El co-creador y director de The Silencio Manifiesto explica las ideas que atraviesan la obra, donde la migración, la identidad y los vínculos reconstruyen los interrogantes acerca de nuestro lugar en el mundo.
Por Marvel Aguilera.
Hay algo existencial siempre en la búsqueda teatral, un encuentro con los interrogantes que nos mantienen en movimiento. Es que toda representación está mediada por un lenguaje que en su formación contiene el conflicto social. Y es en el arte donde conviven ese dominio de la experiencia y lo heterónomo que borra los límites entre la ficción y la realidad. En The Silencio Manifiesto, Felipe Rubio se propone poner en cuestionamiento el choque de culturas alrededor de un inmigrante estadounidense llegado a nuestro país. Pero la obra no gira únicamente sobre las estigmatizaciones y los prejuicios que minan en lo foráneo, sino que hay un cuestionamiento a las identidades nacionales, a la dinámica de lo colectivo. Porque los lenguajes mutan, las palabras cambian su significado, los tonos se resignifican. El silencio aparece así como un refugio interno ante un decir colapsado.
Chileno de nacimiento pero trotamundos en su andar creativo, Felipe Rubio tiene un largo recorrido en la investigación de los lenguajes en la escena teatral. Primero con la compañía “Teatro The Naidens Compañy” realizando obras como Siameses, Ilesos, Todos íbamos a ser Kurt Cobain, Ye Katherina entre otras. Entre Argentina, Chile y el viejo continente, Rubio se desenvuelve como un creador inquieto, un observador de las dinámicas políticas que conviven en la estética y que permean la subjetividad a través de lenguajes cada vez más multidisciplinarios.
Junto a Matt Wray, desarrolla en The Silencio Manifiesto una pieza que va más allá de las palabras, que interpela al espectador mediante los sentidos, lo perceptivo, e incluso lo afectivo. Una historia personal, pero que podría ser la de todos, la del cambio en una sociedad líquida: multicultural, desigual, individualista, gentrificadora. Pero cuyos resquicios colectivos son los hogares que crecen entre el pedrerío, comunidades silvestres que hacen creer en una salida que sostenga la esencia de nuestra humanidad: los lazos.
¿Cuáles son las ideas que dieron la base para pensar la Trilogía de Unos Emigrantes Escénicos? ¿Qué buscás explorar en cada parte?
“La Trilogía de unos Emigrantes Escénicos” deriva de una acumulación de ideas e imágenes y experiencias que fueron surgiendo en nuestras reuniones creativas con Matt Wray (co-creador de la obra “The Silencio Manifiesto” y co-fundador de nuestro grupo Embajada Efímera) las cuales quedaron fuera de esta primera obra y que con el pasar del tiempo nos íbamos dando cuenta que podían ser parte de otras obras. Estas ideas a su vez coincidían con investigaciones que yo venía haciendo desde antes sobre el tema de ser inmigrante y las cuales quedaron inconclusas.
La trilogía está enfocada en desarrollar un cuerpo de obra que gira en el tema de ser inmigrantes escénico en Argentina. Y buscamos encontrar una poética en escena en torno a eso que somos, a cómo miramos al mundo desde acá, recurriendo a los lenguajes que necesitemos para contar cada obra.
Cada parte de la trilogía está atravesada por una pregunta que es su eje de creación, pero no con el fin de responder este cuestionamiento, si no con el objetivo de hacernos más preguntas y que estas, en el caso ideal, también atraviesen al espectador y que terminemos cuestionando todo, todos juntos. Personalmente creo que ese es el objetivo para crear una obra, o por lo menos para dedicarse a este oficio. El teatro debería cuestionar todo, no dar respuestas y sobre todo no debería enseñar nada. El arte escénico tal vez solo debería ser una invitación a cuestionarnos todo y soñar juntos mientras eso sucede, durante el tiempo de duración de la obra.
La pregunta de la primera obra es ¿Por qué estás acá? y es la que nos preguntan a todos los inmigrantes, no conocemos a ninguno a quien no se lo hayan preguntado. La segunda y tercera pregunta de las otras partes son ¿De dónde venimos? y ¿Dónde estamos? respectivamente.
A través de estas preguntas buscamos instalar nuestra mirada particular sobre la inmigración que nos atraviesa a nosotros, trabajamos desde nuestra versión que no es la que se bajó de los barcos, si no la que vivimos nosotros. No queremos poner valijas en escena como una manera cliché de recalcar que en esta obra hay personajes inmigrantes actuando con malos acentos que tratan de imitar nuestras nacionalidades. Buscamos como testigos de primera fuente narrar otras realidades que también están insertadas en esta sociedad argentina, en este territorio que nosotros elegimos como nuestro hogar, narrar desde el testimonio de nuestra voz y nuestra propia forma de hablar. Así como también queremos intentar ser como grupo un aporte más al teatro independiente al igual que todos nuestros colegas, queremos ser parte de esta bella tradición teatral Argentina que al igual que su sociedad también fue fundada por inmigrantes.
¿Cuál es el recorrido que has hecho como extranjero y realizador en otro país? ¿Qué particularidades encontrás a la hora de hacer teatro en la Argentina y qué implica a nivel identitario correrse de tu propia cultura para crear?
Emigré de Chile en el año 2013 cuando ya llevaba unos años solo dirigiendo, y encontré mi hogar en Buenos Aires, y durante unos años tuve la suerte de hacer algunos viajes a Europa donde pude dar unos workshops en Italia y pude hacer dos obras allá con una de mis mejores amigas que es italiana, a quien conocí trabajando en una pequeña obra que hicimos en Chile.
La particularidad de trabajar en Argentina, específicamente en Buenos Aires es la libertad creativa en todo sentido y las múltiples opciones de hacer teatro, la ciudad está llena de espacios en el medio independiente donde puedes hacer la obra que deseas hacer. Eso no se encuentra en otros países que he conocido.
El correrse de tu lugar de nacimiento para crear te da una mirada ajena y periférica, que en nuestro grupo utilizamos como ventaja para poder hacer el trabajo que realizamos.
Tenés una amplia trayectoria en todo lo que implica búsqueda de nuevos lenguajes en las artes escénicas, incluso en varios paises. ¿Por qué decidiste sumergirte en esa área? ¿Cuál es el aprendizaje cultural que sacas como realizador del hecho de trabajar con diferentes lenguas?
Ha sido a partir de un camino natural e instintivo de búsqueda de un lenguaje propio con cualquier grupo o artistas con los que haya trabajado. Una búsqueda de lenguaje que solo ha tenido el objetivo de experimentar con recursos para encontrar la mejor manera de contar una historia, relato, hecho o acontecimiento a través de la ficción.
Y en ese sentido, cuando comencé a dirigir, con mis mejores amigos en Chile fundamos una compañía que se llamaba “The Naidens Compañy” (con la que estrenamos algunas obras en Buenos Aires), con ellos creamos obras que ya estaban un poco corridas de lo habitual en nuestra búsqueda. Mi entrada en el teatro documental y performático fue cuando cumplí 30 años y con un amigo de la misma edad nos preguntamos si el tipo que éramos en ese momento había traicionado a nuestra versión adolescente de 15 años. Ahí nació la obra Todos íbamos a ser Kurt Cobain el cual era un título que parafraseaba un poema de Gabriela Mistral que se llamaba “Todas íbamos a ser reinas”, esa obra tuvo una sola función en el año 2012, en el día que se conmemoraba la muerte de Cobain. Esta obra para mí fue una puerta de entrada a investigar y estudiar nuevos lenguajes teatrales que fuí sumando al trabajo que estaba realizando.
Y en cuanto a los idiomas la primera obra bilingüe la hice en Chile con mi amiga Italiana ahí descubrí la gran oportunidad que había en instalarse desde la mirada extranjera en un país, la cual terminé incorporando en el trabajo ahora desde nuestra mirada de inmigrantes en Argentina.
Para Matt y para mí la música es un aspecto muy importante que ha atravesado nuestras biografías y por lo tanto nuestro trabajo, es por esto que también la sonoridad de los idiomas pasan a ser parte de la estética del sonido en nuestra obra The Silencio Manifiesto.
¿Cómo conociste a Matt y fueron elaborando esta idea del silencio como eje de la extranjeridad?
Nos conocimos trabajando en Teatro El Grito el año 2018 en unas funciones de una obra que dirigía y en la cual Matt era el técnico de iluminación, ya que él trabaja ahí. Yo estaba haciendo unas entrevistas a actores extranjeros que vivían en Buenos Aires, para una obra que no se alcanzó a crear, y entonces le pregunté si lo podía entrevistar. En una de esas reuniones que tuvimos él me cuenta que por el aprendizaje del idioma pasó en silencio muchos años y que había un choque cultural en eso, sobre todo considerando que es actor. Lo cual nos pareció a ambos que en eso había el germen de un historia interesante que había que contar y que a su vez me interpelaba completamente, a pesar de haber nacido en la otra punta del continente que él, teníamos muchas cosas en común a pesar de esa distancia geográfica de los países donde nos tocó nacer. Esas coincidencias comienzan por haber elegido el mismo país, la misma ciudad para vivir en el mismo año.
Había en Matt un actor que llevaba años en silencio con mucha hambre de actuar y ese deseo y fuerza mezclado con mis ganas de encontrar a alguien para crear un nuevo grupo no sucede muy frecuentemente. Por suerte después de mucho tiempo planificando y creando este trabajo encontré en Matt a un socio creativo con el que podía comenzar un proyecto desde cero, lo cual buscaba desde hace mucho. Encontrar a alguien con quien compartir intereses creativos similares, para mí ha sido muy refrescante, pero sobre todo porque encontré en él un amigo que estaba en la misma sintonía que la mía, esto último es una de las cosas que más celebro de este encuentro artístico y la creación de nuestro grupo.
Quiero destacar también la incorporación de Maia Liamgot en el proceso final del montaje, que además de hacer la asistencia completa de esta obra es la fotógrafa de todo el registro que usamos para la promoción, su llegada al grupo fue fundamental para que la obra funcionara, es nuestra “secret wheapon”, ella fue la pieza es esencial que faltaba para que pudiéramos estrenar. Así como también que el hermoso Teatro El Grito, que es uno de mis lugares favoritos en esta ciudad, y todos nuestros amigos que trabajan ahí (y de quienes estamos eternamente agradecidos), nos abrieran sus puertas y nos recibieran tan amablemente fue fundamental para tomar confianza para desarrollar el proyecto. Así es que de esa manera aprovechamos la oportunidad que se dieron gracias a todos estos encuentros afortunados para crear la obra que terminó convirtiéndose en un proyecto mucho más grande.
Así se dio todo naturalmente y la excusa de tener una obra instaló las bases de nuestro trabajo grupal que estamos ahora desarrollando.
En una era donde todo se dice, se comunica y se exhibe, ¿Qué importancia crees que tiene el silencio en la esfera de lo estético?
El silencio son las grietas donde nos paramos para mirar al mundo y hablar de él.
¿La tecnología juega un papel importante en The silencio manifiesto a la hora de comunicar hacia el público, ¿cuál crees que son las ventajas y los peligros de ella en la puesta artística?
“La tecnología” que utilizamos (y la escribo entre comillas porque sentimos que es una obra más con recursos técnicos lofi) es solo un recurso para la obra que usamos como un fin práctico de apoyo para contar la historia que queremos contar y no la usamos con un fin en sí misma, por ejemplo tenemos un proyector y recursos técnicos de audio solo para llevar el relato a donde necesitamos que vaya.
Es también una opción estética, poética y hasta política, en el sentido de intentar crear imágenes que alcancen un cierto grado de algo bello, o lo que nosotros consideramos bello, pero a partir de la ausencia de grandes recursos monetarios. Es como gritar podemos hacer esta obra sin tener dinero o algo así. De hecho, lo más caro del presupuesto de la obra es la camisa que usa Matt cuando interpreta al cowboy porque la tuvimos que pedir por Amazon.
Como solo utilizamos los recursos con el fin de contar de la mejor manera que podamos la historia, tenemos muy presente que el peligro puede aparecer cuando el recurso tecnológico termina siendo más espectacular que la obra que necesitamos contar y por lo tanto esta puede perder la humanidad y el contacto con el espectador.
“Es también una opción estética, poética y hasta política, en el sentido de intentar crear imágenes que alcancen un cierto grado de algo bello, o lo que nosotros consideramos bello, pero a partir de la ausencia de grandes recursos monetarios”.
¿Crees que el teatro va inevitablemente hacia un lenguaje multidisciplinario, donde lo audivisual es cada vez más preponderante?
Creo que el teatro, la ópera y cualquier arte escénico siempre han sido artes que se nutren de lo multidisciplinario, que han utilizado recursos de acorde a sus tiempos, esa es tal vez una de las razones del por qué se les caracteriza como artes vivas que hablan desde su presente. Por ejemplo, desde la invención del cine que ya se incorporaba lo audiovisual, Piscator ya lo utilizaba en su teatro político incluso antes de Brecht, que también usaba proyecciones como recurso.
Así es que ahora que vivimos en un mundo hiperconectado e influenciado por lo audiovisual, los recursos técnicos teatrales responden con naturalidad a nuestro tiempo. Lo que nos diferencia temporalmente de esos directores que nombré, es que el recurso audiovisual ahora lo tenemos en el celular que guardamos en el bolsillo.
¿Cómo surge el colectivo Embajada Efimera y qué tipo de investigaciones son las que se proyectan desde ahí?
El Colectivo surge a partir de nuestro encuentro con Matt que relataba antes. Esta primera obra la íbamos a estrenar en el año 2020, pero como todo se suspendió en ese momento, creamos un laboratorio virtual gratuito para artistas extranjeros que vivieran en Buenos Aires con la ayuda del Fondo Metropolitano, ya que en ese momento queríamos crear un espacio de encuentro creativo y de acompañamiento entre extranjeros, este proyecto de workshops es algo que aún tenemos pendiente de volver a realizar pero ahora de manera presencial. Con este proyecto virtual surgió el nombre de nuestro grupo, queríamos crear un territorio efímero, como una embajada que diera asilo a nuestras inquietudes creativas, ya que no solo nos sentimos emigrantes de nuestros países, si no que también de la escena teatral de donde nacimos.
Con nuestro proyecto buscamos desarrollar un grupo de creación escénica y otorgarnos un espacio de crecimiento artístico, donde podamos desarrollar de manera libre todos nuestros intereses e inquietudes artísticas y búsquedas creativas desde nuestra mirada del mundo. Por ahora la investigación está centrada en esta trilogía atravesada por el tema de la migración y en un futuro luego de que en 2024 estrenemos estas dos partes que faltan, sabremos que vendrá después, por ahora estamos enfocados en la pre producción de estas dos obras que se vienen y en buscar a otros “Emigrantes Escénicos” como nosotros que se quieran sumar a estos proyectos.
¿Cuál crees que es la función del teatro independiente frente a los imperativos capitalistas que permean a la cultura?
El teatro es una utopía que se realiza para encontrar una belleza efímera que nos atraviese emocionalmente. Utopía, belleza y emoción son tres conceptos que en términos capitalistas no sirven para nada porque no generan recursos monetarios y a su vez, eso es lo que vuelve peligroso al teatro, porque aparentemente no sirve para nada. Por eso creo que no hay nada más rebelde que intentar crear belleza, provocar alguna emoción o alguna reflexión a alguien y que idealmente de esa manera abra su cabeza, que deje de mirarse el ombligo y mire a la persona que tiene al lado, que genere su propio discurso, eso es más rebelde que salir a tirar una bomba. Según mi opinión, el teatro y el arte en general debería ser peligroso por eso. Obviamente, no siempre lo logramos, pero por lo menos deberíamos darlo todo para intentarlo, porque eso tampoco es calculable en una planilla de Excel. Creo que me da más miedo que el teatro no intente buscar belleza, que pierda su peligrosidad, que se vuelva complaciente y políticamente correcto, antes que el avance tecnológico en el arte escénico.