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The Many Saints of Newark | O cómo transformar una serie de culto en una pochoclera humeante

Tras el reciente estreno de la película precuela de Los Soprano en cines, Los Santos de la Mafia (2021), las expectativas se desinflan con los golpes de efecto, las tramas indefinidas y la sobreabundancia de guiños nostálgicos pero vacíos a la cultura pop.


Por Marvel Aguilera.

Cuando David Chase decidió abrir el abanico de aquel mítico fundido en negro que había cerrado Los Soprano en 2007, todo parecía indicar que la apuesta era demasiado arriesgada, más sin tener la posibilidad de usar al jugador franquicia de su creación, el majestuoso James Gandolfini. Sin embargo, el entusiasmo de las nuevas generaciones de fanáticos que redescubrieron la serie y la ilusión que despertó el gateo artístico de su hijo pródigo, Michael, poniéndose en el mítico personaje de su padre, Anthony Soprano, pusieron en vilo el estreno de esta precuela, Many Saints of Newark. No obstante, las sonrisas duraron poco. Muy poco. Mucho más para quienes vieron cómo un mundo conceptual cargado de significaciones, de giros filosóficos y abordajes psicoanalíticos que cruzaban el trauma y lo onírico, que han deleitado y educado a toda una generación, se vieron subsumidos en una lógica chatarra propia de una novedad de Netflix, donde priman los golpes de efectos, los guiños nostálgicos a la cultura pop, las tramas indefinidas y la falta de identidad en cada uno de los personajes.

Si algo caracterizó a la familia mafiosa de New Jersey fue ese costado sentimental y empático que transmitían sus personajes a pesar de su cotidianidad entre crímenes y pecados: los respiros de ternura de la megalomanía de Tony, la sensibilidad de Junior bajo su capa de implacabilidad, la honestidad de Meadow o el espíritu aventurero de Paulie. Poco de eso es lo que transmiten los protagonistas de la precuela Many Saints of Newark. Un film que parece por momentos ser un extenso tráiler en donde los personajes dejan traslucir aquello en que se convertirán en la próxima película, pero que no terminan de plasmar nada en las dos horas del actual largometraje. Hay algo que no conecta, acaso como si el propio Chase no estuviera detrás, aunque sí haya estado. La familia no ocupa el centro de la escena, no hay cohesión alguna, sino personajes con problemáticas personalísimas que lidian y bordean decisiones que poco afectan al resto de la familia y que sin duda son parte de un relleno sin sentido.

Hay algo que no conecta, acaso como si el propio Chase no estuviera detrás, aunque sí haya estado. La familia no ocupa el centro de la escena, no hay cohesión alguna, sino personajes con problemáticas personalísimas que lidian y bordean decisiones que poco afectan al resto de la familia y que sin duda son parte de un relleno sin sentido.


La historia, que transcurre entre los años sesenta y setenta, en plena disputa por los derechos de la comunidad negra en Newark, en un clima que parece en un primer momento central para el desarrollo de la trama y que paulatinamente se va diluyendo, gira en torno a tres personajes. Por un lado, Dicky Moltisanti, el padre de Christopher en Los Soprano -que curiosamente es la voz narradora de la cinta desde la tumba-, un mafioso inteligente y atractivo, una especie de erudito en el arte de la organización que se ve envuelto en malas decisiones debido a su impulso violento pero, a diferencia de Tony en la serie, calibrados con un tono de histeria y mojigatería que por momentos lo hacen un pelmazo al que nada le viene bien. El otro es Harold McBrayer, un cadete negro de la mafia, subordinado de Dicky, que luego de separarse de su jefe empieza a interiorizarse con las revueltas sociales (que recrean los disturbios de 1967) para culminar ansiando disputarle el poder a los italianos y formar su propia familia. Finalmente, el personaje de Tony Soprano, en la piel de Michael Gandolfini, un Tony que se divide entre su infancia, en la que se mezclan su reconocimiento del entorno familiar criminal y los primeros actos de rebeldía en la escuela, con una adolescencia en la que Dicky funciona como un faro que por momentos clarea y por otros oscurece el futuro del próximo capo de New Jersey.

Quiza Many Saints of Newark hubiera sido un buen inicio de una trilogía de mafia con otro universo fílmico, pero querer funcionar como el origen de Los Soprano la convierte en una bolsa de referencias forzadas y nostalgias berretas, propias de la moda que impulsó Stranger Things, sin la menor profundización histórica, política y cultural. Personajes que florean su absoluta intrascendencia, como el que desarrolla Ray Liotta tanto como breve líder de la familia como siendo, asimismo, el tío gemelo, consejero de Dicky desde la cárcel. Escenas incongruentes como la de Tony robando un camión de helados que parece querer reflejar ese trastorno entre violento y simpático que tenía el personaje encarnado por James Gandolfini pero que en él no son más que un gag que poco aporta al desarrollo de su identidad. O la del padre de Tony disparándole en el pelo su esposa solo para ilustrar aquella vieja anécdota alguna vez comentada en la serie. Por momentos, David Chase, de la mano del director Alan Taylor, buscan querer homenajear al cine scorsesiano de Goodfellas, Malas Calles y Casino, con mucha violencia y buena fotografía, pero sin un piso firme, repleto de historias inconexas y falta de un telos filosófico al que los personajes puedan aspirar.

Una película incómoda, que no logra ni transportar al mundo de Los Soprano ni tampoco crear las condiciones -más que en algunos flashes finales- para una nueva etapa en la franquicia. Seguramente muchos hayan puesto sus esperanzas en la interpretación de Michael Gandolfini, pero más allá del parecido físico, innegable, su papel tiene serios problemas para desenvolverse. Falto de expresiones, y con poco guión, cae en una actuación tímida que poco empatiza con el espectador, aunque al menos deja algunos guiños de sana maldad y bravuconada que hacen pensar que su principal partido es el que viene en alguna próxima entrega. Mención aparte para el personaje de Junior que, aunque se torne sobreactuado, logra tener su momento de redención del patetismo y mostrar algo de la frialdad con la que tanto supimos conocerlo.

Many Saints of Newark es un film que nos certifica que aun la serie que supo revolucionar al mundo de la televisión y llevarla a un plano de excelencia difícil de superar, también puede convertirse, dentro de esta cultura neoliberal, en una comida chatarra lista para ser devorada sin el mínimo deleite del paladar.


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