Poéticas

Agustina Pérez: “La escritura es el clamor y el reclamo por el advenimiento de las cosas”

Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, Magister en Estudios Literarios Latinoamericanos y doctoranda de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Agustina Pérez publicó su tercer libro Caperuxita (Club Hem, 2021), una ¿reescritura? del famoso cuento popular que parece nacida de las eras imaginarias de Lezama Lima.


Por Alan Ojeda. Fotos Leonel Arance

Agustina habla rápido, como queriendo alcanzar la velocidad de su pensamiento que se escapa, que parece más veloz aún. A veces la gente se la queda mirando cuando opina o explica algo. Su presencia es intempestiva y aplanadora. Timbre agudo, explosiones verbales con entonación dramática, gestos de novela. A veces pareciera tener un lenguaje propio, que los otros se esfuerzan en entender: vínculos imaginarios, metáforas, comparaciones, analogías que salen al mundo desde esa lengua privada con la que también compone literatura. Witz.

Ella es responsable de un par de libros: el poemario Nala (Las injurias, 2014), Arenal (Ludwig, 2015), y Osvaldo Lamborghini inédito (Lamasmédula, 2019), trabajo de recopilación y archivo realizado junto a Néstor Colón. Hay, en esos libros y en su forma de hablar, algo que también está presente en su nueva obra Caperuxita (Club Hem, 2021). Hay horror al lugar común, al placer vulgar de la masa, compromiso con la lengua como material y una actitud que bien podría ser considerada aristocrática, que mezcla desdén y espíritu lúdico: jugar, hacer las cosas sin peso, sin el lastre de la moral o del “buen gusto”.

Caperuxita, de reciente publicación, pareciera ser una síntesis de todos los trabajos anteriores. Cuando uno lo lee, se pregunta ¿Quién es el lector de este libro? ¿Es una lengua que busca ser descifrada como los jeroglíficos egipcios, como los códices mayas? ¿Quién será el joven Knórozov que sepa qué hacer con esas palabras?

Revista ruda

Caperuxita (Club Hem, 2021) es tu tercer libro. Anteriormente, publicaste Nala (Las Injurias, 2014) y Arenal (Ludwig ediciones, 2016). Pasamos del libro en verso al libro en prosa. No me atrevo a decir “narración”. ¿El cambio fue impulsado por alguna necesidad formal que quisieras explorar en particular?

Hay series que se arman y desarman para intersectarse peor. La procesión de Nala fue un conducto para la peregrinación de Arenal, que derivó en Llano (inédito), todavía una novela —con una sola ele— de unas quinientas páginas, donde el salto a la falsa prosa ya fue dado y equivocado: también. Una serie. Otra. En 2021 escribí una tres novellas —con dos eles. La primera cronológicamente fue Beatrix. Ahí la “prosa” se corta en segmentos horarios. Luego, Caperuxita (que en verdad es caperuxita en minúsculas, la versión original omite las mayúsculas reglamentarias, si bien hay mayúsculas, no donde lo impone una convención sino donde realmente deben estar). Acá todo llega dado por deshecho, el corte se hace cónico y crónico. Tiene tres apartados, que se barajan en un desquicie de estructuras terciarias, escandidas por otras afectas al desborde. Luego escribí cenixienta, y fui de mal en empeorar. Eso de la forma, digo. Pero, y el que dice ahora escribiendo es Osvaldo Lamborghini, la forma del poema es una desgracia pasajera. No creo que la escritura distinga entre la forma y el contenido, entre la prosa y el verso, no creo, directamente, que la escritura distinga porque ella es toda distinción. Son categorías aquellas que se ajustan más a la Literatura, mayúscula. Entendiendo la Literatura como institución, patrimonio universal por el que vela un cancerbero, criminal siempre, que necesita de categorías para que no se le venga la cosa encima. Y creo que la escritura, en cambio, es el clamor y el reclamo por el Advenimiento de las cosas.

Retomo la pregunta anterior. Dije que no me atrevo a decir “narrar”. Narrar, frente a lo que pasa en esta novela, parece una categoría propia de los siglos pasados. En ese sentido encuentro una continuidad con tus producciones poéticas anteriores, como si fuera una especie de punto medio entre la sonoridad e ilegibilidad de Nala y cierta cuestión “narrativa” mito-poética de Arenal.

Si se entiende la narración como un relato que hace a uno conocedor de esto o de aquello, no me parece que haya narración. No hay conocimiento en la escritura. Lo que hay es un acontecimiento de algo que ya pasó en, como diría Héctor Libertella, un futuro que ya fue. Más bien se trata de relatar, del refero latino que abreva de las aguas indoeuropeas. La raíz *bher-1 es, más modestamente, llevar. Y yo estoy fijada en el prefijo re, en repetir lo mismo para ver si hay o no hay, como dice el Eclesiastés, algo nuevo bajo el sol. El relato vuelve a llevar ese diezmo inaprensible que ya estaba inscrito en alguna parte y que a su vez solo se confecciona en el acto de la escritura y —como dicen los chicos de la banda punk Loquero en el cántico “Ghost in the FORA”— no es una contradicción. Algo de fantasmático en cambio sí, algo de dicción en contra: también. En cuanto a la continuidad, y dale que dale con Lamborghini, creo que escribir es empecinarse en eso de autor de un solo texto. Y que siga la guirnalda. Volver a lo mismo con otras modulaciones. Una suerte —sería una suerte—, en términos que competen al ruido, de modulación atonal. Un espacio ingrávido en el que ningún sonido es centro de nada y hay, igual, una constelación errante, romería por las Últimas Poblaciones, y un estremecimiento gravitacional que no cuaja: corta. Y acá aparece también la obra del otro Lamborghini: Leónidas.

“No creo que la escritura distinga entre la forma y el contenido, entre la prosa y el verso, no creo, directamente, que la escritura distinga porque ella es toda distinción”

A lo largo de Caperuxita hay una atención especial puesta en lo cromático. Los objetos que ocupan la narración parecen estar continuamente bajo un caleidoscopio o iluminados por los vitraux de La sagrada familia de Gaudí. ¿Qué rol cumple lo visual en la literatura para vos? En ese sentido también recuerdo, en tu primer poemario, el uso de la palabra “rosear”.

Desde el inicio de los tiempos estoy atorada en las sagradas escrituras, y ahora, circa 2020, se sumó lo medieval. Aunque es cierto que a veces salgo a hacer un mandado a otras tiendas de campaña. Me parece que la radicalización cromática —porque, como vos señalas, ya está presente una paleta específica en Nala— viene de estas romerías por un Medio Evo que fabulo como visualidad y que es, desde ya, el presente. Por otra parte, los colores son prácticamente los mismos: el rojo en su contienda contra el azul, el amarillo del pilatos de sol, el verdor imprevisto como un desierto florecido de Raúl Zurita. Toda mi escritura es geográfica y en los espacios situados suceden accidentes del paisaje y de los colores porque la luz no es la misma en todas partes, entonces aparece un lugar y la escritura va como dormida por ahí y se fija qué es lo que ve. Y lo que ve es un siempre lo mismo —un siempre lo mismo en modulación atonal.

Otro elemento que está presente a lo largo de todo el texto es la sonoridad. Colores, imágenes, formas y sonidos parecen encadenarse en algo similar a un viaje psicodélico. ¿Cuál es tu relación con el barroco latinoamericano o el neobarroso?

Para mí la escritura, esa tangente hacia las costas de las cosas, está atravesada por todo lo perceptivo, y la mal llamada imaginación es otra forma de percepción. Tiene desde ya un componente visual y otro de chirríe sonoro, pero es también una fabulación con base empírica de las experiencias táctiles —sobre todo táctiles—, olfativas y gustativas. De estas cinco, las tres que tironean de mí, sin un orden específico: la visión, el ruido, lo táctil. Una percepción holográfica en la escritura entonces que no es necesariamente acotada a la estrechez de lo humano, que se puede revirar y recalar, por ejemplo, en la magneto-recepción, o en sentidos todavía no conceptualizados. Siempre hablo de fabulación con base empírica, pero no siempre. Pizarnik, Alexandra: decir buenas noches no es lo mismo que decir buenas noches.

En cuanto al barroco en sus diversas inflexiones, creo que incluso en la escritura, por antagonismo, llamada clásica, hay barro. Anoche —anoche fue 22 de octubre— leía un discurso de John Cage. Lo copio mal, porque la transcripción manuscrita reemplaza los signos de puntuación por blancos y los ruidos del habla por signos gráficos. Bue, va: “En ese barro antes de captar las alusiones está la está si uno escucha la posibilidad de no saber qué está pasando y cada vez más en este mundo electrónico en el que vivimos creo que esta experiencia de no conocimiento es más útil y más importante para nosotros que la noción renacentista de saber A B C D E F 7 el orden de lo que uno va haciendo y bueno”. Y bueno: como el relato, a diferencia de la narración es, a sabiendas, no saber, sino llevar y traer, así el barro. No saber pero ver, de refilón. Lamborghini, en Tadeys, tiene una frase que le gusta mucho a Ariel Luppino, y a mí también: Vea cómo fue: fue como ver. O, con otra cantinela, de Héctor Libertela: en la escritura siempre se trata de no comunicar, transmitir.

No es desacertado afirmar que Caperuxita va a contrapelo de gran parte de la literatura que se publica hoy en día como “literatura joven” o de “autores jóvenes”. Una posición estética también es una posición ética ¿Qué implica para vos hacer literatura?

Para mí hacer Literatura —mayúscula— es responder a la imposición —pura impostura— de los imperativos epocales-institucionales de un ahora, ¡ya! sin consistencia. La novedad en lugar de lo nuevo, escribió Charles Baudelaire. El consenso, saludable. No, como diría Gilles Deleuze, la escritura como la gran salud. No: lo saludable, lo light, el marketing. Y corren a comprar. Corren, escalan: el turismo en lugar del aventurerismo. Ni rozados por el viento del ala de la imbecilidad, los autores creen que algo progresa porque ellos trepan. No sé —no afirmo ni niego (¿o sí?)— si se puede escribir desde esa posición. Porque desde la posición mía escribir tiene tanto que ver con una dicción personalísima como con una inscripción en una patria chica sin tiempo (una hueste, diría mi queridísima Renée Cuellar), que no cree en el ahoraya, porque el 22 de diciembre del calendario oficial comenzó el 1º de enero del 2300 a. C. y d. C. Todo junto. Volviendo: desde mi posición, escribir =espacialidad y punto (o: espacialidad y puntuación: ¿la dicción? personalísima). Publicar los autores “literatura” doy por sentado que sí, se puede. Escribir, no sé. No tengo mucha formación en el tema, pero creo que se publica mucha Literatura comprometida con lo bueno y con lo bello, hoy día. Creo, creo, que hasta es leída. Y así estamos. Milita Molina recitó una vez esta frase: aquí estamos, como siempre en estas pampas, degollándonos. Quizá sea más saludable aquello, o más bien una Guerra Santa, que las acariciadas mutuas de cancerberos lomos para un incesto en un país hiperpoblado de Literatura limpita. En cambio, la escritura como despoblaje. Hablamos también del barro. Algo así. La Mutual del Enchastre, del Desencajar. Un decir.

¿Sólo lo difícil es estimulante? Leo Caperuxita y pienso en Catatau de Leminski o la prosa de Sánchez. ¿Qué implica hoy la apuesta de producir escritura de esas características? ¿Conocés autores contemporáneos en esa línea?

La apuesta, si la hay, siempre es a perder. Una perdición definitiva, perfecta. Da igual, porque a la escritura no le importan esas cosas, en lugar de apostar sencillamente te lleva puesto, como en una colisión automovilística. Una fórmula: escribir = no elegir. Si se puede elegir, es Literatura. Y atender al consenso, pensar en el qué dirán los fariseos, es una forma muy otra de parálisis. Ahí si que no hay desplazamiento posible, en el mal sentido. No en el sentido del no puedo desplazarme que Lamborghini espetó a Oscar Masotta, que es un no poder elegir. La única dicha de la incapacidad de elección: las muecas, los gestos, las jaculatorias. Escribir, aviarse, perderse. Y orar.

Autores contemporáneos en esa línea, sí: Víktor Shklovski, Marina Tsvetáieva, Andrei Platonov. Brueghel, Claus Sluter, el Bosco. John Cage, Erik Satie, Sun Ra. Marosa di Giorgio, Martín Adán, Bruno Schulz. Milita Molina, Mario Bellatin, Ariel Luppino. Osvaldo Lamborghini.



Agustina Pérez
Caperuxita
Club Hem
2021

Related posts
Poéticas

Esteban Moore | Poeta de las pequeñas (y las otras) cosas

Poéticas

Kirki Qhañi | Sabiduría ancestral y futural

Visuales

Lo que el río hace | Un hogar interior

Literaturas

Adrián Agosta: "Veo a la poesía como una forma de pensamiento rítmico"

Seguinos en las redes @rudalarevista Revista ruda
Worth reading...
La culpa ya no es de tus padres: Poesía urgente y melancólica