La celebrada obra de Pacho O’ Donnell retoma los escenarios para poner en perspectiva el entramado de abuso de poder que aflora en nuestros vínculos más íntimos, con la dirección de Juan Manuel Correa y la interpretación de Victoria Onetto.
Por Pablo Pagés.
La obra teatral de Pacho O’ Donnell estrenada en 1975, en medio de la dictadura cívico-militar, es un ida y vuelta entre el exterior fatigoso y la cotidianidad oclusiva y tremebunda que se despliega en su mejor faceta por estos días en el Centro Cultural de la Cooperación, con la dirección de Juan Manuel Correa.
La performance de la obra se extiende como un continuo devenir de atrocidades que van de la mano de un director que sabe encontrar los puntos de inflexión entre la más estupefacta agonía que se dirige hacia los espectadores. Porque en ellos sí está el mayor drama de la dramaturgia. El afuera omnipresente de un escenario que comienza a someter las vidas de los que padecen los delirios y este terrible tiempo que se esfuma en crueldades, entre un pasado feroz y un presente absurdo.
Un matrimonio sumido por el peso del dolor y la ausencia, transita sus vidas buscando un refugio que los corra de un malestar que se agiganta dentro suyo. La llegada de un joven a ese interior de represiones y oscuridades, lejos de paliar ese vacío, retroalimentará un mecanismo de abusos afectivos y manipulaciones que expondrán un cuadro del origen primigenio de la violencia. El de una sociedad atrapada en la confusión, la resignación y el individualismo más voraz.
“Ansiedades, culpas, el pasado que se convierte en vestigios del presente y amenaza con destruirlo, son apenas pequeñas migajas que se van estirando hasta que las capas de la cebolla llegan a su centro y se comprende la tragedia personal y el trauma porque se intenta repetir las causas sobre este presente”.
Victoria Onetto decide volver a escena con la impronta de una propuesta política donde le da voz y cuerpo al personaje de Marta. Para Onetto pareciera que la implicancia ahora de este texto fuera la resistencia. Como si volver a pisar las tablas tuviese una impronta política y militante.
El texto en sí funciona como una suerte de cajas chinas donde el deseo reprimido es el motor que impulsa a intentar sacar una de encima de otra. Nada está medio claro al principio, pero a medida que la relación entre Marta y Rubén (Eloy Rossen), el joven que viene desde la despensa, se torna más inquietante a nivel erótico, la trama toma por asalto una significancia sorprendente. Una donde todo, a pesar de lo desconocido, cambia hasta que Oscar (Nelson Rueda), el marido de ella, llega para sumergir al joven en una irresponsable propuesta laboral.
Ansiedades, culpas, el pasado que se convierte en vestigios del presente y amenaza con destruirlo, son apenas pequeñas migajas que se van estirando hasta que las capas de la cebolla llegan a su centro y se comprende la tragedia personal y el trauma porque se intentan repetir las causas sobre este presente. Tan circular como la vida, la peste o el infierno, reaparece nuevamente la dislocación del mundo, en su rincón más ínfimo, entre pequeños seres que intentan llevar adelante su pequeña existencia.
El nombre que eligió Pacho para su obra es una metonimia de la cual no se puede escapar. Dos aseveraciones cultivan su sentido. La primera consiste en el refugio forzado bajo tierra que lleva a la existencia a un paralelismo con un insecto, algo así como plantea Kafka en La Metamorfosis. La otra cobra un papel más determinante, ya que esta pareja tiene un secreto y una de las causas que generó este trauma secreto fue la violencia del padre ejercida sobre estos escarabajos. Lecturas que van y vienen en un tiempo donde parece repetirse absolutamente todo.
Escarabajos tuvo su estreno en 1975 en el Teatro Payró, con dirección de Hugo Urquijo y un elenco integrado por Alicia Berdaxadar, Mario Alarcón y Victor Hugo Iriarte. Este equipo sabía que se exponía a las acciones criminales de la Triple A. Más tarde en democracia tuvo varias interpretaciones y puestas, hasta esta pieza actual que decide poner en perspectiva la violencia discursiva que desciende desde las más altas esferas hasta permear en el tejido social más íntimo.
Es de resaltar el trabajo de Nelson Rueda y Eloy Rossen, tanto como la dirección de Juan Manuel Correa. Un dato me sugiere cierta forma de hacer hincapié en un nivel narrativo que se construye con la intervención de la música y los sonidos que entran en escena, como si marcasen algo yuxtapuesto o en contrapunto. Algo parecido a lo que hace David Lynch en su filmografía.
Y como si todo esto fuese poco, vemos a Onetto actuar de una manera tan intensa e incisiva que le suma escalones a su conocido magnetismo, que parece no modificarse con el paso del tiempo.
Escarabajos es una obra puesta adrede para tirar otro dardo sobre el tapiz indecoroso de este presente en el que la cultura se ve tan atacada. Parece que causa otra vez molestia mostrar las partes del monstruo por separado, para esgrimir las varias formas de contar lo que está oculto tras bambalinas. Que el arte sea incomodidad o no sea nada.
Ficha técnico/artística:
Autor: Pacho O’Donnell
Elenco: Victoria Onetto, Nelson Rueda, Eloy Rossen
Diseño sonoro y música en vivo: Nacho Esbó
Vestuario: Francisco Gorjón
Escenografía: Nicolas Nanni
Iluminación: Ana Heilpern
Prensa Pablo: Campos
Redes y fotos: Mariano Fain
Asistencia de producción: Rocío Martín
Asistencia de dirección: Rocío Martin
Dirección: Juan Manuel Correa
Centro Cultural de la Cooperación: Av. Corrientes 1543 (Sala Raúl González Tuñón 1ºP)
Funciones: Sábados 20:00 hs.