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Una banda de chicas: empoderamiento en el más radical de los sentidos

La película dirigida por Marilina Giménez se destacó en festivales de Estados Unidos y Europa. El empoderamiento de mujeres y diversidades en la música va más allá del cupo: implica desmontar ideas demasiado arraigadas respecto a que las femineidades obtengan retribuciones que les permitan vivir de su vocación.


Por Laura Bravo

Mueve tu cuerpo / Suelta tu voz / Respira profundo / Y mímate

(Nuestro Amor Es Música – Ibiza Pareo)

Marilina Giménez tocó con dos amigas hasta 2013, en una banda llamada Yilet. Las imágenes de aquel entonces muestran lo que pudo haber sido la road movie de una gira. Aquel intento, en principio autobiográfico, luego coral, da cuenta de un recorrido en cuyo transcurso la directora se percibe como parte del colectivo feminista, lésbico y transfeminista que habita la escena musical under actual.

Esta certeza es parte del viaje, real y metafórico, por espacios autogestionados hasta donde acompaña a Chocolate Remix, Ibiza Pareo, Kobra Kei, Kumbia Queers, Las Kellies, Las Taradas, Liers, Miss Bolivia, Sasha Sathya, She Devils y, por supuesto, a Yilet. El periplo comienza enumerando las dificultades típicas: descalificación, falta de presencia en los medios y demanda de comportamientos estereotipados, para luego trasladarse a problemáticas más íntimas como las expectativas familiares y la maternidad.

Los relatos provienen de diferentes rangos etarios: Pat Pietrafesa pisó el escenario de Cemento mientras que Romina Bernardo nació en aquella época. En la actualidad, la lógica patriarcal no se expresa pretendiendo el rol de groupie o musa, alcanza con grillas en las que se les asigna la madrugada o con la eterna restricción económica como factor disuasivo. Esta limitación, a veces las aleja de la vocación o las invita a explorar otras alternativas artísticas en campos más receptivos.

El abuso latente y la inequidad de género se replican como en otras narrativas contemporáneas pero también hay una feliz ostentación del deseo, un goce efusivo, una seguridad construida a fuerza de resistencia.


Hace algunos años, antes de que el feminismo atravesara todos los ámbitos de la actividad y el pensamiento, las fechas compartidas con otras mujeres tenían esa condición como único elemento de contacto. El resto, la música, no merecía ninguna connotación adicional para el organizador.

El abuso latente y la inequidad de género se replican como en otras narrativas contemporáneas pero también hay una feliz ostentación del deseo, un goce efusivo, una seguridad construida a fuerza de resistencia. Las marchas de Ni Una Menos, por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y 8M, constituyen un territorio de encuentro, de cohesión. El documental muestra tomas de esa puesta en cuerpo y ese ejercicio de la militancia.

Giménez sale hacia el underground y conduce a los espectadores hacia una noche que luce nueva, que despliega erótica, estética y energías propias. Otra forma de vestirse, de elegir colores, de crear una imagen alejada de la norma. El guión también nos cuenta la historia de la directora, el desgaste natural de una banda, el momento en el que los proyectos se bifurcan.

Postulan Frith y McRobbie (1990) en On record. Rock, pop and the written world, que, desde la óptica de la industria, las mujeres hasta los ’80 fueron vistas como consumidoras, no como generadoras. Por su parte, Reynolds y Press (1995) en Sex Revolts: Gender, Rebellion and Rock’n’Roll, se valen de la distinción sartreana entre revolucionarios y rebeldes para argumentar que las estrellas musicales masculinas ejercen el rol de rebelde pero no de revolucionario. En este filme, a casi treinta años de esas investigaciones, no quedarse detrás de un piano o un bombo implica apostar a un empoderamiento en el más radical de los sentidos.

Las industrias culturales tienen numerosos actores, es por eso que la convivencia con productores, ingenieros y técnicos está plagada de mansplaining o pseudo halagos donde frases como “tocás como un chabón” también refieren prejuicio e incertidumbre. En una de las últimas funciones del MALBA (en febrero 2020) participaron del debate representantes de Red Mujeres en el Sonido, quienes relataron en primera persona sus desventuras en un campo de hegemonía masculina.

La ley de cupo femenino en festivales establece que se debe contar, como mínimo, con la presencia de un treinta por ciento artistas femeninas. La legislación, que causó un innecesario revuelo, aspira a lineups que pongan fin al destrato y la desigualdad. Queda al futuro la misión de que pibas y diversidades no toquen por el amor al arte o por sumas magras sino que obtengan retribuciones que les permitan vivir de su vocación.

La película pasó por el Frameline, que es el festival LGTBIQ más grande de Estados Unidos y fue premiado en el Festival Queer de Lisboa. La elección de la directora de utilizar la palabra chicas en lugar de mujeres como expresión condensadora, además de ser acertada, echa luz sobre un fenómeno fecundo y heterogéneo que trasciende lo que se puede intuir desde esta reseña.



Una banda de chicas (2018)
83 minutos
Dirección: Marilina Giménez
Guión: Marilina Giménez, Lucía Cavallotti.
Productor: Florencia Jaworowski.
Montaje: Julia Straface.

PRÓXIMA PROYECCIONES:
Del 6 al 13 de Mayo la película estará online en el Festival Construir Cine, en la plataforma Octubre TV

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