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Ofelia Fernández: “El feminismo tiene un componente de organización política y popular que es capaz de hacer temblar al neoliberalismo”

A poco tiempo de su asunción como legisladora de la Ciudad de Buenos Aires – la más joven de toda América Latina en ocupar ese cargo-, charlamos con Ofelia Fernández sobre la situación política de la región, la potencialidad del feminismo y la situación de les jóvenes en CABA.


Texto y fotos Julieta Bugacoff

Septiembre es un mes que, en el Carlos Pellegrini, tiene pulsión propia. La proximidad de La noche de los lápices está en boca de todxs, y en los pasillos resuena Rasguña las piedras. El frío comienza a ceder y ya no es necesario cursar con tres camperas. Era 2015, y desde las 10 de la mañana se rumoreaba que, por primera vez en varios meses, la asamblea de estudiantes no se realizaría en el Hall Central, sino afuera. La llegada de la primavera significa muchas cosas, pero sobre todo, quiere decir que el patio vuelve a ser de lxs estudiantes. Aquel día, Héctor Mastrogiovanni, un preceptor denunciado por golpear a dos alumnas, había sido ascendido a sub-regente. Era necesario elaborar un plan de lucha.

Más de quinientos pibxs se acomodaron como pudieron entre las plantas y el piso de cemento. Los representantes de las diferentes listas expusieron sus respectivas posturas. Si bien se mencionó la posibilidad de una sentada o una marcha al Ministerio de Educación, la opción más adecuada parecía ser la toma del colegio. Cuando Ofelia Fernández habló, usó expresiones como feminismo, sororidad y patriarcado. De fondo, se escuchó la voz de algún estudiante de quinto: “Mierda que la piba tiene ovarios”.

A finales de ese año, Fernández sería electa como presidenta del Centro de Estudiantes Estudiantes del Pelle. La más joven en ocupar el cargo, la primer fórmula conformada por dos mujeres (Victoria Camino la acompañó como Vice), y la primera en incorporar la perspectiva de género como una temática transversal en su gestión. Sobre esto, ahora, convertida en la legisladora más joven de América Latina, reflexiona: “De golpe, el feminismo era un tema central en la agenda. Nuestra fórmula estaba compuesta por dos mujeres, el trato con nosotras era distinto. No nos veían como iguales, sino que éramos una cosa fácil de romper y sensibilizar”. Luego agrega: “En ese contexto de desigualdad, nuestra receta fue: ante la violencia, feminismo”.

“Nuestra fórmula estaba compuesta por dos mujeres, el trato con nosotras era distinto. No nos veían como iguales, sino que éramos una cosa fácil de romper y sensibilizar. En ese contexto de desigualdad, nuestra receta fue: ante la violencia, feminismo”.


Con respecto a sus inicios, ella comenta: “Yo ya era medio loca en primer año. Entré al Pelle sabiendo que iba a militar en algún lado. Hoy pienso en esos años, y todos mis recuerdos implican la militancia”. La figura de Ofelia, o la “pendeja atrevida” -así nombraban sus pares a aquella chica que no dudaba en plantarse frente al micrófono- implica el surgimiento de una nueva forma de hacer política: “Cuando le cuento a los que no son del Pelle cómo funciona un centro de estudiantes, se quedan re flasheados”. Parafraseando a Luciana Peker: si en tu revolución no hay cumbia, glitter y fernet, entonces no me interesa tu revolución.

Hoy Ofelia está por cumplir veinte años y es la legisladora más joven de América Latina. Su despacho es una extensión más de ella: la foto del Che Guevara descansa en el escritorio junto a la ilustración de Marielle Franco. Colgado en la pared, un cuadro reza: “Por el pueblo pobre, la Patria Grande, y los que vienen atrás; no te olvides de quién sos, a quién servís y por qué luchás”.

¿Qué balance hacés de la situación en América Latina a partir del avance de la derecha en Bolivia, Brasil y Uruguay?

La situación regional es una moneda al aire. Hace dos años, esta oleada neoliberal parecía inevitable. Sin embargo, hoy hay un capital acumulado en ambos lados. En algunos aspectos, el avance se frenó, y en otros se radicalizó. Es un panorama complejo y que posee muchas aristas. El proceso de gobiernos populares fue muy potente y, al ser tan novedoso, tuvo poca capacidad para ver dónde iba a aparecer el desgaste, y por qué lado iban a venir los ataques. La dificultad más grande de los gobiernos populares fue que en América Latina, la relación entre el poder político y el real – concentrado en los medios de comunicación, la justicia o los dueños de las tierras- no es lineal. Es complicado gobernar sin el segundo. Si bien hay países que pudieron fortalecer más las herramientas como la estatización, hubo otros en los que ésto no ocurrió. Siempre hubo una fuerza de derecha conservadora o del poder histórico de cada país de la región que estuvo al acecho. Son los que tienen más recursos, y desde ese lugar, buscaron la manera de desestabilizar los procesos que se estaban dando. Nosotros siempre nos tenemos que esforzar el doble. Por otra parte, en la década anterior, Estados Unidos -o el titiritero de las derechas latinoamericanas- estuvo mirando a otro lado. Posó su mirada en Irán, Siria, y los recursos de Medio Oriente, lo cual es terrible, pero implicó que su intervención en nuestro continente no fuese tan tajante o no se la propusieran con tanta contundencia. Ahora eso cambió, es cíclico en la historia: ellos vienen, “ordenan” y son efectivos. Somos capaces de articular una salida de ese modelo, en función de que ellos jamás construyen realidades que compensan. Generar miseria y coartar la soberanía de un país tiene consecuencias. Actualmente, no contamos con los mismos recursos que antes, además, Estados Unidos está en alza y no hay una coordinación latinoamericana tan fuerte como la que había durante el proceso de gobiernos populares. Todo se volvió más abstracto, confuso y violento. De alguna forma, Bolsonaro fue el que abrió las puertas del golpe de Estado en Bolivia, o la represión en Chile. Existe una impunidad en los planteos y los métodos de la derecha que ha vuelto y retrocedido a los tiempos más oscuros de nuestro continente. Espero que Argentina se perfile como un canal de organización alternativa.

“Quienes creemos en el feminismo popular, tendemos a pensar que las imágenes de las cholas poniendo el cuerpo frente a la represión es una construcción más valiosa que la que pueda formular una persona desde la comodidad de los libros”.


¿Cuál es el rol que desempeña el feminismo en la lucha contra el neofascismo en la región?

Es el único movimiento capaz de articularse a nivel continental. Si lo pensás, no todo el tiempo se remarca la perspectiva latinoamericanista dentro del feminismo. Pero si viajás, ves y conocés, te das cuenta que las reivindicaciones son las mismas y que los métodos de lucha se contagian. El hecho de que el pañuelo verde se haya extendido en todos los países latinoamericanos habla de la existencia de una estrategia que funciona y por lo tanto es capaz de expandirse y fortalecerse. En Brasil, el principal símbolo en las movilizaciones contra Bolsonaro era Marielle Franco, una activista feminista, negra y lesbiana. En el caso de Chile, una buena parte de las movilizaciones son coordinadas por la Corriente Feminista Chilena. Algo similar ocurre en Uruguay, donde el gobierno apunta a retrotraer algunos artículos como el aborto. Quizás la excepción es Bolivia, pero quienes creemos en el feminismo popular, tendemos a pensar que las imágenes de las cholas poniendo el cuerpo frente a la represión es una construcción más valiosa que la que pueda formular una persona desde la comodidad de los libros. El feminismo tiene un componente de organización política y popular que es capaz de hacer temblar al neoliberalismo. Al día de hoy, es el puente que nos permite juntarnos, reunirnos y conocernos.

¿Considerás que existe la posibilidad de que el feminismo termine acaparado por el neoliberalismo?

Siempre existe ese riesgo, porque el neoliberalismo se ocupa de eso. Su estrategia de cooptación implica que en todo proceso de movilización buscan generar una reformulación que no rompa con la lógica del sistema establecido sino que, por el contrario, permita incorporarlo con los matices convenientes. Durante el G20 se organizó un foro que incluía a las mujeres más ricas del mundo -el Women 20 (W20)- y eso habla de un intento de tomar una desigualdad que está en alza, pararse desde ese lugar y realizar una lectura sin incluir la clave correspondiente a todas las otras desigualdades que enmarcan la propia. Las mujeres la pasan mal, pero peor la pasan las mujeres pobres. En su momento, María Eugenia Vidal también trató de darle un perfil feminista a su campaña. El spot en el que ella le toca la puerta a un tipo, y le dice que ya sabe que está acosando a su vecina, no sólo prueba que carecen de gente capaz de asesorarla de forma correcta (en el video, Vidal hacía lo contrario a lo establecido en los protocolos para ese tipo de casos); también dejó en evidencia que ella se estaba colgando de un caso de violencia para acercarse a un electorado que le es reacio. En Argentina estamos bastante a salvo, porque la mayor parte del feminismo no se ve interpelada por esos intentos de acercamiento. El peligro reside en la construcción de un feminismo que sólo sea capaz de construir reivindicaciones desde la propia individualidad de cada una. En realidad, hay que entenderlo como un movimiento político colectivo que se trata de una y de la otra al mismo tiempo, que busca pensar en aquellas situaciones en las que las desigualdades toman mayor profundidad y de qué forma se resuelven. El mayor riesgo es caer en la comodidad de la consigna o lo reivindicativo, y no confrontar con la incomodidad del desarrollo de una estrategia que permita conseguir los objetivos. No sólo es importante tener en claro lo que se piensa. Hay que saber construir una correlación de fuerzas que permita cambiar la realidad. No somos una escena del drama, somos un movimiento político. En el feminismo liberal, una se limita a ser una proclamadora de su propio problema y es imposible articular la lucha para irrumpir y desestructurar la violencia. A pesar de todo lo anterior, creo que hay un componente muy organizado, colectivo y horizontal que me permite pensar que la liberalización del feminismo no es un peligro que nos esté carcomiendo. Está acechando, y si no le damos la atención necesaria puede ser más grave. A priori vamos bien.

En varias entrevistas comentaste que tu objetivo como legisladora es representar a la juventud y a los sectores populares ¿Cuáles son las reivindicaciones más urgentes?

Existe una negación de fondo: este sistema colapsó, y hay gente que por más que exista el empleo público o privado, va a quedar excluida. Desde mi espacio -el Frente Patria Grande-, tenemos una orientación particular. A la hora de armar las bancas y las listas, buscamos fortalecer el concepto de representación política y apuntamos a candidatos que no sean sólo figuras de un partido. Apuntamos a que respondan a las demandas de un sector y que tengan el recorrido organizativo correspondiente. Espero que en el futuro, cada quien y su propia problemática puedan representarse a sí mismos y que sea una piba de clase media del Pellegrini la que lleve esos reclamos. Hay gente que queda excluida de todo un sistema de vida que venden como accesible para todos por una cuestión de mérito. La economía popular es el vector de todas las reivindicaciones, producto de la necesidad. Aquellos que la integran, han inventado su propio trabajo y aún así no son reconocidos. Por ejemplo, los cartoneros y cartoneras, además de trabajar, son quienes se ocupan del sostenimiento ambiental en la Ciudad de Buenos Aires. Ellos no reciben reconocimiento, ni simbólico ni material. No tienen salario digno y se los estigmatiza. En el caso de los vendedores ambulantes, son perseguidos de forma constante por la policía. Y sacarles la mercadería solo implica una cosa: que no puedan trabajar. Se los acusa de que les va mal porque no laburan, cuando es el propio Estado -sobre todo en la Capital- quien les impide desarrollar ese trabajo.

Actualmente, la Ciudad está gobernada por el macrismo, ¿Qué problemáticas están más presentes en el espacio urbano?

Por un lado, la reivindicación de urbanización en todos los barrios populares. Hoy por hoy, el acceso a los servicios básicos no es un hecho. Además, está el nivel de hacinamiento en el que se vive, y la necesidad de planes de vivienda social. En términos más juveniles, la mayor problemática que hay en los sectores populares son las adicciones. A los pibes y las pibas los mata el paco. Sin embargo, no hay recursos ni programas estatales potentes que apunten a solucionar el consumo. Los tratamientos son carísimos y no son buenos: la realidad es que el único esquema de tratamiento institucionalizado que hay es con más drogas. No es un sistema que intente sanarlos. En paralelo, existen un montón de organizaciones autogestivas que generan otros tratamientos que sí son efectivos, pero no tienen recursos. Hay que hacer un tratamiento importante para generar una política que trate las adicciones. La lista sigue. Todos los reclamos, si bien provienen de una exclusión histórica, en estos cuatro años se profundizaron y por ende aparecieron problemáticas muy graves.

“A los pibes y las pibas los mata el paco. Sin embargo, no hay recursos ni programas estatales potentes que apunten a solucionar el consumo. Existen un montón de organizaciones autogestivas que generan tratamientos que sí son efectivos, pero no tienen recursos. Hay que hacer un tratamiento importante para generar una política que trate las adicciones”.


En Argentina, el promedio de edad para ocupar un cargo en la legislatura es de 57 años ¿Creés que la crisis provocada por el macrismo fue uno de los motivos que posibilitó tu candidatura?

Entiendo que es el resultado de procesos paralelos que tuvieron mucha fuerza. Uno de ellos es el kirchnerismo, ya que fue un proceso que construyó politización. Medidas como el voto joven nos posibilitaron ser críticos, incluso al propio gobierno que nos otorgó las herramientas de discusión que nos permitieron pensar en cómo reivindicar cada horizonte. Se formó una generación con conciencia de que existe una Argentina que amplía derechos y que no se resigna y lo comprende como parte de las responsabilidades de su propia etapa. En cambio, el macrismo implicó todo lo contrario: la antipolítica y el ahogo del pensamiento crítico. También hay un elemento histórico de por medio. La juventud siempre fue vanguardia en los grandes momentos de movilización, por ende no se escindió del proceso de derrota del modelo neoliberal. Creo que por sobre todas las cosas, mi caso tiene más que ver con el desarrollo del movimiento feminista. Es un movimiento que -no necesariamente desde lo político partidario- viene a replantear las formas de liderazgo, la lógica con la que se hacía política, y el lugar desde el que se hace. El concepto de “revolución de las hijas” da reconocimiento a eso. La generación feminista no surgió por arte de magia. Es una construcción producto de la persistencia histórica de otras compañeras que lo hicieron desde la adversidad y la marginalidad impuesta. Gracias a ese proceso, nosotras tenemos una conciencia y disposición que ese movimiento pudo incorporar y decir “bueno, ahora les toca a ustedes”. Dar el lugar y ceder el espacio es algo que los hombres no hacen, ni en la política, ni en ninguna parte. Creo que para nosotras fue decisivo el haber sentido la invitación a ser protagonistas de un proceso de cambio como lo es y lo fue el feminismo. Tenemos una nueva concepción de lo que significa el poder y del respeto que le tenemos. Se trata de una filosofía de ocupar espacios, que se traslada desde el cupo femenino en festivales, hasta la política institucional. Entendemos que es la única manera de hacer visible nuestras reivindicaciones.

¿Qué capital simbólico te dejaron las dos presidencias en el Pelle?

Vine a esta legislatura siendo presidenta del Centro. A veces, golpeando puertas y pidiendo que me apoyaran con algo, y otras desde la calle, movilizándome contra algo. Es loco, porque mi contacto con este espacio siempre fue de confrontación o rechazo. Lo que más me copa es que las pibas como yo -a las que les toque estar ahí afuera o necesiten ayuda con algo- me conocen. A mí me hubiese encantado sentir que en todos los conflictos teníamos a alguien de los nuestros adentro. Quiero que se entienda que estoy a disposición de sus procesos, no para estar en diálogo con, sino como parte de. Mi juego acá es no olvidarme cuál era mi juego antes en relación a este espacio y no adaptarme o resignarme a la lógica que impera en este tipo de lugares.

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