El poeta quilmeño radicado en Ushuaia publicó su poemario Sendero Abierto, por Ediciones del Camino. Un camino de búsqueda a través de los elementos naturales para adentrarse en los cimientos de lo espiritual, la contemplación y el equilibrio sensitivo.
Por Pablo Andrés Rial.
Alejandro Ogando (1986) nació en Quilmes, pero actualmente vive en Ushuaia, estudió filosofía e incursionó en la poesía hace unos cinco años, motivado por explorar un lenguaje que logre descubrir lo indecible. Su poemario Sendero Abierto (Ediciones del Camino, 2023) es un recorrido por la naturaleza, un peregrinaje de búsqueda a través de un camino que son muchos, un descubrir de la belleza. Tal como el mismo autor menciona: “Es un dejar de centrarse en objetivos y destinos, para dejarse maravillar por aquello que está, pero que no siempre vemos. Transitar el camino con ojos de asombro y misterio”.
El libro se divide en tres partes; diría yo, en tres travesías: Huellas, Acontecimientos y Susurros. Cada una de ellas, es un punto de partida y continuidad en sí mismas, una invitación abierta a recorrer imágenes sensoriales a través de sus versos: la espesura, océanos, montañas y ríos revoltosos se hacen presentes. “Es una oda al camino, está rodeado de bosques y de luz. Es una parte mía, pero no toda. También está mi oscuridad, mi tristeza, mis quiebres, los cuales espero poder retratar en próximos poemarios”.
Sendero abierto retrata, entre otras cosas, el terreno pantanoso, la sequía, el fuego, pero también el devenir incipiente de la lluvia que trae acompañada la fertilidad de la tierra, el rebrote de la vida y lo sagrado: la presencia de los dioses en su poesía. En relación a eso, agrega: “También la cuestión de Dios pienso que la tienen que traer los poetas. Las mayorías más que nunca buscan espiritualidad en un mundo vacío, pero no la encuentran ya en la religión. Hay que pensar a Dios, lejos de aquel Dios patriarcal y moralista, para recobrar el concepto de lo sagrado y eso se hace desde la poesía, pues, es la que enseña a enamorarse de la vida con sus tristezas y bellezas. Por eso la filosofía no logra aún esto. Lo discute, piensa y analiza, pero ya no es cuestión de discutirlo, sino de mostrarlo, crearlo, y enamorar a quien lo lee”.
“La cuestión de Dios pienso que la tienen que traer los poetas. Las mayorías más que nunca buscan espiritualidad en un mundo vacío, pero no la encuentran ya en la religión”.
Alejandro, quien se considera como un enamorado del símbolo, nos cuenta que su poemario se ha visto influenciado por Hölderlin y Rilke. “Sonetos a Orfeo, de Rilke, es un poemario precioso y lleno de simbología”. Sucede que las voces de un poeta, imparten también sobre lo que lee. Luego es el trabajo minucioso de un develar a través de las capas internas con las que convive y desconoce. Escarbar en sus cáscaras, ensuciarse las manos, para hallar las diversas formas del decir y nombrar.
Alejandro reflexiona: “Soy detallista al terminar mi poema, pero trato de no serlo al crearlo, pues eso detiene el proceso creativo. Mi proceso creativo es algo que me embarga. Generalmente, estoy en un estado anímico armonioso. Luz y oscuridad diría. Tristeza y alegría. Estando en ese estado, que llamo melancólico, veo las cosas de otra manera y allí canalizo versos. Luego todo fluye. Después, claro, llega el momento de la corrección, el pulido y destrucción de ser necesario. Pienso que como poeta uno cambia mucho si realmente acepta aquel proceso introspectivo de búsqueda personal. Así como cambio, me redescubro yo, mis poemas también. Hoy estoy más cercano a lo conciso, pero también a la lírica”.
Al referirnos a leer, esa acción con la que el escritor logra engrasar su máquina creativa, el autor de Sendero Abierto acota: “Pienso que el que escribe debe tener lectura y poco ego. Sí voluntad, claro, para movilizar su poesía, pero mucha lectura y poco ego. Mucha lectura para enriquecerse y descubrirse aún más, y también para no tener tanto ego y saber que hay muchos otros como uno que merecen respeto y reconocimiento. Es decir, si uno espera que lean los propios poemas de uno, también tiene que leer y reconocer los de los demás. He aquí el propio ego en parte. Por otra parte, para que la poesía sea una entrega de belleza, que enseñe a ver lo que está a la vista de todos con otros ojos”.
La poesía es movediza, inquieta, amorfa en el sentido estricto de su naturaleza. Resulta inevitable hablar sobre ella, entonces, en cuestiones de mutaciones a lo largo de los siglos. Hemos pasado por diversas corrientes vanguardistas, su estética, originalidad y lenguaje disruptivo han sido claros en tiempos pasados: cubismo, dadaísmo, surrealismo, expresionismo, entre otra tantas, y cómo olvidarse de la generación Beat de la mano de Kerouac y Ginsberg, En este aspecto, Ogando comenta: “No veo una vanguardia. Veo más bien individualidades. Al menos yo lo veo así. Es una lástima, pues el romanticismo surge como una oposición al liberalismo. Es decir, frente a una mirada materialista, utilitarista y sin arraigo surge un movimiento que reivindicaba la vida en la tierra, la cultura y la libertad (muy diferente de como hoy se piensa). Lo menciono porque ese mundo liberal creció muchísimo y hoy aún tenemos que pensar con qué cultura contraponerlo. Muchas veces se contrapone, observo, otra “cultura”, pero que es igual de consumista y superficial, y solo cambia un poco en la superficie. En eso pienso que se falla. Hay que avanzar a vanguardias que muestren que la poesía es refugio, que no hace falta mucho para ser feliz y estar bien. Por supuesto, tenemos que tener nuestro suelo y hogar, pero hay que mostrar que hay que dejar de querer tapar con productos el gran vacío interno que tiene occidente para adentrarse en ese vacío y des-cubrir su cultura.
“Tenemos que tener nuestro suelo y hogar, pero hay que mostrar que hay que dejar de querer tapar con productos el gran vacío interno que tiene occidente para adentrarse en ese vacío y des-cubrir su cultura”.
Le diría a la poesía actual que evite caer en el consumismo y la banalidad. Nuestra época actual, que es muy neoliberal culturalmente, premia mucho lo simple, aquello que no deja nada, que es de fácil y rápido consumo. Podemos verlo en el cine donde, si uno busca contenido y profundidad, tendrá que ir a otro tipo de cines. En la poesía pasa algo similar, a veces por desgracia. Muchos caen en entregar poemas que no dicen nada, que pueden tener muchos “likes” o ventas, pero que dejarán poco. El poeta tiene que quebrarse frente al poema. Cuando uno lee un bello poema, se moviliza mucho, debe detenerse, contemplar. No es fácil digerirlo, consumirlo. Una “buena” poesía, pienso, es la que nos eleva, nos inspira, nos hace ver todo con otros ojos. Nos hace reencontrarnos con nuestra sensibilidad tan descuidada y olvidada”.
Actualmente, Alejandro se encuentra trabajando en sus próximos poemarios, cada uno con distintos matices: “En uno adentro en aquella sombra clara o luz tenue que muestra otra cara de las cosas. En aquella armonía de la mañana o el atardecer que saca, pienso, un lado nuestro muy calmo a la vez que divino. En el otro abordo mi despedida de la gran ciudad y aquella tristeza y angustia que en aquel tiempo me tomó, y donde buscaba resguardo”.
Compartimos un poema del libro:
Retorno
Cae en el olvido quienes fuimos.
Lo divino huye a la sombra
donde nadie busca su ser.
Árboles crecen enormes,
animales juegan,
y nosotros encerrados entre luces.
Algunos escapan, se adentran con temor
en el dormido bosque.
En cada paso un zorzal
sobre robles blancos.
Lo secreto acontece.
Ser y naturaleza
brotan.
Alejandro Ogando
Sendero Abierto
Ediciones del Camino
2023