La nueva novela de Marcelo Rubio narra la historia de un pueblo atravesado por la tragedia y los estrechos límites de la racionalidad, que decide entregarse a una fe ciega con tal de escapar de una apremiante desesperación.
Por Pablo Pagés.
Marcelo Rubio es periodista radial, escritor, conductor desde hace muchos años del programa radial Kriminal Mambo por AM 530. En su trayecto literario ha publicado cinco libros de cuentos, entre ellos Bajo el signo de Eva y El largo viaje; y las novelas El Cristo roto, La leyenda del santo volador y Lo que trae la niebla.
En su nueva novela, El llovedor, Rubio da vueltas sobre una temática que ya había comenzado en su anterior libro El cristo roto. En esta vuelta trata la historia de un pueblo que se ampara en apegarse a soluciones que parecen venir de cierto realismo mágico o surrealismo pampeano: soluciones mágicas para resolver un misterioso problema que se asemeja a una maldición caída del cielo o venida del infierno, quién lo sabe.
De un inesperado diálogo con los acordes más dramáticos y altisonantes a la cruda belleza del universo de la incertidumbre, Rubio plantea con una prosa distinta y ágil, un texto que vale la pena tener en los anales de cualquier biblioteca para entender que el tono narrativo entre dos fuerzas acontece en un tercer dilema que, a puño y letra, encuentra su respuesta en los laberintos distorsionados de la magia del verbo y sus infinitas posibilidades.
“De un inesperado diálogo con los acordes más dramáticos y altisonantes a la cruda belleza del universo de la incertidumbre, Rubio plantea con una prosa distinta y ágil, un texto que vale la pena tener en los anales de cualquier biblioteca para entender que el tono narrativo entre dos fuerzas acontece en un tercer dilema”.
“El cielo era un interrogante de nuevas violetas. Elba se asomó a esa tarde oscura, manos en jarra, mentón levantado, parecía olfatear el aire, giró y se metió en la casa. En el dormitorio buscó el rosario de piedras blancas, a los pies de la imagen dibujada de Bach. Se persignó, los enroscó en su mano derecha y salió al patio. Los pájaros cantaban con más fuerza, en verdad desde hacía semanas no callaban su pedido de agua, como si en esa protesta llevaran, también, el reclamo de los sembradíos mudos, de los molinos asqueados del sabor amargo del polvo. Elba se arrodilló”. “Ni una gota. La tormenta se alejó entre ocres oxidados, sin apuro, tal vez con la vergüenza de lo incompleto”.
Así comienza esta aventura de esperas y lamentos que se va lánguida sobre la frágil existencia de los habitantes de este terruño que solo emana polvo y muerte. Una prosa que indaga entre los antecedentes penales literarios al mejor estilo de Horacio Quiroga y se mezcla con una muy personal forma de contar, donde cada objeto es producto de un trabajo de relevo de minuciosidades. Rubio entiende que para dar vida a lo no posible o intenciones de lo mágico o (como he dicho) cierto surrealismo pampeano, tiene que sentar las bases para que todo esto sea posible en el relato. Una tarea de relojero trabajando cada palabra como un escalón que permita dar un salto sobre un realismo aparente, a otra palabra que lo desborda.
“Ese es mi trabajo y me pagan mucho para hacerlo. Su bisabuelo fue un cacique aimacha que se casó con una mujer blanca y de ahí nació mi padre, Nemuseno, él me enseñó los secretos de la lluvia”.
En esta mezcla de pasados que remiten a brujerías de viejas tribus, de profesiones que se sujetan sobre creencias que no son más que esperanzar a otros en momentos límites, se explican muchas cuestiones que no solo son de estos pagos, sino de profetas del medioevo europeo. Se cree en soluciones mágicas cuando no se puede entender de forma lógica la realidad entumecida que se yergue sobre los pastizales del inevitable destino del más allá, donde solo se espera que pasen los relatos que no dejan de ser relatos al fin de cuentas.
Todo esto me lleva a pensar en la historia de la humanidad, donde se reposan soluciones casi mágicas, casi trágicas o casi imposibles. Pero como la esperanza es un juego un tanto arbitrario, Rubio entiende que los manipuleos de la fantasía generan apologetas que dicen poder encontrar soluciones donde solo existen milagros, si es que esta palabra se puede meter en este increíble relato.
Por otro lado, me recuerda a viejas profecías cinematográficas como “Mad Max”, o más cerca aún con lo que pasa literalmente todos los años en nuestra pampa tan latifundista y amante de las cosechas enriquecedoras de soja: planta leguminosa que deja cantidades de divisas, pero cuya siembra abusiva año tras año ha dejado desertificados extensos territorios que se dedicaban a otras cosechas y la ganadería. También me sacude la entrega a los EE.UU. de la soberanía argentina del acuífero guaraní en la Triple Frontera. Un acuífero que alcanza para dar agua potable y dulce al mundo entero durante doscientos años.
Estamos viviendo en este globo como si hubiese uno de repuesto. Acá, en estos dilemas y realidades, en este extraño presente, entran los tiempos del relato. La literatura o el arte es una forma de sublimar los efectos de la muerte, y este libro no deja de ser una expresión hiperbolizada de todo lo anterior dicho, consensuando las partes, con manos de titiritero.
“La literatura o el arte es una forma de sublimar los efectos de la muerte, y este libro no deja de ser una expresión hiperbolizada de todo lo anterior dicho, consensuando las partes, con manos de titiritero”.
“La iglesia estaba cerrada, hacía meses que no tenían un cura estable. Elba volvió a pensar que esa ausencia también era parte de la condena”
Una mujer viuda, introspectiva y amante Bach. El piano es una forma de vincular su espíritu con otro “level” de la realidad. La sequía amenaza con completar el ciclo de desaparición de todo. Los pájaros mueren en pleno vuelo, sin más esperanza que una gota de agua les dé sentido a su vida.
Impertérrita y lánguida, Elba es la testigo pavorosa de lo que acontece. ¿Por qué? Porque ellos entienden cierto apocalipsis antes que ella.
Claro que Elba piensa en la condena, y la ausencia de la Iglesia marca el mismo territorio que alguna vez le pertenecía. De esta manera, deja rienda suelta a su contrincante y se explaya en todas sus vertientes demonizantes que dejan a la humanidad al borde de su posible extinción.
Esta historia se remonta también al tiempo donde la medicina daba un margen muy limitado de respuestas y las teorías de Freud sobre el inconsciente recién estaban entrando en puntuales lecturas. Toda esta combinación de sucesos, que estiraban las posibilidades del entendimiento, se amalgamaron en estos últimos siglos, en donde parece que la humanidad recién se encuentra en los principios de su infancia emocional y afectiva.
Rescato cómo se maneja la verdad en los límites de la sospecha, entre cierto misticismo de un apocalipsis medio funesto. Las maldiciones tienen esa fuerza demoledora de las catástrofes de la naturaleza. Durante la trama se tensa un hilo que va desde lo posible a lo imposible. Ya es demasiado el tiempo que este pueblo pasó sin agua y suceden cosas como pájaros que se suicidan. Nadie es capaz de sobrevivir a tal magnitud de sequía, pero, sin embargo, hay seres que lo viven como un cotidiano fantasmagórico.
Somos un barro tan parecido a aquel lodo donde nos cortábamos en guerras intestinas con metales. El avance de este incierto futuro solo es una fachada que Marx bien supo predecir y entender.
En estos términos, esta historia es casi atemporal. Primigenia y truculenta.
Marcelo Rubio
El Llovedor
También el caracol
2023