
El periodista de policiales retrata en El trueno en la sangre (Rara Avis, 2021), la vida de uno de los últimos grandes delincuentes del hampa argentino, Martín “Banana” Espiasse, que engrandeció su mito desde su fuga del penal de Ezeiza en el 2013 hasta su captura final en 2017.
Por Violeta Micheloni. Foto Mechi Fahs
Experto de profesión en transformar un dato cualquiera en un mensaje claro, en información capaz de ser interpretada sin margen de error, la historia de Martin “Banana” Espiasse se presentaba para el periodista Federico Fahsbender como la combinación perfecta de escenas dignas de un western clásico o un policial negro y un cúmulo de documentación judicial casi innavegable que requería de su oficio para ser comprendida. El libro que surge de ese encuentro,es un retrato por momentos hiperrealista de un personaje cuya biografía se encuentra plagada de cuadros casi inverosímiles, una vida que parece mil vidas. Oriundo de Trelew, Martín Espiasse es delincuente desde la adolescencia y su recorrido es difícil de resumir. Autor intelectual y práctico de asaltos con altos niveles de violencia y enorme capacidad de fuego, muertos, identidades falsas, fugas cinematográficas, vida de prófugo y muchos años aún hoy desconocidos, dueño de un arsenal digno de una batalla bélica, actitud petulante contra la autoridad y entre sus pares, pero frialdad calculadora al extremo en sus decisiones, años y años vividos en el sistema penitenciario: todos esos elementos reunidos en una única persona.
El trueno en la sangre propone un espacio de género conocido, con recursos del policial clásico, ritmo e imaginería que recordamos de la ficción, pero también avanza hacia preguntas que dejan muy atrás la épica del pistolero y su verdugo para describir paisajes e historias que usualmente quedan afuera de este tipo de narración. El sistema penitenciario, la realidad de la vida en la cárcel, la burocracia judicial. Es, por momentos, un relato coral: miembros de las fuerzas de seguridad, familiares de víctimas fatales, funcionarios de la justicia de bajo, medio y alto rango e infinidad de testimonios off the record componen una historia que es de uno y de muchos, como si Espiasse fuese el hilo narrativo que vino para unir muchas voces, muchos destinos. A la vez, y casi como si fuera la reconstrucción de una escena de crimen, el trabajo del autor con los expedientes policiales sorprende por la cantidad de información, la minuciosidad y el detalle con el que se la refleja.

Supongo que en el ámbito de policiales es una figura conocida, pero ¿qué te llevó a la historia de Banana Espiasse?
Martín Espiasse es para los que escribimos policiales un nombre que existe en la lista. Ya desde su fuga del penal de Ezeiza en 2013, en donde estaba entre los principales nombres -no era el principal fugado por así decirlo, pero era un nombre muy reconocido-, surge inmediatamente toda su historia en el hampa: el asesinato en 2007 de los policías Rearte y Cruzado en el Ministerio de Economía de Chubut, en Rawson; su fuga anterior en Mendoza, donde había sido condenado con un nombre falso; y todas sus correrías en la Patagonia. Es un delincuente, tal vez, con más mito que historia. A Espiasse siempre se lo consideró un “mata policías”, pero él a los dos policías en el hecho de Rawson no los mata. Continúa su historia en Mendoza cuando lo detienen en 2017 y le encuentran una gran cantidad de armas, explosivos y marihuana, y eso abre todo un período que sigue sin ser conocido, una época de la que no se sabe nada y de la que quienes delinquieron con él no dicen nada. Es una historia que controla él.
¿Cómo surge la idea de hacer un libro y por qué te decidís a encarar el proyecto?
La propuesta para hacer el libro viene directamente de la editorial Rara Avis y su editor Ramiro Mases. Había estado intentando vender otros proyectos en otras editoriales, pero ésta fue una idea del editor. Ramiro es patagónico, Espiasse es un delincuente patagónico y Ramiro creció conociendo la historia. Y me di cuenta de que era una gran idea porque la de Espiasse es la última historia clásica del hampa que quedaba por explotar. Además, tiene algo muy interesante que es que Martín todavía está vivo como figura de la violencia, su último hecho registrado es en junio del 2021, un motín en la unidad N° 7 de Chaco, donde junto a él está su histórico cómplice, el Cachetón Barrientos. Un hecho de mucha violencia donde se enfrentaron con facas contra una línea de penitenciarios con escopetas, con heridos, todo con el objetivo de pudrir un recuento en un pabellón muy áspero de una cárcel muy áspera. Martín no llega a los 50 años, pero es abuelo de dos chicos, es padre, y su historia en la violencia continúa. Creo que estaba ese atractivo, y además el de ser alguien que nunca contó su historia, ni quiere que sea contada.
¿Fue difícil la búsqueda de testimonios?
Los que dijeron que no, fueron irremontables. No puedo decir quiénes porque no es lo correcto. También hay muchísimas fuentes que hablaron en off. Es un libro muy construido del off the record, muchísimo off the record. No te diría la cantidad, pero debe ser de tres a uno de los que hablan con el grabador encendido. Algunos fueron comentarios breves, otros largas charlas, pero muchísima gente habló extraoficialmente.
Por otro lado, es un libro casi construido desde los expedientes…
Sí, la verdad perdí la cuenta, no sé cuánto leí porque todo se iba sumando y siempre aparecía un documento más que podía ser un párrafo más o incluso un capítulo entero. Rescato muchísimo el valor de trabajar desde los expedientes, porque te dan pautas muy claras. Los delincuentes son grandes entrevistados, pero son grandes mentirosos. Ni hablar de cuando estás hablando con delincuentes que están en vivo, que tienen algo que esconder. Solamente el delincuente te recibe y te habla cuando busca ganar algo a través de esa entrevista, o porque quiere visibilizar su situación para algún beneficio en la cárcel, por ahí está peleando algo en el Juzgado de Ejecución Penal, por ahí está peleando la condicional y le están demorando los trámites. Creo que en todos sus expedientes va a haber cosas que ellos nunca te van a contar. Es cierto que los expedientes están mediados por la institución y por la mirada de la autoridad, pero al fin y al cabo los hechos terminan siendo los hechos.

El primer capítulo se llama “Plano americano” y retrata, entre otras cosas, el momento en el que Martin Espiasse es recapturado luego de pasar muchos años prófugo, evadiendo a las fuerzas de seguridad y ejerciendo el delito. ¿Por qué plano americano?
La escena era un plano americano: el comisario Miguel Salinas después de perseguirlo durante meses se encuentra con Espiasse. Tiene un fierro y Espiasse tiene otro, los dos midiéndose con un vidrio de un kiosco de referencia en un piso de cemento y polvo en el medio de la nada. El plano americano fue creado para la caída de Martín Espiasse. Y todas las cosas que llevaron a ese plano americano: la serie de buchones, por un lado; el silencio por lealtad a Espiasse, por el otro, etc. Son elementos clásicos del relato del hampa que todavía vive en cierta forma. A mí me encanta el western clásico como género porque cuenta un relato del delito muy canónico, súper canónico, igual al cómic. Son narrativas criminales mucho más que el noir. Te diría que me gusta mucho más un western de Sergio Leone que un policial noir de Carver. Tampoco me gusta esa imagen del rufián melancólico de Roberto Arlt, porque no es real. No hay un tipo que está en penitencia consigo mismo, no hay una parte rota de su alma que quiere sanar. Yo a todos los chorros que conozco les chupa un real huevo, no son un alma en pena. Imaginate que cuando un delincuente cae, cuando un policía sucio cae, cuando alguien que no es querido cae, a los periodistas se nos llena el teléfono. Es como que las ratas van a comer su cadáver, pero ninguna rata fue a comer el cadáver de Martín Espiasse, y eso lo que muestra es que está vivo para empezar.
¿Cómo te llegan el título y el subtítulo del libro?
Es la biografía criminal de Martin porque es su vida contada a través del crimen, que es lo que lo convierte en una persona pública. Me parecía que había que ser honestos y descriptivos en el subtítulo. Y “El trueno en la sangre” es un misheard lyric -una letra mal escuchada- de un tema de Bruce Springsteen, “She’s the one” del disco Born to Run. Se lo propuse a Ramiro y le gustó por lo bien que suena, pero después lo busqué en la letra y no estaba. Más adelante, me enteré de que lo usaba mucho Robert E Howard, que es el autor de Conan. Creo que el título remite la irracionalidad. Hay una pregunta constante a lo largo del libro, ¿qué lo motiva? Y no hay una respuesta racional. No quiero tomar el argumento de la libertad a cualquier precio porque él pagó un precio altísimo por sus elecciones, ser privado de su libertad de por vida. Pero son respuestas que no son racionales, son intuitivas.
¿Cómo te llevás con el periodismo narrativo, con el non fiction?
No tengo una formación de lectura en textos periodísticos, salvo los textos que yo mismo produzco o los textos que yo mismo edito. Si me decís un referente en la profesión, no te podría decir alguien de inmediato. Leo ciencia ficción, leo filosofía. Y aprendí a escribir periodismo policial leyendo partes policiales, expedientes y sentándome a hablar con las fuentes. A mí me enseñaron a escribir las fuentes, no otros periodistas. Hay una cosa muy horrible en esta profesión que dice que hay un dedo que convierte a alguien en una firma y a otro en un picacables, y el picacables va a ser picacables toda su vida. Yo reivindico al picacables. Este es un libro hecho con el ethos de un picacables y reivindico que alguien pueda tomar una idea y defenderla hasta la muerte y hacerla crecer con su propio trabajo. Defiendo ese voluntarismo porque los que son estrellas del periodismo lo son porque alguien se los permitió, porque alguien les dio la mano suficiente como para que lo sean. ¿Quién va a hacer grandes investigaciones si tiene que picar cinco cables en un turno?
Entonces, ¿qué te gusta leer? ¿Cuáles son los textos de los que sí te rodeás?
Yo estoy muy moldeado por el tono, por la música y por la rítmica del cómic, me encanta el cómic noir. Por ejemplo, Alack Sinner de Muñoz y Sampayo, lo releí mucho mientras escribía el libro y tiene algo que el libro no tiene, que es esa nostalgia, ese mundo sepia que cuentan Muñoz y Sampayo, que no es el mundo del libro; el mundo del libro de Martín es un mundo de un color muy rojo y negro. Yo hace 10 años que hago esto, la mitad de mi carrera, antes escribía de arte, de música y de cultura y siempre quise ser un periodista de música. No puedo no transportar al tono y a la textura del texto las cosas con las que me divierto o me formaron o me interesan, es un libro que se escribió tomando café y escuchando música.

“Este es un libro hecho con el ethos de un picacables y reivindico que alguien pueda tomar una idea y defenderla hasta la muerte y hacerla crecer con su propio trabajo”.
¿En qué momento te transformás en periodista de policiales?
La oportunidad me hizo periodista de policiales. En un momento, tras años de escribir sobre música, arte, cultura, vi que no tenía un lugar real. Nunca se me ofreció un trabajo full time, ser parte de un proyecto. Siempre se me invitó a mandar sumarios. Pedía trabajo en las revistas donde colaboraba y me decían que no. Que pudiera escribir de lo que quería escribir dependía de trabajos menos gratos. En 2011, fui la segunda opción para un lugar en la sección de información general del diario Libre. Ahí comencé a entender que me gustaba la investigación, que podía hacerlo. Empecé con el caso Schoklender/Sueños Compartidos. Lo policial, lo netamente policial, vino después, en Infobae, donde no había una sección de policiales per se, así que fui el primero en dedicarme de lleno al tema. Ya venía de escribir en un libro sobre el femicidio de Ángeles Rawson, tenía cierto bagaje, movimiento. Así que apliqué las herramientas, lo que sabía hacer, y lo llevé a otro nivel. Son muy pocos los que escriben solo de lo que quieren sin tenerle miedo a no comer. Lo supe durante buena parte de mi carrera.
Así y todo, vos casi no te involucrás de manera personal en el relato…
La primera persona como recurso es un tic del periodismo narrativo y me parece que, a menos que seas vos el piloto del avión, a menos que seas vos el chofer de la fuga, devalúa mucho el relato. Si te usas a vos mismo como recurso es porque te faltó otro, ¿no? No somos más interesantes que el texto, no somos el texto. Yo no soy nada en comparación con la historia y con quienes la vivieron. Por otro lado, hay una muy alta tasa de datos por línea en este libro. Es que a mí me gusta eso como periodista, un libro construido netamente desde la información. Es la misma política que tengo para mis textos en el diario, son textos construidos desde la información y la información misma es el análisis, con ¿cómo vas a superar la construcción fáctica? Hacia el final sí, creo que tenía que tener un momento de meta-periodismo, porque valía la pena contar la estructura, valía la pena contar el método con el que se trabajó, no me parecía mal hacerlo.
¿Qué es lo que más te sorprende de la historia de Espiasse?
Lo que más me sorprende creo que es el búnker de Mendoza, es algo que no tiene respuesta. ¿Cómo llega esa cantidad de armas de fuego, ese nivel de armas de fuego, cómo llegan esos 22 cartuchos de gelignita? Detonás uno solo y vuela todo este lugar a la esquina, son explosivos de minería y nadie lo supo explicar. Hay una hipótesis que no es mía, es de la fuerza de seguridad de Mendoza, de tipos que lo caminaron, que estaba cometiendo asaltos de muy alto calibre en la región. También se relaciona a un robo muy pesado en Santiago de Chile, también a un robo muy pesado en la Triple Frontera. El tema es que de celulares que le incautaron en la captura nunca se hizo una copia forense para analizar y ahí tal vez hubiese aparecido algo. ¿Qué pasó en todos los años oscuros de Espiasse?
¿Y las víctimas?
Ha sido el lobo de mucha gente. Espiasse participa y después es condenado por la muerte muy cruel de dos tipos que estaban prácticamente desarmados, prácticamente indefensos ante el arma que les estaba tirando, un fusil SKS con unas balas del tamaño de mi dedo mayor. Era un proyectil que nunca se había disparado en un asalto, si bien el que disparaba no era él. Pero no hay un apasionamiento contra Espiasse. Hablás con María Rita, la viuda de Cruzado, una mujer a la que ese asalto le destruye la vida, la deja viuda con tres nenes muy chiquitos, y no está ese odio. También hay una percepción de las víctimas como que tienen que tener una cruzada encarnizada contra sus victimarios, como si fuesen Batman que resignifica su vida luchando contra el hampa para vengar la muerte de sus padres. Hay un recuerdo muy vivo, pero que Espiasse haya sido condenado cambia muchísimo el relato por lo menos por ese hecho, y además tiene otras dos condenas.
La tapa está ilustrada con una foto del fotógrafo Orlando Pelichotti. La imagen habla por sí sola, pero al leer la historia que la rodea, un dato que llega en el momento justo, un fotógrafo que corre siguiendo un instinto para capturar una imagen, una foto publicada en una primera plana que revela de casualidad la identidad del prófugo, se tiene la sensación de estar entrando en una película.
La foto que ilustra la tapa es uno de los puntos más altos de la historia, le dedicás un capítulo entero.
Creo que cuento la historia de Orlando como un elogio al trabajo periodístico real, creo que esa parte del libro es un saludo a uno de mis pares, a alguien que considero mi equivalente, “este hace lo mismo que yo, este para conmigo”. Es una historia muy de mi rubro. A mí también me pasó un montón de veces tener que salir corriendo porque entra el dato y llegar ahí justo. Y Martín tiene esa gloria de Aquiles, un fotógrafo que tuvo la fuente, corre y hace esa foto en la que parece el Prometeo Encadenado de Rubens, con el águila devorándole el hígado. Hay una estetización del sufrimiento en esa foto que es sublime, perfecta, es uno de los mejores ejemplos de fotoperiodismo en el hampa de los últimos 20 años. Y es un capítulo entero porque encierra todo un punto de la vida de Espiasse y es uno de los más oscuros, además de un fracaso enorme del sistema.

Otra de las grandes virtudes del libro es que retrata en detalle la situación del sistema penitenciario en el momento de la fuga de Ezeiza pero también en su historia general y los eventos que llevaron a la actualidad. La cárcel no es retratada con la épica de la derrota, el lamento del caído, la cárcel es un lugar vivo, lleno de intereses en juego, en donde los contextos políticos y sociales operan como en una olla a presión constante.
Es una nouvelle dentro del libro, es el capítulo más largo. La caída de Victor Hortel, ex director del Servicio Penitenciario Federal, y una época con una tasa alta de castigos, de homicidios y de violencia contra el sistema. Se pensaba que era un mundo de Disney para los presos, pero era una época muy violenta. Si ves las estadísticas había muertes dentro de la cárcel muy bravas, era un momento muy hardcore para Ezeiza y para Marcos Paz y ni hablar de lo que pasaba en los pabellones de lesa humanidad. Emiliano Blanco, también ex director de servicio, lo dice, “no es el peor preso que tenía” y eso contextualiza mucho lo que era Espiasse dentro del sistema penitenciario en ese momento, un tipo con facultad de caudillo, de alto nivel de violencia, pero mucho menos articulado y con muchos menos recursos y muchas menos salidas que un tipo como Mario Segovia, que terminó imputado e investigado por mover una red de ametralladoras y bombas, o sea, estamos hablando de capos que estaban encerrados ahí con él, y él no deja de ser lo que es en comparación a halcones de alas mucho más anchas.
¿Qué opinás de la fuga de Ezeiza? Porque en el libro dejás la pregunta abierta.
Hay varias teorías sobre la fuga, yo no concluyo en ninguna porque la historia de la fuga es netamente inconcluyente. Cuando te apurás a una conclusión, es en base a prejuicios y eso es lo más anti periodístico que hay. “Ah no, porque la fuga se la hicieron a Hortel”, y no está probado aunque hay múltiples indicios. Vos hablás hoy con penitenciarios de larga historia y lo más probable es que te digan eso, pero no está probado. La teoría del túnel, puede que sí, puede que no. A muchos les parecía que no podían entrar por ese túnel, eran tipos grandotes y nadie los vio en el perímetro en el que había perros. Yo hablé con presos que estaban detenidos en el pabellón en esa época y me decían que los perros no ladraron, los vigilantes en las atalayas no gritaron nada… y la fuga ocurre el día del cumpleaños de Víctor Hortel.
¿No te parece que hay suficientes elementos para pensar que fue complot?
A los periodistas que compran complots inmediatamente no suelo creerles, porque en Argentina hay muchas más palomas que halcones. Por ahí hubo un ‘dejar que se pudra’ para hacer un tiro por elevación y destruir las estructuras superiores, había mucha bronca del personal, era un clima que casi que propiciaba la fuga del penal, pero no está comprobado. Hasta dicen que había una coima, pero los relatos de todas las fuentes de la época no encajan. Yo hablé con presos que estaban en esa época y nadie se enteró que le hayan pagado a un vigilante y por ahí ni hacía falta, por ahí les abrieron la reja y se fueron. Lo que sí pasó es que echaron a un montón de gente por ese hecho, voló toda la estructura del penal. Es muy tentador decir “dejaron que se pudra”, pero si se pudre, te la pudren a vos también, es una espada de doble filo. Yo hoy no sé qué pasó después de haber investigado durante un año la fuga de Ezeiza. De los que salieron por ahí, muchos están muertos y los demás no lo cuentan. Y ellos atesoran su silencio porque no ganan nada contándolo. Y al sistema penal tampoco le interesa, o sea, la causa sigue abierta. Pero en Lomas de Zamora, que es una jurisdicción del fuero federal de altísima violencia tenés una cantidad de narcotráfico y de crimen organizado muy heavy, trata de personas, secuestros extorsivos, es un fuero pesado y fugarse de un penal no es un gran delito. En la escala del sistema no es mucho más que un chas chas en la mano.
¿Y Espiasse cómo entra en ese esquema?
Y Martín es la entropía. Es el máximo de caos tolerable para un sistema, pero también el sistema está diseñado para que ese caos sea contenido y se autodestruya. Los homicidios penitenciarios pasan por algo, que los presos se maten entre ellos es parte del sistema. Si se matan entre ellos, no van a poder decir que los matamos nosotros. Es la mirada más cínica que podés tener sobre el sistema penitenciario. Pero los crímenes entre presos están contemplados como parte de la experiencia porque purgan al sistema de sus elementos más extremos. Ahora, el real peligro de un detenido es que se convierta en un capo dentro de la cárcel y delinca desde la cárcel, caso Guille Cantero de Los Monos, donde la gran preocupación de los fiscales es que comanda una organización entera desde la celda. En comparación a un tipo así, los presos que se están cagando a facazos son unos primitivos. Y Martín todavía representa ese primitivismo, representa esa pelea de gallos que entra de frente con los espolones. Es como cuando a Conan lo tiran al pozo y se combate con todas las armas que le tiran, representa eso en cierto punto.
Decís que Espiasse es el último de una era del delito argentino.
El hampa, como lo percibe la mayoría del público, dejó de existir hace un tiempo. Y yo me imagino, si Martín sale de la cárcel, sale libre mañana, -lo que es muy improbable, tiene una condena perpetua y tiene otra de trece años- ¿a qué va a salir? ¿De obrero de la mafia china, o del Primeiro Comando a Capital del otro lado de la frontera? El rubro, el nicho del delito en el que él siempre trabajó, los asaltos violentos a mano armada, ya es demodé. Imaginate que hoy un cuento del tío le puede sacar 30.000 dólares a una jubilada, no se tiene que disparar un solo tiro y es un delito excarcelable porque no es robo, es estafa. Hay superestructuras mucho más poderosas que un tipo como él o que una banda de tipos como él, o sea el nivel de violencia que aplicó para el delito con respecto a los réditos que se llevó en el mundo de hoy no tiene sentido. Y, sin embargo, él es el último en esa línea, de esas imágenes consumadas del hampón.

“Los homicidios penitenciarios pasan por algo, que los presos se maten entre ellos es parte del sistema. Si se matan entre ellos, no van a poder decir que los matamos nosotros. Es la mirada más cínica que podés tener sobre el sistema penitenciario”
Está muy de moda el documental policial. ¿Por qué te parece que llama tanto la atención este tipo de relato?
Hay mucha avidez por los relatos, lo ves en la llegada del true crime como género popular. Creo que nos aferramos a viejas historias para vernos dentro de un mundo con un módico de poder, un módico de decisión, no un mundo en donde el delito avanzó tan rápidamente que uno no puede ser otra cosa que una víctima. Hay una nostalgia del pasado porque hay un deseo de no soltar ese pasado. Es muy pavo decir que el delito es descriptivo de la sociedad, pero netamente lo es y si vos ves cuál es el poder real, cuáles son las vanguardias del crimen, están dejando a esa sociedad nostálgica muy atrás. La mafia china, por ejemplo, a mucha gente le parece abstracta y, sin embargo, es el delito con el que más convivís, que controla el supermercado donde vas a hacer las compras todos los días de tu vida. Si vos ves el delito que más subió en la provincia de Buenos Aires en los últimos cinco años son las estafas, los cuentos del tío, los secuestros virtuales, plata rapidísima sin tirar un solo tiro. ¿Cuál es el charme de eso, cuál es el glamour, cuál es la gran aventura? Creo que, dentro de esa narrativa, esa colina que ya fue minada, Martín era uno de los pocos que quedaba por minar, y en cierta forma quise escribir un true crime pero sin nostalgia, sin nostalgia de un país que ya no existe.
¿Harías otro?
Es muy raro para mí hacer la misma cosa dos veces, y te lo dice un tipo que escribe cinco notas por día. Pero yo estoy atado, crucificado al método con el que hice este libro, es el método de mi vida. Creo que El trueno en la sangre es como una especie de tesis de mi forma de trabajo, es una tesis de cómo pienso yo al periodismo en movimiento. Sí haría otro libro similar, y, nunca digo que no. Yo escribí tres libros de poesía, hice performance, escribí cómics, tuve una banda de heavy metal, pero yo soy esto, soy un periodista de policiales. Sí es verdad que este libro para mí es una meseta, o sea, de esto no puedo bajar.
¿Qué te parece que va a pensar Espiasse del libro? Porque él sabe desde siempre de la investigación, pero nunca quiso recibirte…
Sí, cuando tenía una cantidad de preguntas y una hipótesis avanzada sentí que ya era momento de hablar con él, y él no quiso hablar en ningún momento. De ninguna manera y a través de ningún interlocutor. No sé, se lo tengo que mandar en estos días a Chaco. No sé qué va a pensar, no sé qué va a pensar realmente. Por ahí le agrada, por ahí no, no creo que apele a su vanidad, porque no tiene. Hay delincuentes muy vanidosos y Espiasse no es uno de ellos bajo ningún concepto, no está enamorado de su propia imagen y no está enamorado, ciertamente, de su propia historia.

Federico Fahsbender
El trueno en la sangre
Rara Avis
2022