Literaturas

Osvaldo Baigorria: “Si continúan las tendencias al hipercontrol digital y al encierro entre burbujas, esa experiencia de salir con la casa a cuestas va a ser vista como de otro planeta”

En la nueva edición del libro En Pampa y la vía del escritor y periodista, las figuras del croto y el vagabundo son retratadas, a través del paso de los años, como un subterfugio de la historia argentina, allí donde la libertad solo es posible en condiciones de igualdad.


Por Matías Carnevale. Foto Portada: Coni Rosman

En 1998 Osvaldo Baigorria publicó, por pedido de María Moreno, la primera edición de En Pampa y la vía, hoy casi un incunable. En 2007—autres temps, autres mœurs—el libro encontró su lugar, con otro título, Anarquismo trashumante. Crónicas de crotos y linyeras, en el catálogo de la editorial Terramar, conocida por publicar autores clásicos (y no tanto) de la acracia como Bakunin y Kropotkin. En la Advertencia al lector se justifica el cambio de título y se define al anarquismo trashumante como “una sensibilidad o temperamento, una inclinación a la errancia, una voluntad de andar cuya reivindicación de la tradición libertaria reaparece una y otra vez en estas crónicas de vida”.

En 2024 el libro vuelve a su título inicial, pero con el añadido de dos capítulos inéditos y algunas modificaciones. La estrecha vinculación del linyera con el anarquismo sigue estando, aunque nos topamos con una curiosa novedad: crotos mileístas que se quejan de los piqueteros y los planes sociales. Esta edición, última en el sentido de definitiva, final, fue publicada por Blatt & Ríos, que ya había editado cuentos de otro crotólogo—uno de los más fascinantes—, Bernardo Kordon.

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En tu investigación, ¿qué conexiones encontraste entre el linyera y el gaucho?

Si hablamos del linyera o croto clásico del siglo XX, podríamos decir que fue un descendiente directo del gaucho del siglo XIX, en especial de aquel gaucho matrero, alzado, cimarrón, desertor de una civilización que lo maltrataba y que por esa razón estaba dispuesto incluso a refugiarse entre las filas del enemigo, el indio, como canta Hernández en el Martín Fierro. Ese gaucho que carecía por completo del espíritu de patriotismo, según lo describió Hudson, y que consideraba a todo representante de la autoridad como su peor enemigo, prácticamente como un ladrón, un ladrón que podía robarle no solo sus bienes materiales sino también su libertad, su bien más preciado. En eso coincidiría absolutamente con el linyera. También había un léxico compartido, un refranero y ciertas formas de hablar que se trasmitían de generación en generación alrededor de los fogones en medio del campo. Por supuesto que tenían el mismo escenario para deambular, la pampa, aunque ya en el siglo XX esta había sido modificada por los alambrados y el ferrocarril. Las vías del tren eran el único espacio sin alambrar que quedaba en los campos, me observó un día Alfredo Moffatt, y por lo tanto un espacio apto para el desplazamiento del linyera.

Le dedicás algunos párrafos al anarquista-héroe-mártir alemán Kurt Wilckens, que fue linyera. ¿Qué podés contar sobre él?

Lo mismo que contó Osvaldo Bayer en la serie de Los vengadores de la Patagonia trágica, libros de los que he glosado esos párrafos a las que te referís. En el último de esos tomos, Los vindicadores, Bayer reprodujo fragmentos que escribió Severino di Giovanni sobre Wilckens, textos que exaltaban esa figura con paroxismo y quizá exageración. En ellos Di Giovanni menciona la llegada del alemán Wilckens a la “gran tierra argentina, tierra que sólo había conocido al gaucho, símbolo de la rebelión pasada y que esperaba el símbolo de la rebelión futura”. En cuanto a Bayer, su conocido retrato de Wilckens como un ser humano que puso en riesgo su propia vida al negarse a arrojar la bomba destinada al teniente coronel Varela, cuando una niña se cruza en su camino, me hizo pensar en el notorio contraste con el terrorismo de estos tiempos que no vacila en sacrificar vidas inocentes en cada atentado. No creo que pueda agregar algo más sobre esa figura.

“Si hablamos del linyera o croto clásico del siglo XX, podríamos decir que fue un descendiente directo del gaucho del siglo XIX, en especial de aquel gaucho matrero, alzado, cimarrón, desertor de una civilización que lo maltrataba y que por esa razón estaba dispuesto incluso a refugiarse entre las filas del enemigo, el indio, como canta Hernández en el Martín Fierro”

¿Qué tienen los crotos históricos—digamos del período 1915-1955—para decirnos sobre la libertad y el libertarismo en tiempos hipermercantilizados y crueles como los nuestros?

Aquellos influidos por las ideas anarquistas dirían lo mismo que decían en aquel período: dirían que libertad sin igualdad es privilegio e injusticia, que no es posible ser completamente libre sin que tus semejantes también lo sean, que no hay ninguna libertad si estás obsesionado por el consumo y el trabajo mercantilizado, que mercado y libertad es una pareja inconcebible cuando los que dominan el juego son los grandes capitales.

Osvaldo Baigorria

En un pasaje hablás de la “caricatura” que se tejió alrededor del linyera, lo que consolida un estereotipo que describís muy bien. ¿Cuáles han sido los efectos más dañinos de esto?

Los efectos más obvios son la estigmatización, el rechazo, la persecución policial. No diría la marginación, porque el linyera clásico eligió habitar los márgenes. Un marginal más que un marginado, un autoexcluido, o excluido voluntario. Y claro que la caricatura puede invertirse, darse vuelta como un guante. Por ejemplo, el lugar común de que los crotos eran sucios, que no se bañaban nunca, fue explotado por Alberto Laiseca en su cuento “El balneario de crotos”, donde como todos los que van son crotos nadie se mete nunca al agua y los guardavidas ni siquiera saben nadar. También se ven remanentes de cierto orgullo linyera en las pintadas que a veces salpican las paredes de Buenos Aires, anunciando el anónimo mensaje “No me baño”.

Curiosamente, ese grafiti comenzó en las paredes de Tandil, donde nació José Américo “Bepo” Ghezzi, a quien, acertadamente, denominás “el croto más famoso de Argentina”. Le han hecho estatuas, murales, dedicado paradores para personas en situación de calle, bibliotecas, libros… ¿Cómo recordás hoy tu encuentro con él? ¿También pudiste charlar con Hugo Nario, autor del libro que lo catapultó a la fama? A veces da la impresión, en Bepo, vida secreta de un linyera y en algunas entrevistas, de que Nario, en tanto escritor profesional, se impone, se superpone al croto.

Con Hugo Nario solo puede charlar brevemente durante la Cumbre de Crotos de Mar del Plata en el 96. Me dio la misma impresión que comentás, esa superposición entre el escritor profesional y su fuente primaria, física: Bepo. De todas maneras, este se sentía muy agradecido hacia Nario porque no solo lo había ayudado a publicar su historia de vida sino que también lo asistía hasta para pagar el alquiler de su casa en Tandil, al menos en la época en que lo conocí. Mis recuerdos de ese encuentro están todos escritos en el capítulo dedicado a Bepo.

“Los efectos más obvios son la estigmatización, el rechazo, la persecución policial. No diría la marginación, porque el linyera clásico eligió habitar los márgenes. Un marginal más que un marginado, un autoexcluido, o excluido voluntario”

Además de ser caminantes y polizones de trenes de carga, los linyeras tuvieron su costado conservacionista hacia la naturaleza que les daba sustento. En un pasaje cerca del final de su libro, Bepo, que le leía el Quijote a unos chanchos que estaba criando, confiesa que siempre le costó matar animales. ¿Encontraste esa sensibilidad en otros crotos que hayas conocido?

La verdad es que no. Creo que eso habla de la singular sensibilidad de Bepo. No encontré ningún prejuicio hacia el matar animales, si eran para comer, desde luego. Dado que la supervivencia personal era un objetivo supremo, todo alimento proveniente de la carne animal debía ser bienvenido, supongo.

En los años cincuenta, Ray Bradbury imaginó en Fahrenheit 451 que en un futuro de persecución y antiintelectualismo los crotos iban a salvar a la literatura, y por extensión a la cultura occidental. ¿Qué crees que pasará con los vagabundos de acá a cincuenta años? ¿Qué aportes harán?

Qué bueno sería poder hacer un ejercicio de futurología y pensar cuál será la figura del vagabundo dentro de medio siglo… Imagino que se hablará de los crotos históricos de maneras cada vez más mitologizadas, más románticas, como ya está ocurriendo. Si continúan las presentes tendencias al hipercontrol digital, al encierro entre burbujas y fronteras físicas o virtuales, al dominio de la vida por inteligencias artificiales y a la mediación de las relaciones a través de pantallas distantes, toda esa experiencia de salir a trotar por el mundo con la casa a cuestas va a ser vista como de otro planeta, realmente, y en cierto sentido deseada, aunque se admita con melancolía que será algo imposible. Sobre todo si este planeta se encuentra colapsado por el cambio climático y el aumento de la pobreza y las guerras. De todos modos, soy incapaz de hacer un pronóstico, para mí el devenir de la historia es imprevisible.



Osvaldo Baigorria
En Pampa y la vía
Blatt & Ríos
2024

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