Piedra Libre

El cruce epistolar | Con Eduardo Cormick

El género epistolar nunca perdió su magia, pero en medio de una pandemia, se revitaliza como una forma de conversación. Un fugaz encuentro entre escritores acerca de gigantes capitalistas, movimientos rapaces y pequeños vuelos cuidados.


Por Pablo Pagés.

9 de diciembre del 2020
Islas del Delta del Tigre, desde algún lugar de la primera sección.

Hola Eduardo Cormick,

En estos días tengo una sensación muy particular. Siento que estamos regresando, siempre. Un camino de vuelta que puede tomar mil formas. ¿Será que eso es la literatura?

La tenía clara Proust. Es un placer enorme darse cuenta de esto. Uno anda tratando de escribir algo atractivo, algún cuento generoso o, quizá, una carta inolvidable, y se olvida que tiene que dejarse llevar por ese río, desandar los pasos y volver a ese lugar en donde la verdad y la belleza caminan fugaces sobre una cornisa de destellos. Unos se van para un lado, otros para el otro. Construir es un gran simulacro. Es torpe y fatal. Por eso me importa tanto el mundo de los objetos que ya han perdido un sentido de funcionalidad pero se conservan porque ocupan un espacio. Solo eso. Pero nosotros no podemos ocupar nada. Somos materia en transformación que pronto será un poco más que barro.

Pero bueno, dejemos estos entuertos filosóficos y vayamos a lo nuestro. Algo nos vincula. Algo nos dice que tenemos que seguir escribiendo. Y en este punto usted y yo somos como primos. Algo en su escritura simpatiza con las historias de pueblo chico. A mí, por otro lado, la isla. Ese olor a tranquilidad sostenida por palabras, sin protocolos ni mucha cosa de reglamentos y sanciones. Escapamos a la ciudad por la necesidad de volver a un sitio donde no hay tanto ruido flotando en el aire, como una espesa nube de fantasmas que por momentos intentan disuadirte de tus verdaderos problemas.

Me olvidaba, a propósito de estos viajes, muchas veces, hacia territorios, hacia la conquista del espacio físico y otros hacia dentro de uno mismo. Esta diferenciación en la literatura hacía Piglia, por supuesto con otras palabras, yo solo revoloteo en el concepto.

Te felicito, ya que me he enterado que publicaste este inmenso laburo de investigación sobre los rastros de irlandeses en la historia argentina. En más de una ocasión disfruté muchísimo de tu prosa y esas anécdotas sobre ciertos personajes de vaya a saber qué linaje. Un inmenso desafío el tuyo, que ha llegado a buen puerto.

Pero vió usted lo que sucede, tanto en mi lugar, como en los suyos. Parece que este mundo se pudre cada vez más rápido. Todos esos campos súper productivos fumigados con esa mierda de glifosato. Pocas lluvias. Pantanales que se queman y se convierten en campos de siembra y ganadería. Puertos, silos, barcos enormes encallados en el Paraná, toneladas de soja transgénica. ¡Qué horror! Este monstruo es imparable. .

Realmente no sé cuánto tiempo este ecosistema pueda resistir. Las afluentes del Luján son muchas y por todos lados hay curtiembres, villas pegadas sin sistema de cloaca, camiones que dejan toda la mierda de las destilerías del polo petroquímico del Dock Sud, y cuántas cosas más. Ni hablar de los grandes ríos y la quema de pastizales para meter más soja y enfermar, matar y destruir.

Con esta bajamar pronunciada por las lluvias miserables en Ecuador, Brasil, Bolivia y todo el cinturón de los Andes es triste presenciar cómo el río no tiene la fuerza que tenía antes y las cosas se transforman en una sopa de químicos que suben y bajan.

Eduardo, vos conocés mis inclinaciones marxistas. El amigo barbudo vio toda la secuencia. Ahí nomás con una revolución industrial recién empezada. Esto es un monstruo indetenible. Creo, sin lugar a dudas, que vamos a llegar a la autodestrucción.

Estamos hablando de los virus sin saber que nosotros somos los virus. Destruimos una parte del planeta y nos mudamos a otra para seguir alimentando a los dueños de los medios de producción. Hasta es anticuado llamarlos así, son grandes corporaciones formadas por muchos países. Mierda. Shakespeare ya nos advertía que la política iba a ser la continuación de la guerra.

Acá en la primera sección de islas aún no pasa esto de lo que habla Conrad en El Corazón de las Tinieblas. En versión minúscula es algo así como Dr. Jekyll y Míster Hyde. ¿Qué nos quisieron transmitir estos dos libros? Pienso en que un sujeto en sociedad está definitivamente alienado, a menos que se dedique a escribir, de vez, en cuando.

Suelo pensar en esto cuando, en el amanecer, las aves comienzan a cantar con una fuerza formidable. Hay un ave que aún no puedo identificar y que antes no estaba. Es un bicho raro. Tan raro que aún no lo pude ver. El canto es completamente distinto al de cualquier ave por estos pagos. No se extiende, es corto y potente. Tiene dos secuencias: la primera corta, se produce un silencio; y la segunda algo más larga y más intensa. Para nada se parece al de cualquier otro plumífero conocido por estos pagos. Es muy intenso y grave. Pareciera que tiene una gran caja de resonancia. Todavía me quedan esperanzas de algún día ver este animal tan escurridizo.

Vayamos a Conrad. Porque Conrad sabía muy bien a dónde se dirigía su novela y sobre todo la función que iba a cumplir este loco de Kurtz. Se fue de la civilización para armarse de otra locura. La novela se centra en eso. Si nos vamos de esta maraña de modernidades terminamos por armar algo que excede nuestra animalidad. Ya somos bichos infectados por el poder. Dementes, alucinados, algo asesinos, bestias que en lo profundo de la selva forman otro imperio sostenido en el miedo al castigo. Alguien debe ejercer ese papel crudo y fatal de imposición sobre el resto y ese alguien es quien ha conquistado el mundo. Otra vez. Una y otra. Cuando se nos pone en la libertad absoluta somos guerreros que luchan por mantener su reino a base de sufrimiento y muerte. Conrad nos dice que esta modernidad es falsa. Es una mentira. Aún no hemos progresado como civilización. Nos quedamos atascados en una estructura de castigos que poco ha variado de Roma o los países nórdicos. Roma vive entre nosotros. Triunfó. Supo dejar el politeísmo por un Dios aún mucho más jodido. Kurtz creó su reinado y se lo considera una amenaza, un mal ejemplo del poder para esta modernidad tan mentirosa.

Creo por eso, en esta maqueta simuladora de sociedades y democracias, que aún impera cierta aprobación por la conquista de recursos naturales y aunque ya tenemos la tecnología, seguimos boludeando con el crudo de petróleo y todas sus refinerías y derivados.

Somos la peste. Las pobres ratas no tienen nada que ver con esto. Es más, siempre me simpatizaron.

Y ahora, donde todo vuela por ondas invisibles a grandes velocidades, donde parece que el 5G será el ancho de espada para la nación corporativa que lo ponga a funcionar, donde la maquinaria subliminal de Hollywood no se cansa de inventar series de vikingos estrafalarios, reinados sangrientos, y bestias imposibles que caminan por esa edad media infinita, alquímica y muy lucrativa. Ahora todo eso se nos mete en la cabeza y le damos unas vueltas aún más violentas a este hervidero de mierda que llamamos “sociedad democrática”. Al carajo, seguimos siendo unos pendejos.

Eduardo Cormick, en lugares como la isla o la melancólica y remota pampa, caminamos hacia la brutalidad de un poder primitivo que se ejerce en unos sobre otros.

Miradas más, miradas menos, usted y yo somos algo así como primos cercanos mirando con similares prismas este mundo enrarecido por la acumulación desmedida de unos pocos. ¡Eso sí que es violencia!

No lo quiero aturdir con mis devaneos imposibles así que le propongo una despedida silenciosa a la espera de sus novedades.

Un abrazo Eduardo.

Pablo Pagés


En Buenos Aires, 22 de diciembre de 2020

Hola Pablo Pagés:

El cielo parece darnos señales. En este año en el que la naturaleza nos puso en duras pruebas de aislamiento, cuidados extremos, saludos a la distancia (eso a los que no nos castigó con el virus letal), en este mismo año digo, el cielo nos permitió ver algunos signos. Tal vez la disposición a mirar el cielo con espíritu contemplativo, el descubrir que tenemos tiempo para perder el tiempo, que no tenemos que estar en otro lado justo ahora que estamos acá y que no podemos llegar allá, que se nos hizo tarde. Quizás ese retorno a la capacidad de mirar alrededor nos hizo descubrir algunas cosas que ofrece el cielo, y prestarles atención, y hablar un poco acerca de ellas, como yo ahora.

Hubo el eclipse, ese que solo podríamos ver los que vivimos en estas latitudes sur, entre Chile y Argentina, afortunados beneficiarios de ese juego de escondidas del Sol detrás de la Luna. Y nosotros preguntándonos qué mensaje nos estará enviando la naturaleza, repitiendo la pregunta que se formularon los primeros de nuestra especie. En estas noches de cuarto creciente, sobre el final del año, Saturno y Júpiter se acercan y allá, en el cielo del poniente, en la inmensa bóveda oscurecida tras la puesta del Sol, aparece otra señal: la Estrella de Belén. Que aparece cada muchos tantos años, solo a veces en esta hora en la que puede darnos un breve espectáculo gratis, apto para todo público, sin restricciones de ninguna índole. Desde nuestro lugar, los dos pies sobre el suelo, la cabeza ligeramente inclinada para observar ese juego planetario 18 grados sobre la línea del horizonte, aparecen las mismas ancestrales preguntas.

Los astrónomos, que ya tienen las respuestas a las preguntas, comparten con el resto de los mortales la misma curiosidad. Hay algo ahí que hace que hasta los que conocen el truco estén esperando el momento mágico. Todos como niños siguiendo las manos del prestidigitador.

Si es en cambio de día, el cielo estará poblado de palomas. Con la primavera, el casal de torcazas repitió la ceremonia de armar el nido sobre la maceta verde. Esperaron con paciencia los días y las noches para que los huevos se abrieran y nacieran los pichones. Los alimentaron y alentaron a salir, de a poco, a recorrer el cercano vecindario dentro del balcón. Después, a probar el vuelo.

Por los mismos días un par de gavilanes ejercitaba sus vuelos en altura y sus caídas en picada para hacerse de presas desprevenidas.

Siempre hubo torcazas por estos cielos. Pero los gavilanes, ¿cuándo llegaron?, ¿desde cuándo están? O es que siempre estuvieron y solo se los ve si se presta atención.

Torcazas y gavilanes, anticipo del drama. En medio de la bucólica escena de pichones en su torpe primer volar, se descuelga de lo alto el gavilán para buscar su comida. Alboroto de alas y chillidos interrumpido por la llegada salvadora, para las torcazas, de Ana, que se asusta del bicharraco pero lo espanta. El gavilán levanta vuelo y huye. Ahora las torcazas se acercan al lugar del conflicto: ¿y sus pichones? Las que siguieron fueron horas de congoja, de incertidumbre, de oscuros pronósticos. Un día después los pichones estaban de regreso en el balcón, probando su torpe vuelo, sobrevivientes de la primera prueba. Los progenitores se habían ocupado de protegerlos, quién sabe cómo.

El cielo de Buenos Aires está surcado por predadores.

Las calles de Buenos Aires están pobladas por millares de itinerantes sin mapa ni brújula. Hacen noche apretados contra la cortina metálica de un negocio. Esperan que la oscura ciudad quieta y temerosa del virus les dé aunque sea un rato de intimidad. Así, tan expuestos, tan ignorados como están, buscan su lugar en el que guarecerse.

Por esos lados litoraleños que frecuentás, Pablo, también el bicherío encuentra un lugar para acomodarse y expandir la prole. Los zorritos buscan una alcantarilla que los abriga y guarda de los perros sueltos, las pavas de monte se aquerencian en el árbol vecino y dan su canto madrugador, los zorzales y horneros se zambullen lo más campantes en el charquito que dejó la lluvia y buscan el sustento entre los yuyos. ¿Cuánto más necesitan? ¿Cuánto menos tienen que el que está chupando frío, impotencia y miedo acurrucado contra la vidriera?

Señales: cuando el homo sapiens retrocede, las torcazas y gavilanes, los zorritos y pavas de monte recuperan terreno. Hemos visto montones de videos con monos, cabras, pájaros varios, paseándose por territorios que el hombre dejó vacantes.

En el Riachuelo, castigado por décadas de efluentes industriales, han vuelto a anidar las gallaretas. Se las ve contentas, sin stress. Pero el homo sapiens, nosotros, al retroceder, ¿protegemos a los pichones que no saben volar? ¿Damos amparo al que se quedó a la intemperie? Te pregunto y ambos conocemos la respuesta.

La señal que nos dan bichos y plantas al retirarse cuando el homo sapiens avanza, para recuperar espacio cuando nos recluimos, es el aviso de que, si se insiste en este modelo de producción hasta el infinito de bienes de consumo, el resultado no será el bien y el horizonte no será infinito, sino de acá a unos metros. Este camino y ritmo de marcha parecen tener acá nomás un cartel que dice: calle sin salida.

Santiago Roth, un geólogo autodidacta que nació en el cantón de Berna, en Suiza, y se crió en la Colonia Suiza de Baradero, donde el río Arrecifes está llegando a su destino, recorrió a comienzos del siglo XX una amplia zona del noroeste bonaerense. En un informe técnico dijo entonces:

“El arroyo Pergamino salió antes de la laguna Juncal Grande, que se hallaba en el centro del bañado mencionado. En el tiempo de cuarenta años, que yo lo conozco, se ha borrado el cauce en una extensión de más de seis leguas y el bajo, por donde corría, se ha transformado en una cañada, donde hay agua solamente cuando llueve.”

Cuando Roth escribió esto, hacía solo unas décadas que el homo sapiens, bajo el gentilicio de argentinos, había comenzado ahí su plan de expansión agropecuario. Desde ese texto hasta hoy pasaron 104 años; podemos aproximarnos a cuál pudo ser el impacto en el medio ambiente.

¿Será entonces que debemos optar por el regreso del sulky como medio de transporte y olvidarnos de confortables automóviles? Reconozco que es muy placentero viajar en sulky un rato, pero no creo que pueda convencerte de que desplace del todo a los automotores. Pero aún dentro de los vehículos impulsados por motores, ¿cuál medio se adaptaría mejor al imperativo de uso racional de los recursos? La vasta red ferroviaria fue un símbolo de conectividad entre ciudades y pueblos. El lento abandono y el tiro de gracia que recibió en los noventa dejaron la conexión en manos de autobuses y camiones, que consumen mucho más carbono y dan una prestación inferior por donde se mire. Algunas ciudades, pocas, reciben la reconfortante visita de los aviones, en cuyo caso la fórmula vuelve a ser de multiplicación. En medio de estas divagaciones, ¿cómo los ríos Paraná y Uruguay (y podríamos agregar varios más) son usados apenas para transporte de productos para la exportación y no existe un transporte de pasajeros que nos lleve río arriba a visitar Asunción? No hay algo como la Compañía Fluvial del Caribe que recorre el río Magdalena en El amor en los tiempos del cólera.

El barbado alemán apostó, con su amigo inglés, a la capacidad de la clase obrera de enfrentar a sus patrones y derrotarlos, concientización mediante. Pero, ¿cómo resolverían sus problemas los campesinos irlandeses, cuya explotación beneficiaba a nobles, burgueses y proletarios de Inglaterra?

Hoy, siglo y medio después de aquellos interrogantes, ¿cómo puede el trabajador resolver su futuro desde la situación de home office, en un extremo, hasta la de changas cuando hayan y como sean, en el otro?

Apuesto a que la respuesta, difícil de postular y más difícil todavía de implementar, sería: ¿Qué es lo que necesitamos? ¿Qué es lo que podríamos tener pero que no sabemos de veras para qué? ¿Cómo advertimos la diferencia entre una y otra pregunta?

Después de décadas en que nos acostumbraron a que fumar es un placer, que pertenecer tiene sus privilegios, que podemos acceder a algo que es caro, pero el mejor y otros muchos impulsos a desear, la ñata contra el vidrio, cosas de difícil acceso y dudosa utilidad, ¿cómo haremos para aprender a meter las manos en tierra para lograr un fruto sano y fresco, las manos en la hoja de un libro para rescatar un poema de Juanele?

En la orillita mansa del arroyo que transcurre junto a tu cabaña islera, con el privilegio de escuchar a los zorzales y disfrutar el vuelo elegante de garzas y bandurrias, bajo la sombra reparadora de sauces y casuarinas, reciba amigo Pablo mi agradecido abrazo por su carta, y el utópico deseo de que el nuevo año nos haga más buenos y más fuertes para continuar con nuestra tarea de escribir historias y reconfortar espíritus golpeados.

Eduardo

Chimango. Biodiversity Heritage Library – Atlas: Voyage dans l’Amérique méridionale
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