Por Marvel Aguilera.
Lula ganó, con escaso margen, es cierto, pero no hay dudas de que el pueblo brasilero vuelve a demostrar que, pese a la avanzada del establishment reaccionario, todavía hay una esperanza latente de construir una sociedad más justa. Lula ganó ante la opresión mediática, ante los buitres financieros que esperaban la recuperación bolsonarista, en medio de una región en disputa por su soberanía.
Pero esta victoria del líder del PT es la que más desafíos le impone. Un país dividido de norte a sur, polarizado ideológicamente, pero, principalmente, en ruinas por la creciente desigualdad económica a la que ha sido expuesto durante largos años por el gobierno de Jair Mesias Bolsonaro, pese al enorme gasto público que éste ha impulsado en el último año para camuflar esa dinámica oligárquica.
El hombre que logró sacar a 30 millones de la pobreza deberá volver a reconstruir una economía productiva, empantanada de una lógica financiera que hizo crecer a los grupos de elite que sostuvieron a sangre y fuego el gobierno bolsonarista. La violencia escalonada en la sociedad brasilera no desaparecerá de un día a otro, la guerra cultural de los grupos radicales está en su apogeo, y harán lo imposible por minar la gestión de Lula. Dubitar ante ellos, puede ser peligroso. Hay que combatirlos, y sin pruritos.
“El hombre que logró sacar a 30 millones de la pobreza deberá volver a reconstruir una economía productiva, empantanada de una lógica financiera que hizo crecer a los grupos de elite que sostuvieron a sangre y fuego el gobierno bolsonarista”.
Lula ha resistido causas, 500 días de cárcel, persecución, difamación, proscripción. “Han intentado enterrarme vivo y hoy estoy aquí para gobernar este país”, atinó a exclamar en su discurso de celebración en São Paulo. Es verdad, es un hombre renacido de las cenizas. Pero no hay mucho tiempo para místicas en medio del fuego. Ya sabemos que pasar a la acción desde un principio puede sentar una base transformadora, para tomar medidas profundas que reviertan la brecha gigante que separa a los pobres de los oligarcas. Es necesario hacerlo rápido, sin medias tintas que puedan hacerles creer que el poder de decisión sigue pasando por sus manos.
El gran porcentaje de votos de Jair Bolsonaro –ganó en casi todo el país salvo en el Nordeste- y la mayoría que conservará en el Congreso (99 bancas), pueden llegar a hacer pensar que Lula tendrá que cimentar algunos acuerdos con los sectores más recalcitrantes, entre ellos el llamado “Centrao”, para poder implementar esa política que saque al Brasil de los altos índices de pobreza a los que fue sumergido en este último tiempo.
La presencia en su gobierno de Simone Tebet y del elegido vicepresidente, Gerardo Alckmin, ex gobernador derechista de São Paulo, son las cartas que Lula guarda para jugar con el poder concentrado. Y en particular, una económica, la del “equilibrio” fiscal que estará articulando Henrique Meirelles. Sin embargo, Lula tendrá que ser consciente que el camino de la “moderación”, en una era dominada por los extremos y las políticas radicales, sería un grueso error que podría debilitar su gestión y decepcionar a las mayorías populares que buscan volver a ocupar el centro del escenario político.
La afirmación en su discurso de que no hay dos Brasil sino “un solo pueblo” puede ser un acierto, siempre y cuando esa gestión pragmática que caracterizó a sus dos mandatos anteriores vuelva a ser el timón que comande sus decisiones, y no una nostalgia que empiece a diluirse en medio de un tránsito “timorato” y “dialoguista”.
Es que la agenda de Brasil hace tiempo que es conservadora. La victoria en São Paulo de Tarciso de Freitas ante Fernando Haddad (delfín de Lula) es tan solo una muestra de que la lógica de “izquierdas” y “derechas” parece vacua y necesita otra lectura que pueda conciliar un movimiento de masas más allá de las ideologías. El mismo Freitas dijo ante la victoria de Lula: “el resultado de las urnas es soberano”, y puede que ello sintetice mejor que nada el camino de una región que ponga a la soberanía, en medio de la guerra imperial de China y Estados Unidos, por encima de los intereses foráneos.
Porque la disputa real de nuestra Latinoamérica siempre fue respecto a la soberanía, sobre las tierras y recursos que el poder económico global busca dominar desde hace tiempo en nuestros Estados. En Brasil, la disputa contra aquellos que buscan privatizar Eletrobras y apropiarse de la soberanía energética o contra los que quieren colonizar la Amazonia bajo excusa de una “crisis internacional”, es inminente.
Y quizás, cuando el pueblo sea consciente de ello y comience un proceso de defensa de sus propios recursos, encabezado por Lula, podamos hablar de una región fuerte y unida, ya no por pequeñas luchas culturales, sobre ideológicas, que solo nos dividen, sino por una unidad popular en defensa de nuestros intereses soberanos.