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Los Años | Una arquitectura de fragmentos existenciales

La obra dirigida por Mariano Pensotti narra la vida de un hombre en dos lapsos temporales que se entrelazan para generar interrogantes acerca de los vínculos, el destino y las acciones que forjan nuestra identidad.


Por Marvel Aguilera.

En su ensayo La Gaya Ciencia, Nietzsche utilizó la expresión latina “amor fati” para representar el tiempo circular y así buscar superar el nihilismo que se vivía en la Europa del siglo XIX. Traducido como “amor a lo que nos toca en destino”, el término fue ganando terreno en la historia filosófica hasta atravesar la espesura líquida de los tiempos que corren. Tiempos en donde la dinámica efímera del presente se asocia al apego por los resultados, el funcionamiento y la eficiencia; y en que el pasado es presentado como una ruptura, aquello que elegimos superar y dejar atrás. ¿Pero realmente se puede avanzar sin un pasado? ¿No son acaso los años repeticiones breves de algo que circula permanentemente en nuestra existencia?

Quizás, como bien pensó la filosofía alemana, “amor fati” pueda transformarse en una herramienta para recuperar ese tiempo fragmentario que transitamos. Para hilar los acontecimientos que supimos vivir hasta ponerlos de cara con este presente tan incierto. Porque, como bien ha mostrado la sociedad argentina en su lucha inquebrantable por conservar la memoria, indagar en el pasado es una manera de alimentar nuestro propio destino.

En Los años, dirigida por Mariano Pensotti, un hombre que es retratado en dos episodios cruciales de su vida, a los treinta y sesenta años, ilustra cómo el paso del tiempo nos pone circularmente frente a viejos acontecimientos. Hechos que podemos resignificar para comprender lo que elegimos hacer y quien finalmente decidimos ser a partir de ello.

“Porque en verdad, lo que pasa no es el tiempo, sino las personas, aquellos que forman parte de nuestras decisiones tanto con su presencia como también con su ausencia”.


Manuel (Paco Gorriz) es un joven arquitecto que se acaba de mudar con su pareja embarazada y está dando sus primeros pasos como profesional. Sin embargo, un encuentro fortuito con un niño que ha quedado desamparado en una casa, le abrirá las puertas de un nuevo destino. Uno que no solo lo transformará personalmente, sino también a todo el entorno con el que forjó los lazos de su identidad.

Ya como un sexagenario documentalista que retorna al país para un homenaje a su ópera prima sobre el chico abandonado, Manuel (Marcelo Subiotto) intenta reconstruir el vínculo quebrado con su hija mientras recoge las piezas de un pasado latente, uno donde los ideales se han reciclado y los recuerdos afloran como enlaces a descifrar hacia el futuro inmediato.

Con una escenografía que confronta ambos episodios históricos, dos departamentos similares pero levemente diferentes, en donde los objetos regurgitan como espasmos de una época que ha mutado, la dinámica de la obra se construye a través del relato de Laura (Bárbara Massó), la hija que a su vez interpreta a su madre. Una voz que cruza ambos escenarios conectando los recuerdos perdidos, las ilusiones diluidas, lo que realmente fue y lo que finalmente será.

La relación entre ese padre que no logra conectar con aquello que lo movilizó en el pasado y la hija que ha padecido la distancia a partir del sueño paterno, es una de las claves para entender el antes y el después. Ese progreso ficticio que dice mover a las sociedades que en realidad transitan una y otra vez los mismos escollos, con pequeñas alteraciones. Porque en verdad, lo que pasa no es el tiempo, sino las personas, aquellos que forman parte de nuestras decisiones tanto con su presencia como también con su ausencia.

Entre el futuro y el pasado representado hay un presente que se arma a partir de la subjetividad de cada espectador. Es que Pensotti narra los hechos como una concatenación; un eterno retorno que nos vuelve a situar frente a los mismos interrogantes existenciales: qué hacer, cómo actuar, adónde ir.

En ese sentido, el documental que filma el protagonista -el cual se va entreverando en la puesta a medida que la trama se despliega- contiene un dejo simbólico que pone de manifiesto el dilema de cada personaje: la soledad ante un mundo cada vez más extraño, cambiante y frenético.

¿Cómo es el recuerdo que otros van a tener sobre lo que fuimos? ¿Queremos ser recordados por aquello que hicimos cuando el mundo era tan distinto al ahora? Muchos de los interrogantes que los personajes evocan tiene un eco en el clima de incertidumbre que nos atraviesa como sociedad del rendimiento. En tiempos en donde prima lo que representamos más que lo que hacemos o lo que mostramos más que lo que somos.

Los años es una obra que nos habla del peso de las decisiones y de cómo eso que nos moviliza a edificar nuestra vida que, en muchas oportunidades, se va marchitando hasta convertirse en un simulacro; en la mueca que sostenemos para que el castillo de naipes no se termine de derrumbar.

Una pieza que describe cómo, a diferencia de la arquitectura, la vida no está supeditada un progreso planificado, sino a una serie de principios que decidimos revalidar o modificar de acuerdo a nuestro contexto. Y, a veces, sobre pequeños eventos fortuitos que terminan justificando el resto de nuestra vida.

Ficha técnico artística

Elenco: Marcelo Subiotto, Mara Bestelli, Bárbara Massó, Julián Keck
Música en vivo: Diego Vainer
Video: Martín Borini
Montaje de Sonido: Ernesto Fara
Música: Diego Vainer
Diseño de iluminación: David Seldes
Diseño de espacio escénico y vestuario: Mariana Tirantte
Colaboración Artística: Aljoscha Begrich
Asistente de dirección: Juan Reato
Producción Artística: Florencia Wasser
Dirección: Mariano Pensotti

Sala Martín Coronado (Teatro San Martín)Av. Corrientes 1530, CABA.
Funciones: Domingo, miércoles, jueves, viernes y sábado a las 20:30 hs.

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