
El desenfreno ediciones publicó este año El veneno del manto, tercer libro de poemas de Enzo Amarillo. En este texto, epílogo a la edición, se recorre la lírica nocturna y descarnada de estos versos.
Por Maite Esquerré.
La noche hace su trabajo cuando creemos olvidarla.
Enzo Amarillo
Unas líneas de Susana Villalba inauguran el libro: golpeó la puerta la noche y el poeta abrió y ella entró salvajemente. Enzo Amarillo nos abre la puerta a esta noche interminable que, quizás, sea la poesía.
Es en la salvajada de la noche que el poeta hace casa donde lo nunca sucede, en palabras suyas. Aunque pida el final: de la caída, de la memoria, de la veladura. Aunque, así como la caída final del velo, el olvido y el duelo último, nunca suceden. Vuelve a abrir los ojos, a despertar a otra ficción, a la nueva promesa de fuga. Otro sueño. A otra noche. Un sábado infinito. La desesperación.
Versos cortados. ¿Qué dejará entrever su salvajismo? El punto como una fisura donde se vislumbra, ¿la sombra? ¿Lo real? En los bordes, para evitar lo insoportable. Versos de pasado de falopa. Versos dentellados, mordidas a la nada. Versos que no respiran. No hay aire, bronquios colapsados. El aliento lleno de broza que impide hablar de corrido. Salen con furia las palabras truncas, desde la garganta, forzándola, torciéndola. Torzamos, dice, e instala un “juntos” mentiroso que atenúa por unos minutos la soledad. La noche está torcida, la boca está torcida, la vida torcida.

“En un juego de ocultamientos, el poeta arma el paisaje para que ella exista, no fuera del duelo, sino en su discontinuidad. Escribiendo noches, fijando vértigos; a la manera de Rimbaud”.
Una poesía retorcida sobre una ficción siempre a punto de reinventarse, pero volviendo a la escritura sin fin en el cauce de la caída, porque cae cuando intenta reescribirse. No hay sitio puro, dice René Char. Ponerle punto al desamparo como intento de dar corte a lo definitivo. Modo de hacer música en el abandono. Música que anestesie esta herida. Tarea imposible.
Cuerpo fragmento, recorte. Desencajado. Manija. Columna escorada, sin centro. Ritmo y arrebato. Felina cadera. Peste divina. Whisky, puchos, punto de luz encendido en la negrura, iluminando los párpados tirantes, la mandíbula. El murmullo de los propios pasos, el rumor de la sombra incesante, pero no se puede avanzar en el cenegal del corazón.

Pactó con las medias un plan contra las várices: ocultarlas junto a esta pena, aunque el veneno del manto ya estaba diseminado, contaminándolo todo. No hay modo de cubrirse en la caída. No hay manera de esconder el desconsuelo. Ni suburbio, ni antro, ni rezo a las estampitas de amantes, ni besar con delincuencia, ni inventar nombres nuevos. En un juego de ocultamientos, el poeta arma el paisaje para que ella exista, no fuera del duelo, sino en su discontinuidad. Escribiendo noches, fijando vértigos; a la manera de Rimbaud.
En La mirada de Orfeo, Maurice Blanchot plantea que el arte es el poder por el cual la noche se abre. Igual que Orfeo, en un movimiento prohibido, Enzo mira el centro de la noche en la noche. Ese punto oscuro no puede ser llevado a la claridad del día porque ha sido olvidado por el poeta. Entonces, perdiendo la garantía de la obra, la lleva más allá: triunfa; arrastrado por un deseo que viene de la noche. Que hace su trabajo.
2.
Suena lo preferido. El punto justo donde el sábado exprime su jugo. Alguien detiene. La mirada sobre su escote. Ella sabe que el hambriento rueda siempre cuesta abajo. No mira ni asiente. No obsequia un gesto. Sigue esperando. La noche hace su trabajo cuando creemos olvidarla. Revela su acecho y embruja. Nos obliga a morder. A beber de su deseo vuelto licor.
5.
Baila como alquitrán. Suave pero espeso. Anuncia. Su presencia siempre a punto de hervir. ¿Qué dejará entrever su salvajismo? ¿Su rouge apenas corrido? ¿Sus ojeras al descubierto y arqueadas como derrotas?
13.
Traga más. Se miente. Dice que el exceso es un cuento de familias. Y ella escapa. De todo nido. De todo corral que no deje ampliar su capricho. De toda voz mayor. Y sin embargo diminuta. Desgraciada. Llena de nudos. En su trama y en los pies. Cae cuando intenta reescribirse. Ella traga más. Comienza a sonreír. Toma contacto. Visual y en el roce con los cuerpos. Dice que el derroche la vuelve fuerte. Que la dejen envolverse. Que no importa si de este viaje no regresa.
18.
Rompe el himen de la noche. El secreto que guarda. Se enchastra. Derrama su inocencia por la lengua de una hiena. Por qué temer. Es divina esta peste. Este basural codiciado. Algunos piden. Que enjuague su crimen. Que oculte la mancha. Ella los aparta. Es un estorbo en su disparo. ¿Quietud o travesura? Ella apuesta a perder. Las coordenadas. El último hilo. A presenciar la renuncia del santo.

Enzo Amarillo
El veneno del manto
El desenfreno ediciones
2025