La novela Cuesta Abajo es el primer libro del periodista Pablo Pagés y fue publicada por la editorial El Bien del Sauce.
Aquel que encuentre la mentira que necesita la multitud, será el rey del mundo.
Roberto Arlt, Los Siete Locos.
El secuestro
El escenario donde transcurre esta historia es el barrio porteño de La Boca. Este hecho ocurrió un caluroso viernes de enero cerca del amanecer. No corría una gota de viento y el riachuelo estaba cubierto de una delgada nube densa y pestilente. La historia tiene una imagen primera: el cuerpo de una joven flotando al costado de una barcaza, hinchado y mutilado, acorralado de botellas de plástico y basura dando vueltas en las aguas turbias y pesadas del riachuelo. Este hecho fue un comienzo, también, porque por azar o descuido yo estaba ahí, borracho, mirando la salida del sol, sentado sobre un amarre de la dársena en el borde del río con una cerveza en una mano y en la otra un telegrama de despido; pero de esto hablaremos cuando sea necesario, más adelante, en algún otro momento, no cuando yo quiera, sino cuando esta historia así lo pida. Considero que determinados hechos, por el momento, no pueden decirse sin la descripción poco simétrica, pero seguramente honesta, de cómo las cosas sucedieron, contra todo pronóstico, confusas, traicioneras e invisibles. Ahora, recién ahora, me doy cuenta de que nada es lo que parece. Al menos, si los crímenes quedasen sin castigo, no voy a desaparecer sin antes advertir su morfología infame, sin haber dejado constancia de su artilugio, su crueldad y su patetismo.
El paisaje de la escena
Un amigo, hace un tiempo, caminando por La Boca, precisamente por Necochea y Olavarría, me hizo un comentario que me pareció crudamente figurativo y preciso en su intención. Me dijo: “La Boca parece un cementerio abandonado donde los cirujas van a dormir y a tomar cervezas por las noches sentados a los costados de sus calles deshechas. Cuando el sol calienta este barrio, puesto por el destino a las orillas y al nivel del Río de la Plata, el olor del Riachuelo resucita lento entre las casas como un espectro gordo y desabrido”. Es cierto, las viejas chapas tapan los esqueletos de madera ancestral y fatigada y, en algunos casos, se tuercen desparejas, ebrias de tiempo como una geometría distorsionada. Así evolucionan las cosas en estos pagos, donde la vida se acurruca desdichada y andrajosa sobre los bordes malolientes de este Riachuelo que escupe sin parar esa mierda que viene bajando.
La forma de la institución
Caminar, caminar, caminar. En círculos de diferentes tamaños. Alrededor de un monumento torpe e ineficiente que se clava casi sobre el centro de una Plaza. Con unos pañuelos en sus cabezas, decididas y vulnerables, ellas transmiten la desesperación de la pérdida y el duelo agrio y monstruoso de lo que no se dice pero se sabe. Otra vez más la historia se maneja con silencios, ignominia y muerte. Ellas demostraron que el peor castigo es instaurar el símbolo, es proponerle a la memoria un pequeño ritual físico que remueva la consciencia en los silencios, los espacios en blanco, las negaciones, las impurezas de un amor que nunca se definió y viene peleando con una cara y una coronita de espinas y rosas desde hace demasiado tiempo. Eso, lo inexorable, todo lo destruye, todo, hasta los monolitos, las montañas y seguramente este planeta. Lo inexplicable sigue siendo el mito, su consecuencia y su hábito taciturno de desintegración. Los cementerios no tienen cuerpos, ni lápidas, ni pequeños ni grandes mausoleos. Son lugares sin aire, es la muerte, lo que vamos dejando tras la trastienda del último paso, de lo acaso posible en esta consciencia maldita. Somos especialistas en crear rituales y eso nos salva. Eso es la mecánica. La acción enfurecida de mostrar algo que aún no se explica ni cierra y hacerlo con tanta fuerza o locura que por su repetición se convierta en algo que forma parte de nuestras leyes sublimadas y oscurecidas de convivencia. Ellas logran a cada instante perpetuar la memoria fuera de las instituciones formales y ellas hacen que nuestro corazón se torne un poco más humano.
Pablo Pagés
Cuesta Abajo
El Bien del Sauce edita