El Pregonero

Los dueños de la tierra


Por Marvel Aguilera y Pablo Pagés

El campo no existe. Es una construcción mediática. Una manipulación comunicacional con el único objetivo de embanderar de rebeldía a una porción de parásitos que usufructúan los territorios heredados desde la colonización, producto del genocidio perpetrado contra los pueblos originarios, un genocidio invisibilizado y extendido en el tiempo. El origen de las grandes familias se remonta a lo criminal, a los millones de asesinatos que les significaron hectáreas despejadas para el dominio blanco. David Viñas decía que la retórica de la defensa encarnizada de la argentinidad era una de las estrategias discursivas utilizadas para ignorar la denuncia de sus represiones. Y vaya que saben usarla.

En otras palabras, el mal llamado “campo” es antidemocrático. No hay que darle vuelta. Se construyen desde su impronta reaccionaria a los mandatos populares, al crecimiento justo e igualitario, a una sociedad soberana. Los tractores son sus tanques, su herramienta de amenaza, de violencia sostenida. Acá no se trata de impedir la renta del tres por ciento elevada por Alberto Fernández, se trata de doblegar al gobierno, de mancillar al peronismo, de marcar la magnitud de su poder; el linaje construido históricamente sobre complicidades dictatoriales bañadas de sangre y explotación. No alcanzará con el paro. Crearán bravucones, bufones como De Angeli que jugarán a ser mártires, que invocarán a los mismos sectores que funden en la miseria con sus demandas y licencias otorgadas beneplácitamente por gobiernos como los de Mauricio Macri. Las familias que cosechan millones, que concentran propiedades, que multiplican hectáreas ante la vista gorda del Estado liberal, son las grande responsables de la pobreza estructural en la Argentina, de la injusticia social que padecen miles de familias.

La Argentina está mal pensada o pensada por unos pocos para su beneficio. Hasta el día de la fecha no hubo otro proceso tan equitativo como el encabezado por Néstor y Cristina. Con ellos se empezó a hablar de mercado interno, de igualdad social, de desarrollo tecnológico. Un país que buscó potenciar todas sus cualidades para dejar de lado de una buena vez la brecha entre unos pocos ricos y una gran masa de pobres. Con una clase media que penduló, históricamente, entre la neurosis y la indiferencia más aguda. No se trata de ver las posibilidades, sino de crearlas. Eso hacen los gobiernos comprometidos con su gente. En esta vida, donde el único territorio privado es el cuerpo, estos arranques de brutalidad pampeana -donde mayormente se trabaja en negro, y muchas veces rozando la esclavitud- dejan un sabor amargo, rancio, como las ganancias de la soja, como el universo Monsanto, el mismo que nos precipita al borde de la muerte, enfermos, con ecosistemas totalmente avasallados.

Estos especímenes que marchan en 4×4 viven en un siglo pasado. Por sostener su plus de renta serán capaces de todo. Que se entienda de una buena vez, que el producto de brutalidad interna se ha modificado o pretende hacerlo en forma definitiva. Se comportan como fantasmas de una coreografía de trogloditas. Juegan al polo, van a misa, y detestan todo lo asociado a lo popular. Lo que sí saben es poner el voto, siempre a la derecha. Visitar la city por Recoleta y poner los huesos de sus linajes en panteones llenos de mármol, como si fueran héroes. No hay un virus más letal en este país que la oligarquía de los grandes y pequeños latifundios. Son el apoyo incondicional del gobierno liberal que aguarda recuperar lo que cree ser suyo y que es necesario erradicar, si pretendemos ser libres, para siempre de esta tierra.

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