
El autor nacido en Temperley acaba de reeditar una de sus obras centrales en El Desenfreno Ediciones, un poemario que a través de las resquebrajaduras del lenguaje busca abrirse un camino por fuera de las convenciones. Compartimos el texto de la poeta Claudia Masin que oficia como prólogo de la edición.
Por Claudia Masin.
Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación, de Diego Roel, es un libro que tiene mucho para decir. He ahí una de sus grandes virtudes. Muchos, demasiados textos que se escriben, se publican, se elogian y –finalmente- terminan olvidados, no parten de la urgencia de la que habla Rilke cuando le dice en sus cartas al joven poeta que examine si podría vivir sin escribir, y que (en caso de que le sea posible) no escriba nunca más.
En este libro hay necesidad de decir, un empuje doloroso hacia la poesía como lenguaje donde se busca una reparación: “sí, yo tenía un mundo una señal una familia”, dice Roel. Y a partir de allí, se despliega el relato –a modo de plegaria lírica, de invocación- de la perdida de ese mundo donde las referencias parecían unívocas y confiables. Y de alguna manera, también, se celebra la valentía del gesto de salir al camino sin saber hacia dónde ir, una vez revelada como inútil esa cartografía que parecía destinada a guiarnos indefectiblemente hacia un destino: “yo tenía un mundo un país una familia / entonces emigré / y busqué lo Oscuro por pasión o por locura / y por pasión o por locura hui al desierto: mi corazón sin luz”.
Escribe Deleuze: “El viaje siempre supone una manera de reterritorializarse, de encontrar a su padre o a su madre (o algo mucho peor)”. Y es a ese algo mucho peor a lo que se arriesga este libro, quizás a esa comprobación terrible –y liberadora- de que ese padre, ese tótem, sencillamente no existe más que como construcción endeble y precaria, que una vez derribada deja apenas un rastro de luz que no perdura.
El segundo –y crucial- mérito de este libro está en que no solo dice con urgencia lo que necesita decir, sino que lo dice con una intensidad y un lirismo que construyen un universo, un imaginario personal e intransferible.

“Diego Roel, en esta plegaria o ensalmo lírico que se llama Padre Tótem, trabaja en esa grieta que se abre cuando el lenguaje convencional se resquebraja y deja entrar lo que no encaja en el discurso dominante”
El tono lírico en la poesía ha sido degradado durante buena parte de las décadas pasadas. En un movimiento que buscó hacer de lo coloquial y lo “realista” el paradigma de la poesía contemporánea, se condenó a lo lírico al terreno de lo anacrónico. Paradójicamente, el lirismo no solo resistió esos tiempos de condena fogoneados desde el “cánon”, sino que resurgió fortalecido. Es que, desde mi punto de vista, lo lírico hunde sus raíces en el habla de los niños, de las mujeres, de los desposeídos de toda laya, e implica un gesto de ruptura y desobediencia. En un tiempo, en un mundo donde los discursos hegemónicos invitan a una postura de escepticismo, a una mirada cínica y distanciada, el lirismo insiste en hurgar allí donde –desde niños- se nos dice que no debemos: en el territorio donde dirimen su lucha la esperanza y la desesperación, donde crecen las preguntas improductivas, las que no tienen respuesta, las imposibles, y donde se genera también la posibilidad de la revuelta.
Es decir, la posibilidad de experimentar el mundo y la propia vida intensamente, como los niños antes de entrar en la maquinaria de la domesticación que –entre otras cosas- enseña a callar lo que proviene de la sensibilidad, a naturalizar lo dado sin otro recurso para enfrentarlo que la ironía. Pero, como dijera también Deleuze, en la ironía “hay una pretensión insoportable: la de formar parte de una raza superior, la de ser una propiedad de los amos”. El discurso lírico, en cambio, pertenece a los desheredados, a los que insisten tercamente en conservar una intensidad infantil, en la cual lo interdicto sigue resonando. Una intensidad que se devela intacta a pesar de las maniobras que intentaron amansarla y hacerla entrar al redil de la comunicación humana, hecha para entendernos sobre la base de una convención, pero no –por supuesto- para desafiar y hacer entrar en crisis las bases mismas de esa comunicación.

Diego Roel, en esta plegaria o ensalmo lírico que se llama Padre Tótem, trabaja en esa grieta que se abre cuando el lenguaje convencional se resquebraja y deja entrar lo que no encaja en el discurso dominante: “aquí, sí, aquí confieso: / solo tengo las piernas abiertas / en un brutal gesto de parirme”. Feminizarse, feminizar el discurso, volverse mujer en el acto de parirse a sí mismo: “aquí sin Yo sin nombre propio todavía un animal / cosido al silencio con el silencioso hilo de los muertos”. Volverse un muerto, un no nacido, una vez disuelto el yo. Ahí, creo, está el punto de partida de la poesía lírica: en ese acto de delicado desprendimiento, en esa renuncia a lo familiar para dejar entrar lo desconocido y darle voz.
Celebro la existencia de este libro que se asoma al hogar sin techo, sin paredes y sin piso que queda cuando se derrumban las ilusiones que nos sostienen. Padre Tótem es la historia de un viaje desde el desamparo original hacia la conciencia de ese desamparo, es decir, hacia un despertar. Y todo despertar implica, quizás, un desengaño, pero también la posibilidad de encontrarnos, frente a frente, con la potencia de nuestra esperanza y nuestra vitalidad: “no es aquí donde quiero estar / yo quiero estar del otro lado: / donde brilla lo que no tiene nombre / donde los niños llevan sobre sus frágiles cabezas / una aureola de dicha imposible”.
LAS LEYES DEL ALBA
en extrema crucifixión tengo mis brazos mis ojos mis manos los pies en extrema crucifixión porque yo estoy puesto en el mundo por las oscuras leyes del alba por una gran boca de mil lenguas de oro puesto y arrojado para sufrir morir y elevarme tantas veces estoy puesto y arrojado multiplicado y expandido en levísimos fragmentos de ilusión sí, estoy crucificado puesto a parir y a engendrar extrañas criaturas a sangrar y fornicar de mil maneras con las sombras y a morir y a morir tantas veces como sea necesario escucho lejanas letanías y recuerdo recuerdo cuando escuchaba misas en el bosque y tenía una canción un nombre propio una guarida también un Padre una Madre un leve canto un susurro leve apenas quizás yo tenía un mundo un país una familia entonces emigré y busqué lo oscuro por pasión o por locura y por pasión o por locura huí al desierto: mi corazón sin luz yo tenía un mundo un país una familia y tenía mil noches compartidas mil lechos y amigos llenos de manos vacías y un dios carnal sufriente: mi propio dios mi Padre Tótem ausente todavía cuando huyendo del salvaje ritmo marcado por los cuerpos era yo el mismo pero otro distinto reflejado en los espejos era yo el otro el traicionero el perspicaz huyendo siempre en agonía huyendo siempre huyendo siempre en agonía sin Padre

Diego Roel
Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación
El Desenfreno Ediciones
2024