pretensión de dejar marcas en las personas que lean la novela, yo solo quiero contar una buena historia de la mejor manera que pueda con los recursos que tengo. Pero si lo pienso, me gustaría que por un rato, aunque solo sea el tiempo que dure la lectura, puedan ver que detrás del índice de pobreza, detrás de los números de muertes por aborto clandestino, detrás de los números de la deserción escolar, hay personas. Al final es una pretensión enorme.


Mariana Komiseroff
Una nena muy blanca
emecé

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