Literaturas

Peronismo y vanguardia en Alejandro Rubio

En la poesía de Rubio la agitación funciona en todos los niveles de la lengua. Una alternativa a los gestos testimoniales y la cautela imperantes en la escena cultural.


Por Martín Baigorria.* Foto de portada: Santiago Porter

Al día de la fecha la obra de Alejandro Rubio abarca unos 15 libros publicados entre 1997 y 2019. Su punto de arranque es el registro de la experiencia neoliberal y la crisis del peronismo durante la década del noventa. A partir de ahí se abrirán varias perspectivas que se ramifican y vuelven a confluir en su escritura: percepción del deterioro social, manejo plástico del estereotipo, negación al nivel sintagmático, juego con la repetición y el absurdo. Extremando ese movimiento, incluso el realismo llega a la mesa de disecciones: en un libro como Rosario cada referencia desemboca en una miríada de asociaciones críticas o humorísticas que plantean una discusión con los gustos literarios del momento, los prejuicios sociales o los mitos de la burguesía local. Los vínculos entre realidad y subjetividad, formas y contenidos, se juzgan a partir de las contradicciones irresueltas u olvidadas de la nación, en el “más allá de la patria soberana”. Por eso vale una comparación con un artista como Daniel Santoro: mientras éste pinta la comunidad idealizada del primer peronismo donde reinaron el goce y la humildad, Rubio dirige la atención hacia el presente recuperando el lado más antipático de esa identidad política.

Todo esto supone un énfasis polémico sin equivalentes en la literatura argentina, más amplio y arriesgado si tenemos en cuenta otros precedentes como David Viñas o Rodolfo Fogwill. El diagnóstico surgido en la década de los noventa se expande desde el presente hacia el pasado; al igual que con la identidad de la clase trabajadora, nada queda de la cultura o la tradición: “la patria es caca / y todos nosotros fecales somos”. Porque incluso aunque para la izquierda nacional haya un pasado a rescatar, poetas como Leónidas Lamborghini o Rubio son menos optimistas. Si sobrevive, serán máscaras ruinosas antes que un horizonte de sentido salvaguardado mediante mitos o genealogías. Se redobla así ‒por paradójico que parezca‒ el planteo de Jauretche: la nación es un proyecto inconcluso, sus símbolos e instituciones meras figuritas de papel.

“El diagnóstico surgido en la década de los noventa se expande desde el presente hacia el pasado; al igual que con la identidad de la clase trabajadora, nada queda de la cultura o la tradición: ‘la patria es caca / y todos nosotros fecales somos’”.


Pero cabe ver también en ese diagnóstico terminal un programa de mayor alcance. La intención clásica de la crítica ‒confrontar las ideas con la realidad‒ se redobla con un planteo vanguardista que apunta a producir un estado de agitación permanente ya sea al nivel de la poesía, los medios masivos o las formas ideales del arte y el pensamiento. Así entiende Rubio la discusión del peronismo con la Cultura: cuando se deshace su aura de universalismo, sus grandes símbolos y axiomas funcionan con la violencia de una pantalla, estereotipos visuales, sonoros o léxicos que delimitan el día a día de la conciencia…

¿Y entonces por qué no usarlos para hablar del presente? Esta perspectiva marca una diferencia con esa cultura de izquierda que logró resistir en democracia apoyándose en el pasado ‒a través de la historiografía, la genealogía, los homenajes, etc.‒. Y también frente a un ambiente literario donde la noción dominante de crítica se reduce al elogio, la efeméride o el resumen melifluo. Rubio no encaja dentro de ese panorama. Pese a todas las derrotas, se propone una alternativa a una maquinaria cultural acostumbrada a la cautela o los gestos testimoniales. El cuestionamiento a los bienpensantes se convierte en una controversia secular, un ataque al orden cristalizado en los usos de la lengua. A mediano o largo plazo es la mayor apuesta de su obra.

* Versión breve de un artículo publicado en la revista Estudios filológicos, N° 67, julio de 2021, Santiago de Chile


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