Poéticas

Marina Cavalletti: “Si no se nombra, las enfermedades o las dolencias se esconden bajo la mesa como si no fueran parte de la vida”

En 2021, la periodista, poeta y docente ganó el Primer Premio del Concurso Nacional de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares del Gobierno Municipal de Las Flores por su libro de poesía, Hospital Pediátrico. El premio consistió en la publicación de su segundo libro, basado en una infancia atravesada por intervenciones médicas.


Por Laura Bravo. Fotos: Carolina Vera

Hospital Pediátrico, segundo poemario de Marina Cavalletti, remite a los pasadizos de la infancia, a esas instancias en las que el cuerpo pequeño quedaba atrapado en una topografía desconocida, podía tratarse del interior de un mueble o de una puerta cerrada al final de una escalera. Algo en el orden de la molestia interpela al lector que asoma a estas páginas donde una mujer pone en palabras el dolor de la niña que fue.

Un discurso recurrente de autoayuda declama: “no sos tu enfermedad”, acto seguido invita al eventual interlocutor a completar la frase con su nombre. Las intenciones son nobles pero también pueriles, ¿es que acaso se puede ser otra cosa cuando el cuerpo o la salud imponen sus urgencias? La imposibilidad, la parálisis, la rigidez muscular son descriptas (quizás narradas) por la voz poética de Cavalletti.

A los 10 años, Marina fue intervenida en el Hospital Garrahan para que su cuerpo no se atrofiara a raíz de una parálisis cerebral espástica con la que convivía desde su nacimiento. De ese derrotero, emerge una colección de poemas que recibió el primer premio del Concurso Nacional de Cuento y Poesía Adolfo Bioy Casares del Gobierno Municipal de Las Flores.

Dice la poeta: “Irrumpo con mi cuerpo paria / Patria / palabra / paria cuerpo” colando el apremio de esa singularidad en lo plural; apelando a la reescritura esquiva que impone la memoria. Como si se tratara de una bitácora, las rutinas devienen en historia y las imágenes se suceden en un lenguaje lúcido y rotundo, libre de remilgos.

“Buscaba que el libro tuviera valor literario, pero que también tuviera valor autobiográfico, que le pudiera servir a otras personas que atraviesan procesos similares”.


¿Cómo surge la intuición de escribir acerca de esa experiencia? Lo pregunto porque, a veces, silenciamos u obviamos algunas cuestiones de la infancia que son, en verdad, constitutivas.

El poemario nace en el contexto de la Maestría de Escritura Creativa de la UNTREF. La cursé entre 2014 y 2016. Tomaba clases con Tamara Kamenszain. En una de las últimas materias, decidí escribir sobre los obstáculos urbanos que atravesaba desde que me subía al bondi hasta que llegaba a la facultad. Entonces mis compañeros, que siempre tuvieron una mirada crítica y lúcida hacia mi trabajo, me dijeron que era la primera vez que ellos sentían que aparecía yo en mi poética. No recuerdo qué dijo Tamara, sí recuerdo que el comentario encendió una luz respecto a “tal vez haya que seguir por ahí para escribir la tesis”. Hablé con otras docentes, a partir de una recomendación de Chitarroni di con Hospital Británico de Héctor Viel Temperley y supe que tenía que escribir sobre esa experiencia que tenía negada, bajo siete llaves, como si eso estuviera en el pasado. Me di cuenta de que esa historia también tenía repercusión en el presente.

¿Cómo elegiste la voz? Puede parecer una obviedad, pero creo que uno de los mayores retos, al narrar un relato que nos tuvo como protagonistas en la niñez, es encontrar el tono.

Decidí que la voz fuera una convivencia, un híbrido entre mi yo presente y mi yo del pasado. Por mucho tiempo no pude pasar por la puerta del Garrahan sin ponerme a llorar. Hasta que decidí volver, hacer una especie de trabajo antropológico y adentrarme en mi mayor temor, mi mayor dolor, que estaba en ese hospital. Ese día llovía, tenía taquicardia, me quería ir. En un momento miré hacia la izquierda, me vi a mí misma de nueve años y, metafóricamente, mi yo de la infancia y mi yo de la adultez nos tomamos de la mano, entramos al hospital y lo recorrimos. Después dejé reposar estas imágenes. Obviamente, no podía escribir desde la voz de la infancia porque soy adulta, pero sí podía rememorar lo que había sentido. Además, siempre tengo la sensación de que las personas somos como una mamushka donde conviven nuestra infancia, nuestra adolescencia, nuestra primera juventud, nuestra adultez y, ojalá, nuestra vejez. En este libro necesitaba ser honesta conmigo misma en lugar de ser políticamente correcta o responder a lo que se espera de una poeta, a cierto estereotipo que circula en la poesía y en el arte. Buscaba que el libro tuviera valor literario, pero que también tuviera valor autobiográfico, que le pudiera servir a otras personas que atraviesan procesos similares.

¿Cómo trabajaste el tema del cuerpo? Es omnipresente, claro, pero en ocasiones aparece cierta objetividad, cierto detalle, como si la voz poética pudiera mirar con distancia la situación que describe.

Esa objetividad o esa distancia tienen que ver con que siempre me sentí un poco extraña dentro de mi propio cuerpo. Habito un cuerpo que está por fuera de lo normado en una sociedad que expulsa lo que no es homogéneo, que usa la palabra “minoría”, que usa la expresión “colectivo X” para referirse a seres humanos. Es compleja mi relación con el cuerpo. Este libro, de alguna manera, es un intento de reconciliación, de encontrar caminos posibles. Es por eso que contiene una reflexión acerca del cuerpo como cárcel del alma, como decía Platón. Mi noción del cuerpo cambió con la natación: el agua es un elemento democrático, igualador, nadie juzga al otro que está nadando, puede tener sobrepeso, puede tener una discapacidad grave… No me gusta hablar de discapacidad… uso la palabra para que se entienda, prefiero diversidad funcional o un cuerpo diverso. Más allá de las limitaciones que todo el tiempo señala la sociedad con las barreras urbanas, sociales, laborales, en el agua todos los cuerpos tienen más potencialidad que fuera del agua. Hay también un viaje, un ir y venir en la relación con el cuerpo, creo que es algo que va más allá de la diversidad funcional, incluso de mí misma. Sucede en general, sobre todo en esta sociedad tan neoliberal y coaccionada por ciertos cánones de belleza o de normalidad que son ridículos y que, afortunadamente, a partir del feminismo y otros movimientos, se están empezando a cuestionar.

Subyace la idea del encierro, parece un continuo.

Nadie quiere estar dentro de un hospital, me parece gracioso que la palabra hospitalario tenga un sentido positivo, yo no quiero estar nunca dentro de los hospitales porque significa que tengo algo que curar. Los hospitales no son agradables. Volviendo a la cuestión del cuerpo, es una relación zigzagueante que el agua iluminó, abrió un canal de paso para que fluya cierta luminosidad.

El poemario también da cuenta del impacto familiar, de la piedra en el agua que implica la enfermedad de esta niña en su familia.

Mientras hacía el pedido de mi historia clínica en el Garrahan, vi a una madre con su hijo. Por más que fuera obvio, tomé conciencia de que toda mi familia había sido impactada por mi enfermedad. Yo lo viví en carne propia, pero tengo una hermana melliza que tenía mi misma edad, ver sufrir o gritar a un igual no debe ser sencillo. Me di cuenta, además, de que el proceso de mejora de mi calidad de vida tuvo que ver con las decisiones que tomaron mi papá y mi mamá. Como adulta, me hizo pensar en lo fuerte que es tomar la decisión por un otro, no sabés cómo va a resultar, es jugársela. Es por eso que necesitaba que apareciera mi familia. Algunas imágenes surgieron después, me hubiera gustado escribir un poema dedicado a mi padre que le puso humor a la operación. Yo usaba unas valvas, yeso, era una especie de Robocop, él se reía, me contaba chistes, llegaba y saludaba: “¿Qué hacés Astroboy?”. Había una especie de maquillaje de la pena. Cuando un integrante de la familia pasa por un proceso tan complejo, todos se ven afectados, eso también merece ser contado, que la poesía y el arte lo nombren. Si no se nombra, las enfermedades o las dolencias se esconden bajo la mesa como si no fueran parte de la vida, como si siempre hubiera que hablar del vaso medio lleno, nombrarlo hace que duela menos.

“En la infancia siempre me operaban en el verano, mientras mis amiguitos jugaban al carnaval con las bombitas de agua y el bullicio de las vacaciones, yo estaba con dos yesos, muerta de calor, tratando de ponerle onda. Eso me transformó en una voraz lectora”.


Repito los versos: “Una infancia / donde no estaba / permitido correr”. Aplica a más de una restricción respecto al cuerpo. Vuelvo a mi infancia, hice la primaria en la dictadura, recuerdo las restricciones para correr en el patio del colegio y para el uso del cuerpo en general.

La imagen de las piernas como presas políticas tiene que ver con mi yo presente y mi ideología, con abrazar la democracia. Es un juego de palabras que se relaciona con la barrera urbana que no me dejaba correr sin que cayera al piso todo el tiempo y, además, la mención de que existió una dictadura. Es sutil pero está pensado.

¿Y la estructura? ¿Cómo surge la división del poemario en las secciones Piel y Hospital?

Sentí que había un adentro y un afuera. De un lado esa mole gigante que es el hospital Garrahan. Del otro lado, esa corporalidad pequeña de 1,45 m. con los tendones como una pasa de uva a la que estiraron como un chicle jirafa. Es por eso que, antes de hablar del hospital y de lo que había transitado ahí adentro, tenía que hacer una reflexión acerca de la corporalidad. Por otra parte, el hospital fue el lugar donde me ordenaron el cuerpo, lo calibraron como si fuera un instrumento. De todos modos, los hospitales son lugares de paso, no de permanencia. En la infancia siempre me operaban en el verano, mientras mis amiguitos jugaban al carnaval con las bombitas de agua y el bullicio de las vacaciones, yo estaba con dos yesos, muerta de calor, tratando de ponerle onda. Eso me transformó en una voraz lectora. No había internet, así que no había más opción que leer y mirar lo que pasaba alrededor.

Como ese flâneur suelto en el Garrahan al que aludís en el poemario.

El Garrahan tiene dimensiones impensadas, recorrer todo eso fue extraño. Había partes de mi infancia que estaban en el hospital como en una de esas películas futuristas en las que uno encuentra vestigios del mundo anterior en el mundo futuro. El hospital mejoró, antes la decoración era más bidimensional, sin profundidad. Es importante, cuando uno va a pasar tanto tiempo en una situación incómoda, que el espacio tenga ciertos estímulos para que la estadía sea más llevadera. Por supuesto, estoy agradecida con el Garrahan que es público, el mejor hospital pediátrico de América Latina. Me llena de orgullo haber pasado por ahí.



Marina Cavalletti
Hospital Pediátrico
Editorial del Gobierno Municipal de Las Flores
2021

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