Hace una semana se lanzó el último disco de Palo Pandolfo, un músico que siempre puso al talento y la sinceridad por encima de cualquiera de sus proyectos.
Por Marvel Aguilera. Fotos: Leo Vaca (arte de tapa)
Nunca es fácil hablar de un disco póstumo y más cuando ese larga duración tiene lugar tan solo tres meses después de la partida de su creador. Siervo es una obra muy impregnada por el eclecticismo de Palo, por la amalgama de canciones que flotan bajo esa voz de trovador tan suya, que raspa y parece pujar sensaciones de herida y pulsión en cada tono. Un trabajo que podría configurar buena parte de su amplia trayectoria, mimetizándose con sonidos que parpadean lo electroacústico entre el rock, el pop y el folklore, pero guiados por un mantra abrasivo, aunque sutil, a lo largo de las once canciones que conforman el disco. Un larga duración que deja a las claras el enorme corazón que Pandolfo ponía en cada ejercicio compositivo y el concepto que siempre configuró, minuciosamente, alrededor de sus álbumes.
“Doble Corazón” es de esos inicios en que la melancolía sienta las bases para dejarse ir por las palabras de Palo. Una declaración de principios pero también de identidad que fluye con aura de guerrero: “No tengo casa, no tengo celos, toda mi vida en una flor/ Cubro mi cara con un pañuelo, guardo el aliento del corazón/ No tengo ganas de andar por el suelo, siento la nieve del desamor/ Busco en el cielo la luna nueva, el frío cielo esperando el gol”. El avance a “Párpados” introduce el shock de una guitarra en una cadencia algo más en trote que suma la voz de Fito Páez, como una conversación que rebota entre el sonido. En “El alma partida”, el primer adelanto del disco, un sencillo que podría picotear en el mundo de su disco A través de los sueños, Palo se permite indagar en las sensaciones tanto físicas como espirituales que produjo la pandemia bajo un ritual hipnótico que transmiten los elementos de la percusión. De la voz susurrante de Mora Navarro en “La idea” hay un salto al manifiesto poético de “Endemoniado”, donde se luce el Palo que hace de las palabras un tornasol de belleza y honestidad, “Ando siniestrándome, cosas que no quiero hacer/ Aguas que no quiero beber/ Formas diluidas/ Frío en el atardecer/ Cierro una ventana/ Cosas que no dejo entrar/ Miedo que no dejo salir”.
El aire folklórico con brisas flamencas de “El viento” es el tránsito hacia “Tu amor”, el último sencillo que sacó Palo junto con Santiago Motorizado, un tema que hace recordar a Rosario Bléfari, entre pequeños arreglos y coros cálidos, posiblemente la canción con mayores destellos pop, que funciona como un recreo de la ceremonia introspectiva; que continúa con “Fe”, un coctel de guitarras con ahínco y la narrativa de Palo hecha estrofas, mandando señales de pasión, color y naturaleza. El cierre es con la spinetteana “El Madrigal”, un dejo de respeto a la partida que evoca tristeza pero a su vez un camino paulatino hacia la paz que avanza a fuerza de sentimientos, y “Humo en el aire”, una canción que parece volver al espiral del inicio del disco, entre metáforas oníricas y una armónica que enarbola una soledad mística.
Siervo es un disco que transmite el cuerpo de Palo a través de sus canciones. Donde él se deja fluir al servicio del destino. Un naufragio sonoro que cruza la cadencia de las aguas, entre soles incipientes de madrugada y la tormenta abrupta que salpica miedos, pero que siempre guarda un dejo de calidez, de “hermandad” (una cualidad clave en su obra y en él) con lo que nos hace ser, con lo que nos da vida y nos impulsa a seguir. El último disco de un músico que siempre puso al talento y la sinceridad por encima de cualquiera de sus proyectos, de un artista que recién se fue pero del cual todavía resta mucho por redescubrir, en cada escucha, en cada tono de su voz, en cada intención detrás de las palabras.